La lucha de clases, la pugna imperialista por la hegemonía y el ascenso de la extrema derecha

El documento que publicamos a continuación fue terminado de redactar a mediados de octubre, debatido y enmendado por los militantes de Izquierda Revolucionaria Internacional a lo largo del mes de noviembre y finalmente aprobado en el Congreso celebrado en Madrid los pasados 8, 9 y 10 de diciembre con la participación de 250 delegados e invitados.

La lucha de clases, la pugna imperialista por la hegemonía y el ascenso de la extrema derecha

El documento que publicamos a continuación fue terminado de redactar a mediados de octubre, debatido y enmendado por los militantes de Izquierda Revolucionaria Internacional a lo largo del mes de noviembre y finalmente aprobado en el Congreso celebrado en Madrid los pasados 8, 9 y 10 de diciembre con la participación de 250 delegados e invitados.

En el mismo se abordan las posiciones programáticas de nuestra organización y los procesos fundamentales de la lucha de clases y la batalla imperialista por la hegemonía mundial. Un análisis en profundidad de la época convulsa que atraviesa el capitalismo global y un llamado a la construcción de las fuerzas del comunismo revolucionario.

Para facilitar su lectura lo publicamos en tres partes.

Pincha aquí para acceder a la segunda parte del documento. 

I. La guerra de Ucrania y la correlación de fuerzas mundial

El enfrentamiento entre los dos bloques imperialistas está alcanzando un nivel tan crítico, que tendríamos que remontarnos a la Segunda Guerra Mundial para encontrar un escenario como el que vivimos. Es verdad que los duros combates en Ucrania han convertido este conflicto en el más destructivo en territorio europeo desde 1945, pero el caos en el que está sumido el orden capitalista global ha dado un paso más tras la intervención del Estado sionista de Israel en Gaza.

Mientras redactamos este documento más de trescientos mil soldados israelíes están preparados para invadir la Franja. Los efectos pueden ser apocalípticos solo contemplando los efectos de pocos días de bombardeos que ya se han saldado con la muerte de miles de civiles palestinos. Gaza, convertida en la mayor cárcel a cielo abierto del mundo, se ha quedado sin servicios básicos por decisión del Estado sionista. Sus 2,3 millones de habitantes —de los que casi 1,5 millones son refugiados registrados por la ONU—, hacinados en 361 kilómetros cuadrados están completamente a merced del asedio, sin agua, sin alimentos, sin electricidad, sin hospitales. Si finalmente la invasión tiene lugar no hay dudas sobre el resultado: las víctimas se contarán por decenas de miles más, se arrasarán las infraestructuras sanitarias y civiles fundamentales por no hablar de las viviendas y edificios que serán reducidos a escombros.

Pero la decisión del imperialismo estadounidense y de su agente israelí provocando esta masacre se ha encontrado con una reacción inesperada: la de las masas del pueblo árabe levantándose país tras país, y el movimiento de solidaridad internacionalista que ha llenado las calles de las principales ciudades europeas y estadounidenses. Y es precisamente esta respuesta, a pesar de toda la campaña pro-sionista y de la represión policial y judicial en numerosos países, lo que está aguando los planes de Washington y del Gobierno de Netanyahu.

La imagen del mundo se asemeja a la de un monstruo que vomita una violencia irracional caminando hacia su autodestrucción. Pero no es la humanidad, en abstracto, la responsable de ello. Esta barbarie es hija legítima del sistema capitalista.

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El enfrentamiento entre los dos bloques imperialistas está alcanzando un nivel tan crítico, que tendríamos que remontarnos a la Segunda Guerra Mundial para encontrar un escenario como el que vivimos. 

La desestabilización general de las relaciones internacionales, las guerras imperialistas, los golpes de Estado, el totalitarismo y las fuertes tendencias bonapartistas de los aparatos represivos, el racismo institucionalizado, la desigualdad y el empobrecimiento, la crisis de los partidos tradicionales y el ascenso de la extrema derecha, la destrucción medioambiental… son síntomas inequívocos de las  contradicciones insolubles que corroen a la sociedad.

Una crisis con raíces profundas

Estos procesos convulsos no podrían explicarse sin mencionar otros acontecimientos políticos que tuvieron lugar a finales del siglo XX. El colapso del estalinismo, la restauración del capitalismo en la URSS, el este de Europa y China, el derrumbe ideológico de la izquierda internacional (socialdemócratas y exestalinistas) y su acentuado giro hacia la derecha, las duras derrotas de la clase obrera en numerosos países… todo ello propulsó el avance del orden mundial de Washington y del neoliberalismo.

Pero esta situación favorable para la estabilidad capitalista experimentó un giro dramático con el nuevo siglo, especialmente tras la Gran Recesión de 2008. El ascenso de la lucha de clases, inaugurado en Latinoamérica (la revolución bolivariana), seguido por el estallido de la Primavera Árabe, el movimiento de los indignados en el Estado español, la crisis revolucionaria en Grecia…  provocó nuevos reagrupamientos políticos y la emergencia de una nueva izquierda que llegó a tener la llave para una transformación radical. Sin embargo, todas las oportunidades brindadas a Syriza, Podemos, Die Linke, Corbyn, Sanders o Boric han sido desperdiciadas, generando una frustración política que pesa en los desarrollos actuales.

En efecto, las huelgas generales, las protestas multitudinarias, las insurrecciones y crisis revolucionarias no han dejado de sucederse desde 2008. Ni siquiera tenemos que retrotraernos a fechas lejanas. Si partimos de 2019, el año previo a la pandemia, la riada ha sido abundante: Chile, Bolivia, Ecuador, Colombia, Honduras, Sudán, Argelia, Líbano, Sudáfrica, Myanmar, Sri Lanka, Catalunya… Los estallidos no se circunscriben a países excoloniales, golpean también a los centros imperialistas.

Las condiciones objetivas para que estos procesos hacia la revolución pudieran resolverse positivamente existían. Lo hemos explicado en detalle en las numerosas declaraciones publicadas al respecto. Los ejemplos de Chile, Bolivia, Sri Lanka y Myanmar, donde la posibilidad de tomar el poder llegó más lejos —por el empuje de las masas y la parálisis de la clase dominante—, subrayan esta idea. Pero las condiciones objetivas favorables no son suficientes, pueden malograrse y transformarse a favor de la contrarrevolución. La ausencia del factor subjetivo, de un partido revolucionario con una base obrera de masas, de una dirección probada con un programa y tácticas acordes al ritmo de los acontecimientos, ha sido determinante para que estas oportunidades se perdieran.

El mundo ha cambiado mucho respecto a 2008. Que el poderío norteamericano muestra debilidades orgánicas y una gran fatiga es evidente. No se trata de una pérdida de influencia coyuntural, sino de un proceso mucho más profundo. Aunque la batalla por la hegemonía mundial ya sufrió dos grandes saltos durante la Gran Recesión de 2008 y la crisis de la Covid-19, la guerra de Ucrania y la masacre sin precedente en Gaza exponen la auténtica dimensión del conflicto entre los bloques imperialistas liderados por EEUU y China.

El dragón asiático se está convirtiendo en una superpotencia económica, tecnológica y militar, provocando una presión sin precedentes sobre la clase dominante estadounidense. Hemos analizado en detalle las características del auge chino y las particularidades de su régimen de capitalismo de Estado[1].Todavía algunos despistados que se autoproclaman “teóricos” marxistas desprecian estos hechos y los consideran minucias. Por el contrario, la clase dominante occidental está convencida de que lo que está en juego es muy serio.

La política exterior refleja las fortalezas y las debilidades internas de las naciones. La clase dominante norteamericana intenta mantener su apariencia de superpotencia hegemónica a pesar de su decadencia económica y social doméstica. La hiriente desigualdad, la aguda polarización política que se expresa en el giro hacia la extrema derecha del Partido Republicano y el crecimiento del apoyo a la izquierda entre amplias capas de la juventud así como en las movilizaciones de masas antirracistas y la oleada de huelgas ofensivas… son una muestra de la guerra de clases que se está desarrollando en el corazón del capitalismo occidental. Todo ello dificulta y debilita sus campañas militares en el exterior.

A diferencia de lo ocurrido anteriormente en los Balcanes y la primera guerra del Golfo en 1991, EEUU ha sufrido severas derrotas en Iraq, Siria y Afganistán. En agosto de 2021, la desbandada de los marines del aeropuerto de Kabul ante la llegada de los talibanes fue algo más que un revés militar. Simbolizaba el fin de una época y el comienzo de otra mucho más turbulenta para los intereses de Washington y sus aliados[2].

El imperialismo norteamericano, con Trump a la cabeza, tuvo que tragarse este sapo que mermaba su credibilidad. Quedaban muchos más, como el fracaso de su guerra comercial con China. Con un panorama tan incierto y desalentador, la clase dominante estadounidense reaccionó visceralmente. El presidente Joe Biden y la dirección del Partido Demócrata, voceros cualificados de sus amos, elevaron la apuesta: no retroceder, bajo ningún concepto, en sus espacios tradicionales de influencia.

Ucrania: guerra en Europa

Europa es uno de esos espacios clave y, por tanto, un objetivo irrenunciable para Washington: romper las relaciones económicas y políticas de China y Rusia con las principales naciones europeas, especialmente Alemania, y disciplinar a sus aliados era una precondición para contar con ellos en la más importante y encarnizada lucha interimperialista del siglo XXI. Ese era el objetivo de la guerra en Ucrania, el problema es que el desarrollo del conflicto se ha vuelto en su contrario y enviado un obús a la línea de flotación de la unidad trasatlántica.

En otras declaraciones hemos analizado los factores que han hecho posible la guerra en Ucrania, insistiendo en la responsabilidad de EEUU y la OTAN, y caracterizando su naturaleza imperialista[3]. Lo fundamental es que tras 19 meses de conflicto, los aliados occidentales sufren un revés aún mayor que el de Afganistán.

La resistencia del régimen de Putin a la batería de sanciones económicas, la fortaleza de su ejército y su industria de guerra frente a los inmensos recursos que la OTAN, EEUU y la UE han puesto al servicio de Zelenski, la ausencia de resistencia popular en los territorios del Donbás ocupados por Rusia y, un factor decisivo, el papel de China como valedora de las iniciativas del Kremlin, marcan una diferencia cualitativa con guerras anteriores.

La degeneración oportunista de grupos que se declaran trotskistas mientras se colocan bajo el paraguas otanista y prestan apoyo al régimen reaccionario de Kiev no necesita de mayores comentarios. Es una postura ajena al leninismo, aunque se camufle tras una falsa defensa del derecho de autodeterminación. Las comparaciones con la Revolución Española de 1936-1939 para justificar semejante capitulación son una ruptura con el marxismo revolucionario.

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Tras 19 meses de conflicto en Ucrania, los aliados occidentales sufren un revés aún mayor que el de Afganistán. El régimen de Putin ha resistido a la batería de sanciones económicas, con China jugando un papel decisivo de apoyo al Kremlin.

Por su parte, la izquierda estalinista alaba la política de Putin y la intervención del Ejército ruso, negando cualquier intención imperialista a esta acción. Es la otra cara de la moneda: hacer seguidismo de un bloque imperialista encabezado por una oligarquía burguesa que consolidó su poder gracias al derrumbe de la URSS y el saqueo de los recursos estatales. En las últimas décadas, estas fuerzas capitalistas junto al aparato del Estado y un poderoso complejo militar-industrial han consolidado un régimen bonapartista que alienta un rabioso nacionalismo gran ruso. El hecho de que durante la intervención en Ucrania hayan recurrido demagógicamente al término “desnazificar” para engañar mejor a la clase obrera no varía en absoluto la naturaleza de clase del régimen de Putin.

Rusia está muy lejos de ser una economía atrasada, es un país capitalista desarrollado en el que los grandes monopolios dominan las relaciones de producción. Un capitalismo monopolista de Estado. Las ansias expansionistas de la burguesía rusa derivan de esta base objetiva, y aunque la posición que ocupa en la jerarquía imperialista global sea inferior a la de EEUU y China ello no niega su carácter de potencia imperialista. No nos extenderemos sobre cuestiones teóricas que hemos tratado en profundidad[4].

Era inevitable que un acontecimiento de esta magnitud provocara un fuerte debate en la izquierda que se reclama revolucionaria. Que algunas organizaciones de masas como el Partido Comunista de Grecia (KKE) hayan mantenido una posición clasista e internacionalista, denunciado la guerra como imperialista, rompiendo con el enfoque frentepopulista y rechazando activamente la capitulación del PCFR de Guennadi Ziugánov y otros ante el imperialismo ruso y chino, es alentador.

En estos meses vertiginosos, los responsables de Washington y Bruselas han pasado de la euforia a la zozobra. En febrero de 2022, Biden escribía en twitter: “Como resultado de nuestras sanciones de las que no hay precedentes, el rublo ha quedado reducido a escombros”. También se jactó del aislamiento internacional del régimen de Putin y de que en poco tiempo celebrarían el triunfo de los ejércitos ucranianos en el campo de batalla.

Nada de esto ha ocurrido. Rusia consolida el control de un 20% del que fuera territorio ucraniano en el Donbás, con las provincias de Donetsk y Lugansk como punta de lanza, y ha rechazado la contraofensiva de primavera del ejército de Kiev. La estrategia diseñada por el Departamento de Estado norteamericano hace aguas. Rusia no está derrotada ni aislada, y las sanciones económicas no han conseguido torcer el brazo del régimen de Putin.

Los artículos periodísticos más serios son concluyentes: “Entre el 24 de febrero y el 15 de diciembre [de 2022], la Unión Europea ha impuesto 10.300 sanciones a Rusia. Ya va por el décimo paquete de sanciones. Las sanciones debían servir para que Rusia perdiera la guerra o, por lo menos, la guerra energética. La ministra de Exteriores alemana, Annalena Baerbock, afirmó que su propósito era ‘arruinar’ a Rusia, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dijo que el objetivo era ‘desmantelar, paso a paso, la capacidad industrial de Rusia’. Pero la economía rusa no se ha hundido. Sus ingresos por exportación de hidrocarburos han aumentado un 28% (…) La caja que sostiene la guerra de Moscú no se ha vaciado”[5].

El fracaso de las sanciones y del bloqueo comercial a Rusia ha sido colosal. En marzo de 2023 Rusia alcanzó su máximo nivel de exportaciones de petróleo en tres años, cuando sus envíos totales aumentaron en 600.000 barriles por día (bpd) hasta los 8,1 millones de bpd, el dato más alto desde abril de 2020, según el informe mensual de la Agencia Internacional de Energía (AIE)[6].

El comercio internacional con Rusia no se circunscribe solo a la energía. Su industria de guerra ha estado bien abastecida de tecnología occidental. Un extenso trabajo de investigación de una acreditada web lo confirma:

“Solo en los últimos seis meses, Rusia ha importado más de 502 millones de dólares en chips prohibidos de compañías occidentales que se utilizan para fabricar misiles y otras armas. Millones de dólares en máquinas importadas para la industria de defensa, al menos 171 millones de dólares en piezas de repuesto occidentales para la aviación civil y 389 millones en iPhones (…)

Nuestra investigación mostró que casi cualquier cosa se puede importar a Rusia desde cualquier parte del mundo, desde un chip de doble uso hasta un motor turborreactor para Airbus. Las empresas occidentales están involucradas en esquemas a través de terceros países, y las autoridades rusas están eludiendo con éxito las sanciones europeas y estadounidenses. (…) Según los cálculos de Verstka, las cuatro aerolíneas más grandes de Rusia, Aeroflot, S7, Pobeda y Rossiya, han importado piezas de aviones por valor de 47 millones, 35 millones, 13 millones y 15 millones respectivamente desde principios de este año. Casi todos los componentes son de fabricantes occidentales. (…)

China es el centro clave de Rusia para recibir bienes sancionados. Los suministros de China en su conjunto proporcionan una gran cantidad de una variedad de necesidades de Rusia, no solo militares. Incluso a través de la reexportación de bienes sancionados desde los Estados Unidos y Europa. En el ejemplo de China, se entiende bien cómo funciona esto”[7].

Algunas instituciones como el FMI o el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo pronosticaron un colapso de la economía rusa en 2022 de entre un 8,5% y un 10%, que la inflación crecería un 24% y el desempleo un 9,3%. Pero la realidad resultó muy diferente: la economía solo retrocedió un 2,1%, la tasa de desempleo fue del 3,9% y la inflación se mantuvo en el 12,5%. En otros registros los datos fueron incluso mejores: la tasa de inversión respecto al PIB fue de un excelente 22,7% en 2022 y la tasa de ahorro nacional bruto respecto al PIB ascendió del 29,90% en 2021 al 33% en 2022.

En definitiva, Rusia ha logrado evitar la desestabilización macroeconómica y financiera, ha minimizado las pérdidas y ha conservado recursos fundamentales para continuar la guerra. Sin embargo, el PIB de Ucrania retrocedió en 2022 un 30,4% y las perspectivas para este año son igual de negativas.

Estas cifras desnudan la incapacidad de Washington y Bruselas para imponer sus condiciones en el mercado mundial, ya no pueden emitir un diktat de obligado cumplimiento. Este hecho merece una reflexión en profundidad. ¿Cuál es la razón de este cambio? Obviamente la respuesta está en el ascenso de China como potencia imperialista de primer orden y en su capacidad para intervenir en los mercados mundiales e influir sobre el comercio internacional.

Es evidente que sin el consentimiento del Gobierno de Xi Jinping el Kremlin no se habría lanzado a esta guerra y, actualmente, tampoco hay duda de que Beijing es clave para el esfuerzo militar ruso como vía para abastecer a Moscú de todo lo que necesite.

El imperialismo chino estaba muy bien informado y ha jugado sus bazas durante todo el conflicto para atraer a numerosos países a su campo de influencia. En sentido contrario, EEUU es visto como una fuente de inestabilidad y caos, percepción que se ha acentuado para muchos de sus otrora fieles aliados.

Turquía, India y Arabia Saudí, por citar algunos ejemplos relevantes, han oscilado hacia el adversario. Las relaciones comerciales de estos países con China y Rusia se han disparado exponencialmente en estos dos años. Rusia ya es el principal proveedor de petróleo de India, superando a Iraq y Arabia Saudí. Este último país se ha convertido en un socio económico muy activo para China. Riad ha incrementado con fuerza su comercio con Beijing, ya exporta el 25% de su petróleo a China (datos de 2022) y, el pasado diciembre, ambos países acordaron elevar sus relaciones a la categoría de asociación estratégica, realizando una parte sustancial de su intercambio en yuanes. El viejo aliado de EEUU en el Golfo Pérsico también ha rechazado tan amable como contundentemente la exigencia de Biden de que la OPEP incrementara su producción.

Otra cuestión significativa: la burguesía occidental ha sido incapaz de generar una movilización de masas a favor de su agenda imperialista. La idea de que Zelenski lucha a favor de la democracia y la liberación nacional de Ucrania es ampliamente cuestionada: sus vínculos con organizaciones fascistas y su implicación con el nacionalismo supremacista ucraniano y en las masacres de la clase trabajadora de la región del Donbás es tan evidente que los esfuerzos por blanquear su imagen siguen sin calar.

Pero el efecto más inmediato en los países cercanos al conflicto ha sido debilitar a los partidos socialdemócratas y de la derecha conservadora que apoyan la guerra e incrementar el apoyo electoral de formaciones de extrema derecha o nacionalistas populistas. Es el caso en Alemania, Hungría, Finlandia, Suecia, Noruega, Chequia y Eslovaquia, donde estas formaciones agitan con el fin de las sanciones económicas contra Rusia y abandonar la agenda de Biden.

cTodos rezaban para que la contraofensiva militar de “primavera” provocara un cambio en la dinámica. Pero el resultado ha sido un fracaso estrepitoso. El Pentágono insistió en un solo ataque hacia el sur, sin importar el número de bajas, lo que provocó un choque con Kiev que se resume en las palabras que el comandante en jefe ucraniano, Zaluzhny, dedicó a los estadounidenses: “No comprenden la naturaleza de este conflicto. Esto no es contrainsurgencia. Esto es Kursk”.

Diversos informes hablan de entre 150.000 y 225.000 soldados muertos del bando ucraniano desde que comenzó la guerra, por menos de 100.000 soldados rusos[8]. Según la prensa norteamericana, más de 50.000 soldados ucranianos han sufrido horribles amputaciones, asemejándose en número a las sufridas por los combatientes de Alemania o Francia en la IGM.

Los efectos de esta carnicería han minado la popularidad del Gobierno Zelenski. Las enormes dificultades para cumplir los objetivos de reclutamiento, las deserciones masivas, incluso las manifestaciones de familiares que reclaman los cuerpos de sus hijos, sobrinos y nietos, son un síntoma inquietante.

A su vez, el despilfarro económico adquiere dimensiones escandalosas. El Instituto para la Economía Global de Kiel ha estimado que el total de la ayuda recibida por Kiev en los primeros 15 meses de la guerra ascendía a 165.000 millones de euros, en torno al 100% del PIB de Ucrania. Sin las ayudas del imperialismo occidental Ucrania habría colapsado: según el observatorio Bruegel, los ingresos públicos retrocedieron un 29,1% interanual en junio, pero gracias a las ayudas de EEUU y la UE la reducción final fue solo del 2,6%.

Tal como sucedió en Iraq y Afganistán, este chorro de miles de millones de dólares ha engordado unas redes de corrupción descontroladas. Los jóvenes mueren por decenas de miles en los campos de batalla, mientras la oligarquía ucraniana y la mafia de traficantes, comisionistas e intermediarios se hacen de oro. Esto ha llevado a los amos occidentales a exigir un poco de estética. Las destituciones y dimisiones salpican toda la cadena de mando militar y la propia estructura gubernamental.

No se puede descartar que el Gobierno ucraniano colapse presa de sus contradicciones internas y del menguante apoyo popular. Es un hecho que la contraofensiva se ha frenado porque las cifras de bajas han hundido la moral de las tropas. Las noticias de motines se han sucedido durante semanas.

Las conquistas territoriales del Ejército ruso se han consolidado. Si se leen atentamente los informes de los especialistas militares más honestos del bando occidental, se entiende mejor lo que está pasando. Según el Jefe del Estado Mayor estadounidense, el general Mark Milley, Ucrania ha conseguido ya lo que podía militarmente, más no es posible.

La situación es tan negativa que las voces para liquidar el apoyo estadounidense a Ucrania se multiplican en todo el espectro político: editoriales de The New York Times y The Washington Post se suman a las declaraciones públicas de altos funcionarios del Pentágono, a las del expresidente George Bush y a las de Trump y los congresistas republicanos para exigir que cese la ayuda a Ucrania y se establezca una hoja de ruta para un acuerdo de paz.

Las divisiones son de tal envergadura que el Gobierno de Biden se mostró incapaz de organizar una sesión conjunta con Zelenski en el Capitolio coincidiendo con su visita a la reunión anual de la ONU, y un sector de los republicanos ha bloqueado un nuevo paquete de ayuda de 24.000 millones de dólares.

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La resolución del problema nacional en Ucrania, igual que en Palestina, nunca vendrá de alianzas con poderes imperialistas, sean del signo que sean. La única salida es la lucha independiente de los oprimidos con un programa de clase e internacionalista. 

Hay más factores que complican las perspectivas. EEUU ha vaciado sus arsenales y su capacidad de producción no es suficiente para mantener la intensidad de los combates. Europa lleva más de un año intentando ponerse de acuerdo para incrementar su producción de municiones. En ambos casos un problema fundamental es que la propia industria militar privada no se fía de que les garanticen sus beneficios y rechaza los “contratos de urgencia”, pretendiendo negociar acuerdos a largo plazo con inversiones a 10 años vista como mínimo. La guerra es, ante todo, un negocio.

Si valoramos la evolución del conflicto en términos estrictamente militares, que obviamente deben ser completados con los factores económicos, políticos y geoestratégicos, en el Kremlin pueden esbozar una sonrisa. Según publicaba hace pocas semanas The New York Times, Rusia produce más misiles, tanques, blindados y municiones que antes de la guerra.

Desde el punto de vista político, Putin ha resuelto satisfactoriamente el motín de Prigozhin[9]. Los análisis lunáticos que predecían una “guerra civil inminente” en Rusia prueban la dimensión de las mentiras y la intoxicación de la propaganda occidental. Wagner está definitivamente bajo el control directo del Estado ruso, y el mensaje que se ha enviado a la oligarquía es claro: quien intente desafiar la estrategia general pagará las consecuencias. El régimen bonapartista se ha reforzado. Y todo ello, con una popularidad de Putin altísima: más del 80%, según la encuesta de finales de julio del centro independiente Levada.

A mediados de agosto, el jefe de gabinete del secretario general de la OTAN insinuó una posible salida con la cesión a Rusia de los territorios del este de Ucrania a cambio de la entrada de Kiev en la OTAN. Stoltenberg tuvo que calmar los ánimos después de que Zelenski considerara “inaceptable” la propuesta. Pero es evidente que la opción de una salida negociada responde a la opinión de un sector cada vez más influyente de la Administración estadounidense y los aliados europeos, especialmente en Alemania, que descartan la posibilidad de expulsar a Rusia del Donbás y de Crimea.

Muchos estrategas militares y políticos empiezan a coincidir en el objetivo de mantener el conflicto abierto pero congelado, algo similar a lo que ocurrió en la guerra de Corea en 1950. Esta propuesta está en la mesa desde principios de año. En enero pasado, Oleksii Danilov, secretario del Consejo de Seguridad Nacional de Ucrania, advirtió: “Se nos está ofreciendo la opción coreana. ‘Aquí hay unos ucranianos, aquí otros ucranios y aquí no hay ucranios’. Estoy convencido de que una de las opciones que nos ofrecerán es este paralelo 38”[10].

También el expresidente de Estados Unidos George W. Bush esgrimió la solución coreana ante la reunión anual del grupo Estrategia Europea de Yalta que se celebró en Kiev. “En un debate organizado el 8 de septiembre por la radio estadounidense NPR, destacados expertos apostaban por lo mismo. Carter Malkasian, exasesor del Estado Mayor estadounidense y director del departamento de análisis de defensa de la Escuela Naval de Postgrados, afirmó que ‘el modelo de armisticio coreano podría ser la mejor opción, aunque nada garantiza su éxito’…”[11].

Una solución de este tipo certificaría la derrota de Washington y Bruselas, acarrearía consecuencias negativas para el Partido Demócrata poco antes de las elecciones presidenciales del próximo año y supondría un serio revés para todos los partidos europeos que han apoyado la estrategia bélica de Biden.

Si finalmente la OTAN, EEUU y sus aliados empujan a Kiev a firmar un armisticio, el choque entre los bloques imperialistas no se suavizará. Por supuesto veremos a Putin hacer demagogia con la reconstrucción de Lugansk y Donetsk, e insuflar una nueva campaña de propaganda chovinista gran rusa. Pero el orden capitalista no se estabilizará ni estaremos más cerca de la paz mundial, y millones de ucranianos se verán sumidos en la pesadilla de una posguerra cargada de miseria. Nada que ver con un régimen de libertad. Este será el saldo macabro de la guerra imperialista en Ucrania.

El caos y la barbarie no dejarán de avanzar. La resolución del problema nacional en Ucrania, igual que en Palestina, nunca vendrá de alianzas con poderes imperialistas, sean del signo que sean. Solo la lucha independiente de los oprimidos con un programa de clase e internacionalista, enfrentando a las potencias que utilizan las aspiraciones legítimas a la autodeterminación en su propio provecho, puede crear una salida a este callejón.

La revolución socialista es la única opción realista para resolver la cuestión nacional ucraniana, derrocar al régimen reaccionario de Kiev y a los fascistas banderistas del Maidan. La revolución socialista es el único medio para acabar con el régimen imperialista de Moscú y enviar a Putin y su anticomunismo al basurero de la historia. Para eso hay que unir a los trabajadores de Ucrania y de Rusia, que tantos lazos han forjado en su historia, bajo una misma bandera de lucha: ¡El enemigo principal está en casa! ¡Proletarios de todos los países, uníos!

II. El infierno de Gaza

El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, dejó meridianamente clara la estrategia asesina de su Gobierno: “He ordenado un asedio completo de la Franja de Gaza. No habrá electricidad, no habrá comida, no habrá combustible. Nada entrará y nada saldrá. Estamos luchando contra animales y actuaremos de manera acorde”. Son las palabras de un fascista consumado apoyado incondicionalmente por Washington y Bruselas.

Los ataques de las milicias de Hamás durante el fin de semana del 7 y 8 de octubre han arrancado el foco de atención de Ucrania para trasladarlo a los territorios palestinos ocupados.

Una nueva masacre en Gaza y en los territorios palestinos ocupados está en marcha sin que ninguna potencia mueva un solo dedo para impedirlo. Tras la declaración del estado de guerra y la movilización de cientos de miles de reservistas, los duros bombardeos sobre la Franja ya han dejado miles de víctimas, muchas de ellas niñas y niños, miles de heridos y barrios enteros reducidos a escombros.

EEUU y la Unión Europea han dado su beneplácito a esta nueva carnicería. Ya sea Joe Biden y el Partido Demócrata estadounidense, Ursula von der Leyen, Macron, el primer ministro británico o el alemán… los representantes gubernamentales del imperialismo occidental han cerrado filas en apoyo a Netanyahu.

Todos hablan de ¡terrorismo! para calificar la incursión militar de Hamás, pero guardan un silencio repugnante ante el terrorismo de Estado sionista. Estos “demócratas” de Occidente, protagonistas de una larga historia de violencia colonial e imperialista, apoyan a un Gobierno integrado por organizaciones ultranacionalistas abiertamente fascistas que exigen borrar definitivamente a Gaza del mapa y una limpieza étnica contra los palestinos. No es ninguna casualidad que Netanyahu culpara del genocidio nazi no a Hitler, ¡sino a los árabes!, sin apenas despertar críticas entre sus aliados otanistas. Por eso no hay que engañarse por la propaganda occidental, las declaraciones sobre el derecho de Israel a defenderse son un llamamiento a masacrar a la población civil palestina.

El operativo de Hamás no surge de un cielo azul ni es inesperado. Décadas de opresión insoportable contra el pueblo palestino, que no ha dejado de agravarse en los últimos años y que se ha saldado con miles de muertos, es la responsable.

La escalada de provocaciones de los últimos meses, con un Gobierno cuya agenda la marcan los grupos ultranacionalistas más fanáticos, no ha cesado: acciones represivas en la mezquita de Al-Aqsa, símbolo de los palestinos en Jerusalén; asesinatos de civiles palestinos por parte de los grupos paramilitares de colonos que son protegidos por la policía y la justicia sionista; destrucción de casas y cosechas, expulsión de cientos de familias palestinas de sus hogares y expansión de las colonias sionistas; bombardeos a mezquitas, escuelas, hospitales y edificios de ONG; decenas de incursiones militares en Cisjordania y Gaza y casi 700 asesinados en lo que va de año, sin contar los muertos por los actuales bombardeos, los miles de presos y las torturas contra civiles inocentes. Este es el día a día del pueblo palestino.

Y a todo esto se suma la situación desesperada que se vive en la Franja, convertida en el mayor campo de concentración del mundo, en el gueto de Varsovia de los palestinos, con más de dos millones de personas hacinadas en la extrema pobreza fruto de una política genocida. Es imposible salir del territorio ni recibir comida, medicinas o cualquier recurso más que a cuenta gotas. Casi la mitad de su población condenada a una situación de hambre y miles de edificios destruidos, incluso hospitales bombardeados por Israel, que no pueden reconstruirse por la falta de materiales. Y ahora, un asedio militar y económico en toda regla que solo se puede calificar como crimen de guerra y de lesa humanidad.

En este contexto intentar igualar la resistencia palestina o las acciones de Hamás con la violencia del Estado de Israel es un auténtico fraude. Para miles de palestinos en Gaza, que no tienen ninguna perspectiva de futuro, que sufren el horror cotidiano, luchar es la única alternativa porque no tienen nada que perder.

Desde Izquierda Revolucionaria Internacional defendemos el derecho del pueblo palestino a combatir con todas sus fuerzas al Estado asesino y colonialista sionista, a movilizarse masivamente, a declarar la huelga general y, por supuesto, a la autodefensa armada. No somos equidistantes. La cuestión, como explicaremos, es bajo qué programa político se puede dar esta lucha para derrocar a la burguesía sionista y su aparato represivo y militarista. Es ahí donde la estrategia integrista y burguesa de Hamás y de las milicias islamistas se muestra, en última instancia, impotente.

Esta ofensiva de Hamás ha supuesto el mayor ataque en territorio israelí desde la Guerra del Yom Kipur hace justamente 50 años. Ha causado más de 1.200 muertos entre la población civil, en algunos casos por ejecuciones de cientos de jóvenes desarmados y de habitantes de kibutz, y, en menor medida, de militares israelíes.

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Una nueva masacre en Gaza y en los territorios palestinos ocupados está en marcha sin que ninguna potencia mueva un solo dedo para impedirlo. 

Como marxistas revolucionarios lamentamos las muertes de estos civiles. Pero el espectáculo de los líderes occidentales que lloran lágrimas de cocodrilo cuando muere un israelí mientras permanecen en la más absoluta frialdad ante la muerte de miles de subsaharianos y personas de otras partes del mundo que tratan de llegar a las costas de Europa o a territorio estadounidense, por no hablar de todas las guerras imperialistas que han impulsado durante décadas y que han causado millones de muertos, es despreciable. Ellos son el factor clave para que el Estado sionista siga ocupando impunemente los territorios palestinos.

Cuando se habla de matanza de civiles hablamos también del ADN del ejército israelí. Las imágenes de cientos de niños asesinados con disparos de bala en la cabeza, de hombres y mujeres torturados y después muertos a manos de los soldados pueblan las redes sociales. La inmensa mayoría de estos casos jamás han sido investigados ni por la justicia israelí ni por la justicia internacional. Los Gobiernos occidentales justifican estos crímenes y, cuando se ha señalado al terrorismo de Estado israelí rápidamente se ponen en marcha calumniosas campañas por “antisemitismo” contra quienes realizan las denuncias.

No podemos confundir la resistencia del pueblo palestino que libra una batalla desigual desde hace décadas con los métodos y las políticas de Hamás, una organización integrista con un programa religioso reaccionario, que en su momento fue financiada por el imperialismo estadounidense, igual que los talibanes, para contener a las fuerzas de izquierda que dominaban el movimiento de liberación nacional de Palestina. El Mosad y la CIA saben mucho sobre esto, pues han utilizado a Hamás en reiteradas ocasiones en el gran juego de Oriente Medio.

Numerosos analistas y medios de comunicación no dejan de señalar que nos encontramos ante un fracaso histórico de la inteligencia israelí, que, probablemente, es una de las mejores del mundo. ¿Es cierto? ¿De verdad el Mosad y la CIA, que mantienen agentes infiltrados en Hamás y la Yihad Islámica, no disponían de información sobre una operación de semejante envergadura? ¿Es posible que una de las fronteras más militarizadas del mundo, con una barrera de seguridad con tecnología punta capaz de detectar cualquier movimiento, no esté preparada para evitar un asalto de esta magnitud?

Afirmar que no sabían nada carece de credibilidad. La filtración de The New York Times del 30 de noviembre confirma plenamente lo que decimos: “Israel conocía el plan de ataque de Hamás hace más de un año. Los funcionarios israelíes lo descartaron como una aspiración e ignoraron advertencias específicas (…) Los funcionarios israelíes obtuvieron el plan de batalla de Hamás para el ataque terrorista del 7 de octubre más de un año antes de que ocurriera, según muestran documentos, correos electrónicos y entrevistas. Pero los funcionarios militares y de inteligencia israelíes descartaron el plan como una aspiración, considerándolo demasiado difícil de llevar a cabo para Hamás. El documento de aproximadamente 40 páginas, que las autoridades israelíes denominaron en código ‘Muro de Jericó’, describía, punto por punto, exactamente el tipo de invasión devastadora que provocó la muerte de unas 1.200 personas (…) El documento circuló ampliamente entre los líderes militares y de inteligencia israelíes, pero los expertos determinaron que un ataque de esa escala y ambición estaba más allá de las capacidades de Hamás”.

La única cuestión es que lo que The New York Times considera como un fracaso de la inteligencia israelí, no es un fracaso. Lo sabían perfectamente todo. Pero han dejado hacer porque políticamente interesaba a Netanyahu y a los objetivos supremacistas de su Gobierno para aniquilar a Hamás y dar un golpe como el que están dando en Gaza y conquistar Cisjordania. Ha venido como anillo al dedo a los intereses de la extrema derecha sionista. Provocaciones de este tipo, por muy increíbles que parezcan, abundan en la historia.

Por supuesto, Hamás ha buscado un momento propicio para lanzar su ofensiva. Israel lleva meses sumido en una grave crisis política y sacudido por manifestaciones de masas. El detonante ha sido la reforma judicial impulsada por Netanyahu, denunciada por la oposición porque acabará con la “independencia” del sistema de justicia. Una reforma hecha a medida para exculpar al jefe de Gobierno de los numerosos escándalos de corrupción que lo acosan[12]. La sociedad israelí está fracturada y existen importantes divisiones dentro de la clase dominante que se reflejan en las vacilaciones sobre la forma de intervenir en Gaza.

Netanyahu está construyendo un régimen totalitario apoyándose en los fanáticos ultranacionalistas que pretenden imponer un Estado parecido al Irán de los mulás en lo referido a la reglamentación social y la represión de las libertades. Quieren acabar con cualquier elemento de laicidad y retrotraer la sociedad al medievo. La situación ha llegado a tal punto que el presidente, un cargo puramente simbólico, advirtió hace unos meses sobre un serio peligro de guerra civil.

En julio de este año 10.000 reservistas firmaron una carta amenazando con negarse a ser desplazados a los territorios ocupados ante la deriva autoritaria del Gobierno. Una división creciente y tan peligrosa en el ejército que ha llevado a antiguos mandos militares, como el general Amiram Levin, a denunciar públicamente la ocupación de Cisjordania como “crímenes de guerra” similares a los practicados por la Alemania nazi[13]. Ahora, tras la incursión de Hamás, los reservistas ya están manifestando su apoyo al Gobierno, cerrándose por el momento las fracturas en el ejército. Por el momento.

La ofensiva de Hamás se ha convertido, independientemente de sus intenciones, en un medio para que Netanyahu recomponga temporalmente su maltrecha situación, llamando a la “unidad de la nación” para afrontar una guerra “larga y difícil”, y cuente con más margen para su política totalitaria y militarista. Su Gobierno tapará cualquier investigación sobre las supuestas fallas de seguridad de la inteligencia y el ejército. Gracias a la declaración del estado de guerra, que no se produjo en conflictos anteriores, se limitarán aún más los derechos democráticos evitando posibles manifestaciones y protestas internas.

A corto plazo se fortalecerán las tendencias más reaccionarias en el Gobierno y la sociedad. Sin embargo, la extrema polarización que recorre Israel y que tiene su base en su decadencia como potencia regional y la decrepitud de su capitalismo, que ha causado un incremento visible de la desigualdad y la pobreza, no desaparecerá.

Por otro lado, la posición fascista de los socios de Netanyahu que llaman abiertamente al exterminio de los palestinos, a entablar una batalla abierta en el Líbano contra Hezbolá y a ir a una guerra incluso contra Irán[14] seguirá siendo una fuente de inestabilidad para Israel y toda la región. De ahí que el principal dirigente de la oposición, Yair Lapid, haya condicionado su entrada a un Gobierno de unidad nacional a la ruptura de Netanyahu con sus socios más extremistas, hecho que no se ha producido hasta el momento. El escollo no ha sido que Lapid exija una política de diálogo con Palestina, sino garantizar una intervención militar igual de brutal pero que pueda limitarse a ciertos objetivos.

Mientras se redactan estas líneas ha sido aprobada una legislación especial para dotar de más armas a la población civil, es decir, principalmente a las milicias paramilitares de colonos, y en las redes sociales ya se pueden encontrar vídeos de los primeros pogromos contra árabes y palestinos.

Una dinámica hacia posiciones dictatoriales que fortalecerá aún más a los fundamentalistas sionistas y que tendrá en su punto de mira, en primer lugar, a la población árabe que vive dentro de Israel y, después, a los sectores laicos, a las mujeres o al propio movimiento obrero. Tras meses de movilizaciones de masas contra Netanyahu y la extrema derecha, que los pusieron contra las cuerdas, llega su oportunidad de vengarse.

Es imposible separar este conflicto de la lucha de clases en la región. Los palestinos no solo viven bajo la ocupación israelí: son la capa más explotada de la clase obrera. Alrededor de 150.000 palestinos de los territorios ocupados de Cisjordania y la Franja de Gaza trabajan en Israel y en los asentamientos de Cisjordania, proporcionando mano de obra vital en los sectores de la construcción, minería y agricultura, trabajando de 10 a 12 horas al día y sin ningún derecho, incluidos los niños. Construyen y mantienen los asentamientos que ocupan sus tierras, mientras que esos mismos trabajadores y sus familias viven en campos de refugiados.

El inicio de la actual operación militar ha hecho que muchos de ellos pierdan repentinamente sus permisos de trabajo y sean deportados sin previo aviso a Cisjordania. Habiendo perdido el acceso a esta mano de obra palestina, la burguesía israelí pretende ahora importar 100.000 trabajadores indios para sustituirlos. En la India, diez importantes sindicatos agrupados en la Plataforma Conjunta de Sindicatos Centrales y Federaciones Independientes han denunciado vehementemente este plan, tanto por tratar a los trabajadores indios como mercancías a exportar como por contribuir al genocidio del pueblo palestino, al que muestran su solidaridad. Esto subraya dos cosas: que el Estado sionista no puede existir sin la explotación de trabajadores de fuera de ese Estado, ya sean nativos o migrantes, y que la solidaridad internacional es una herramienta esencial en esta lucha.

Como ya están señalando diversos analistas[15], la ofensiva en Gaza también presenta serios problemas. Pero incluso tras una “victoria”, ¿cuál es el plan? ¿Mantener una ocupación militar de Gaza a un altísimo coste? ¿Matar a decenas de miles de palestinos y al resto echarlos al mar? ¿Tratar de reinstaurar en Gaza a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para que actúe como una fuerza colaboracionista, tal y como hace en Cisjordania? Nada de esto funcionará a medio plazo.

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La lucha revolucionaria con métodos de clase, y no el integrismo religioso, es lo que puede unir a las masas oprimidas de Palestina con las de Israel y socavar el apoyo a las ideas sionistas y reaccionarias entre el pueblo judío. 

La situación interna de Israel tiene poco que ver con las guerras e invasiones de Gaza en el pasado. Tanto es así que el apoyo al nuevo Gobierno de unidad nacional solo ha obtenido el voto favorable de 66 de los 120 diputados del Knéset (Parlamento israelí). En segundo lugar, según las encuestas aparecidas en la prensa israelí, más de la mitad de la opinión pública (56%) cree que el primer ministro Benjamín Netanyahu debería dimitir cuando terminen los combates. De las encuestas también se desprende que el 59% no confía en absoluto o solo un poco en el Gobierno para gestionar la guerra[16].

La masacre en el norte de Gaza se ha cobrado ya más de 20.000 muertos y el desplazamiento hacia el sur de un millón y medio de gazatíes que se hacinan en condiciones inhumanas, cercados por las enfermedades, el hambre y el frío, y privados de asistencia sanitaria y de suministros de cualquier tipo.

La imagen de esta carnicería genocida debe ser completada con la inacción y traición de los estados árabes a la causa palestina. Estos regímenes burgueses, comenzando por Egipto y Jordania, están completamente supeditados al imperialismo estadounidense y tienen múltiples y sólidos acuerdos con el Estado sionista. Todos sus esfuerzos los han dedicado a maniobrar para mantener a salvo estas alianzas y evitar un escalada militar en la región.

Esta también es la actitud de Irán y Líbano. Más allá de las declaraciones inflamadas de los líderes de Hezbolá, no quieren verse arrastrados a un conflicto militar de envergadura que podría atizar una enorme desestabilización interna en sus naciones. Una opinión que pesa mucho y comparten en Moscú y Beijing, cuyos representantes han hecho solemnes discursos en la ONU, pero no quieren una guerra de consecuencias insospechadas en una zona clave para sus intereses económicos y geoestratégicos imperialistas. Estos hechos alimentan la osadía del Gobierno ultraderechista de Tel Aviv, consciente del margen militar y político con el que cuenta para destruir Gaza.

Aprovechando la coyuntura, EEUU ha decidido mover sus portaviones al Mediterráneo a modo de advertencia contra cualquier muestra de apoyo a la causa palestina de los países de la zona. Los Gobiernos reaccionarios de Gran Bretaña y Francia se están empleando a fondo para reprimir las muestras de solidaridad. En Francia, tras todo tipo de gestos y declaraciones vomitivas de Macron respaldando a Netanyahu y el sionismo, se ha dado orden a la policía de prohibir manifestaciones pro Palestina, si bien miles ya están desafiando la represión. En Gran Bretaña, la exministra del Interior ordenó la prohibición de las banderas palestinas en las manifestaciones en medio de una orgía de propaganda prosionista.

También en Alemania la restricción de los derechos civiles y democráticos ha alcanzado un nuevo nivel: no solo se ha ilegalizado una organización de solidaridad con los presos palestinos, sino que se han aplicado medidas represivas draconianas contra los palestinos, empezando por la juventud tanto en institutos como en colegios, se han prohibido manifestaciones pro Palestina y solo se han permitido protestas en condiciones extremadamente estrictas.

Oriente Medio siempre ha concentrado el interés de EEUU por su relación con una mercancía tan esencial como el petróleo. Las guerras en Iraq, en Siria, en Afganistán, la crisis económica, social y política del Líbano y, por encima de ellos, el largo enfrentamiento con Irán y sus secuelas, como la guerra de Yemen, demuestran que esta zona es una prioridad para el imperialismo norteamericano.

Y, sin embargo, la situación ha sufrido una transformación notable en los últimos años precisamente con la emergencia del bloque ruso-chino. La derrota del Estado Islámico en Siria probó el músculo de las fuerzas militares rusas en el exterior (y de los mercenarios de Wagner). La guerra en el Kurdistán sirio ha enfrentado a EEUU con un aliado fiable como era Turquía, que ha llevado a cabo su particular agenda imperialista regional. Pero quizá el movimiento más audaz ha provenido de la diplomacia china, haciendo posible la reconciliación y el restablecimiento de relaciones entre Arabia Saudí e Irán.

Como parte de ese acuerdo negociado por China para reducir las tensiones con Irán y sus aliados regionales, Arabia Saudí acaba de promover la decisión de devolver al Gobierno de al-Assad el estatus de miembro de la Liga Árabe. Todo esto no es ninguna casualidad. El papel de China como “pacificador” es otra vertiente de su influencia mundial. Quiere jugar esa función en conflictos como los de Yemen y Sudán, y ya lo está intentando en la guerra de Ucrania.

Estas razones explican que EEUU mueva sus fichas con celeridad para oponer un muro a la expansión diplomática china. Sus planes de que Arabia Saudí reconozca al Estado de Israel iban en esta dirección. Pero lo cierto es que el régimen de Riad es todo menos un amigo confiable, como ha demostrado su posición en la guerra de Ucrania y su cierre de filas con Rusia al frente de la OPEP. Llegados a un punto tan crítico, EEUU está objetivamente interesado en una nueva ronda de desestabilización que frene a chinos y rusos en la región, refuerce a su aliado más firme, Israel, y obligue a agachar la cabeza a sus aliados europeos.

Gaza se ha convertido en el epicentro de la atención mundial. Esta nueva masacre teñida de genocidio, igual que la resolución de la cuestión nacional palestina, solo puede abordarse con éxito con una política revolucionaria de clase e internacionalista.

Plantear que la única opción viable para liberar Gaza y los territorios ocupados es estrictamente militar, como algunos en la izquierda creen tras la espectacularidad de la incursión de Hamás, es un error de bulto. A pesar de su enorme valentía, arrojo y capacidad de resistencia, el pueblo palestino no puede librar una lucha victoriosa contra la máquina de matar israelí en términos estrictamente militares. Necesita basarse en el movimiento de masas, en la solidaridad de clase y en una perspectiva revolucionaria internacional.

Conquistar el apoyo de la clase trabajadora y los movimientos sociales de Israel, que enfrentan también la amenaza del fascismo ultranacionalista, es decisivo para la victoria de la causa palestina. Así se ha visto estos meses y también anteriormente cuando estallaron fuertes movimientos de protesta en Israel y se fortalecieron las corrientes favorables a las aspiraciones del pueblo palestino. Tal como ocurrió en 2021 durante los bombardeos masivos sobre Gaza, fue la huelga general en Palestina e Israel lo que frenó en seco la escalada[17]. Y así también ocurrió durante la primera y segunda Intifadas.

La lucha revolucionaria con métodos de clase, y no el integrismo religioso, es lo que puede unir a las masas oprimidas de Palestina con las de Israel y socavar el apoyo a las ideas sionistas y reaccionarias entre el pueblo judío.

La acción de Hamás supone un golpe propagandístico en una situación de completa desesperación en Gaza. Un golpe que refuerza su influencia frente a Al-Fatah, que actúa desde hace años como el brazo ejecutor de la política colonialista de Israel en Cisjordania, donde también están perdiendo posiciones y la escasa influencia que les podía quedar. Este es el triste legado de la OLP y de los famosos Acuerdos de Oslo que desde numerosos sectores de la izquierda, incluso revolucionaria, se saludaron como el camino a seguir para resolver la cuestión palestina.

Sin embargo, más allá de este golpe propagandístico temporal, el integrismo religioso de Hamás no es ninguna alternativa, aunque se haya beneficiado en estos años de la política frentepopulista y de colaboración de clases de la izquierda estalinista, tanto palestina como árabe. Hamás es un instrumento de Teherán, de una dictadura teocrática que ha bañado en sangre los levantamientos populares de estos años. Hamás no tiene una política revolucionaria, ni de clase, ni internacionalista, sino religiosa y proburguesa.

En Gaza la dirección de Hamás se ha apoyado en un amplio sector de la burguesía compradora y comercial palestina, que hace buenos negocios con los capitalistas israelís. Su integrismo oscurantista repele a los sectores de izquierdas y combativos, tanto en Israel como internacionalmente. Una acción militar aislada, que plantea como enemigo a todo el pueblo de Israel sin ninguna diferenciación de clase, por mucha envergadura que tenga, se volverá en su contrario. No debilita al sionismo, lo fortalece dando oxígeno a los elementos más ultraderechistas.

La liberación nacional palestina no solo pasa por enfrentar al Gobierno asesino de Netanyahu, sino también a la burguesía palestina y árabe. La clase dominante árabe es cómplice de la ocupación y fue partidaria de los Acuerdos de Camp David y de Oslo. Y la Autoridad Nacional Palestina, heredera de la OLP de Yasir Arafat, es su apéndice. Han actuado bajo las directrices de Washington y Bruselas en numerosas ocasiones y como carceleros de su propio pueblo. La estrategia de los “dos Estados” diseñada por el imperialismo es una trampa cruel y ahora se ven sus resultados. El único Estado que existe es el sionista, y su supervivencia se basa en aniquilar o esclavizar al pueblo palestino.

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IR apoyamos incondicionalmente la lucha del pueblo palestino. Y lo hacemos con el programa y los métodos del marxismo. La libertad del pueblo palestino y la del pueblo israelí están unidas en la lucha común por la destrucción del Estado sionista y por el socialismo. 

Las movilizaciones de masas en apoyo al pueblo palestino y en contra del genocidio sionista se extienden por todo el mundo mientras escribimos este documento. Las capitales europeas y las principales ciudades estadounidenses son escenario de manifestaciones multitudinarias. En el mundo árabe, cientos de miles de trabajadores y jóvenes se están lanzando a la calle apoyando la causa palestina y desafiando la cobardía de sus gobernantes.

Los comunistas internacionalistas apoyamos incondicionalmente la lucha del pueblo palestino contra décadas de ocupación y exterminio. Y lo hacemos con el programa y los métodos de la revolución socialista. La libertad del pueblo palestino así como la libertad del pueblo israelí están unidas inseparablemente en una lucha común por la destrucción del Estado sionista y su maquinaria militar, y por la revolución socialista. Solo esto puede permitir la autodeterminación de todos los pueblos de la región y sentar las bases para una Federación Socialista de Oriente Medio. Esto incluye la expropiación de la burguesía colonialista de Israel y el derecho de retorno de todos los refugiados palestinos, que debe garantizarse efectivamente. Esta es la única opción realista para que las masas palestinas puedan vivir con dignidad y libertad.

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Notas:

[1]Bárbara Areal, Un Bonaparte para conquistar el mundo. El capitalismo chino y la lucha por la hegemonía.

[2]El imperialismo estadounidense derrotado de forma humillante en Afganistán. Los talibanes vuelven al poder.

[3] Para completar el análisis se pueden consultar los numerosos materiales que hemos escrito desde febrero de 2022 y los documentos del Congreso de Izquierda Revolucionaria Internacional de noviembre de 2021:

[4]Juan Ignacio Ramos y Víctor Taibo, La guerra imperialista en Ucrania: balance y perspectivas.

[5]Rafael Poch, La gran ceguera.

[6]La exportaciones de petróleo ruso alcanzaron su nivel máximo en tres años.

[7]Merece la pena leer al completo el informe en verstka.media.

[8]“La guerra siempre es un horror. Aunque las siguientes cifras deban tomarse con cautela, fuentes solventes estiman que los ucranianos han podido sufrir alrededor de 180.000-220.000 muertos y los rusos entre 30.000 y 40.000, proporción inversa a lo que cuentan los medios, pero congruente con la diferencia de volumen de fuego. De ser ciertos estos datos, Ucrania habría perdido tres cuerpos de ejército en un año y le quedaría un último cartucho, una fuerza “ofensiva” constituida por los pocos carros de combate occidentales (de muy distinto estado operativo) y las divisiones recompuestas por hombres entrenados por la OTAN en estos meses, pero sigue careciendo de apoyo aéreo y artillero digno de tal nombre” (Fernando del Pino Calvo-Sotelo, La lenta derrota de Ucrania.

[9]Carlos Rodríguez, Los mercenarios de Wagner se alzan contra Putin y salen derrotados. ¿Qué repercusiones tendrá para la guerra en Ucrania? 

[10]Ucrania teme que la guerra acabe en una división del país como en la península de Corea.

[11]Íbid.

[12]Carlos Rodríguez, Israel: Explosión social contra el Gobierno de extrema derecha de Netanyahu.

[13]Ex-IDF general likens military control of West Bank to Nazi Germany.

[14]Israeli Opposition Party Leader Lieberman: I’m Ready to Join Government if There’s a Commitment to Destroy Hamas.

[15]Four Bad Options Face Israel in the Gaza Strip.

[16]Encuesta: Más de la mitad cree que Netanyahu debería dimitir cuando terminen los combates.

[17]Miguel Ángel Domingo, Israel bombardea Gaza y las masas se levantan contra la ocupación. ¡Abajo el Estado capitalista sionista!


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