Las navidades de 1986 fueron días de actividad frenética. El pequeño local del Sindicato de Estudiantes en Madrid era un hervidero de reuniones con cientos de estudiantes organizando la acción.
La cuestión más importante, sin embargo, fue dar continuidad al movimiento y asegurar que la movilización siguiente fuera aún mayor que la del 17 de diciembre. Estaba claro que el gobierno, obcecado en su táctica dilatoria, sólo cedería si la lucha aumentaba y la presión sobre el Ministerio se hacía insoportable.
Para debatir sobre la táctica a adoptar, el 18 de enero se convocó una reunión de representantes de los Comités de Huelga provinciales en Madrid, a la que acudieron representantes de 38 provincias y se tomó una decisión trascendental: convocar una semana de movilizaciones entre el 19 y el 23 de enero que debería culminar con manifestaciones de masas el día 23.
Métodos revolucionarios frente a métodos ultraizquierdistas
y oportunistas
Las diferencias en cuanto al programa, la táctica y la estrategia que proponía el Sindicato de Estudiantes y las defendidas por la "Coordinadora" empezaban a presentarse con mucha más nitidez a los ojos de miles de estudiantes y activistas.
La Coordinadora no fue en ningún momento un organismo democrático y de coordinación de comités de huelga. Era un frente mal avenido de diferentes organizaciones que maniobraban entre ellas para obtener un protagonismo que los estudiantes no le reconocían. En cualquier caso, todo el mundo tiene derecho a dirigirse al movimiento con sus ideas y pelear porque su programa y la táctica que consideran más adecuada prevalezca. Pero es necesario utilizar un método honesto y los dirigentes de la Coordinadora eran unos experimentados maniobreros, que sustituían el debate de ideas por las calumnias y las mentiras.
Realmente era vergonzoso ver a militantes de esas organizaciones insistir, una y otra vez, en sus apariciones públicas que la lucha estudiantil era "apolítica". Tenían un afán enfermizo por desvincularse de la política, limitando exclusivamente el contenido de la movilización a aspectos educativos, marginándolos de los problemas generales de la clase obrera. Con este discurso era inevitable que conectaran con los sectores más atrasados del movimiento y, por supuesto, con los más pequeñoburgueses.
De la misma manera se oponían a la orientación que el SE planteaba hacia el movimiento obrero organizado. Como buenos ultraizquierdistas consideraban a las organizaciones obreras un bloque reaccionario, pues no sabían distinguir entre las direcciones reformistas y la base militante de los sindicatos.
Apelaban a la "democracia" del movimiento, al carácter "horizontal" y no jerárquico en la toma de decisiones. Pero estas baratijas ideológicas, que parecían parte de un programa más radical, escondían la mayor de las burocratadas. En la coordinadora no se elegían representantes de los centros, no había métodos de elección y revocabilidad, de tal manera que las decisiones se adoptaban en función de quién gritaba más o de qué grupo movilizaba a más individuos a las reuniones. Era típico de la coordinadora que en sus reuniones las batallas por el orden del día o por la mesa presidencial se prolongasen por horas.
También en lo referido a la táctica, los dirigentes de la coordinadora apelaban a la "democracia" del movimiento, esto es, a que cada coordinadora local o autonómica decidiera por su cuenta y "autónomamente" su calendario de acciones. De esta manera los prejuicios localistas predominaban en el esquema de lucha de estos "genios" y los intereses generales del movimiento se tenían que subordinar a aquellos. En la práctica, si esta táctica hubiese prevalecido habría conducido a la ruina de la movilización. La característica fundamental de las luchas del 86/87 fue que, por primera vez en su historia, el movimiento estudiantil golpeaba a la misma hora y el mismo día en todo el Estado. Esa fuerza tremenda fue decisiva para derrotar al Ministerio. Fragmentar al movimiento en decenas de acciones inconexas y aisladas era la mejor manera de aislarlo y propiciar su derrota a manos de sus poderosos enemigos. Al contrario, extender y unificar la lucha, mostrar la fuerza disciplinada de los estudiantes, era una de las claves para la victoria.
En las semanas siguientes, la Coordinadora se transformó en una plataforma de todas las organizaciones en lucha contra el SE y los marxistas. Era más importante combatirnos que organizar las movilizaciones. Era curioso observar como en la coordinadora convivían desde pequeños grupos anarquistas, pasando por sectas autodenominadas "marxistas-leninistas", "trotskistas", hasta las Juventudes Socialistas. Esta última organización, o mejor dicho la dirección del PSOE, era muy consciente de que la coordinadora, por su carácter y contenido, ofrecía una oportunidad de oro para sabotear la lucha. Por esta razón el gobierno decidió enviar a sus reuniones a todos sus "representantes" en el movimiento estudiantil, los miembros de las JJSS dirigidos por Javier de Paz y David Balsa. Y ocurrió algo inevitable. En una de las reuniones de la Coordinadora en el mes de enero de 1987, las JJSS hicieron un despliegue de fuerzas, movilizando en autobuses a militantes de todo el país y coparon la reunión, eligiendo como portavoz a David Balsa. En base a esta maniobra pretendían dinamitar la coordinadora desde dentro y transformarla en un instrumento afín al gobierno. Claro está que esta sucia estratagema fue denunciada por el otro sector pero, al fin y al cabo, ellos mismos se habían convertido en víctimas de los métodos y la política que con tanto ahínco habían defendido desde el primer momento.
El Sindicato de Estudiantes resistió todas estas maniobras y presiones apelando a las asambleas generales de estudiantes donde siempre defendimos consecuentemente nuestras ideas revolucionarias. Tuvimos que soportar todo tipo de calumnias. Una de ellas, la que más prevaleció en el tiempo, y que fue extendida por todos los grupos y organizaciones que nos combatieron, incluyendo a los responsables en aquel momento de la izquierda abertzale, fue que el Sindicato de Estudiantes era en realidad un "montaje del PSOE". Incluso hoy se pueden leer patéticos artículos en algunas páginas web insistiendo en esta misma idea. En realidad se trataba de una calumnia que no tuvo ningún eco entre la juventud, pues tan sólo gente que actúa de mala fe, carece de argumentos políticos y está al margen de la lucha real, se puede creer que el gobierno del PSOE se autoorganizase una movilización de masas que se prolongó durante tres meses y les obligó a realizar concesiones que en ningún caso habían contemplado. Los cuadros del SE nunca ocultaron sus ideas: eran marxistas revolucionarios y demostraron, en la arena de la lucha de masas, que esto era algo más que una etiqueta.
La movilización del 23
de enero. El gobierno recurre a la represión
Rubalcaba y los estrategas del Ministerio de Educación, como políticos reformistas experimentados, hicieron todo lo posible por aislar al SE y cercarlo en las negociaciones por un cordón de organizaciones afines. Después del 17 de diciembre abrieron la negociación con el SE, pero incluyeron en las reuniones a otros: La Confederación Española de Asociaciones de Estudiantes (CEAE), organización fantasma sin ninguna presencia en los centros y vinculada estrechamente al aparato de las JJSS. Y junto a la CEAE, la Coordinadora, a la que no tardaron en escindir colocando a sus muchachos al frente de la misma.
En cualquier caso, los representantes del Sindicato de Estudiantes éramos absolutamente conscientes de que no conseguiríamos en la mesa de negociación lo que no hubiéramos sido capaces de conquistar en la calle a través de la movilización. A diferencia de los reformistas, sólo confiábamos en la voluntad de lucha de los estudiantes y todos nuestros esfuerzos se dirigieron a fortalecerla, extenderla hasta el último rincón y vincularla a la clase obrera. Lo demás vendría por añadidura. Si éramos capaces de generar un movimiento masivo, romperíamos la resistencia del gobierno.
La semana de movilizaciones fue un éxito rotundo. El 23 de enero de 1987, después de tres días de acciones en las que participaron decenas de miles de estudiantes, la huelga volvió a ser unánime. De nuevo más de tres millones de estudiantes paralizaron por completo los institutos y numerosas facultades. Las manifestaciones fueron masivas, más amplias que las del día 17 de diciembre, con nuevas capas participando.
Pero en esta ocasión, el gobierno intentó romper el movimiento recurriendo a la represión policial. Pensaban que de esta manera aterrarían a la joven generación e introducirían una cuña entre los estudiantes y los trabajadores. Esta actitud sucia y reaccionaria no doblegó al movimiento, al contrario, lo radicalizó y le proporcionó nuevas fuerzas.
En la manifestación de Madrid una masa compacta de más de 200.000 estudiantes desfiló desde Legazpi hasta la calle Alcalá, pasando por la Glorieta de Atocha y la Plaza de Cibeles. La imagen era impresionante. A la altura de Cibeles, el servicio de orden, integrado por más de 2.000 estudiantes, decidió parar la manifestación. En ese momento un grupo numeroso de jóvenes se estaba enfrentando a la policía en las inmediaciones de la sede del Ministerio de Educación donde debía concluir la manifestación. ¿Quiénes eran estos jóvenes?
Una parte considerable eran individuos procedentes del lumpen, organizados en torno a los grupos fascistas de los equipos de fútbol, mezclados con otros elementos marginales de los barrios de Madrid. Es cierto que también había estudiantes que consideraban un deber moral enfrentarse a cualquier precio con la policía, demostrando así su valor "revolucionario". En cualquier caso, estos sectores hacían el juego al gobierno y a los medios de comunicación de la burguesía, que pretendían presentar al movimiento estudiantil, y a la juventud en general, como una panda de degenerados, holgazanes y pendencieros, interesados tan sólo en la violencia.
Desde el SE combatimos el papel pernicioso de estos sectores que sólo pretendían desmoralizar y disgregar la lucha ejemplar de millones de estudiantes. No tenían ningún interés en la movilización, tan sólo demostrar su impotencia a través de actos de destrucción gratuitos. Los medios de comunicación no perdieron el tiempo y elevaron a algunos de estos lúmpenes a la categoría de héroes "antisistema", como fue el caso del yonqui más famoso de la historia: el cojo Manteca. De esta forma desviaban la atención de los hechos realmente importantes, la movilización de tres millones de jóvenes, y lo ocultaban tras la farsa de la "violencia" juvenil.
La actuación del lumpen tenía otras consecuencias aún más negativas. Daba la excusa perfecta a la policía, dirigida por el nefasto ministro del Interior, José Barrionuevo, para lanzar una represión indiscriminada contra el movimiento.
Ante la algarada montada en la calle Alcalá, nuestro servicio de orden se adelantó para interponerse y proteger la manifestación. En ese momento decenas de antidisturbios cargaron contra el servicio de orden, que resistió valerosamente la embestida defendiéndose con lo que tenía a su alcance. Las fuerzas policiales utilizaron todo su armamento, porras, pelotas de goma, el carro de agua y mucho peor, armas de fuego que dispararon contra los estudiantes. En medio de una batalla frontal contra la manifestación, un grupo de policías quedo aislado y dispararon hiriendo en el glúteo a la estudiante María Luisa Prada. Las escenas de pánico se sucedían en medio de una batalla campal y cargas brutales de los antidisturbios.
Por fortuna, la acción criminal de la policía no acabó con la vida de María Luisa. Inmediatamente la reacción del SE fue clara y contundente: no sólo exigimos la dimisión de Barrionuevo, sino que denunciamos públicamente a la policía y organizamos una huelga general contra la represión el lunes 26 de enero en todo el país, que fue secundada por cientos de miles de estudiantes.
La lucha entra en una fase crucial. Las movilizaciones
de febrero
Después de las movilizaciones de enero, el diario El País, que se caracterizaba por sus ataques al SE y su interés en desprestigiar la lucha, publicó una encuesta significativa: una inmensa mayoría de los consultados apoyaban a los estudiantes frente a los que respaldaban al gobierno. Era su forma de advertir a Felipe González de la necesidad de buscar una salida.
Mientras tanto, los comités de huelga continuaban su actividad. Una de las páginas más sobresalientes de aquellos meses fue la fusión del movimiento estudiantil con la clase obrera. En numerosas fábricas fuimos recibidos con los brazos abiertos por miles de obreros y sindicalistas que nos permitieron hablar en el tiempo del bocadillo o bien organizaban asambleas después de la jornada de trabajo. En poco menos de tres meses recogimos cerca de ¡10 millones de pesetas! de apoyo del movimiento obrero en colectas públicas. Así fue capaz el movimiento estudiantil y el Sindicato de Estudiantes de financiar la lucha, retomando las mejores tradiciones de la clase obrera.
En esas circunstancias el SE decidió dar un golpe decisivo. En el comité estatal de huelga celebrado a principios de febrero se decidió la táctica a seguir: convocar una semana de lucha del 9 al 13 de febrero, con manifestaciones unitarias junto a los trabajadores el día 11 por la tarde y una gran marcha a Madrid el día 13. El órdago era a la grande.
Todos los comités de huelga se dispusieron a un trabajo intenso de propaganda, agitación y organización. Contábamos a nuestro favor con el apoyo de la población y el desgaste del gobierno, y en contra, con el cansancio de un sector del movimiento que empezaba a tener dudas en un triunfo claro.
La semana de lucha nos volvió a sorprender a todos. El movimiento sacaba energías de reserva y nuevas capas se incorporaban elevando la moral de los activistas más "veteranos". En ese momento el sindicato aparecía ya como la dirección indiscutible del movimiento estudiantil, mientras la coordinadora se descomponía en múltiples querellas internas.
Las manifestaciones unitarias del día 11 fueron un éxito. A pesar de la pasividad de muchas direcciones provinciales de CCOO y UGT, y de que aquel día fue lluvioso en todo el Estado, decenas de miles de estudiantes y miles de trabajadores ocuparon las calles. En Madrid más de 20.000 desfilaron bajo un aguacero lanzando un grito ensordecedor: "Obreros y estudiantes unidos adelante". El movimiento consiguió su objetivo pero lo mejor estaba por llegar.
El 13 de febrero por la mañana, horas antes de la marcha estatal, CCOO había convocado una reunión de delegados en el salón de actos de su local de Madrid en la calle Lope de Vega. A la cita acudieron cerca de 3.000 delegados para escuchar a Marcelino Camacho y Agustín Moreno. Pero también había otros invitados. Los dirigentes de CCOO presentaron a un representante de la Coordinadora y a otro del Sindicato de Estudiantes. Cuando el compañero del sindicato se dirigió a la asamblea una ovación estruendosa, con todos los asistentes en pie, elevó la temperatura de la sala confiriendo una gran emoción al momento. Las primeras palabras del portavoz del SE fueron claras: "la lucha de la juventud estudiantil de los barrios obreros es una lucha de clase y forma parte de otra más amplia, del combate de los trabajadores por su liberación y por la transformación socialista de la sociedad". El salón de actos se vino abajo. El discurso fue interrumpido en más de seis ocasiones, y se podían apreciar las lágrimas en los rostros de muchos trabajadores asistentes. Finalmente y ante el entusiasmo general, Marcelino Camacho invitó a dar por terminada la reunión y a que todos los asistentes se sumaran a la marcha estudiantil que iba a empezar minutos después. Y así, cerca de tres mil delegados obreros se integraron en aquella manifestación, emocionados de caminar junto a sus hijos en una cita que se convirtió, por derecho propio, en un acontecimiento histórico.
La marcha a Madrid fue gigantesca. Después de tres meses de movilizaciones, cerca de 200.000 estudiantes de todo el país desfilaban por el centro de la capital desafiando al gobierno. Las banderas de Euskal Herria, de Catalunya, de Galiza, de Andalucía, de Extremadura, de todas las zonas junto a las enseñas rojas del Sindicato de Estudiantes se confundían con los gritos de miles de gargantas. La movilización era de por sí un triunfo inapelable.
La Marcha a Madrid fue el golpe de gracia al gobierno, que pudo comprobar su aislamiento y el peligro de que el movimiento estudiantil confluyera en una huelga general con los trabajadores. En ese momento, el Ministerio de Educación capituló.
Una victoria histórica
A las pocas horas de finalizar la marcha sobre Madrid, el Ministerio llamó a una nueva reunión a los representantes del SE; esta vez su propuesta no se parecía en nada a las anteriores. Si bien es cierto que no contemplaba la retirada de la selectividad, uno de los puntos importantes de la plataforma reivindicativa, las concesiones que se presentaban eran claras y rotundas:
1.- 40.000 millones de pesetas adicionales al presupuesto educativo en curso para inversiones en los centros.
2.- La gratuidad de la Enseñanza Media, es decir, la supresión de las tasas académicas en este tramo educativo.
3.- Beca de tasas para garantizar la gratuidad de la matrícula universitaria a las familias obreras.
4.- Creación de 67.840 plazas escolares en enseñanza media con un coste de 30.000 millones de pesetas.
5.- Un incremento del 25% de las becas en 1987 y un 40% en 1988.
6.- Un incremento del 30% del dinero dedicado a los gastos corrientes de los institutos.
7.- Ninguna sanción a los estudiantes que habían participado en las luchas. Legalización de las organizaciones estudiantiles.
Después de tres meses de lucha, el movimiento estudiantil arrancaba una victoria sin precedentes al gobierno, victoria que tendría consecuencias inmediatas para el conjunto de la clase obrera, preparando el terreno para lo que un año más tarde sería la huelga general más importante de la historia del país, la huelga del 14 de diciembre de 1988.
En la rueda de prensa organizada en una de las salas del Ministerio, los representantes del Sindicato de Estudiantes se dirigieron a los informadores con las siguientes palabras: "Esta es una victoria histórica y el resultado de una lucha larga y ejemplar. Hemos ganado la mayoría de nuestras reivindicaciones y ahora es el momento de consolidar nuestras conquistas, volver a clase y organizarnos y prepararnos para el próximo asalto, en que ganaremos todas las reivindicaciones que quedan pendientes. La lucha es larga y continúa. Pero hemos demostrado que nosotros, los estudiantes, somos gente consciente, que sabe como conducir una lucha de manera organizada. Hemos derrotado por KO al Ministerio en el primer asalto. De ahora en adelante nada volverá a ser igual en este país".
Veinte años después de aquella lucha histórica el Sindicato de Estudiantes se ha consolidado como la mayor organización de la juventud de todo el Estado, la que cuenta con más raíces en el movimiento y mayor capacidad de movilización. Desde entonces el SE ha estado presente en todos los grandes y pequeños acontecimientos de la lucha de clases de nuestro país, mostrando siempre la necesidad de la movilización sobre la base de una política de clase independiente y desplegando constantemente su solidaridad internacionalista con los oprimidos de todo el mundo. Veinte años que no son más que un trabajo preparatorio para los grandes acontecimientos del actual periodo histórico, en los que el SE ocupará un lugar de honor en la vanguardia de la lucha por el socialismo internacional.