[Último artículo escrito por Karl Liebknecht antes de su asesinato]

 

¡Asalto general contra "Spartakus"! ¡Muerte a los espartaquistas! ¡Atrapadlos, golpeadlos, fusiladlos, pisoteadlos, hacedlos jirones!... En efecto, lo han conseguido, "Spartakus" ha sido aniquilado. ¡Y ahora vienen los gritos de alegría, desde el "Post" hasta el "Vorwaerts"!

¡"Spartakus" ha sido aniquilado! Los sables, los revólveres y los mosquetones de la vieja policía germánica, reconstituida mediante el desarme de los obreros revolucionarios tras la terminación de la guerra, han sido los que han sellado nuestra derrota. ¡"Spartakus" ha sido aniquilado! Bajo la guardia de las bayonetas del coronel Reinhardt, de las metralletas y de los lanzaminas del general Lüttwitz, tendrán lugar al fin las elecciones para la Asamblea Nacional... pero será el ple­biscito de Luis-Napoleón Ebert.

¡"Spartakus" ha sido aniquilado! Y es cierto. Los obreros revolucionarios de Berlín han sido aplastados. Cientos de los mejores de ellos han sido masacrados. Es cierto. Y un millar de entre los más fieles arrojados a los calabozos... En efecto, ahí están los vencidos: abandonados por los marineros, por los soldados, por los cuerpos de protección, por la milicia popular, por todos aquellos en cuya ayuda tan firmemente habían confiado.

Lo más importante, sin embargo, ha sido que su fuerza y su formidable impulso inicial ha sido frenado por la indecisión y la debilidad de sus jefes, de forma que tan solo así ha sido posible que la terrible marea de lodo de la contra-revolución haya arrastrado y ahogado a unos luchadores tan decididos.

En efecto, han sido derrotados. Habrá que pensar que su derrota era un mandamiento de la historia. La revolución no estaba madura. Los tiempos no eran los más apropiados... ¡Y a pesar de todo la lucha era in­evitable! Dejar a los Ernst, Hirsch y demás consortes la posibilidad de retomar la Prefectura de policía, convertida en una especie de palladium de la revolución, hubiera sido la verdadera derrota y el indiscutible deshonor. La lucha le fue impuesta al proletariado por toda la camarilla de Ebert, y las masas berlinesas se levantaron entonces, con un espontáneo rugido, abatiendo toda clase de dudas e incertidumbres.

En efecto, los obreros revolucionarios de Berlín han sido aplastados, y los Ebert-Scheidemann-Noske han resultado victoriosos. Se han alzado con la victoria porque los generales, la burocracia, los señores de las chimeneas y de los bancales de lechugas, los clérigos, los sacos de dinero y todo lo que es asmático, limitado y retrógrado, les han ayudado apoyándose en las bombas de gas, las metralletas y las granadas.

¡Pero hay victorias que son derrotas y derrotas que son victorias! Los vencidos de la semana sangrienta de este enero han combatido gloriosamente. Han luchado por una gran causa, por los objetivos más nobles para una humanidad sufriente, por la liberación material y espiritual de las masas esclavizadas. Han vertido su sangre por una tarea sagrada y por ello su sangre es también sagrada. De cada gota de esa sangre nacerán los vengadores de los que han caído ahora. De cada fibra aplastada surgirán nuevos combatientes, porque su causa es eterna e imperecedera como el mismo firmamento.

Los vencidos de hoy serán los vencedores de mañana, puesto que la derrota es su mejor enseñanza. El pro­letariado alemán está falto aún de la necesaria experiencia y de una tradición revolucionaria. Y tan solo a fuerza de tener su calvario, de aprender a costa de caídas y errores juveniles, de sufrir en su carne el dolor de los fracasos, podrá al fin adquirir la formación práctica que le garantice la victoria final.

Para las fuerzas primitivas de la revolución, elementales y en su natural desarrollo, la derrota debe significar ante todo una cosa: el estimulo. Porque, de derrota en derrota, su camino acabara por llevarlas al éxito.

... Y de los vencedores de hoy, ¿qué decir? ¿Qué decir que no sea calificarlos como un informe amasijo sangriento arrastrándose en favor de una causa sin nombre? ¡Son los enemigos mortales del proletariado! Miradlos bien, porque basta con mirarlos, para comprender que, hoy ya, son los prisioneros de sus propias víctimas. La social-democracia presta aún su nombre a la firma del Santo Imperio romano-germánico, pero su plazo no es más que el cuarto de hora escaso de gracia que se le concede al condenado. Los traidores están ya de hecho en la picota de la historia. El mundo no ha conocido jamás a unos Judas semejantes, pues no se han conformado con vender una causa sagrada, sino que han clavado la cruz con sus propias manos. Lo mismo que la social-democracia oficial en agosto de 1914, esta de aho­ra, mucho más vergonzante, ofrece la misma imagen execrable. La burguesía francesa, para encontrar a sus verdugos en junio de 1848 y en mayo de 1871 debió buscarlos entre sus propias filas. La burguesía alemana no ha tenido necesidad ni siquiera de esto, porque los mismos social-demócratas se han ofrecido para realizar tan sucio, despreciable y sangriento trabajo. Los Cavaignac y los Gallifet están personificados hoy en Noske, que se sobrenombra a sí mismo como "el obrero alemán". El sonido de las campanas llama a la masacre. Con música y pañuelos agitados, los capitalistas salvados del "terror bolchevique" festejan aún a la soldadesca providencial. La pólvora humea aún y el fuego del asesinato de los trabajadores se incuba sobre la ceniza. Los pro­letarios caídos se remueven aún donde han caído y los heridos todavía sangran por sus heridas... Pero ellos no piensan más que en hacer desfilar a los batallones asesinos, mientras que los señores Ebert, Scheidemann y Noske se exhiben inflados por un orgullo falsamente victorioso.

Entre tanto, el proletariado de todo el mundo se dis­pone a rechazar las manos que los vencedores pretenden tender a la Internacional, unas manos impregnadas aún con la sangre de los obreros alemanes... Contaminados, excluidos de toda humanidad decente, arrojados a golpes de látigo de la Internacional, odiados y malditos por todos los trabajadores: tal es el destino de nuestros ven­cedores.

Alemania entera ha sido sumida en la vergüenza más absoluta... por ellos. ¡Los traidores de sus hermanos gobiernan hoy al pueblo alemán! ¡Unos asesinos fraticidas erigidos en gobernantes! Es evidente que su gloria no puede durar mucho. ¡Apenas si un cuarto de hora de gracia! Porque su reino acabará por encender de nuevo en los corazones la llama de la revolución. En efecto, la revolución del proletariado que ellos han pensado sofocar con la sangre, se alzará por encima de sus cabezas... como un gigante demoledor. Y su primera consigna será la siguiente: "!Abajo los asesinos de obre­ros Ebert-Scheidemann-Noske!"

Los vencidos de hoy saben algo que no sabían. Están curados de falsas ilusiones. Hoy saben que no cabe confiar en el apoyo de nadie, salvo en sus propias fuerzas, Ni siquiera deberán confiar en los jefes, posiblemente impotentes o incapaces. Los vencidos de hoy están curados de toda fe centralizadora, de toda creencia en la sabiduría del partido, sobre todo si este se autotitula de "independiente". Los revolucionarios han aprendido que, tan solo confiando en ellos mismos, podrán librar las batallas futuras, consiguiendo por ellos y para ellos las victorias del porvenir. La palabra si­guiente a la emancipación de la clase obrera no puede ser otra más que la obra de la propia clase obrera. Es el derecho que se habrá ganado a lo largo de numerosas experiencias como la de la última semana. Y entonces hasta los soldados, engañados y ofuscados, reconocerán rápidamente el juego que se ha estado jugando con ellos, lo cual ocurrirá cuando sientan abatirse de nuevo el lá­tigo del militarismo sobre ellos, despertando así de la borrachera que actualmente les aturde.

¡"Spartakus" ha sido aniquilado! Es cierto. Pero nosotros seguimos aquí. No hemos huido ni hemos muerto. Y aunque nos encadenen, seguiremos aquí, continuaremos estando aquí... hasta que consigamos alzarnos con la victoria que pretendemos. "Spartakus" significa fuego y espíritu, significa alma y corazón, significa voluntad y acción en favor de la revolución del proletariado. "Spartakus" significa toda la miseria actual y la natural aspiración a la felicidad, significa y encierra en sí toda la conciencia de clase del prole­tariado y toda su audacia para la lucha. "Spartakus" significa socialismo y revolución mundial.

El camino de Gólgota para la clase obrera no se ha terminado aún. Pero el día de la liberación esta cada vez más próximo. Será el día del juicio de los Ebert-Scheidemann-Noske y de todos los poderosos del capitalismo que hoy se ocultan tras ellos. Las olas de los acontecimientos se levantan hasta el cielo... y nosotros estamos ya acostumbrados a ser arrojados desde lo más alto a lo más profundo, pero también estamos habituados a la trayectoria inversa, lo que no evitará que nuestro navío siga inflexible su ruta hacia el destino que tiene marcado.

Que nosotros estemos o no entre los hombres, cuando dicha meta sea conquistada, es lo de menos, porque nuestro programa seguirá vivo para regir el mundo de la humanidad liberada... ¡A pesar de todo!

¡A pesar de todo! A pesar de todos los fracasos y derrotas previas, el ejército aparentemente adormecido de los proletarios se despertará como ante las trompetas del juicio final, y los cadáveres de todos los luchadores asesinados se pondrán de pie para pedir cuentas a los que sólo se merecen sus maldiciones. Hoy no se oye más que el rumor subterráneo del volcán, pero mañana estallará en erupción para sepultar a los actuales vencedores entre las cenizas abrasadoras y sus ríos de lava.

14 de enero de 1919


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