En julio de 1914 estallaba la Primera Guerra Mundial. Millones de hombres y mujeres vieron sacudidas dramáticamente sus vidas a lo largo de los más de cuatro años que duró esta carnicería imperialista. Pero la guerra, paralelamente al rastro de muerte y sufrimiento que deja tras sí, tiene la virtud de mostrar el verdadero rostro de todos los involucrados, incluyendo el de los partidos que afirman defender los intereses de los trabajadores. Lenin analiza en esta obra la traición de la socialdemocracia europea y las razones que la motivaron. El texto aporta lecciones muy profundas para todos los revolucionarios hoy.
El estallido de la guerra no fue ninguna sorpresa para los obreros avanzados. Durante años, las poderosas organizaciones socialistas que conformaban la Segunda Internacional habían advertido de la cercanía de la misma y la habían caracterizado como lo que sería: una guerra imperialista, de rapiña entre distintas burguesías nacionales, por el control de mercados y colonias. En definitiva, un conflicto reaccionario donde los obreros no tenían absolutamente nada que ganar y en el que serían arrojados a matarse entre ellos en aras de los beneficios de los distintos capitalistas nacionales. En consecuencia, durante años y hasta la víspera del estallido de la guerra, la Segunda Internacional había agitado a través de millones de hojas, mítines, declaraciones, etc., contra la misma, y había acordado lanzar a la clase trabajadora a la lucha revolucionaria en el caso de que ésta estallara. Y sin embargo, cuando la confrontación tuvo lugar, los dirigentes de los partidos obreros, violando todos los acuerdos anteriores, apoyaron la guerra, y se situaron sumisamente al lado de las burguesías y de los Estados Mayores de sus propios países. La traición* fue tan flagrante que el propio Lenin tardó un tiempo en darle crédito a que los parlamentarios del SPD alemán el 4 de agosto de 1914 votaran a favor de los créditos de guerra.
Los traidores tratan de justificarse
Las excusas de los reformistas de hoy para explicar por qué traicionan a los trabajadores, no han evolucionado mucho desde principios del siglo XX. Argumentos como “de no hacerlo hubiese sido peor”, “no teníamos alternativa” o incluso el tan manido “la gente no se mueve”, eran ya profusamente utilizados entonces. Lenin demuele sin piedad en este texto todas estas justificaciones cobardes e interesadas.
Sin embargo, más peligrosos son los argumentos esgrimidos por aquellos que jurando por el marxismo (Kautsky en Alemania o Plejánov en Rusia) utilizan su autoridad para apuntalar el capitalismo y apoyar a sus propias burguesías.
Para justificar la traición de los partidos socialdemócratas, Kautsky, el dirigente del SPD alemán, el más poderoso de los partidos obreros de la época, con un millón de afiliados, afirmó que fenómenos como el imperialismo y determinados aspectos de táctica internacional no habían sido suficientemente estudiados. Lenin refuta esta falsedad —la Segunda Internacional había vertido ríos de tinta analizando estos aspectos con anterioridad al estallido de la guerra— y afirma además que “los partidos socialistas no son clubs de debate, sino organizaciones del proletariado en lucha”. El insuficiente estudio sobre un tema, aun en el caso de que fuese cierto, nunca puede justificar la inacción y menos aún la abierta traición y el apoyo a los créditos de guerra.
Los ya entonces ex marxistas Kautsky y Plejánov, pertenecientes a naciones enfrentadas y ambos dispuestos a usar toda su erudición en apoyar a su propia burguesía, recurren a un subterfugio que sigue siendo habitual hoy en día: citar a Marx descontextualizando sus palabras.
Recurriendo a guerras del pasado, trataban de demostrar que Marx, al igual que ellos, apoyó a una u otra burguesía. Lenin fustiga estos ardides demostrando el carácter completamente distinto de unas guerras y otras (de liberación nacional en el marco de la lucha de la burguesía contra la nobleza feudal las primeras e imperialista la actual) y, por tanto, la diferencia táctica que entrañaba para los socialistas tal caracterización: en el primer caso, era correcto el apoyo a uno de los bandos, al progresista, aunque por supuesto enfatizando en el papel independiente de la clase obrera; mientras que en el segundo todos los bandos son ya reaccionarios, son “ladrones” disputando el “botín” del mundo. Se trataría de impulsar las acciones revolucionarias del proletariado, intensificar la lucha de clases contra la propia burguesía durante la guerra (derrotismo revolucionario) y transformar la guerra imperialista en guerra civil, defendiendo el internacionalismo frente a la colaboración de clases. Como dice Lenin, “Es el procedimiento utilizado por todos los sofistas de todos los tiempos: tomar ejemplos que corresponden a ciencia cierta a situaciones completamente distintas”.
La clase y su dirección
Pero si algún argumento de los empleados por Kautsky para justificar su traición resulta especialmente repugnante, es el de intentar corresponsabilizar a los obreros del SPD de la traición de su dirección. Frente a los reformistas más torpes, que simplemente insultan a los trabajadores, Kautsky utiliza silogismos falsos más astutos: si los dirigentes hubiésemos traicionado, los obreros del partido se hubiesen opuesto, excepto que fuesen un rebaño de ovejas. Como no lo son, ergo, la dirección del partido no ha traicionado.
Lenin responde que los jefes del SPD y sus parlamentarios, al contrario que los obreros del partido, fueron consultados, pudieron opinar y votaron libremente a favor de la guerra. Y prosigue:
“Las masas, en cambio, no fueron consultadas. No sólo no se les permitió votar, sino que fueron divididas y arrastradas por orden de las autoridades militares (…) [que les presentaron] este ultimátum: la incorporación a filas (siguiendo el consejo de sus líderes) o el paredón. Las masas no podía actuar organizadas, pues su organización, creada de antemano y personificada en el “puñado” de los Legien, de los Kautsky y de los Scheidemann, había traicionado a las masas”.
Y más adelante:
“Las masas traicionadas por sus líderes en el momento crítico no podían hacer nada; pero este “puñado” de líderes tenía toda la posibilidad y el deber de votar contra los créditos de guerra, de oponerse a la “paz social” y a la justificación de la guerra, de manifestarse a favor de la derrota de sus gobiernos, de crear un aparato internacional para la propaganda de la confraternización en las trincheras, de organizar publicaciones clandestinas que preconizasen la necesidad de pasar a acciones revolucionarias, etc.”.
Los motivos de la bancarrota
Para los revolucionarios, comprender los motivos que provocan la degeneración de las direcciones obreras, entonces y ahora, es vital para orientarnos y construir una organización capaz de dirigir la toma del poder por parte de la clase trabajadora. Lenin profundiza acerca de estos motivos, en esta obra.
Llega a la conclusión de que los recién surgidos “socialchovinistas” —aquellos socialistas que apoyan la guerra imperialista— no eran otra cosa que los “oportunistas” (reformistas) que durante décadas habían medrado en el seno de los partidos obreros al calor del período de crecimiento económico precedente. En tiempos de paz “la alianza con la burguesía era ideológica, secreta. Ahora está al desnudo, es manifiesta”.
Este sector, que copaba y copa la dirección de las organizaciones de la izquierda, tanto entonces como en la actualidad, se trata de un “estrato social formado por parlamentarios, periodistas, funcionarios del movimiento obrero, empleados privilegiados (…) que se ha fundido con su burguesía nacional” y cuyo apoyo a la burguesía en la guerra responde también a la defensa de los “privilegios e ingresos suplementarios que le proporciona el pertenecer a una gran potencia”.
Es también la defensa de ese modo de vida lo que empuja a la burocracia política y sindical de la izquierda a una postura acomodaticia. El cumplimiento de los acuerdos de los congresos de la Internacional, es decir, boicotear la guerra imperialista, llamar a la huelga, preparar acciones revolucionarias contra la guerra, etc., hubiese implicado ilegalización de partidos, represión policial, el paso a la semiclandestinidad, etc. Pero en lugar de esto, para preservar su cómoda situación material, los dirigentes decidieron a apoyar a sus burguesías y arrojar a millones de obreros a la muerte. Como dijo Lenin, “el derecho del proletariado a la revolución ha sido vendido por el plato de lentejas de unas organizaciones autorizadas por la ley policíaca vigente”.
Hacia la Tercera Internacional
La posición revolucionaria defendida por Lenin y los bolcheviques no tenía nada de ingenua. Ellos no negaban la dificultad de aplicar una política revolucionaria consecuente en tiempos de guerra. Lenin era firme partidario de combinar las acciones legales (prensa sometida a la censura, trabajo parlamentario, etc.) con otras ilegales y clandestinas. No había nada de aventurerismo en sus posiciones. Tampoco alentaba ilusiones falsas en la inmediatez de una revolución. “No es posible saber si el desarrollo de un potente movimiento revolucionario se producirá a raíz de esta guerra, en el curso de la misma,…” afirmaba. Pero valoraba toda una serie de síntomas muy significativos —una manifestación de mujeres contra la política traidora del SPD— que apuntaban en esa dirección. En cualquier caso, se trataba de un proceso vivo y la obligación de los revolucionarios era intervenir para intentar cambiar el curso de las cosas. Por eso Lenin continuaba: “en todo caso, sólo el trabajo en esta dirección merece el nombre de trabajo socialista. La consigna que generaliza y orienta este trabajo, la consigna que contribuye a unir y cohesionar a quienes desean prestar su ayuda a la lucha revolucionaria del proletariado contra su gobierno y contra su burguesía, es la consigna de guerra civil”.
Y para eso, había una tarea que emprender: romper con los traidores, con los socialchovinistas y oportunistas que habían liquidado la Segunda Internacional y arrojado a millones de obreros a la muerte. Lenin propone ya aquí, en 1915, la necesidad de emprender la reagrupación de los revolucionarios para construir una nueva internacional obrera. “Esto no significa que se desee o, al menos, que sea posible la escisión inmediata con los oportunistas en todos los países: significa que ha madurado en el plano histórico, que es inevitable y progresista, que es necesaria para la lucha revolucionaria del proletariado…” Poco podía imaginar Lenin entonces que en menos de cuatro años se encontraría al frente de la Tercera Internacional.
* Sólo un pequeño núcleo se mantuvo firme en los principios del internacionalismo y en la lucha contra el socialchovinismo. A la cabeza, Lenin y los bolcheviques rusos, y junto a ellos Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht (quien votó en contra de los créditos de guerra en diciembre de 1914), León Trotsky o el revolucionario irlandés James Connolly, entre otros.