Las protestas en Hong Kong duran ya tres meses. A pesar de la presión del régimen chino y la violenta represión policial desatada por el Gobierno de Carrie Lam el movimiento sigue manteniendo todo su vigor y una mayor combatividad.
La huelga general del 5 de agosto marcó una nueva etapa en la lucha contra la ley de extradición propuesta por el gobierno hongkonés el pasado mes de marzo. En Hong Kong existen dos grandes sindicatos, el mayor con 410.000 afiliados es la Federación de Sindicatos de Hong Kong (HKFTU) y que cuenta con una pasada tradición de lucha contra el dominio colonial británico, pero sus estrechos vínculos con el Partido Comunista Chino y el régimen burgués de Beijin han llevado a su dirección a posicionarse contra las protestas. El segundo sindicato es la Confederación de Sindicatos de Hong Kong (HKCTU) con 200.000 miembros, alineado con el grupo pan-demócrata, la oposición oficial burguesa de Hong Kong que pretende una salida negociada con China. Aunque durante semanas el KKCTU se resistió a convocar la huelga general, finalmente la abrumadora presión que sufrió por parte de miles de activistas y de una juventud decidida a todo le obligaron a convocarla junto con otros movimientos y colectivos sociales, como el Frente Civil de Derechos Humanos, y partidos de la izquierda que también han estado al frente de las últimas grandes manifestaciones.
Una huelga general histórica
Decenas de miles de trabajadores participaron en la huelga general, en el sector ferroviario, en el educativo, la construcción, el metal, el bancario, los aeropuertos o en el sector servicios. El éxito fue total, superando con determinación la oposición del régimen chino y de muchos empresarios hongkoneses que hicieron todo lo posible por impedirla, y a pesar de los cientos de despidos que se han sucedido desde el inicio de las protestas. Esta huelga general representa un acontecimiento histórico, pues se trata de la primera convocada desde 1925 cuando la ciudad estaba bajo el yugo del imperialismo británico.
Esta irrupción de la clase obrera en la situación marca un punto de inflexión: ya no sólo son los estudiantes y la juventud, ahora los trabajadores también han retado al régimen, dando impulso a un movimiento que, hace tiempo, ha superado y ampliado las reivindicaciones iniciales. La población no pide sólo la retirada total de la ley de extradición —suspendida hace un mes— ahora exige la dimisión de la Ejecutiva Jefe Carrie Lam, la anulación de todos los cargos contra los participantes en las protestas, una investigación independiente de la violencia policial, la liberación de los más de 700 detenidos desde junio y la celebración de elecciones libres y democráticas basadas en el sufragio universal.
La clase obrera y la juventud hongkonesas no solo se enfrentan a la ausencia de derechos democráticos, también padecen en sus propias carnes el empeoramiento de las condiciones de vida. Lo que alimenta las protestas es la profunda crisis social producida por el estancamiento de los salarios, la extensión de la pobreza, la escasez crónica de vivienda digna que obliga a cientos de miles de personas a hacinarse en minúsculos espacios peligrosos para la salud o la ausencia de oportunidades laborales para los jóvenes. Todo esto coexiste con una pequeña élite de multimillonarios hongkoneses, muchos de los cuales mantienen estrechos vínculos con la plutocracia capitalista del mal llamado “Partido Comunista de China”, y que dominan la vida económica de la ciudad mientras la mayoría de la población sobrevive en uno de los lugares más caros del mundo. Esta situación está detrás de toda la frustración y rabia acumuladas que ha estallado en las calles de Hong Kong.
El movimiento de masas mantiene su fuerza pese a violencia del régimen
Estas últimas semanas se ha intensificado aún más la represión policial llegando a lanzar gas pimienta dentro de estaciones de metro abarrotadas, o recurriendo a fuego real contra los manifestantes. También han aumentado los ataques de grupos de criminales y de lúmpenes, a los que el régimen está recurriendo para amedrentar a las masas. Concretamente, la policía colabora con la mafia de la región de Yuen Long (conocida como la Triada China) para que sus hombres armados ataquen de manera indiscriminada a los manifestantes y residentes. El gran problema para los gobiernos de China y Hong Kong es que esta violencia gubernamental y parapolicial lejos de amedrentar a la población ha provocado una mayor radicalización, la extensión de las protestas y que estas cada vez sean más audaces.
Desde el 27 de julio todas las acciones de protesta son ilegales, pero eso no ha impedido que sigan siendo multitudinarias y diarias. No sólo son manifestaciones, también hay cortes de carreteras, sentadas, ocupaciones del aeropuerto y del centro financiero de la ciudad, etcétera. El 18 de agosto casi dos millones de personas participaron en una manifestación desafiando la prohibición policial y la lluvia torrencial. El viernes 23 por la tarde, más de 200.000 personas organizaron una cadena humana que rodeó la ciudad; el sábado 24 de nuevo cientos de miles asistieron a otra nueva manifestación y al día siguiente, el domingo 25 de agosto, decenas de miles acudieron a un mitin en Victoria Park.
La magnitud de las manifestaciones contradice las mentiras lanzadas por el régimen chino y el gobierno hongkonés sobre que éstas son obra de peligrosos extremistas o de las intrigas del imperialismo estadounidense. Estas acusaciones son utilizadas por Beijing para intensificar las amenazas de utilizar el ejército para acabar con las protestas. El 18 de agosto las fuerzas pro-Beijing convocaron una concentración contra la “violencia” que reunió a unas 100.000 personas según los organizadores y la policía. La comparación con las protestas contra el régimen ilustra muy bien la actual correlación de fuerzas.
No son pocos los sectores de la izquierda reformista y ex estalinista de muchos países que sólo pueden ver en esta rebelión popular la mano del imperialismo estadounidense. Son incapaces de entender que el gobierno chino responde a los intereses de la nueva clase capitalista, que disputa al imperialismo norteamericano la supremacía del mercado mundial. No es un régimen socialista, aunque todavía la propiedad pública sea importante, estamos ante una dictadura bonapartista autoritaria y despótica que explota a la clase obrera y el campesino para acelerar la acumulación de beneficios de los grandes magnates.
La administración hongkonesa y Carrie Lam están acorralados por el movimiento de masas y esto ya ha provocado diferencias de opinión dentro del Gobierno. Algunos de sus miembros han pedido a Lam que ceda a algunas de las demandas del movimiento —como la retirada total de la ley de extradición o que organice algún tipo de investigación pública sobre la represión policial— pero, hasta ahora, la única “concesión” es el inicio de una “larga negociación” sin dar más detalles sobre sus objetivos. Es decir, una táctica dilatoria para engañar a las masas.
Por otro lado, el Gobierno chino está amenazando con una intervención militar si el régimen de Hong Kong no acaba de una vez con las protestas. China ha acumulado tropas en la provincia limítrofe de Shenzhen. Que esta amenaza se convierta en realidad es una apuesta arriesgada para el régimen chino debido a los efectos políticos, tanto internos como internacionales, que tendría una represión salvaje como la llevada a cabo en Tianannmen. No responder también tiene riesgos. Mandaría una señal de victoria al movimiento hongkonés y de debilidad del régimen de Beijing, lo que alentaría más tarde o más temprano una oleada de protestas en el conjunto de China.
Camino a la recesión
Una preocupación importante para los capitalistas hongkoneses y chinos es el impacto económico que están teniendo las protestas. El 25 de agosto el periódico estadounidense The Wall Street Journal publicaba un artículo titulado ‘Las protestas en Hong Kong obliga a las empresas a elegir: sus empleados o China’, y se podía leer lo siguiente: “La bolsa de Hong Kong desde finales de junio ha perdido un valor de mercado de casi 300.000 millones de dólares. El daño acumulado de gasto e inversión amenaza con llevar a la recesión la economía de 363.000 millones de dólares de la ciudad, aproximadamente el tamaño de Israel. Analistas de Morgan Stanley esperan que el crecimiento económico de Hong Kong para el trimestre que termina en septiembre sea el peor en una década”.
El 15 de agosto el gobierno hongkonés anunció que la previsión de crecimiento del PIB para este año sería de entre el 0% y 1%, rebajando el nivel original del 2% al 3%. Y según el banco de inversión francés Natixis la caída será del 0,6%.
La guerra comercial de China con EEUU se ha agravado en las últimas semanas con el anuncio de aranceles a las importaciones norteamericanas y con la respuesta de Trump de pedir a las empresas estadounidenses que abandonen el suelo chino. Por otra parte, las negociaciones con Taiwán para que el próximo año pase a formar parte del territorio chino con el mismo modelo que Hong Kong, “un país, dos sistemas” también supone un desafío para Beijin, y el desenlace en Hong Kong puede ser determinante para que la unificación se decida en un sentido u otro. Por tanto, el régimen chino está muy preocupado también por los efectos políticos de los acontecimientos en Hong Kong.
Xi Jinping se enfrenta a las críticas internas de sectores del aparato que critican tanto su gestión de la guerra comercial como de los acontecimientos en Hong Kong. Pero lo más preocupante es la oleada de protestas y huelgas. El periódico South China Morning Post citó las palabras de Wang Xiaofeng, portavoz de la Federación Estatal de Sindicatos en China (ACFTU), quien en octubre dijo que en los cinco años anteriores sus mesas de arbitraje habían tratado casi dos millones de disputas laborales. Y el China Bolletin Labor publicaba que en 2018 los conflictos laborales habían aumentado un 36% en comparación con el año previo. Bajo ningún concepto el gobierno chino quiere que el movimiento de masas en Hong Kong pueda convertirse en un punto de referencia para la clase trabajadora china.
Las masas hongkonesas no sólo deben enfrentarse al régimen y a la violencia de la policía y la mafia, necesitan luchar contra los capitalistas hongkoneses que defienden y sustentan al gobierno y el sistema responsable de los sufrimientos de los jóvenes y trabajadores de Hong Kong. La tarea urgente es construir un partido de los trabajadores y la juventud armado con el programa de la revolución socialista y que luche por el derrocamiento de la clase capitalista hongkonesa y el régimen burgués bonapartista de Xi Jinping. La ausencia de este partido permite que las ideas de la oposición oficial burguesa puedan encontrar cierto eco dentro del movimiento, aunque a diferencia de otras ocasiones su autoridad está más limitada. Este hecho demuestra la radicalización y el nivel de conciencia de los jóvenes y trabajadores hongkoneses.
Sólo con su propio partido revolucionario los jóvenes y trabajadores podrán conseguir plenos derechos democráticos, acabar con la represión de las minorías nacionales y terminar de una vez por todas con el latrocinio de la burguesía nacional, de las multinacionales imperialistas y con la feroz represión que sufre la clase obrera china y hongkonesa. Es necesaria una nueva revolución, pero esta vez dirigida y bajo el control de la clase obrera más fuerte del mundo que en las últimas décadas ha concentrado en sus manos un poder inmenso.
Esta es hoy la tarea de la vanguardia revolucionaria de Hong Kong, levantar la bandera del socialismo internacionalista y conectar con las demandas y aspiraciones del conjunto de los trabajadores chinos unificando este movimiento colosal.