La pugna por la hegemonía capitalista se recrudece
Si la verdad es la primera víctima de una guerra, en tiempos de pandemia no corre mejor suerte. En la era dorada de la tecnología de la información —en 2020 más de 4.540 millones de personas, el 60% de la población mundial, está conectada a Internet—, la censura de los medios de comunicación es insoportable. Como siempre que se trata de asuntos estratégicos para el capital, nada es casual. Una información veraz desnudaría la decadencia social de EEUU y Europa, y desmontaría el intento de convertir el virus en una especie de maldición bíblica y justo castigo por la irresponsabilidad individual de la ciudadanía. Sobre todo, evidenciaría el crimen que están perpetrando los gobiernos occidentales por una gestión calamitosa en el que la mayoría de las muertes, contadas por millones, son evitables.
Como parte de la guerra que se está librando, el imperialismo occidental ha desplegado una cuidadosa estrategia de desinformación para ocultar lo que ocurre en China un año después del estallido de la pandemia. No es un accidente. La lucha por el mercado mundial y la hegemonía capitalista determina que esto sea así. Desde el mes de abril, las informaciones en los medios de comunicación de masas han desparecido, y solo tangencialmente se habla de China para afirmar que sus éxitos son el fruto de su régimen dictatorial, justificando que en las sociedades abiertas y “libres” el incremento exponencial de muertes son el precio que pagamos por vivir en democracia y bajo un Estado de derecho. ¿Debemos creer en este discurso?
Las cifras son reveladoras
Dada la disparidad de población de los diferentes países —oscilando entre los casi 1.400 millones de China y los 330 millones de EEUU—, hay un dato conscientemente ignorado pero extraordinariamente útil: el número de muertos por cada 100.000 habitantes. Atendiendo a esta tasa, EEUU multiplica por 400 la mortalidad en China, y Alemania por 200. En el Estado español, según los datos oficiales del Gobierno, la mortalidad multiplicaría por 390 la tasa de China, pero si tomamos los datos del Instituto Nacional de Estadística, que informa que en 2020 se han registrado 80.000 muertes más de las esperadas, la multiplicaría por más de 600.
Datos COVID-19 (hasta el 26/1/2021)
Muertos |
Diagnosticados |
Tasa mortalidad |
Población |
|
100.000 hab. |
habitantes en millones |
|||
Mundo |
2.144.452 |
99.875.897 |
no disponible |
7.000 |
EEUU |
421.670 |
24.631.890 |
128,10 |
330 |
China |
4.808 |
99.470 |
0,30 |
1.395 |
Alemania |
53.317 |
2.158.407 |
63,80 |
83 |
Gran Bretaña |
98.723 |
3.680.102 |
146,20 |
67 |
España (1) |
56.799 |
2.629.817 |
121,50 |
47.4 |
España (2) |
80.000 |
171,13 |
(1) Cifras Gobierno. (2) Cifras INE exceso mortalidad en 2020 respecto 2019
Fuente EL PAIS[1]
En definitiva, si China sufriera la tasa de mortalidad por cada 100.000 habitantes de EEUU superaría 1.700.000 muertos y no menos de 5.000. Y, a la inversa, si EEUU tuviera la tasa china, los fallecidos serían 1.000 y no más de 420.000.
Aunque abundan las insinuaciones sobre falsificaciones de los números ofrecidos por las autoridades asiáticas, es obvio que si el régimen de Beijin intentara esconder 1,7 millones de cadáveres los servicios de espionaje ya hubieran aireado con grandes titulares la mentira. Supongamos incluso que la tasa china es el doble, el triple ó 20 veces más alta de la oficial, aún así este resultado implicaría que sí se podrían salvar millones de vidas en todo el mundo.
Las razones de la diferencia china
Dejando de lado que Bolsonaro advirtió que la vacuna podía convertirnos en “caimanes”[2] o que Trump propuso inyectar desinfectante en los “pulmones”[3], no es difícil establecer comparaciones entre las medidas aplicadas en cada país. Lo que ocurrió en la primera semana de 2021 es esclarecedor.
El 7 de enero, la ciudad china de Shijiazhuang, con 11 millones de habitantes, entró en cuarentena tras detectarse 117 contagios. En las primeras 24 horas se realizaron más de 6 millones de PCR y se analizó el 40% de ellas, se suspendieron las clases, se cerraron las estaciones de tren, autobús y el aeropuerto.[4] Ese mismo día, el Ministerio de Sanidad español anunció 42.160 nuevos contagios y 241 fallecidos en la jornada anterior, pero no adoptó ninguna medida especial. En Alemania, el gobierno decidió cerrar colegios y comercios no esenciales el 5 de enero, pero el motivo para hacerlo fue que se habían alcanzado 12.000 contagios y más de 900 muertes en un solo día. Respecto a EEUU, baste recordar que el día de reyes decenas de miles de racistas, fascistas y negacionistas asaltaron el Capitolio.
Nada más lejos de nuestra intención que alabar a las autoridades chinas. Somos muy conscientes de que el régimen de Beijin, aunque se envuelva en una bandera roja con la hoz y el martillo, representa los intereses de la burocracia capitalista y la nueva burguesía china. No es un estado obrero ni tiene nada que ver con el socialismo, y el carácter capitalista y bonapartista de la presidencia de Xi Jinping está fuera de duda.
Pero lo que tampoco tiene ningún sentido es hacer seguidismo de la propaganda imperialista occidental, que pretende ocultar que China ha sido capaz de dar una respuesta a la pandemia y doblegarla. La cuestión a dilucidar es concreta ¿cómo ha sido posible? La respuesta a este interrogante no estriba en que el Brasil de Bolsonaro o los EEUU de Trump sean la quintaesencia de la libertad y la democracia, basta formular la cuestión para desecharla. No, la cuestión tiene una base material y no moral: la extraordinaria potencia económica del dragón rojo.
El discurso de los poderes capitalistas de Occidente nos plantea la siguiente disyuntiva: hay que elegir entre el derecho a la salud o mantener a flote la economía. Millones de familias trabajadoras nos vemos ante la elección de morir por el virus o, en el mejor de los casos, caer en la pobreza si se paraliza la actividad no esencial para detener su propagación. Sin embargo, que la COVID-19 se haya convertido en una pandemia tan mortífera es una consecuencia y no la causa de nuestra trágica situación.
El origen de la catástrofe actual son décadas de políticas salvajes de recortes y austeridad, de la dictadura que ejercen los grandes monopolios, incluyendo los del sector sanitario, y ante los que se inclinan todos los Gobiernos de Europa y EEUU. En definitiva, de la crisis orgánica del sistema capitalista que tras la gran recesión de 2008 ha sido incapaz de sortear el estancamiento poniendo en evidencia el ocaso prolongado del imperialismo estadounidense y europeo.
El régimen chino ha logrado una importante respuesta en la lucha contra la pandemia, pero eso no tiene nada que ver con razones de índole moral o mayor preocupación por el bienestar del pueblo. El motivo es otro: China se encuentra en plena ofensiva para capturar la mayor porción posible del mercado mundial y necesita que su maquinaria productiva y exportadora no afloje. Cuentan con una situación interna mucho más estable, con una legislación represiva que ampara una sobreexplotación intensiva de la fuerza de trabajo[5], con la posibilidad de asignar recursos de manera más centralizada... todo ello derivado de un capitalismo de Estado que se apoya en una estructura económica y política heredada del periodo maoísta, un enorme superávit comercial, ingentes reservas de divisas y una alta competitividad.
La política es economía concentrada
Observemos desde esta perspectiva la experiencia china. Tras los errores y ocultaciones iniciales, confirmada la letalidad y velocidad de propagación del virus, las autoridades decidieron parar en seco la actividad económica. Los efectos de esta decisión no se hicieron esperar: en el primer trimestre de 2020 registraba datos similares a las potencias occidentales, el PIB cayó un 6,8% y la actividad industrial un 6%, mientras el consumo interno y la inversión también sumaron cifras negativas.
El régimen chino comprendió que si la pandemia escapaba a su control el problema no serían uno o dos trimestres negativos, sino un largo y agónico retroceso. Esta rápida y drástica actuación dio sus frutos. China es la única gran economía que cerró 2020 con un crecimiento positivo y, según las previsiones, en 2021 seguirá doblando a sus competidores directos.
Crecimiento del PIB
2021 |
2020 |
|
Mundo |
4,0 |
-4,3 |
China |
7,9 |
2,3 |
EEUU |
3,5 |
-3,6 |
Unión Europea |
3,6 |
-7,4 |
Japón |
2,5 |
-5,3 |
(Fuente: Banco Mundial)
Durante la crisis de 2008 el régimen ya mostró sus diferencias con sus homólogos occidentales. Entonces, según datos oficiales, se destruyeron más de 20 millones de puestos de trabajo pero la puesta en marcha de diferentes planes de inversión estatal —que superaron el billón de dólares— y a los que se pudo recurrir gracias al abultado superávit, pudieron recuperar una parte sustancial del empleo y la demanda de sus grandes industrias.
La “eficacia” de los planes chinos contra la pandemia se nutre de su gigantesco y vigoroso tejido productivo y comercial que refleja el avance de las fuerzas productivas en los últimos años, y que se levanta, por supuesto, sobre la brutal explotación de cientos de millones de campesinos llegados a las ciudades, sometidos a condiciones de trabajo semiesclavas para mayor beneficio de los capitalistas chinos y las multinacionales occidentales. Junto a esto, la pavorosa destrucción medioambiental es otra de las señas de identidad de este crecimiento.
Evidentemente la economía china también ha acusado los efectos de la crisis de sobreproducción, la inestabilidad de su sector financiero (que llevó al desplome de sus bolsas hace tres años), el crecimiento rapidísimo de su deuda empresarial y bancaria —una bomba de tiempo alojada en las entrañas de su organismo económico—… pero la cuestión es que sus competidores están en una posición mucho más deteriorada y en una fase de repliegue mucho más intensa y profunda.
Hay dos datos que pueden ayudarnos a percibir la dimensión real de este proceso histórico. A partir de 1980 cientos de millones de personas abandonaron el campo en busca de un futuro laboral —un movimiento migratorio interno equivalente a cuatro veces la población total alemana— dando lugar a una modificación cualitativa del país: la población urbana pasó de representar el 26% en 1990 al 60% de 2020. Hoy las ciudades chinas albergan a más de 840 millones de habitantes.
Un movimiento demográfico de estas dimensiones fue posible por las grandes inversiones en la industria, en una primera fase fundamentalmente extranjera. La abundancia de mano de obra semiesclava, carente de derechos sindicales, atrajo montañas de capital occidental, dando lugar a la famosa deslocalización de empresas de Europa y EEUU hacia el sudeste asiático. Este fenómeno, que absorbió una parte de la liquidez de las grandes metrópolis capitalistas y produjo retornos millonarios para las multinacionales, contribuyó a modernizar la planta económica de China, sus transportes e infraestructuras. Un desarrollo desigual y combinado que, partiendo del atraso y bajo el control férreo del aparato estalinista, llevó al país a altas cotas de modernidad sin tener que atravesar las fases históricas de las potencias occidentales.
La restauración capitalista china siguió un camino sensiblemente diferente al de Rusia y los países del este europeo: en lugar de atravesar por un prolongado periodo de hundimiento, con retrocesos del PIB solo comparables al de una guerra y empobrecimiento generalizado de la población, China registró décadas de crecimiento sostenido. Un solo dato da cuenta sobrada de lo que afirmamos: si en el año 2000 la formación bruta de capital fijo en China se estimaba en 400.000 millones de dólares, en 2018 alcanzó los 5,5 billones, duperando el registro de los EEUU. No es ninguna anécdota que el punto de inflexión se produjera precisamente entre los años 2008 y 2010.
Formación Bruta Capital Fijo (Billones de dólares)
Año |
China |
EEUU |
Relación (1) |
China/EEUU |
|||
2000 |
0,4 |
2,4 |
16,7 |
2010 |
2,9 |
2,8 |
103,6 |
2018 |
5,7 |
4,3 |
132,6 |
(1) Porcentaje que representa China del total de EEUU (Fuente: Indexmundi)
Gracias a esta inversión masiva China fue bautizada como la fábrica del mundo y sus manufacturas inundaron todos los continentes. Desde 2008 el valor total de sus exportaciones no bajó nunca de 1,2 billones de dólares, a partir de 2012 el límite por debajo se estableció en más de 2,2 billones, y en 2020, en el año de la pandemia, ha llegado a la cifra record de 2,49 billones obteniendo por ello un superávit comercial también record de 535.030 millones de dólares, ¡el mayor en cinco años! [6]
La supremacía estadounidense bajo amenaza
El ascenso chino y la decadencia occidental, aunque se desarrollan en sentidos opuestos se interrelacionan dialécticamente y están jalonados por saltos de cantidad en calidad. Aunque al país asiático se le asignó el papel de productor de mercancías de bajo valor y ensamblador de componentes importados, las cosas han cambiado y mucho.
Es importante recordar que cuando los dirigentes de la burocracia estalinista china emprendieron el proceso de la restauración capitalista, estudiaron con detenimiento la disolución de la URSS. La nomenclatura del PCCh decidió pilotar el desmantelamiento de la economía planificada protegiendo a toda costa sus intereses, para lo cual recurrieron al mantenimiento de una fuerte centralización y un potente sector estatal. El partido y el Estado siguieron fusionados aunque ya como herramientas al servicio de la acumulación capitalista.
El peculiar régimen de capitalismo de Estado chino no aceptó el papel que las grandes potencias le habían asignado en la división mundial del trabajo. La burguesía china entendió que las condiciones maduraban rápidamente para competir contra los más grandes. La ingente cantidad de capital de la que disponían gracias al superávit comercial le permitió cubrir sus necesidades de abastecimiento de materias primas y realizar inversiones millonarias en todo el globo. América Latina, Centroamérica, África y muchos países asiáticos dependen cada vez más de las compras chinas y de sus créditos.
La evolución ha sido de tal envergadura que la cantidad se ha transformado en calidad. EEUU ha perdido su posición de banquero del mundo. China es actualmente acreedora de más de 5 billones de dólares, una cifra equivalente al 6% del PIB mundial.[7] La parte del gigante asiático sobre el total adeudado a los países del G20 por otras naciones aumentó del 45% en 2013 al 63% a fines de 2019; en ese mismo período, la parte de Japón, el segundo mayor acreedor del G20, se mantuvo sin cambios en el 15% (datos del Banco Mundial). China es el mayor tenedor de deuda estadounidense tras Japón.
Pero los cambios no se limitan al ámbito financiero. China lucha por la supremacía tecnológica, y lo hace de forma consciente y perseverante como muestra el siguiente cuadro:
Inversión en Investigación y Desarrollo (porcentaje del PIB)
2018 |
2010 |
2000 |
1998 |
|
Mundo |
2,27 |
2,02 |
2,06 |
1,98 |
EEUU |
2,84 |
2,74 |
2,63 |
2,50 |
Alemania |
3,09 |
2,71 |
2,40 |
2,21 |
China |
2,19 |
1,71 |
0,89 |
0,65 |
(Fuente: Banco Mundial)
Aunque Alemania dedicó en 2018 más porcentaje del PIB a inversión en investigación que China, está por debajo en lo que respecta al volumen de dinero contante y sonante: 0,31 billones de dólares frente al 0,1 de los germanos.
La carrera por el dominio tecnológico está siendo aprovechada por Beijin. Basta considerar la obsesión del imperialismo estadounidense con los avances de Huawei. También es relevante su participación en la carrera espacial, que cerró 2020 con el éxito de la misión Chang’e 5 a la Luna, lo que supuso la inclusión de China en el elitista grupo de países que ha conseguido traer muestras lunares a la Tierra. De las dos potencias que poseen semejante título una es Estados Unidos y la otra la extinta Unión Soviética.
Afirmábamos más arriba que la COVID-19 era la consecuencia y no la causa del enorme sufrimiento que padecemos pero, como el marxismo explica, los acontecimientos sociales y económicos están en movimiento y permanente cambio, y bajo determinadas circunstancias las consecuencias se transforman en causas.
Si ya antes de producirse la pandemia había una enorme dependencia mundial de material sanitario chino[8], la debacle económica ha dado más oportunidades para que pueda copar este mercado. En paralelo, las amenazas de guerra comercial de EEUU con sus sanciones arancelarias no han dado frutos. Durante la presidencia de Trump el déficit comercial norteamericano con China lejos de menguar aumentó un 13%.[9]
China todavía no ha desbancado a EEUU como potencia hegemónica. La economía norteamericana mantiene la primacía en importantes terrenos: mayor PIB, mayor productividad del trabajo, el dólar sigue siendo la divisa más utilizada en el mercado mundial… pero se trata de un proceso de fuerzas vivas que todavía no ha terminado. ¿Quién prevalecerá? Sería precipitado hacer una perspectiva tajante y cerrada, pero las actuales circunstancias económicas y políticas benefician al régimen de Beijin.
Existen antecedentes históricos que merece la pena estudiar seriamente. Cuando EEUU arrebató el cetro a Gran Bretaña, y fue precisamente la terrible crisis iniciada en 1929 lo que permitió dar a los norteamericanos el golpe final y decisivo, Trotsky escribió al respecto: “...tampoco descartamos que, dada la actual envergadura mundial del capitalismo norteamericano, la próxima crisis sea extremadamente profunda y aguda. Pero no hay absolutamente nada que justifique la conclusión de que ello restringirá o debilitará la hegemonía de Norteamérica. (…) Es justamente al revés. En un período de crisis, EEUU ejercerá su hegemonía de manera más completa, descarada y brutal que en un período de auge. EEUU tratará de superar sus problemas y males principalmente a expensas de Europa.”[10]
La crisis actual dará más ventaja a China.
Lucha interimperialista y lucha de clases
En noviembre del pasado año, el imperialismo chino consiguió una nueva victoria gracias al tratado de Asociación Regional Integral y Económica, firmado por 15 países de la región de Asia-Pacífico. Sus integrantes suman más de 2.200 millones de habitantes, representan cerca de un tercio de la economía mundial y un PIB combinado de unos 26,2 billones de dólares en la región con mayor crecimiento del mundo. Es una buena respuesta a la guerra comercial desatada por EEUU: China ya exporta más al Sudeste asiático que a EEUU o a Europa.[11] Teniendo en cuenta que el sorpasso se ha producido durante la pandemia, podemos atisbar lo que puede pasar en el próximo período.
EEUU lleva años perdiendo posiciones a favor de China en áreas estratégicas, desde América Latina hasta África, pasando por Oriente Medio y llegando al Pacífico. Esta reducción de sus fuentes de explotación externas se ha traducido en casa en una gran inestabilidad social, un incremento de la lucha de clases y una profunda polarización política. Movimientos históricos como Black Lives Matter o el apoyo recabado por Bernie Sanders son la expresión de la radicalización hacia la izquierda de millones de trabajadores y trabajadoras de todas las razas. Pero hay otra cara. El enorme respaldo electoral a Trump en las últimas elecciones, la ofensiva de los grupos fascistas y el reciente asalto al Capitolio, también muestran la rabia e impotencia de las capas medias empobrecidas y un aparato del Estado que se siente humillado en la escena mundial.
Cuando miramos hacia el gigante asiático observamos unas relaciones entre las clases diferentes, empezando por la situación de las capas medias —un sector social que, cuando se encuentra satisfecho y es optimista respecto a su futuro, se transforma en un auténtico amortiguador de la lucha de clases—. Si bien las cifras que proporcionan los analistas burgueses adolecen de unos parámetros muy laxos para considerar quienes forman parte de la clase media y la pequeña burguesía, la transformación sufrida estos últimos años ha sido notable. En 1990 EEUU y Europa Occidental agrupaban tres cuartas partes de la clase media mundial a pesar de representar una tercera parte de la población total.[12] A partir de 2018 es China la que concentra casi el 50% de las capas medias.[13]
Mientras la tónica general de la lucha de clases se debate entre continuos estallidos revolucionarios, luchas defensivas contra las políticas de austeridad y el crecimiento del populismo de extrema derecha, en China se percibe un escenario que oscila entre huelgas ofensivas por una mayor reparto de la tarta y una estabilidad social llamativa en comparación con lo que sucede en EEUU y otras partes del mundo. Entre 2008 y 2019 el salario real se duplicó en China, hasta el punto de que en 2016 los salarios chinos superaron a los países más grandes de América Latina y algunos países de la UE como Rumania y Bulgaria. Mientras el salario medio por hora en la industria de China se triplicó entre el 2005 y el 2016, alcanzando los 3,60 dólares, en el mismo periodo, el salario del sector industrial en Brasil cayó de 2,90 a 2,70 dólares y en México de 2,20 a 2,10 dólares.[14]
También es interesante señalar las contradicciones que este proceso de acumulación está provocando en el seno de la propia clase dominante china. El caso de Ma Yun, dueño del emporio de Alibaba, es bastante significativo.
Según muchas informaciones este acaudalado capitalista estaba concentrando demasiado poder —algunos inversores valoran su conglomerado en 359.000 millones de dólares—, especialmente su filial Aliplay que con sus préstamos a 20 millones de particulares y 500 empresas representaba una competencia amenazadora para muchos bancos con respaldo directo del Estado. En reacción a este crecimiento y a las críticas que el magnate ha realizado públicamente a la política económica del Gobierno, las autoridades han aplazado sine die la salida a bolsa de su empresa AntGrup 48 horas antes de que se produjera y de la que esperaba obtener una capitalización superior a los 30.000 millones de dólares. Desde entonces se suceden los rumores de una posible nacionalización.
El capitalismo chino se encuentra en un período de ascenso y probablemente los efectos de la actual crisis en sus competidores le permitirán escalar aún más posiciones. Pero es necesario subrayar que no estamos ante una nueva modalidad de capitalismo virtuoso capaz de excluir las contradicciones. Ningún país, ninguna economía nacional por poderosa que sea, puede desacoplarse del mercado mundial y de su crisis orgánica en esta época de decadencia imperialista.
En una serie de terrenos China empieza a acusar el síndrome de Werner, una enfermedad que hace que el organismo envejezca demasiado rápido: cabello canoso, endurecimiento de las arterias, insuficiencia cardíaca, diabetes…, que en el caso que de un organismo económico se traduce en una gigantesca deuda[15], especulación financiera, burbuja inmobiliaria, destrucción del medio ambiente…
Para finalizar nos permitiremos la licencia de citar a Trotsky recomendando al lector que cambie el término capitalismo americano por capitalismo chino: “Un nuevo ascenso económico (no podemos excluirlo de antemano) deberá apoyarse no sobre un equilibrio interior, sino sobre el actual caos económico mundial. El capitalismo americano entrará en una fase de imperialismo monstruoso, de carrera armamentística, de injerencia en los asuntos del mundo entero, de sacudidas militares y de conflictos.”[16]
[1] Casos confirmados de coronavirus en España y en el mundo
[2] Bolsonaro dice que la vacuna de Pfizer podría tener como efecto secundario convertir a las personas en caimanes
[3] Trump sugiere inyectar desinfectante y luz a enfermos de la Covid-19 para matar al virus
[4] Datos de la Agencia EFE publicados en La Vanguardia. China cierra una ciudad de 11 millones de habitantes tras más de cien casos
[5] La capacidad del régimen a la hora de realizar un control pandémico sistemático y seguro sobre una parte considerable de la población reclusa (cinco millones), y que realizan trabajos productivos, es evidentemente muy cuestionable. Lo mismo que sobre millones de campesinos y trabajadores que producen hacinados para grandes empresas tecnológicas, textiles, juguetes... Las condiciones para la distancia social, EPI y seguridad sanitaria brillarán en muchos casos por su ausencia. Lo que sí parece es que en los grandes centros urbanos las medidas adoptadas han sido mucho más drásticas, contundentes y efectivas que en los países occidentales.
[6] Indexmundi. Cuadros de Datos Históricos Anuales China
[7] Los créditos ocultos de China a los países en desarrollo y su creciente poder como el "gran prestamista" del mundo
[8] Según el Peterson Institute for International Economics el 50% de los trajes de protección PPE, el 71% de las mascarillas, el 38% de los guantes y el 58% de las gafas utilizadas de protección para sanitarios consumidos en Europa eran made in China.
[9] La pandemia crea un nuevo orden mundial: todos pierden, China gana
[10] Cita de un artículo titulado El bagaje de conocimientos de Molotov, septiembre de 1930.
[11] El Sudeste Asiático se convierte en el mayor socio comercial de China
[12] La emergencia de la clase media: cosa de emergentes
[13] Informe anual de Credit Suisse Wealth Report. China ya concentra la mitad de la clase media mundial
[14] Todos los datos sobre salarios provienen del Global Wage Report 2018-2019 de la Organización Mundial del Trabajo.
[15] Mientras que el PIB se ha duplicado en los últimos diez años, la proporción de la deuda pública de China con respecto al PIB aumentó del 34% en 2010 a más del 63% en el tercer trimestre de 2019, según los datos del Instituto de Finanzas Internacionales. Añadiendo la deuda de los hogares y de las empresas no financieras el aumento de la relación entre la deuda y el PIB pasó del 178% al 289% durante el mismo período.
[16] Alemania, la clave de la situación internacional, 26 de noviembre de 1931León Trotsky. Lucha contra el fascismo en Alemania. FFE 2004, p. 96.