Las protestas en Sri Lanka continúan con fuerza  tras más de diez días de manifestaciones masivas. La movilización del sábado día 9 de abril ha sido la más multitudinaria –25.000 personas en Colombo y miles más en las principales ciudades– desde el pasado 31 de marzo.

Ese día los trabajadores, la juventud, y sectores de las capas medias empobrecidas dijeron basta y tomaron las calles de la capital de forma espontánea tratando de asaltar la residencia del presidente Gotabaya Rajapaksa.

Esta rebelión popular estalló por el agravamiento de la crisis económica y energética en la que está sumido el país asiático. Tras semanas de desabastecimiento de alimentos, combustibles y medicamentos, cortes de luz de más de 10h y un encarecimiento salvaje de la vida, el levantamiento ha colocado contra las cuerdas al régimen de la familia Rajapaksa[1].

Miles están desafiando día tras día la represión, el despliegue del ejército, el toque de queda y el uso de gases lacrimógenos, y su determinación ha echado atrás el estado de emergencia declarado que ha durado menos de una semana.

El régimen capitalista en Sri Lanka vive una crisis política y económica de envergadura. El 3 de abril, todo el Gabinete dimitió en bloque –a excepción del presidente y el primer ministro– y, dos días después, 42 parlamentarios que formaban parte de la coalición gubernamental presentaron su renuncia, retirando su apoyo al Gotabaya Rajapaksa. Este movimiento en el Parlamento deja al Ejecutivo al borde de perder la mayoría en la cámara de representantes. 24 horas más tarde el gobernador del Banco Central también dejaba su puesto.

El presidente Gotabaya no ha tardado en ofrecer a todos los partidos con representación parlamentaria la conformación de un Gobierno de unidad nacional para “unirse en un esfuerzo para buscar soluciones a la crisis”. Pero la presión que están ejerciendo los manifestantes desde las calles es tan fuerte y la situación económica tan limite, que la oposición se ha visto obligada a rechazar la propuesta del jefe de Estado. Ningún partido quiere comprometerse con un cadáver político.

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Miles están desafiando día tras día la represión y el despliegue del ejército, y su determinación ha echado atrás el estado de emergencia declarado que ha durado menos de una semana. 


Caos económico sin precedentes

Sri Lanka está viviendo la peor crisis económica desde su independencia del Reino Unido en 1948. La espiral inflacionaria –agudizada por el incremento de los costes de las importaciones de petróleo provocado por la guerra imperialista en Ucrania– está desbocada. La inflación en la isla es la peor de toda Asia: desde septiembre de 2021 ha pasado del 6,2% a un 17,5% en el mes de febrero de 2022, situándose ahora en un 15%. Todo esto ha provocado que el precio de productos básicos haya aumentado más de un 50%. La depreciación de la rupia cingalesa ha alcanzado el 60%, convirtiéndose en la moneda con menor valor en todo el mundo.

Al mismo tiempo, las reservas de divisas del país han caído un 70%, hasta alcanzar los 2.310 millones de dólares. Ahora, el Gobierno debe hacer frente al pago de una deuda anual de hasta 7.000 millones de dólares, incluidos 1.000 millones de dólares que vencen en julio.

Todo esto, unido al hundimiento del turismo por la Covid-19 y las sombrías previsiones para el sector turístico este 2022 –el 30% de los turistas de Sri Lanza proceden de Rusia, Ucrania, Polonia y Bielorrusia– han hecho caer el PIB del país en un 16,3% y el FMI estima que la deuda pública ha escalado al 119% del PIB –es decir, 51.000 millones de dólares–.

En medio de esta situación, el régimen de los Rajapaksa buscó ayuda financiera y distintos acuerdos comerciales[2] con la India y China. Pero no es suficiente. Es por eso que el Gobierno de Sri Lanka  viró hacia el Fondo Monetario Internacional (FMI) y ha aceptado el decimoséptimo rescate del país.

Aunque las negociaciones con el FMI podrían durar hasta finales de año, el organismo dirigido por Kristalina Gueorguieva ya ha exigido un plan de privatización de empresas estatales, una reducción de los impuestos a los ricos y elevar los precios de la energía. Una vez más como en Grecia y tantos otros países, el FMI se frota las manos mientras la población esrilanquesa no tiene ni un trozo de pan que llevarse a la boca y  hace colas de mínimo 8 horas para conseguir productos básicos. Una mujer que está participando en las protestas lo resume así: “No hay gas ni petróleo, no hay medicinas. ¿Qué podemos hacer? Si este país continua así tendremos que acabar saltando al mar”.

“No es solo Rajapaksa, es todo el sistema”

Ante una situación económica insostenible, la rabia y el descontento social acumulado durante años ha estallado por los aires. Tras las elecciones del 5 de agosto de 2020, cuando la alianza nacionalista del SLPP ganó con un 59% de los votos, el régimen de Rajapaksa esperaba abrir un periodo de estabilidad en la lucha de clases en la isla. Pero la tranquilidad no ha durado mucho. Ni dos años después de los resultados electorales, el índice de aprobación del Gobierno es tan solo del 10%. Por mucho que el presidente salga diciendo que “esta crisis no la he creado yo”, los trabajadores y jóvenes que están protagonizando este levantamiento reconocen a este régimen corrupto, nepotista y represor como los culpables del hundimiento de sus condiciones de vida.

No hay que olvidar que el actual presidente, Gotabaya Rajapaksa, teniente coronel del ejército y educado en EEUU,  junto a su hermano y muchos otros miembros del clan Rajapaksa, participaron en primera línea de la Guerra Civil esrilanquesa de 1983-2009 y dirigieron las operaciones militares para aplastar a la guerrilla de los Tigres Tamiles y en el genocidio contra la población tamil (según datos oficiales entre 80.000 y 100.000 murieron, y más de 30.000 “desaparecieron”).

Bajo la consigna “Gota Go Home” y “los 225 deben irse” (en referencia a los 225 miembros del Parlamento), distintos sectores en todos los rincones del país se están incorporando al movimiento con reivindicaciones específicas. Los estudiantes universitarios, los profesionales de la salud –demandando acceso a medicamentos y equipo médico–, los abogados organizando piquetes en las comisarías exigiendo la libertad de los detenidos y el fin de la corrupción; trabajadores de las plantaciones del té, así como protestas de grupos tamiles en el norte y en el este del país, exigiendo derechos democrático-nacionales y la derogación de la Ley de Prevención de Terrorismo, puesta en marcha durante la Guerra Civil y que ha permitido abusos generalizados contra los derechos humanos de la población tamil y la izquierda en general.

El potencial que existe es tremendo y las previsiones económicas no hacen más que añadir leña al fuego. La fuerza que se respira en las manifestaciones es enorme y Gotabaya y Mahinda Rajapaksa pueden caer. Pero los oprimidos y oprimidas de Sri Lanka no pondrán fin a décadas de abuso confiando en las maniobras que distintos partidos que aceptan la lógica del capitalismo –igual de responsables de esta situación– están gestando por arriba. La oposición ha adaptado su discurso a lo que más le conviene al sistema y hablan de un impeachment o moción de censura para solucionar la crisis. Pero las masas en Sri Lanka no quieren un cambio cosmético, sino uno que vaya a la raíz del problema. Y eso solo se conseguirá basándose en la fuerza organizada de la clase obrera y la juventud en marcha.

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La fuerza que se respira en las manifestaciones es enorme y Gotabaya y Mahinda Rajapaksa pueden caer. Pero los oprimidos y oprimidas de Sri Lanka solo pondrán fin a décadas de abuso rompiendo con la lógica del capitalismo. 


¡Por una huelga general ya! Todo el poder para la clase obrera y el pueblo oprimido

La valentía del pueblo esrilanqués está chocando de frente con la incapacidad de los dirigentes sindicales y organizaciones representativas de la izquierda[3] de canalizar el movimiento e impulsarlo a un nivel superior. La única manera de superar las dificultades que existen –entre ellas las divisiones étnicas y religiosas que la clase dominante introduce permanentemente entre la población– es plantear un plan ascendente en la lucha que unifique a todos los oprimidos. En primer lugar, las federaciones sindicales y la izquierda combativa deben convocar una huelga general de forma urgente –¡es increíble que todavía no se haya hecho!–, poner en marcha comités de lucha en cada fábrica, instituto y localidad para defender una salida revolucionaria a esta crisis entre cuyas reivindicaciones se sitúe con claridad el no al pago de la deuda –la población en Sri Lanka no puede esperar ninguna salvación por parte del FMI ni del imperialismo chino–, la caída de todo el régimen podrido de Rajapaksa y la creación de un Gobierno obrero bajo control de los trabajadores, jóvenes y campesinos, que naciinalice las principales palancas de la economía al servicio de los intereses y necesidades del pueblo. De esta manera también se podrán asegurar los derechos democráticos y nacionales del pueblo tamil y superar la división sectaria instigada por la clase dominante para dividir a los oprimidos.

País tras país, la clase obrera se está levantando contra el desabastecimiento, el hambre y los efectos de la guerra. La experiencia de las rebeliones y levantamientos de estos últimos años en el sudeste asiático dejan valiosas lecciones. La más importante es que sólo construyendo un partido revolucionario a la altura de las circunstancias historias que estamos viviendo, podremos conquistar una vida libre de barbarie y explotación.

Notas: 

[1]  El Partido de la Libertad de Sri Lanka (SLPP) ganó la presidencia en 2019 por un amplio margen y obtuvo una mayoría de dos tercios en el Parlamento menos de un año después. Esto permitió a Gotabaya Rajapaksa nombrar a su hermano Mahinda como primer ministro y enmendar la Constitución para fortalecer los poderes del presidente, entre ellos el control absoluto de las fuerzas de seguridad y las agencias anticorrupción. Como parte de estas medidas autoritarias también se entregó a otros tres miembros de la familia Rajapaksa puestos clave en su Gabinete, incluidos los Ministerios de Finanzas, Agricultura y Deporte.

[2]  En 2017, el Gobierno de Sri Lanza formalizó con China el arrendamiento del puerto de Hambantota durante 99 años. Este puerto es clave para la nueva Ruta de la Seda, y fue construido en 2010 con un préstamo chino de 1.060 millones de dólares.

[3] El Partido de Liberación Popular (JVP), una escisión del Partido Comunista que ha tenido una influencia de masas en el país, ante las protestas que sacuden el país se ha limitado a afirmar que “si tomaran el poder lo primero que harían sería iniciar conversaciones con China y el FMI”.


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