El levantamiento popular que se inició en Sri Lanka el pasado mes de marzo ha desembocado en una auténtica revolución.
Cientos de miles de manifestantes se han echado a las calles en Colombo, capital del país, y, desbordando a las fuerzas militares y policiales que lo protegían, han asaltado el palacio presidencial. El presidente Gotabaya Rajapaksa ha tenido que huir y su paradero es oficialmente desconocido, aunque la prensa india informa de que ha abandonado el país en un navío de guerra.
La crisis económica y el levantamiento revolucionario
Las causas del levantamiento srilanqués las explicamos detalladamente en un artículo publicado hace seis semanas. En este material, de lectura obligada en estos momento, se explica como la crisis económica, la peor que ha sufrido el país desde su independencia, ha empujado a la miseria y a la desesperación a millones de familias obreras y campesinas. La falta de combustible, los continuos cortes de electricidad y las subidas estratosféricas de los precios de los alimentos y otros productos básicos han colmado la paciencia de la población de Sri Lanka. Un proceso que se repetirá inevitablemente en otros muchos países.
La crisis fue aprovechada por el FMI para intentar imponer, de acuerdo con los partidos gobernantes y con la burguesía srilanquesa un brutal plan de ajuste. Los tenedores extranjeros de deuda, comportándose como carroñeros, vieron una oportunidad de oro para extraer aun más beneficios, y se negaron rotundamente a conceder el más mínimo alivio.
Tras días de protestas espontáneas y multitudinarias, los sindicatos convocaron el 28 de abril la primera huelga general desde 1980, exigiendo, entre otras reivindicaciones, la renuncia del presidente. El 6 de mayo la huelga general se repitió y a partir de ese día un buen número de sectores productivos de Sri Lanka ha seguido en huelga indefinida.
La respuesta del gobierno fue la represión sangrienta, utilizando tanto a la policía y al ejército como a las bandas fascistas que ya habían sembrado el terror en la época de la guerra contra el pueblo tamil, una minoría nacional duramente oprimida. Pero la represión no asustó a los manifestantes. Todo lo contrario. La protesta ganó en intensidad y finalmente obligó a dimitir al primer ministro.
La represión indiscriminada, como hemos visto repetidamente en situaciones revolucionarias previas, tiene el efecto de agrietar la disciplina de las fuerzas armadas. En las imágenes que llegan ahora mismo desde Sri Lanka se ven a miembros del ejército y la policía uniéndose a los manifestantes. El aparato de estado está en graves apuros, resquebrajándose, y los elementos de doble poder avanzan desafiantes. Las condiciones para imponer un gobierno que de verdad represente a los trabajadores, a los campesinos y a todos los sectores oprimidos de la población del país, han llegado a un punto evidente de madurez. Un gobierno que podría expropiar a los capitalistas nacionales e imperialistas, a los terratenientes, y sobre la base de los comités revolucionarios que ya han surgido, generalizarlos, unificarlos y abrir el camino al socialismo.
¡Todo el poder a la clase trabajadora! ¡Por un gobierno revolucionario con un programa socialista!
Ese gobierno, el único capaz de cambiar las cosas, no puede basarse en el mismo aparato de estado que durante décadas sirvió para oprimir y explotar a la inmensa mayoría de la población. La clase trabajadora de Sri Lanka, con unas tradiciones revolucionarias formidables, tiene que apoyarse en sus propios órganos de poder. Tiene que tomar en sus manos los centros de decisión económica, el control de la banca y los monopolios mediante su nacionalización sin indemnización, la gestión de las comunicaciones y el resto de las infraestructuras.
Con la economía bajo control democrático de la clase obrera y sus organizaciones, las decisiones podrían ser inmediatas: congelación de los precios de los productos básicos, incremento de los salarios, expropiación de los ricos, poner fin a las maniobras de los especuladores y acaparadores mediante la acción directa, organización de milicias obreras y populares haciendo un llamamiento efectivo a los soldados, sustitución de los tribunales burgueses por órganos de justicia revolucionaria…
Esta misma mañana, mientras parte de los manifestantes tomaban el palacio presidencial otra parte se dirigió al Banco Central. Es una decisión correcta, pero para controlar el poder financiero no es suficiente con ocupar un edificio. Hay que dar un paso más y organizar comités obreros en todos los centros financieros para controlar los fondos, evitar la fuga de capitales y promover la nacionalización del sector. Esta es la tarea de todas las organizaciones que se reclaman revolucionarias. Es el momento de estar a la altura de las circunstancias y cumplir con el mandato del pueblo insurrecto.
Mientras los recursos productivos del país sigan en manos de los capitalistas nacionales y sus amos imperialistas será imposible afrontar con éxito la situación de miseria que afecta a la gran mayoría de la población. Tampoco se debe confiar ingenuamente en la actual ola de apoyo de los miembros de las fuerzas armadas a la revolución. Son los soldados los que se unen a sus hermanos y hermanas de clase. Pero ¿qué ocurre con la casta de los oficiales y jefes? Sin duda ya estarán haciendo planes para recuperar el control de la situación y ahogar la protesta en sangre, probablemente con la colaboración de alguna potencia imperialista. La única forma de evitarlo es disolviendo el actual ejército para sustituirlo por una milicia de los trabajadores y trabajadoras, distribuyendo armas para que la revolución pueda ser defendida por sus protagonistas.
La profundidad de la crisis capitalista y la descomposición de su sistema de dominación vuelven a poner en el orden del día la actualidad y la necesidad urgente de la revolución socialista y una estrategia para vencer. Tras la primera ola de revueltas que siguió al desencadenamiento de la crisis de 2008, entre ellas la Primavera Árabe, un buen número de regímenes dictatoriales se vino abajo en todo el mundo. Pero el cambio se quedó en reformas políticas puramente cosméticas que al poco tiempo quedaron anuladas y traicionadas. Los cimientos económicos y sociales no cambiaron, los problemas que habían provocado los levantamientos siguieron profundizándose y, finalmente, el impulso de rebelión se fue agotando bajo la inmisericorde presión de la necesidad cotidiana y las maniobras de la clase dominante y las potencias occidentales.
Hoy, las masas de Sri Lanka están protagonizando una revolución social en líneas clásicas, aunque el factor consciente de esta revolución, el partido, no está presente y es imprescindible construirlo en el transcurso de la lucha. Los próximos días y semanas serán decisivos, pero una cosa está clara: las buenas palabras y laa promesas de las distintas camarillas de políticos burgueses no conducen a ninguna parte. La población quiere un cambio real y lo quiere ahora, y solo el programa de la revolución socialista podrá ofrecer una solución decisiva a sus demandas.
Sri Lanka es el primer episodio de una ola revolucionaria mundial
Nada de lo ocurrido hasta ahora en Sri Lanka es excepcional o particular de ese país. Los problemas que afrontan los oprimidos srilanqueses son los mismos que estamos afrontando la clase trabajadora y la población pobre en todo el planeta.
Es inevitable que acontecimientos como los de Sri Lanka se repitan en los próximos meses a lo largo y ancho del globo. La crisis afecta a la esencia mismas del sistema capitalista que, en esta coyuntura, se demuestra incapaz no ya de mejorar las condiciones de vida de la población, sino ni siquiera de mantener una situación que para cientos de millones de personas ya está al límite de la vida.
La respuesta del capitalismo a su crisis estructural la hemos visto hace unos días en la Cumbre de la OTAN: un aumento desmesurado del gasto militar, y prepararse para aplastar cualquier intento de acabar con los inadmisibles privilegios de la élite burguesa.
También nosotras y nosotros, trabajadoras y trabajadoras, jóvenes, todos los que con nuestro trabajo generamos la riqueza social, esa riqueza que una ínfima minoría de potentados usurpa, tenemos que prepararnos para las próximas batallas.
Nuestra arma decisiva es la movilización revolucionaria y la organización. La crisis del capitalismo, con su amenaza cada vez más inminente de guerra y destrucción, exige una respuesta socialista. Es necesario y urgente preparar ahora la izquierda revolucionaria capaz de intervenir en los acontecimientos con un programa y un plan de acción que asegure el triunfo de la movilización popular. La respuesta masiva a la crisis capitalista ha empezado a ponerse en marcha y nuestra obligación es construir la organización que haga posible la victoria. ¡Por un futuro socialista para la humanidad!