Hace dos años, Sri Lanka, un país de 22 millones de habitantes que rara vez ocupa las portadas de la prensa internacional, se convertía en ejemplo de revolución. Después de 50 días de movilizaciones masivas y varias huelgas generales, la insurrección de la juventud, la clase obrera y el campesinado pobre derrocaba al odiado Gobierno de la corrupta familia Rajapaksa.
Ni la salvaje represión militar y policial, que dejó decenas de muertos y centenares de heridos, ni los ataques de las bandas fascistas organizadas por el Estado, pudieron frenar a las masas. Tras décadas de corrupción y parasitismo de la oligarquía, de saqueo de las multinacionales, bancos y fondos de inversión imperialistas que llevaron al país a la bancarrota, el anhelo de un cambio revolucionario era tan poderoso que Gotabaya Rajapaksa y su hermano Mahinda, primer ministro, tuvieron que huir del país.
Solo la ausencia de un programa socialista y un plan de acción desde la izquierda y los sindicatos, impidió a los trabajadores hacerse con el poder efectivo. Y eso permitió a la clase dominante retomar la iniciativa para aplicar la misma estrategia que en otros países: cambiar las caras del Gobierno para que todo lo fundamental permaneciese igual.
Los Rajapaksa fueron reemplazados por la figura de Ranil Wickremesinghe, veterano político burgués vinculado históricamente al imperialismo estadounidense, perteneciente a otra de las familias oligárquicas que dominan el país desde su independencia, en 1949, y que ya había sido primer ministro en cinco ocasiones. La convocatoria electoral de este 21 de septiembre tenía como objetivo legitimar ese cambio de fachada y estabilizar el país. Pero el resultado ha sido exactamente el opuesto.
Las masas hacen saltar por los aires el plan del régimen
Los candidatos más directamente vinculados a los grandes partidos burgueses que han gobernado el país durante décadas han sido borrados del mapa. El presidente Wickremesinghe, pese a contar con la maquinaria gubernamental y el apoyo inicial de sectores decisivos de la clase dominante y el imperialismo, no pasó del 17% de apoyo (2.290.000 votos), quedando en tercer lugar. Namal Rajapaksa, representante del clan desalojado del Gobierno por la insurrección popular, obtenía un patético 2,5%.
Con una altísima participación, 79,46%, el gran vencedor, y nuevo presidente, es Anura Kumara Dissanayake, líder del JVP, partido de origen estalinista que protagonizó diferentes levantamientos guerrilleros en los años setenta y ochenta. Liderando la coalición de izquierda, Poder Popular Nacional (NNP), Dissanayake consiguió 5.740.179 votos en segunda vuelta, el 55,89%, imponiéndose a Sajith Premadasa, político burgués que encabezó de 2019 a 2022 la oposición parlamentaria a los Rajapaksa, y que logró 4.530.902, un 44,11%.
El candidato derrotado era la apuesta in extremis de la oligarquía, al que intentó darle una aureola “progresista” y “crítica”, forjando una amplia coalición en torno a su partido (escisión de uno de los desprestigiados partidos burgueses tradicionales) con sectores socialdemócratas, representantes de las minorías tamil y musulmana e incluso algunos sindicatos.
Pero millones de jóvenes, trabajadores y campesinos (al menos en el sur, centro y oeste del país donde predomina abrumadoramente la etnia cingalesa) vieron en Dissanayake al único candidato capaz de derrotar a los partidos del sistema.
Aplastada por el peso de una deuda que llegó a 83.000 millones de dólares, la economía esrilanquesa se desplomó en 2022 un 12%, agravando una situación desesperada. A finales de 2023, según el Banco Mundial, el 25,9% de la población —entre cinco y seis millones de personas— vivía bajo el umbral de la pobreza. Otras fuentes elevan esa cifra al 50%.
Sri Lanka ocupa el segundo lugar mundial en desnutrición infantil con 410.000 niños subalimentados[1]. Desde 2019, según una investigación de LIRNEasia, casi la mitad de la población ha modificado sus hábitos de consumo, reduciendo los alimentos para cubrir otras necesidades. Más del 50% carece de ahorros y el 6% de hogares ha dejado de enviar sus hijos a la escuela.
En 2023 la afluencia de capitales, especialmente de China, primer país en conceder préstamos y anunciar inversiones tras el impago temporal de la deuda externa decretado por el Gobierno esrilanqués, permitió evitar el colapso total. Aun así, el PIB registró una caída del 2,3%.
Las contradicciones del JVP y la cuestión tamil
La primera acción de Disssanayake como presidente ha sido disolver el Parlamento, dominado por los partidos de derecha, y convocar elecciones legislativas buscando una mayoría parlamentaria. Y hay que señalar que aunque el líder del JVP haya sido presentado como un “marxista leninista” en la prensa internacional, su actitud ha sido muy cauta, limitándose a prometer que combatirá la corrupción y la pobreza, pero manteniéndose fiel a renegociar el compromiso del Gobierno anterior con el FMI.
Las imágenes de manifestantes celebrando su victoria con banderas rojas y retratos de Marx y Lenin, no pueden llevar a engaños. No son precisamente las ideas del socialismo científico las que tiñen el programa y la trayectoria de Dissanayake y su partido.
El JVP renunció hace décadas a una política y métodos comunistas. No cuestiona la propiedad de los grandes capitalistas y terratenientes, ni siquiera el pago de la deuda a la gran banca. Su táctica durante las últimas décadas ha consistido en buscar pactos con diferentes sectores de la oligarquía. En 2004-2005 Dissanayake fue ministro de Agricultura de un Gobierno capitalista. Durante la insurrección de 2022 él y su partido estuvieron desaparecidos y, tras su victoria electoral, está insistiendo en llamar a los partidos burgueses a un gran acuerdo nacional.
Pero donde su posición representa una mayor negación de las ideas de Lenin y Marx es en la cuestión nacional. La opresión de la minoría tamil, que supone entre el 15 y el 18% de la población, por la mayoría cingalesa, el 80%, y que es una herencia directa del Imperio británico, provocó una guerra civil entre 1983 y 2009 que costó miles de muertes y centenares de miles de desplazados.
Tras la independencia, la burguesía cingalesa desató una ola de chovinismo imponiendo la religión budista y el idioma cingalés, marginando a los tamiles, mayoritariamente hinduistas aunque también musulmanes, y organizando sangrientos pogromos contra ellos.
Para conseguir un apoyo de masas, un sector de la burguesía cingalesa incluso acometió algunas nacionalizaciones y combinó su discurso chovinista con demagogia pseudosocialista. De hecho, tras décadas de capitalismo salvaje, el nombre oficial del país sigue siendo República Democrática Socialista de Sri Lanka.
La mayor parte de la izquierda cingalesa de raíz estalinista y maoísta, en lugar de combatir el chovinismo y defender el derecho de los tamiles a su lengua, religión y cultura, y a la autodeterminación, se sumaron a la ola chovinista. El JVP fue de los peores haciendo bandera del nacionalismo cingalés y participando directamente en la represión contra los tamiles, que reaccionaron proclamando un Estado independiente dirigido por otra guerrilla de origen estalinista: los Tigres Tamiles.
Este Estado llegó a abarcar un tercio del territorio en el norte del país. Pero los métodos de los Tigres, que combinaban la resistencia guerrillera con ataques a la población cingalesa y alianzas con sectores reaccionarios de la derecha ultranacionalista, debilitaron su apoyo entre los propios tamiles. Los últimos focos guerrilleros tamiles fueron aplastados en 2009.
La burguesía cingalesa ha dado por resuelto el problema con su victoria militar y algunas concesiones muy limitadas en la cuestión lingüística y religiosa, pero la negación del derecho de autodeterminación y otros derechos democrático-nacionales sigue alimentando el conflicto.
En un contexto de crisis económica profunda y maniobras de distintos sectores de la oligarquía por el poder, y de las potencias imperialistas regionales que tradicionalmente han intervenido en Sri Lanka por aumentar su control, este puede volver a estallar en cualquier momento.
Mientras el apoyo a Dissanayake en las zonas de mayoría cingalesa superó el 60 %, y alcanzó el 70% en zonas obreras y campesinas, en el noreste tamil y musulmán fue inferior al 20%, en los distritos del norte que fueron bastiones de los Tigres tamiles no llegó al 10%. En estas zonas, los partidos burgueses han movilizado el miedo al nacionalismo cingalés del JVP, consiguiendo apoyos del 60%.
Sri Lanka en la pugna interimperialista
La posición estratégica de Sri Lanka en las rutas marítimas comerciales y militares del Océano Índico hace que potencias regionales como India y Pakistán y los bloques imperialistas liderados por EEUU y China tengan intereses en el país.
Aunque Dissanayake se ha mostrado dispuesto a negociar con todos, su victoria representa un paso más en el avance de China, cuyo peso económico y político en la isla no ha dejado de aumentar en detrimento estadounidense, que ve además como sus peones tradicionales han sido desplazados del Gobierno.
Todo indica que los acuerdos con Beijing se verán reforzados. Y no solo porque Dissanayake y el JVP quieran sino porque objetivamente las inversiones chinas son el colchón que ha impedido un colapso total.
Cuando Sri Lanka entró en bancarrota, los medios estadounidenses y europeos lanzaron una brutal campaña mediática presentándolo como el primer default causado por las presiones de China. En realidad, el gigante asiático poseía un 10% de la deuda, el 81% era deuda acumulada con bancos y fondos especulativos estadounidenses y occidentales. De hecho fueron estos, mediante el FMI, quienes impusieron las condiciones draconianas que aceleraron el colapso.
Un escenario de lucha de clases tormentoso
Un sector de la clase dominante esrilanquesa ha visto en las inversiones chinas en puertos e infraestructuras una oportunidad de beneficiarse del boom de la logística y quiere reforzar esos vínculos. Conscientes del riesgo que representaría apartar totalmente a India, también han llegado a algunos acuerdos con Nueva Dehli. Las empresas estadounidenses intentan entrar en la carrera pero han llegado tarde y perdido bastante terreno.
El intento de Dissanayake de responder a la presión de las masas sin tocar los bancos, la tierra y los grandes monopolios, y manteniendo su posición chovinista sobre la cuestión tamil, solo puede provocar nuevas crisis y enfrentamientos.
La historia de Sri Lanka está llena de combates guerrilleros, huelgas generales e insurrecciones, y esas tradiciones revolucionarias y clasistas, como en 2022, aflorarán nuevamente. En un contexto en el que la conciencia anticapitalista de millones avanza con rapidez, Dissanayake tendrá que optar: o con las demandas del pueblo, o frustrando sus esperanzas y plegándose a los intereses de los imperialistas y el FMI. No hay término medio. Y esa contradicción seguirá alimentando la lucha de clases hasta la victoria definitiva.
[1]Sri Lanka, crisis y pobreza: más de 410 mil niños desnutridos