La burocracia estalinista china abre las puertas a la restauración capitalista
Un pasado revolucionario muy próximo
Estos mismos burócratas corruptos que conducen al país por la senda de la restauración capitalista, siguen manteniendo todavía los símbolos externos del comunismo como una forma de arroparse ante las masas con la autoridad de la revolución. El triunfo del ejército campesino dirigido por Mao en 1949 merece la consideración de uno de los acontecimientos más importantes de la historia de la humanidad. Un gigantesco país, con la población más numerosa del mundo, se liberó, mediante una guerra revolucionaria, del yugo feudal en el campo, de la corrupta burguesía nacional y de la explotación de las potencias imperialistas capitalistas de un solo golpe.
No obstante, tanto los cálculos de la burocracia estalinista en la URSS como los de Mao no pasaban por la ruptura inmediata con el capitalismo. Fieles a su posición frentepopulista pensaban que China necesitaría de un prolongado estado de desarrollo “capitalista democrático” donde el PCCH en alianza con el campesinado y las “fuerzas progresistas y patriotas” de la burguesía y la pequeña burguesía china encararan la modernización del país. Los escritos de Mao son claros al respecto. En 1934, en un artículo titulado “Nuestra política económica” señalaba lo siguiente “en lo que respecta al sector privado, en lugar de ponerle obstáculos, lo promoveremos y estimularemos a menos que viole los límites legales fijados por nuestro gobierno, pues actualmente su desarrollo es necesario para los intereses del Estado y el pueblo. Huelga decir que este sector tiene ahora una absoluta preponderancia y continuará ocupando indudablemente una posición predominante durante un tiempo bastante largo.”
Mao: un firme defensor de la teoría estalinista de las dos etapas
La cúpula del PCCh estaba convencida del carácter progresista de sectores importantes de la burguesía incluso a las puertas de la victoria. Es en la política referida al proletariado, a su papel en la revolución y la forma de propiedad de los medios de producción, donde el abandono de las posiciones marxistas se hacía más evidente. Las directrices políticas del partido, que suponían la subordinación de la clase obrera a la burguesía, no eran tan fáciles de aplicar puesto que contrastaban con la política en el campo que, en la última etapa de la guerra civil revolucionaria, consistió en la expropiación de los grandes terratenientes en beneficio de los campesinos pobres. Con mano firme, en un artículo titulado “Sobre la política concerniente a la industria y el comercio”, escrito en 1948 a las puertas de la victoria, Mao previene contra el error de realizar una política revolucionaria en las ciudades: “Principios de dirección. Hay que prevenir contra el error de aplicar en las ciudades las medidas que se emplean en las zonas rurales para la lucha contra los terratenientes y los campesinos ricos y para la destrucción de las fuerzas feudales. Hay que hacer una rigurosa distinción entre la liquidación de la explotación feudal ejercida por los terratenientes y campesinos ricos y la protección de sus empresas industriales y comerciales... Hay que realizar un trabajo educativo entre los camaradas de los sindicatos y entre las masa obrera para hacerles comprender que de ninguna manera deben ver solamente los intereses inmediatos y parciales, olvidando los intereses generales y de largo alcance de la clase obrera. Se debe orientar a los obreros y a los capitalistas a que, bajo la dirección de los gobiernos locales, organicen comités mixtos para la administración de la producción...”
Se impone la transformación revolucionaria de la sociedad
La realidad se encargó, sin embargo, de demostrar que este esquema era inviable: la corrupta y debilitada burguesía china y sus aliados terratenientes e imperialistas nunca aceptarían reformas esenciales como la distribución de la tierra, la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de la población, la legislación social u otras. La ruptura con el capitalismo y la expropiación de la propiedad imperialista era la precondición necesaria para resolver las aspiraciones de millones de campesinos que se habían batido en la guerra civil y durante la ocupación japonesa del país en la II guerra mundial.
Pero la maravillosa energía revolucionaria del campesinado en forma de ejército rojo no podía sustituir la falta de participación de la clase obrera y su papel dirigente en el proceso. Y este aspecto, que desde luego no impidió la victoria y la transformación del decadente estado semifeudal chino en un estado obrero gracias a la nacionalización de industria y la planificación de la economía, sí marcó el carácter político del nuevo régimen. El socialismo es un estadio superior al capitalismo por su capacidad de superarlo en el terreno económico. Para ello, para demostrar su superioridad y por tanto su justificación histórica, le resulta indispensable la participación activa y consciente de la clase que juega el papel decisivo en el proceso productivo: la clase obrera. Sin embargo en China, al igual que en la URSS que siguió a la muerte de Lenin y el descabezamiento del Partido Bolchevique, nos encontramos un régimen en el que las masas no participaban en el control de las decisiones tomadas tanto en la esfera económica, como en la política o en la cultural. En definitiva estábamos ante un régimen caracterizado por la falta de democracia obrera donde la cúpula del ejercito rojo asumía las tareas de control y planificación que deberían haber correspondido a los soviets o consejos obreros, inexistentes en la china maoísta.
Fracaso de la teoría del “socialismo en un solo país”
A pesar de ello, la economía centralizada y planificada consiguió importantes logros con una tasa media de crecimiento anual del 11% entre 1949 y 1957. La eliminación del latifundio y el capitalismo consiguió aumentar la esperanza de vida, el número de médicos y escuelas, en definitiva, mejorar las condiciones de vida de las masas. Si en 1945 la esperanza de vida era de 40 años, en 1979 era ya de 70. Si en 1952 se producían 1.000 tractores en 1976 eran 190.000. Dicho esto no podemos olvidar las dramáticas aventuras emprendidas por la burocracia maoísta en 1958 y 1966 conocidas como el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural respectivamente. Ambas implicaron terribles efectos en la economía: hasta de un 15% de caída en la producción industrial entre 1967 y 1968, y un retroceso en las condiciones de vida de las masas. Se calcula que debido a la escasez alimentaria murieron más de 15 millones de personas de hambre entre 1958 y 1962. Esta aventuras basadas en decisiones erróneas de la cúpula del PCCh, demostraron que China, a pesar de su inmensidad geográfica y humana, no podía vivir aislada del mundo, no podía construir el socialismo dentro de sus fronteras, la autarquía debía ser superada.
El fin del aislamiento económico
En 1978, dos años después de la muerte de Mao, la economía se encontró con problemas evidentes: estancamiento, tendencias inflacionarias, escasez de productos de consumo, descontento social. La burocracia intentó responder a esta situación y comienza entonces el periodo de “reformas”, con el objetivo de reanimar la actividad económica e incrementar la productividad del trabajo. El Comité Central reconoce la existencia de parcelas privadas en el campo y las actividades complementarias de los campesinos, lo que permitiría a los agricultores vender parte de su producción en el mercado. Al año siguiente se aprueba la ley sobre inversiones extranjeras. En 1984 se crean las “zonas económicas especiales” en zonas costeras, espacios privilegiados para la inversión por su situación geográfica y el bajo costo de los terrenos y la mano de obra. El proceso alcanza uno de sus momentos culminantes en el 2001 con el ingreso de China en la OMC y en 2003 con la aprobación de la enmienda a la Constitución para proteger la propiedad privada y la liberalización masiva del sector estatal.
Los efectos de este proceso de reforma en las cifras económicas son significativas: desde finales de los 70 hasta el día de hoy la tasa media anual de crecimiento económico es de 8,5%, habiendo cerrado el año 2003 con un crecimiento del 9%. ¡Veinticinco años creciendo a una media superior al 8%! Pero esta es nada más que una cara de la moneda. Lo cierto es que los dirigentes del PCCh que suceden a Mao y deciden abrir la economía China al mercado mundial, no lo hacen girando de la teoría estalinista y antimarxista de la construcción del socialismo en un solo país hacia el internacionalismo proletario, la extensión de la revolución a escala internacional y la recuperación de la democracia obrera. Lejos de ello, Deng Xiaoping inicia este proceso de reformas como una forma de salvaguardar la posición dirigente de la casta burocrática, sus privilegios y beneficios, aunque fuera a costa de facilitar el desarrollo de condiciones materiales y políticas que pueden concluir con la restauración del capitalismo en China.
La restauración capitalista en marcha
No podemos olvidar que aunque las gigantescas banderas rojas y la hoz y el martillo presidan las reuniones de la cúpula del PCCh, la burocracia no sólo no ha tomado ninguna medida destinada a facilitar la participación de las masas en la sociedad, sino que ha adoptado toda una serie de medidas legales para facilitar la explotación de los trabajadores chinos por parte de los capitalistas occidentales.
En 1982 con el argumento de que se habían “erradicado los problemas entre trabajadores y empresarios” la cúpula del PCCH suprimió el derecho a huelga, que en la práctica no existía. Pero fue en 1989, con la masacre de Tiananmen, cuando el talante de la reforma quedó absolutamente claro y cualquier esperanza sobre el carácter progresista de la dirección del PCCh se desvaneció. Cientos de miles de estudiantes y trabajadores, que enarbolando banderas rojas y cantando la internacional exigían más democracia para mejorar sus condiciones de vida, fueron brutalmente reprimidos con tanques y balas. Su delito no fue reivindicar el capitalismo, sino preguntarse que fallaba en un estado socialista para que hubiera miseria, represión y explotación. De hecho quienes ordenaron la masacre de la Plaza de Tiananmen fueron los mismos que han facilitado en estos últimos quince años todo tipo de medidas favorables a la restauración capitalista.
Un país de desigualdades
El efecto de este crecimiento económico lejos de traducirse en más armonía social, en la suavización de las diferencias sociales y una mejora generalizada del nivel de vida, síntomas de una aproximación a un régimen realmente socialista, se ha convertido en su contrario. China es un país de numerosas e insoportables desigualdades. El contrate entre la ciudad y el campo es notable: el 30% de la población total que vive en las ciudades, según estadísticas oficiales de 2003, tiene un ingreso medio de 8.500 yuanes, mientras que los 900 millones de habitantes de las zonas rurales reciben una tercera parte, 2.620 yuanes. Entre las diferentes regiones de este vasto país las diferencias también son sangrantes: el PBI per cápita de Shangai, el más alto, es 12,9 veces superior al de Guizhou, una de las zonas más deprimidas. Dentro de las ciudades la diferencia entre ricos y pobres no es menos evidente: mientras el 10% de las familias más ricas poseen el 45% de la propiedad, el 10% más pobre “disfruta” del 1,4%. Es difícil conciliar estos datos con la hasta hace poco “China socialista” de las declaraciones del Comité Central, aunque en verdad la burocracia ya ha modificado su jerga y ahora utiliza el termino de “economía socialista de Mercado” para designar su sistema.
La situación de los trabajadores y campesinos chinos es una auténtica pesadilla: el gobierno reconoce 200 millones de pobres y solamente entre 1998 y 2003 se despidieron a casi 28 millones de trabajadores del sector estatal. Terrible testimonio silencioso de estas inaguantables condiciones de vida es la tasa record de suicidios, que en 2002 fue la principal causa de muerte entre los jóvenes y el motivo de la muerte de una de cada tres mujeres en el campo.
Una poderosa economía irrumpe en la escena mundial
Por otro lado, la continua y abundante inversión de capitales procedente de las mayores y más competitivas multinacionales ha permitido un desarrollo espectacular de la economía china en esta última década: China es el tercer productor mundial de automóviles, desplazando a Francia al cuarto puesto; la primera y tercera compañías más grandes del mundo de telefonía móvil son de nacionalidad china; en 2003 China ha sido el primer país del mundo que ha producido 200 millones de toneladas de acero en un año; en la actualidad produce el 50% de la producción mundial de calzado y del 40% pantallas de ordenador; es responsable del 20% de las exportaciones mundiales de prendas de vestir, etc. Otra forma de comprobar el elevado ritmo de su actividad económica es la impresionante voracidad de la industria china en el consumo de materias primas: tan sólo en 2003 consumió el 40% de la producción mundial de cemento, el 27% de la de acero y el 25% de la de aluminio; respecto al petróleo probablemente la convertirá en el segundo consumidor, tan sólo detrás de EEUU, en el 2004. Incluso su autosuficiencia alimentaria ha desaparecido, importando grandes cantidades de trigo, azúcar o soja.
Además, no sólo se trata del volumen de su producción, sino de la capacidad tecnológica que ha adquirido. Hace bien poco China envió a un hombre al espacio, logro que hasta el momento sólo ha estado al alcance de la desaparecida URSS y los EEUU. Ha firmado un acuerdo con Japón y Corea del Sur para crear un sistema operativo que sustituya en todo Asia nada menos que al hasta ahora omnipotente Windows de Microsoft. Esta inyección de alta tecnología, que en una parte importante procede de las multinacionales occidentales, tiene un claro reflejo en la estructura de las exportaciones chinas:
Año 1990 2000 Tasa crecimiento
Bienes primarios 25,9% 10,9% -42%
Manufactura 74,1% 89,1% +20%
Alta tecnología 20,2% 31,4% +55%
Los puntos débiles del gigante asiático
Toda este crecimiento de la producción está destinado en su mayor parte a la exportación para ser consumida fuera de las fronteras nacionales, convirtiendo a China en una economía extremadamente dependiente del mercado mundial. Así su componente exportador pasó del 10,8% del PNB en 1989 a superar el 28% del PNB en 2003. Hay por tanto en la economía China una excesiva subordinación a factores fuera de su control. Una recesión, o una ralentización significativa del crecimiento, acompañada de un endurecimiento de las políticas arancelarias de los países receptores de sus exportaciones, perspectiva por otro lado bastante probable, supondría un gravísimo revés. De hecho la integración en el mercado mundial también tiene dos caras. Por ejemplo, el ingreso en la OMC no sólo ha permitido el acceso a nuevos mercados, también supone la baja de aranceles en las propias fronteras chinas para productos industriales y agrícolas provenientes de otros países.
China se ha convertido en la cuarta exportadora mundial el año pasado, siendo la responsable de disparar los déficit comerciales de países como EEUU, pero ahora, a principios de 2004, las autoridades chinas también reconocen un déficit comercial propio. Por ejemplo, es tal el nivel de consumo de acero en el país que el ser primer productor mundial es insuficiente, y se han convertido también en el primer importador.
Son varios los economistas que usan el término “inversión ineficiente” queriendo referirse a que la parte del beneficio obtenido por la inversión extranjera que se queda dentro de las fronteras es bastante escasa. Por ejemplo, del aumento de las exportaciones chinas en los últimos diez años, el 65% proviene de filiales o empresas mixtas establecidas por trasnacionales de Japón, EEUU o Europa. En un sector tan destacado como es el de los productos informáticos, que supone un 31,5% de las ventas, el 68% de la producción se realiza en empresas de capital mixto y más del 82% de las exportaciones corresponden a estas mismas empresas.
Junto a ello se habla también de recalentamiento y aterrizaje suave de la economía, se intenta incluso rebajar la tasa de crecimiento. Se murmura que hay que evitar la “trampa Latinoamérica”, o una situación similar al desplome de los tigres asiáticos a mediados de los 90. En definitiva el régimen chino teme una huída masiva de los inversores extranjeros cuando la coyuntura económica cambie o surjan en otra parte del planeta condiciones más favorables.
La onda expansiva del crecimiento chino
La trascendencia de la presencia china en el mercado mundial es de tal envergadura que ha provocado un acalorado debate entre renombrados economistas burgueses. Por un lado están aquellos que sitúan en este inmenso país la responsabilidad de todos los males: destrucción de puestos de trabajo y aumento del déficit comercial en los países capitalistas más desarrollados, políticas monetarias artificiales para mantener el yuan por debajo de su valor y así invadir el mercado mundial con productos muy baratos, etc. De otro lado tenemos a quienes nos presenta el desarrollo de la economía china como el nuevo Eldorado: un mercado de más de 1.000 millones de consumidores potenciales, un crecimiento económico fuerte y permanente que tira del conjunto de la economía mundial, etc.
Para empezar sería necesario señalar que hay tanto beneficiados como damnificados. En México se habla de la destrucción de decenas de miles de puestos de trabajo, al ser desplazado este país por China en el ranking de proveedores a EEUU. La ya de por si sobre explotada mano de obra mexicana que cobra 1,47 u$s/hora, no puede competir con los 0,59 u$s/hora del proletariado chino. En EEUU es de todos conocido que de los tres millones de puestos de trabajo destruidos en la manufactura por las llamadas deslocalizaciones, gran parte han sido “relocalizados” en China. La Federación Americana del Trabajo, AFL-CIO, habla concretamente de 720.000 empleos. Levis, uno de los símbolos industriales más emblemáticos de la industria textil de EEUU en el mundo, también ha trasladado su producción a China.
Pero junto a esto no es menos cierto que Japón, Corea del Sur, Argentina o Brasil se están beneficiando de las exportaciones a China, hasta el punto de influir sensiblemente en el crecimiento de su PBI. No olvidemos que en los últimos años la tasa de crecimiento anual de las importaciones chinas ha estado en torno al 15%.
Recrudece la lucha y aumentan las contradicciones en el mercado mundial
De hecho, la hipocresía y el descaro de la burguesía no conoce límite. Mientras en Estados Unidos se desarrolla una campaña antichina con la intención de mostrar a la clase obrera norteamericana que sus problemas están allende los mares, se deja sin explicar la parte más interesante. Lo que no se cuenta es que los capitalistas estadounidenses hacen negocios multimillonarios en China. Son ellos los que destruyen puestos de trabajo porque pueden extraer más plusvalía de un obrero chino. Por ejemplo, LogiTech Internacional, multinacional estadounidense que fabrica unos 20 millones de ratones de ordenador al año produce en China, ha conseguido así que de los 40$ a los que se vende cada ratón 8$ queden en sus arcas, 15$ sean para mayoristas y minoristas, 15$ para proveedores y tan sólo 3$ queden en China. Así entendemos el carácter tan peculiar de la actual recuperación estadounidense, en la que es posible que convivan la destrucción de empleo doméstico y el consiguiente congelamiento salarial, con un incremento de los beneficios empresariales.
Es cierto que con esta política empresarial los capitalistas norteamericanos están debilitando y creando contradicciones serías en su estructura económica, aumentando el desequilibrio tanto en su balanza comercial como en su estabilidad social al destruir el “sueño americano” entre sectores cada vez más amplios de la clase obrera. Pero un capitalista no hace negocios pensando en la patria o considerando los intereses del conjunto de los capitalistas. Por el contrario su motor es la obtención del máximo beneficio a costa, en la mayoría de las ocasiones, de hundir al resto de los capitalistas en competencia.
Así, si intentamos entender los efectos del desarrollo de la economía china de forma global, sin entrar en consideraciones de uno u otro país, sino abarcado el conjunto de la economía capitalista a nivel mundial, llegaremos a la conclusión de que un nuevo y poderoso competidor se ha sumado a la encarnizada lucha por cada pequeña parcela de mercado, incrementando así las contradicciones y la carga explosiva acumulada para nuevos enfrentamientos interimperialistas.
¿Ha culminado la restauración?
Respecto a la naturaleza de clase del estado chino, la dificultad que nos encontramos para hacer una afirmación tajante es que hablamos de un proceso vivo, de una contrarrevolución destinada a eliminar las formas de propiedad y relaciones de producción establecidas por la revolución de 1949, donde las estadísticas económicas y las declaraciones de los jefes no son el único elemento de consideración.
En cualquier caso, estamos en condiciones de decir que si el proceso de restauración capitalista todavía no ha culminado, lleva un ritmo muy acelerado.
Atendiendo a las cifras oficiales, más de un tercio de la economía china pertenece ya al sector privado. Ello afecta no sólo a las formas de propiedad de los medios de producción, también a la economía planificada y a la pérdida del monopolio del comercio exterior. De hecho el precio del 90% de los productos se deciden ya por el mercado.
Al terreno económico hay que sumar el reflejo que este tiene en la superestructura. En el plano legislativo el reconocimiento y la protección de la propiedad privada es una realidad, a pesar de la simbología comunista que ostentan los dirigentes del PCCh. En realidad muchos de estos dirigentes son firmes candidatos a convertirse en los nuevos propietarios capitalistas, tal como ocurrió en la vieja URSS. La invitación a los burgueses a afiliarse a las filas del partido es un reconocimiento de esta situación.
El auténtico rostro de la “democracia” burguesa
Pero lo que para altos cargos del PC representa la continuidad de una vida de lujo y comodidad, para la clase obrera china es una auténtica pesadilla: “Con frecuencia, los trabajadores de las fábricas del sector privado están obligados a prolongar su jornada laboral, a menudo sin que se les paguen las horas extras... Algunas fábricas imponen multas a quienes se niegan a prolongar su jornada o llegan tarde a trabajar. También es habitual que se deba dinero a los trabajadores. Las jornadas son de 10 a 12 horas diarias como poco y se resta dinero directamente de los salarios en concepto de alojamiento y comida. En algunos casos las empresas retienen el sueldo de hasta dos meses y guardan los documentos de identidad de los trabajadores durante meses, para que no puedan marcharse y buscar otro trabajo. En muchas ocasiones, cuando los trabajadores viven en el lugar de trabajo, los dormitorios están abarrotados y faltan instalaciones básicas, como duchas. Los trabajadores suelen tener poca libertad para entrar y salir del recinto industrial, incluso una vez finalizada la jornada. Puede suceder que se prohíba a los empleados de las fábricas que se casen o tengan hijos. En algunos casos, se les prohíbe hablar mientras trabajan, e incluso cuando hacen una pausa para comer, y pueden ser multados por ir al baño con demasiada frecuencia. Infringir estas normas es causa de sanciones: despidos, multas y hasta malos tratos, entre otras... En caso de accidente, los trabajadores pueden ver descontados del sueldo los gastos médicos, sin importar la causa del accidente. Muchos trabajadores no informan de lesiones pequeñas por miedo a frenar la línea de montaje y buscarse problemas. Cuando los trabajadores protestan por estas malas condiciones, es frecuente que los despidan... ” (Informe de Amnistía Internacional, Abril de 2002, Índice: ASA 17/015/2002/s)
Las perspectivas para el futuro son evidentes: la burocracia tendrá que enfrentarse a las contradicciones que genera este proceso restaurador y al movimiento revolucionario de los trabajadores que no esperarán con los brazos cruzados mientras se los crucifica en el altar del capital. La alternativa para la clase obrera y el campesinado chino no pasará sólo por el programa de la revolución política y la democracia obrera para acabar con el papel parasitario de la burocracia. Ahora muchos aspectos propios de la revolución socialista para derrocar al capitalismo forman ya parte de las tareas de la futura revolución china.