Reconocimiento de la propiedad privada en China
La economía y la política de la dictadura del proletariadoLenin, 1919.
Lenin hacía esta afirmación dos años después de la toma del poder en Rusia. Su objetivo era destacar ante los dirigentes bolcheviques y la vanguardia obrera que mientras el capital siguiera dominando en los países más desarrollados, un Estado obrero estaría sometido al peligro de la restauración capitalista. En definitiva, la pugna entre la propiedad privada y la propiedad nacionalizada organizada en torno a un plan económico, perdurará mientras el capitalismo no sea situado en las relaciones de producción a nivel mundial en condiciones de inferioridad.
Las lecciones del proceso de restauración capitalista tanto la URSS como los diferentes Estados obreros deformados surgidos en Europa del Este, Asia o África, son de una importancia extraordinaria para la clase obrera de todo el mundo. Como León Trotsky señaló a mediados de los años treinta, el triunfo de la casta burocrática y la supresión de la democracia obrera en la URSS constituían la mayor amenaza para las conquistas de la revolución y preparaba el camino, en un periodo histórico imposible de determinar de antemano, para la restauración capitalista. Hoy podemos concluir que las previsiones de Trotsky se han cumplido: en todos estos países, incluida China, la contrarrevolución ha triunfado de la mano de la burocracia estalinista. La idea del socialismo en un solo país ha probado en los hechos su contenido reaccionario.
Por ello, es una necesidad imperiosa para todos los revolucionarios entender que está pasando en China, aprender de la experiencia y así fortalecer la lucha por el auténtico socialismo. La vía China no es ninguna opción socialista y si una advertencia muy seria. De hecho, frente a este retroceso histórico, las conquistas de la revolución cubana, a pesar de sus graves dificultades, aún perviven convirtiendo a esta pequeña isla del Caribe en un gigantesco polo de atracción para millones de trabajadores y jóvenes en todo el mundo. El avance de la revolución socialista en América Latina, con las masas venezolanas en primera línea, ha supuesto una inyección de moral y esperanza para plantar batalla contra quienes desde dentro y fuera de la isla intentan abrir las puertas al capital. Cuba sigue resistiendo y en Venezuela existen inmejorables condiciones para transformar la sociedad en líneas socialistas.
No hay socialismo en China
La legitimación de la propiedad privada, bendecida por 2.799 diputados de los 3.000 que integran la Asamblea Popular Nacional china el pasado marzo, no es más que el reflejo, en la esfera del derecho, de la culminación de la restauración capitalista.
Como escribía Marx en 1875, el derecho jamás puede elevarse por encima del régimen económico y del desarrollo cultural condicionado por este régimen. Tres décadas después de que Den Xiaopin iniciara las reformas pro capitalistas, se ha destruido el monopolio del comercio exterior y el predominio de los sectores nacionalizados en el conjunto de la economía. De esta forma se han arruinado las bases de la planificación, que se hace inviable si las empresas decisivas organizan su producción atendiendo a la competencia en un mercado regulado por la oferta y la demanda capitalista. En estos momentos, según la propia Federación de Industria y Comercio de China, el 65% del PIB procede de la empresa privada.
A pesar de esta demoledora realidad material, los máximos dirigentes del PC chino pretender seguir hablando en nombre del socialismo mientras legitiman la propiedad privada o invitan a los capitalistas a afiliarse al Partido. Incluso hay teóricos fuera de China, que se presentan como parte del campo anticapitalista y se autodenominan socialistas, que dan credibilidad a tamaña aberración. Semejante actuación, merece un lugar de “honor”en la ya vieja e infame escuela estalinista de falsificación del marxismo.
Federico Engels, en un texto destinado a la popularización de las ideas del socialismo científico titulado Principios del comunismo y escrito a finales de 1847, se preguntaba: “¿Cómo debe ser el nuevo orden social socialista?”, el propio Engels respondía con claridad: “Ante todo, la administración de la industria y de todas las ramas de la producción en general dejará de pertenecer a unos u otros individuos en competencia. En lugar de esto, las ramas de la producción pasarán a manos de toda la sociedad, es decir, serán administradas en beneficio de toda la sociedad, con arreglo a un plan general y con la participación de todos los miembros de la sociedad. (...) Así, la propiedad privada debe también ser suprimida y ocuparán su lugar el usufructo colectivo de todos los instrumentos de producción y el reparto de los productos de común acuerdo, lo que se llama la comunidad de bienes.
Más adelante, Engels se interroga acerca de cuáles serán las consecuencias de la supresión definitiva de la propiedad privada, para responder: “(…) La gran industria, liberada de las trabas de la propiedad privada, se desarrollará en tales proporciones que, comparado con ellas, su estado actual parecerá tan mezquino como la manufactura al lado de la gran industria moderna. Este avance de la industria brindará a la sociedad suficiente cantidad de productos para satisfacer las necesidades de todos (…) Así, la sociedad producirá lo bastante para organizar la distribución con vistas a cubrir las necesidades de todos sus miembros. Con ello quedará superflua la división de la sociedad en clases distintas y antagónicas. Dicha división, además de superflua, será incluso incompatible con el nuevo régimen social.
Efectivamente, si la desaparición de la propiedad privada y la planificación de la economía es la base material sobre la que se desarrolla una nueva sociedad que destierra la miseria y la explotación, el resurgimiento de ésta es a su vez la constatación de un retorno a la vieja sociedad capitalista caracterizada por la división en clases, la miseria, la desigualdad y el desprecio por la vida humana.
Las condiciones de vida en la China actual demuestran como el avance de la propiedad privada y el mercado va indefectiblemente acompañado de insultante privilegios para una minoría y dramáticos retrocesos para la aplastante mayoría. Desigualdad entre ricos y pobres, entre el campo y la ciudad, entre las diferentes regiones del país. La extrema desigualdad es en definitiva el elemento dominante del falso socialismo que nos ofrecen los líderes chinos.
El repugnante rostro del naciente capitalismo chino
Los efectos de la restauración capitalista en China han sido devastadores. Según datos del Banco Mundial, el cociente 20/20 (entre la parte de la renta nacional del 20% más rico de los hogares y la parte del 20% más pobre) ha aumentado de 6,5 en 1990 a 10,6 en 2001. China es la sociedad más desigual de Asia: el cociente es de aproximadamente 5 en India o Indonesia y es inferior a 10 en Filipinas. Esa evolución negativa se confirma con los datos disponibles del cociente 10/10: entre 1990 y 2001 la parte de la renta nacional del 10% más rico de los hogares ha pasado del 24,6% al 33,1%. Estas cifras permiten comprender por qué China es el mayor mercado asiático de marcas de lujo, como por ejemplo Ferrari, mientras más de 170 millones de sus ciudadanos viven con menos de un dólar al día.
Vivir en el campo es prácticamente sinónimo de pobreza: los casi 900 millones de chinos que viven en zonas rurales, aproximadamente el 60% de la población, ingresan una tercera parte de los que habitan zonas urbanas. Pero este dato no debería llevarnos a pensar que la población urbana disfruta de una situación de bienestar. Si bien es cierto que se está desarrollando una clase media en las ciudades, base social de la contrarrevolución capitalista, la mayoría de los trabajadores urbanos vive en condiciones extremadamente difíciles.
En las ciudades, el retroceso de la propiedad nacionalizada ha supuesto la destrucción masiva de empleo en la industria estatal. A pesar de la escasez de datos oficiales, sí se ha hecho público que entre 1995 y 1999 se suprimieron 15 millones de empleos en este sector, mientras que numerosos “especialistas”, consultoras económicas y gabinetes de estudio de bancos occidentales, señalan que en los próximos años podrían ser suprimidos en torno a 100 millones de empleos en las industrias nacionalizadas. Paralelamente, millones de trabajadores han sido contratados en miles de industrias privadas creadas al calor de las inversiones de las multinacionales extranjeras en condiciones de máxima explotación: jornadas interminables de hasta 12 horas son habituales en la industria juguetera o textil, acompañadas de salarios miserables y ausencia de cualquier tipo de derecho sindical. Una parte importante de ellos viven en los recintos de la empresa y se ven obligados a pagar por su alojamiento y comida.
El desmantelamiento de la sanidad pública, una de las conquistas más importantes de la revolución de 1949, ha supuesto que acudir a un médico o un hospital en caso de enfermar sea un privilegio sólo asequible para aquellos que puedan pagarlo. Algunos periódicos chinos han hecho público que sólo el 25% de la población urbana y el 10% de la rural dispone de algún tipo de seguro médico, lo que sitúa a China en el cuarto puesto mundial, por la cola, en equidad en el acceso a la sanidad solo superado por Brasil, Birmania y Sierra Leona. Respecto a la educación, donde la privatización del sistema educativo ha avanzado con rapidez, sólo citaremos que en 2004 el gobierno chino lanzó una campaña para expandir la educación obligatoria hasta los nueve años y eliminar el analfabetismo entre la juventud.
Aspectos más generales y no menos importantes, ya que afectan a la calidad de vida de millones de familias trabajadoras, como el agua que se bebe o el aire que se respira, también han sufrido un deterioro acelerado. La contaminación de ríos y lagos es tan grave, especialmente en el norte del país, que al menos 60 millones de personas tienen dificultades para disponer de suficiente agua potable en estas áreas. China cuenta además con el triste honor de poseer 16 de las 20 ciudades más contaminadas del mundo.
Las condiciones de la clase obrera en China son similares a la de los trabajadores de Inglaterra descritas por Engels en el siglo XIX. El 80% de las muertes en las minas de todo el mundo ocurren en China. En 1991 murieron 80.000 trabajadores en accidentes laborales. En 2003 la cifra se había disparado hasta los 440.000. Entre los que tienen entre 20 y 35 años de edad, la primera causa de muerte es el suicidio. Cada año hay 250.000 suicidios y otros 2,5-3,5 millones de intentos.
En definitiva, China no es una sociedad feliz y estable que mira hacia un futuro confortable, sino el banco de pruebas de un capitalismo salvaje que extrae plusvalía de las masas exactamente igual que cuando el país era un despojo en manos de las potencias coloniales.
¿Quién abrió las puertas de la Gran Muralla al Gran Capital?
Este es el trágico balance tras la restauración de la propiedad privada de los medios de producción. Es cierto, las reformas han permitido un espectacular crecimiento del PIB por encima del 9% durante más de dos décadas. Capitalistas estadounidenses y europeos han ganado grandes fortunas invirtiendo masivamente en China. Pero, ¿quién abrió las puertas de la Gran Muralla al Gran Capital?, ¿quién ha convertido China en una paraíso de beneficios capitalistas y un infierno de sobreexplotación para proletarios? La respuesta es sencilla: quien ostenta el poder desde hace años.
Este largo proceso de reformas capitalistas, ha sido guiado con mano firme por los máximos dirigentes del PC chino y la alta burocracia estalinista, que no se han limitado al mero papel de mayordomos del imperialismo, sino que finalmente han asumido un papel protagonista en la contrarrevolución, trasformándose en una parte importante de la nueva clase de propietarios. No es de extrañar que ahora estén tan interesados en que sus nuevas propiedades individuales y privadas estén garantizadas por ley.
La historia de China ha entrado en una nueva etapa convulsa. Frente al bando de los explotadores, la burocracia estalinista y los imperialistas, se sitúa el de los explotados donde se encuentra la mayoría del pueblo chino, que en los inicios del siglo XXI vive y trabaja en condiciones propias de los albores del capitalismo del siglo XIX.
El campesinado y el proletariado chino tienen tradiciones revolucionarias excepcionales. Con la sangre de millones de ellos se han escrito muchas de las páginas más gloriosas que conoce la historia de la lucha de los oprimidos. Ya en 1949 el débil, atrasado y dependiente capitalismo chino no pudo resistir el golpe de la revolución. Es seguro que este nuevo engendro del capital, hijo de la fase de decadencia imperialista del capitalismo y de la obra contrarrevolucionaria de la burocracia estalinista, será barrido más tarde o temprano por una nueva ola de la revolución china.