La economía capitalista se estrella contra la depresión
El pasado 2 de abril los representantes de las potencias capitalistas más importantes del planeta, con algunos convidados de segunda fila, se reunieron en Londres en la cumbre del G-20. Anunciada con una fanfarria propagandista de alta intensidad, la reunión ha supuesto un fracaso sin paliativos por más que los medios de comunicación capitalistas, y los gabinetes de prensa de los gobiernos, se esfuercen en adornar pretenciosamente sus resultados.
No estamos ante la primera cumbre de estas características. En
noviembre del año pasado el anterior inquilino de la Casa Blanca,
George W. Bush, convocó a los jefes de gobierno de este grupo selecto
con el objetivo primordial de "reestablecer la confianza en el sector
financiero" gracias a un nuevo sistema de regulación y controles que
pondría fin al caos en que la especulación había sumido al mundo. No
han pasado ni cinco meses y el recuerdo de aquella cumbre se ha
esfumado sin pena ni gloria. Ninguno de los planes diseñados en aquella
reunión ha servido para evitar una caída aún mayor de la economía
mundial. Todo lo contrario. La inyección de más de cinco billones de
euros, que los gobiernos de EEUU, la UE, Japón y China han llevado a
cabo para tratar de salvar el sistema bancario y financiero mundial, ha
sido tragada por el sumidero de una deuda gigantesca que parece no
tener fin. Mientras tanto, la crisis se extiende alarmantemente a áreas
como Europa Oriental, América Latina o el Sureste Asiático que se suman
al panorama desolador que viven EEUU y la UE, confirmando que nos
encontramos ante la depresión posiblemente más importante de la
historia del capitalismo.
Enfrentamientos EEUU - Unión Europea
El anfitrión de la cumbre, el primer ministro británico Mr. Gordon
Brown, no se reprimió a la hora de utilizar un lenguaje solemne para
esconder los magros resultados de tan magna reunión: "Hemos acordado
hacer lo necesario para restaurar el crecimiento económico y crear
empleo", sentenció. Pero cuando trató de concretar ante los periodistas
los resultados, se descubrió el carácter hueco de los acuerdos
alcanzados: "El FMI analizará las medidas y elaborará un informe para
la próxima reunión. Y, si es necesario, cada país hará lo necesario
para recuperar su economía". ¡¡Si es necesario!!
El deseo de la administración Obama de forzar a la Unión Europea a
impulsar nuevos planes de "gasto fiscal" fracasó y cualquier nueva
medida fue postergada para una nueva reunión en el mes de septiembre en
Nueva York, donde se celebrará la tercera cumbre del G-20. La burguesía
europea, empezando por Francia y Alemania, no está dispuesta a aumentar
el déficit público de sus países, ya de por sí muy abultado, a
sabiendas de que el efecto que tendrá en la reactivación económica será
muy limitado. Y, lo que es más importante, sus planes para salir de la
crisis pasan, obviamente, por disputarle el mercado mundial a los EEUU,
no por favorecer la estrategia de la clase dominante norteamericana. En
este sentido y a pesar de las fuertes presiones de Washington, la
canciller alemana Merkel manifestó en el parlamento alemán días antes
de la cumbre que "no es el momento de nuevas medidas para el
crecimiento. Hay que permitir el de-sarrollo de las existentes" y,
continuó: "la competencia para superarse unos a otros con promesas no
calmará la situación".1
Las acusaciones descaradas de Francia y Alemania a los responsables
políticos estadounidenses por el caos especulativo propiciado desde
EEUU se concretó en la exigencia de una mayor regulación del sistema
financiero. ¡Como si la burguesía europea no hubiera participado
alegremente de la burbuja especulativa que tantos multimillonarios ha
producido durante los últimos años en el viejo continente! En fin, para
contentar a Sarkozy, Merkel y Zapatero, la cumbre decidió hacer pública
una lista negra de paraísos fiscales y la posibilidad, tan sólo la
posibilidad, de aplicar sanciones a las naciones que no acepten
intercambiar información. ¡Ahí es nada! También se acordó que los
grandes fondos de alto riesgo (hedge funds) se inscribiesen en un
¡¡registro!! e informasen sobre sus operaciones a los supervisores de
cada país. Pero lo más chistoso fue el intento melifluo para que los
abultados sueldos de los ejecutivos del sector bancario y financiero se
guíen por "códigos de buenas prácticas". Todos podemos estar
tranquilos. El capitalismo de rostro humano de Barack Obama nos salvará
de la crisis.
La montaña parió un ratón
Para hacer aún más dramática la escenificación de esta solemnidad de lo
superfluo, el presidente Sarkozy no se anduvo con rodeos: "Es la
reforma más profunda del sistema financiero desde 1945" sentenció. Pero
comparar esta cumbre con los acuerdos de Bretton Woods en 1944, cuando
la economía estadounidense salía victoriosa de una guerra devastadora
controlando el 60% de la producción industrial mundial, un 32,4% del
comercio mundial, más del 80% de las reservas de oro mundiales, con el
dólar como moneda de referencia en los intercambios internacionales y
una perspectiva de desarrollo extraordinario de sus fuerzas productivas
es, sencillamente, una broma de mal gusto. No hay ninguna similitud
entre el panorama económico de la posguerra, que alumbró el periodo de
auge capitalista más importante de la historia, con el escenario actual
de depresión dónde la principal potencia económica del planeta, EEUU,
se encuentra afectada por una auténtica catástrofe.
Pero prosigamos con la cumbre. Como parte de los "logros" de la
reunión, se decidió aumentar las competencias del "Foro de Estabilidad
Financiera", cuya existencia descubrimos por los periódicos y que
además fue rebautizado como "Consejo" para otorgarle un rango más
serio. Según el comunicado final de la Cumbre, este Consejo, coordinará
las nuevas normas de regulación sobre el sector financiero. Como es
habitual en su política de incontinencia verbal, el presidente Sarkozy
lo bautizó como "el nuevo regulador mundial". Pero nada más lejos de la
realidad. Pensar que los flujos de capitales especulativos, que en lo
referido al mercado de futuros ascendieron en el año 2007 a 500
billones de dólares, diez veces más que la producción mundial de un
año, puede ser controlado y regulado por un "Consejo", es lo mismo que
suponer que los grandes banqueros, los especuladores, los grandes
capitalistas, gente como Warren Buffet, Soros, Carlos Slim, Bill Gates
y compañía, se van a convencer de la necesidad del socialismo.2
Como colofón de esta gran puesta en escena, el otrora dirigente del
Partido Socialista Francés y hoy director gerente del Fondo Monetario
Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, no quiso ser menos y no
pudo contenerse ante los periodistas, a los que regaló con una nueva
soflama demagógica: "Es el mayor plan coordinado de reactivación
económica de la Historia".
La economía mundial, en la senda de la depresión
En su última estimación sobre la economía mundial, publicado el 21 de
abril, el FMI señaló que por primera vez en más de 60 años el PIB
global retrocederá un 1,3% este año. El FMI asegura que "la caída de la
riqueza mundial se producirá a pesar de las enérgicas medidas adoptadas
para restablecer la salud del sistema financiero y del uso continuo de
medidas de política macroeconómica para apoyar la demanda".
Las previsiones son estremecedoras para todas las economías avanzadas.
Según el FMI, el PIB de la zona euro descenderá este año un 3,2%, pero
la caída de Alemania y Gran Bretaña puede ser espectacular rondando el
5%. En el caso de Japón puede llegar a caer un 5,8%, algo absolutamente
factible después de conocer que la producción industrial se redujo un
9,6% en diciembre, la mayor caída desde 1953, debido a la contracción
de los mercados exteriores y el desplome de sus exportaciones. Respecto
a EEUU, el FMI prevé una caída de su PIB en torno a un 2%, aunque otros
estudios la sitúan cercana al 3%. Por su parte, el Banco Mundial (BM)
estima que la producción industrial global puede ser a mediados de 2009
hasta un 15% inferior de la registrada en 2008. Y sobre todo este
panorama se cierne la sombra amenazadora de la deflación3.
El fantasma del proteccionismo
En la pasada cumbre de Londres todos los gobiernos hicieron votos a
favor de luchar contra el proteccionismo y evitar así una contracción
mayor de la economía. Sin embargo, los buenos deseos son una cosa y los
hechos tozudos otra muy diferente. En la gran depresión de 1929, uno de
los factores que alimentó la espiral destructiva fue precisamente la
adopción de medidas proteccionistas por parte de las grandes potencias
económicas y las devaluaciones competitivas de sus monedas. Aunque
todavía estamos lejos de un escenario como aquel, las señales de alarma
están creciendo y son una muestra de la incapacidad de resolver esta
crisis de sobreproducción en base a recetas capitalistas. Según
informes recientes de la Organización Mundical del Comercio (OMC),
desde la cumbre del G-20 en Washington celebrada el pasado mes de
noviembre, se han adoptado 47 medidas para proteger distintos sectores
económicos en diferentes países, y entre los países que lo han hecho se
encuentran 17 de los 20 que firmaron la declaración de Washington. Las
medidas van desde subidas de aranceles, endurecimiento de las normas de
importación, subsidios públicos a sectores productivos como el
automóvil, el acero o el calzado, hasta nuevas iniciativas legislativas
para obstaculizar el comercio internacional. En el caso de la principal
economía europea, Alemania, en enero pasado sus ventas al exterior
cayeron por cuarto mes consecutivo un 18% en tasa interanual, un
descenso no visto desde 1993. Es obvio que Alemania no se va a quedar
con los brazos cruzados ante esta situación que afecta directamente a
su músculo industrial y que está provocando un aumento importante del
desempleo. Si la recesión continúa, y es un hecho que lo hará, todas
las condiciones están dadas para guerras comerciales más o menos
abiertas entre las diferentes naciones.
Por otro lado, el recurso de la administración Obama a darle
masivamente a la máquina de hacer dinero es una forma encubierta de
devaluar el dólar y favorecer las exportaciones estadounidenses frente
a sus competidores en el mercado mundial. Desde mediados de marzo el
dólar se ha dejado un 6,3% de su valor frente al euro y todo indica que
esa tendencia se mantendrá en el próximo periodo. Las advertencias de
la UE y de China ante esta dinámica no presagian, precisamente, un
horizonte de entendimiento y coordinación para salir de la crisis.
La tendencia al proteccionismo se acelerará paralelamente al desplome
del comercio mundial, auténtico motor del auge de la posguerra y del
crecimiento de los años ochenta y noventa. Según los datos manejados
por la OMC, los flujos de comercio globales registrarán en 2009 su
mayor caída en 80 años, en torno al 9%, y serán los países asiáticos, y
en concreto China y Japón, los más afectados por este retroceso.
Los planes de Obama ¿resolverán la crisis?
Barack Obama se ha presentado mundialmente como el campeón del
capitalismo de rostro humano. No es ninguna casualidad esta nueva
estrategia del imperialismo y la clase dominante estadounidense. La
victoria electoral de Obama demostró el enorme descontento de la
mayoría de la población de los Estados Unidos, de millones de
trabajadores, blancos, afroamericanos, latinos, de la juventud, que han
sufrido una auténtica pesadilla bajo los gobiernos republicanos y se
han rebelado contra unas condiciones de vida que se han hecho cada día
más insoportables. Pero Obama, en los hechos, gobierna para los grandes
monopolios y la gran banca norteamericana no para los millones que le
han aupado al gobierno. La burguesía de los Estados Unidos, una
burguesía muy poderosa, ha percibido la gravedad del momento: no puede
seguir gobernando el país como en los últimos ocho años. Existe mucho
material inflamable en las entrañas de la sociedad, mucha rabia
acumulada. Necesitan hacer gestos, guiños amables y algunas concesiones
de poco calado pero que, convenientemente amplificadas gracias a la
poderosa maquinaria de propaganda de la que disponen, sirvan para
desviar la atención.
Los esfuerzos de transformar a Obama en el nuevo F. D. Roosevelt, con
sus declaraciones demagógicas a favor del pacto social y la
redistribución de la riqueza, sus reproches públicos a los altos
ejecutivos de los bancos y las empresas financieras por sus salarios e
indemnizaciones escandalosas, su afán en favorecer el gasto social en
escuelas y en hospitales, y no sólo eso, sus movimientos diplomáticos
para variar el rumbo de la política exterior del imperialismo tendiendo
la mano a Cuba y Venezuela, son el fruto de una necesidad urgente. La
clase dominante estadounidense necesita una nueva legitimación para el
capitalismo, necesita agrupar de nuevo a la mayoría de la población y
convencerles de que el sistema es viable y puede funcionar, además de
neutralizar en la mayor medida posible un auge de la lucha de clases
que perfectamente se podría expresar con huelgas militantes,
radicalización política y el surgimiento de una poderosa ala de
izquierdas en el movimiento sindical.
La tarea de Obama, en este sentido, no va a ser nada fácil. El
capitalismo norteamericano está sufriendo un auténtico descenso a los
infiernos mientras las perspectivas se hacen más sombrías cada día que
pasa. La posibilidad de un hundimiento económico aún más serio es real,
y este hundimiento se puede prolongar en el tiempo actuando como un
electroshock en la conciencia de millones de trabajadores
norteamericanos y gastando, progresivamente, el crédito político de
Obama.
La recesión de la economía estadounidense ha destruido cerca de cuatro
millones de empleos no agrícolas, algo que no se veía desde la gran
depresión de los años treinta. La tasa de paro ha alcanzado la cifra
record del 8,1% y el total de desempleados en de 12,5 millones. Para
hacer frente a esta situación de emergencia, en un año y medio el
gobierno norteamericano se ha gastado 4,17 billones de dólares.4 Pero,
hasta ahora, estos planes no han funcionado y no lo hacen porque la
economía capitalista funciona con el único fin del lucro, del máximo
beneficio empresarial.
En estos momentos la capacidad productiva instalada en los EEUU es muy
superior a la capacidad del mercado doméstico para absorber mercancías.
Hasta hace poco el consumo interno suponía cerca de dos terceras partes
del PIB estadounidense. Pero eso ha cambiado. El consumo privado esta
completamente deprimido por la montaña de deudas y créditos
hipotecarios que pesan como una losa sobre las maltrechas economías de
los trabajadores norteamericanos. El azote del paro reduce aún más la
capacidad de compra de los estadounidenses, mientras la dinámica de
cierres de empresas y la caída en inversiones de capital muestran a las
claras el carácter profundo de esta crisis de sobreproducción. Las
exportaciones norteamericanas se redujeron un 16,4% en un año, una
situación que no se veía desde comienzos de 1970 y que priva a la
economía de un posible colchón para intentar capear el colapso del
mercado inmobiliario. Las importaciones se han reducido aún más como
consecuencia de la contracción del mercado interno.
Obama y la Reserva Federal han adoptado una línea de actuación muy
peligrosa para intentar salir de este marasmo. Por un lado los tipos de
interés se han recortado al 0%. Paralelamente, el presidente de la FED
ha anunciado la inyección de 1,15 billones de dólares (una cifra que se
acerca al PIB del Estado español), con el objeto de abaratar las
hipotecas y aumentar el crédito al consumo y a las empresas. Pero las
cosas no quedan ahí: la FED ha decidido adquirir durante los próximos
seis meses hasta 300.000 millones de dólares en bonos del tesoro. En
las últimas semanas la administración Obama ha decidido otras medidas
que muestran con mayor claridad sus auténticas intenciones. Pretenden
gastar un billón de dólares de los fondos públicos para comprar activos
tóxicos a los bancos, lo que representa una gigantesca operación de
nacionalización de las pérdidas y privatización de las ganancias. Este
es el verdadero sentido de la política de Obama, como fue la de
Roosevelt en su momento: salvar a los banqueros y a los especuladores,
garantizar su estafa multimillonaria, a pesar de que en las
declaraciones públicas se presente con un discurso muy diferente.
Todas estas operaciones se financiarán con dólares salidos de las
máquinas de imprimir, lo que los "expertos" han denominado
eufemísticamente "expansión cuantitativa". El objetivo para tal
desatino es combatir la deflación, pero también tiene otros efectos: el
dólar se deprecia, pierde valor, y los bonos del tesoro pierden
atractivo para los inversores porque rebajan su rentabilidad. De esta
forma se abre un camino muy incierto, pues los países que sostienen el
déficit norteamericano, como China y Japón con sus multimillonarias
compras de bonos y deuda estadounidense pueden sacar la conclusión de
que están siendo estafados. Y esta posibilidad amenaza, en el caso de
una retirada masiva de los capitales chinos y japoneses, con una
suspensión de pagos general en los EEUU.5
La única solución: la lucha por el socialismo
Todos los datos y perspectivas anteriormente reseñadas sólo sirven para
ilustrar el callejón en el que se encuentra la clase capitalista
mundial. Obviamente no existe una crisis final del capitalismo. De
hecho, la burguesía internacional tiene una receta acabada para
intentar sortear esta catástrofe: colocar a la clase trabajadora en una
situación de humillación y postración que dure años. Destruir sus
conquistas históricas, abaratar los salarios, imponer el despido libre
y gratuito, terminar con la negociación colectiva, con servicios
públicos como la sanidad y la educación. En suma, reducir los costes de
producción para mantener la tasa de beneficios, aunque eso signifique
un padecimiento indecible para cientos de millones de hombres y mujeres
en todo el planeta.
Recientemente un informe de la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE) señalaba que el 60% de la población activa
mundial, 900 millones de trabajadores, realiza su actividad sin
contrato de trabajo ni prestaciones sociales. Si se incluye a los
obreros del sector agrícola, la cifra asciende a 2.000 millones. De ese
total, 700 millones viven en la pobreza extrema y 1.200 millones tienen
ingresos inferiores a dos dólares diarios. Estos datos son una condena
feroz del capitalismo. Pero no es suficiente.
Cuando en las condiciones existentes la técnica y la ciencia, aplicadas
de una forma racional, harían posible un desarrollo sin precedentes de
las fuerzas productivas, del bienestar y de la cultura de toda la
humanidad, asistimos a un espectáculo obsceno de destrucción de riqueza
y millones de personas son arrojadas a la fosa del desempleo. Cuando la
pobreza y la miseria se extienden como una plaga bíblica es necesario
preguntarse ¿por qué ocurre esto? Sólo hay una razón evidente y se
explica por la existencia de un sistema decrépito y reaccionario, el
capitalismo, que merece ser arrojado cuanto antes al basurero de la
historia. Hoy más que en ningún otro momento de las últimas décadas, se
hace visible la necesidad de luchar por el socialismo, por la
expropiación de la banca, de los monopolios, de los latifundios bajo el
control democrático de la clase trabajadora. Acabando con el escarnio
de la propiedad privada de los medios de producción y con esa herencia
reaccionaria que es el Estado nacional, poniendo las palancas de la
economía a funcionar con el objetivo de resolver las necesidades de la
mayoría, y no para aumentar los beneficios de una minoría de parásitos
que gobiernan nuestras vidas, podríamos fácilmente terminar con la
lacra del paro, garantizando a cada hombre y mujer un puesto de trabajo
digno; se podría asegurar fácilmente una vivienda pública decente y
asequible, una enseñanza y una sanidad pública que no fueran una fuente
de negocio para unos cuantos sino servicios de calidad y universales.
Se podría tener un paraíso en la tierra.
No hay ninguna justificación histórica para perpetuar este sistema.
¡Es el momento de unir nuestras fuerzas para transformar la sociedad!
¡Es el momento de luchar por el Socialismo!
¡Únete a los marxistas de El Militante!
NOTAS
2. La Cumbre también intentó revivir a un muerto: el FMI, al que se le pretende asignar un papel "central" en la reactivación económica aumentándole la capacidad de préstamo a los países pobres y emergentes (500.000 millones de en total). Sin embargo, toda la experiencia anterior demuestra que estos créditos no se concederán por nada. Obligarán a las naciones más pobres y dependientes a devolver cada centavo de dólar por triplicado, aumentando su deuda estructural, y serán entregados a cambio de nuevos planes de austeridad, de recortes salariales, de despidos, de reducción del gasto social. Sólo servirán para defender la tasa de beneficios de los monopolios imperialistas que mantienen inversiones multimillonarias en estos países y engordar aún más las cuentas de resultados de las oligarquías locales.
3. La recesión se extiende como un incendio sin control. Según el Banco Mundial, el agravamiento de la crisis ha colocado en una situación crítica a los llamados países emergentes, con un déficit de financiación que podría oscilar entre los 270.000 y los 700.000 millones de dólares. Estos países han visto reducidos drásticamente los flujos de capital que recibían en la época de bonanza, alrededor de un tercio del récord de 1,2 billones de dólares (905.000 millones de euros) registrado hace un par de años. Toda una receta acabada para explosiones sociales como ya están teniendo lugar en Ucrania, Hungría, Lituania o Tailandia.
4. Se han dedicado 600.000 millones de dólares a la compra de activos tóxicos por el Tesoro; 271.000 millones en los rescates de Bear Stern, AIG y Fannie Mae y Freddie Mac; 1,6 billones en las inyecciones de liquidez de la Reserva Federal; y 955.000 millones en los planes de estímulo de los gobiernos de Bush y Obama, entre otros.
5. Las consecuencias de estas decisiones están a la vista: el déficit público previsto para este año superará los ocho billones de dólares (11,9% del PIB) y la deuda pública que ya asciende a 11 billones (73% del PIB), se colocará en 2012 en 16,2 billones de dólares. Toda esta montaña gigantesca de deudas será pagada por los trabajadores de hoy y los de generaciones venideras. Pero a pesar de todas estas medidas, el flujo del consumo y del crédito sigue sin restablecerse poniendo de manifiesto que la contracción del crédito no es la causa de la crisis, sino al contrario, que la crisis de sobreproducción es la que actúa estrangulando el crédito. Los capitalistas solventes sólo solicitarán más créditos, y los bancos los concederán, si consideran que existen oportunidades de negocio. Pero ¿quién se va a arriesgar a aumentar su endeudamiento, a realizar nuevas inversiones en plantas industriales, en comercios, en construcción, si lo que hay a su alrededor es un desplome general de toda la actividad económica?