Dilma sale
La destitución de Rousseff pudo continuar su curso ante la negativa de las masas populares de movilizarse en defensa de un gobierno que se alejó considerablemente de la clase trabajadora, abrazando los intereses de los capitalistas. A pesar de los múltiples intentos del PT y sus organizaciones afines por levantar una movilización masiva en defensa directa de Rousseff, estas se quedaron muy lejos de contrarrestar la campaña de la derecha. Por otro lado, estos mismos dirigentes dejaron pasar la enorme oportunidad para cortarle el pescuezo al buitre de la reacción, extendiendo y radicalizando la oleada huelguística del 2015, atizada por las primeras amenazas del impeachment.
La negativa de respaldar a Rousseff, sin embargo, de ninguna manera ha significado que entre las amplias masas populares haya confianza, apoyo o respaldo a un gobierno que llega con la espada desenvainada contra los derechos sociales. Temer no comienza su mandato como una “luna de miel” sino enfrentándose a millones de brasileños en lo que será una dura escalada de la lucha de clases.
La crisis se queda
El golpe antidemocrático es apenas una expresión externa de los problemas de fondo que hay en Brasil. Aunque Dilma salió, la aguda crisis económica y la falta de legitimidad del régimen se han quedado.
La crisis ha seguido su curso galopante, la economía camina firme hacia una nueva contracción de 3,3% del PIB (precedida por la caída del 3,8% durante 2015); la tasa de desempleo es del 10%, abarcando a más de 12 millones de personas. La inflación está en un 9%. Uno de los objetivos centrales del nuevo gobierno es recortar el déficit público que es de 11.000 millones de dólares al cierre del primer semestre de este año, el mayor en la historia del país durante un semestre. El déficit de la balanza comercial es del 7% del PIB durante este mismo periodo, lo que también supuso un record histórico.
El cuadro general es el de una economía muy enferma. La cura ya la conocen los capitalistas: Privatizaciones de tierras y empresas públicas, recorte de programas sociales, aumento de la edad de jubilación y de la jornada de trabajo, masificación de la precariedad laboral, despidos y congelación de los salarios en la administración del estado y en las empresas privadas. "Nuestro lema es gastar sólo el dinero que generamos", afirmó Temer en su discurso de investidura.
La primera misión diplomática de Temer es intentar establecer, en el marco del G-20, las condiciones en que se disputarán los imperialistas chinos y norteamericanos las “oportunidades de mercado” que se abren en Brasil. En dicha reunión Temer ha tenido que plantear sin ambages que su plan económico de gobierno tiene dos vertientes: “La primera es la privatización y la otra son las concesiones. Creamos un órgano especial para llevar a cabo las concesiones y las anunciaremos el día 13 (de septiembre)”.
No debemos olvidar que aunque Temer ha fungido incluso como informante del gobierno norteamericano, tiene la difícil tarea de maniobrar entre los intereses de los imperialistas chinos y norteamericanos que se disputan las condiciones económicas más ventajosas en el país. Para ambos imperialismos “bussines are bussines”, y sus disputas agregarán inestabilidad al gobierno.
Temer en 30 segundos
La influyente encuestadora Datafolha, asociada a los poderosos magnates de Sao Paulo, ha determinado que apenas el 14 % de la población respalda al nuevo gobierno. Esta medición es de las que más tiran hacia arriba. Con todo, cuando Dilma comenzó su segundo mandato, la aprobación que señalaban ese tipo de empresas era del 30 %. Más ilustrativo del sentir social han sido los abucheos ensordecedores y el grito de ¡Fora Temer! que cimbraron el Maracaná durante los 30 segundos (sic) que duraron las palabras del Presidente ilegítimo al inaugurar los Juegos Olímpicos. Resistiéndose a una segunda aclamación, prefirió no presentarse a la clausura. No puede dejar de llamar la atención que en ese evento no se encontraran los sectores más empobrecidos de la sociedad, sino sobre todo las capas medias.
La clase dominante no está segura de que Temer pueda sostenerse los dos años y cuatro meses que formalmente durará su mandato. Los conflictos palaciegos, aunque han bajado de intensidad, siguen urdiéndose entre pasillos. El derechista PSDB hace sus propios cálculos para hacer el relevo si la ocasión lo exige. Lula y Dilma, conocedores de lo intrincado que pueden ser los procesos políticos, no dejan de hacer pronósticos rumbo a las elecciones presidenciales de 2018.
Un amplio campo de las posibilidades está abierto en Brasil, pero el proceso —una vez más— no dependerá de las maquinaciones tras bambalinas de los políticos de la burguesía, ni de la rutina parlamentaria y electoral que con tanto celo promovieron los dirigentes del PT: ante todo será la decisión de la clase trabajadora para llevar adelante su rebelión contra el capital lo que determinará los próximos acontecimientos.
Impulsar la lucha contra la derecha
Es cierto que la derecha ha capitalizado por completo, por ahora, los errores y el desgaste del gobierno del PT, recuperando una posición estratégica al frente del Estado; pero este proceso es parte de un recorrido más amplio que promete nuevos y más agudos choques entre las clases. Este procesos está teniendo sus episodios, más álgidos o de menor intensidad; de luchas unificadas o dispersas, pero una nueva dinámica de lucha se va abriendo paso, desafiando obstáculos como la represión.
El ejemplo más claro de lo anterior son las manifestaciones convocadas a lo largo de toda la semana siguiente a la ratificación de Temer, por parte del frente Pueblo Sin Miedo, impulsado por el PT. Las primeras concentraciones agruparon a algunos cientos y miles, siendo despreciadas por el gobierno ante la prensa internacional. Sin embargo, la manifestación del domingo 4 de septiembre logró agrupar a decenas de miles, algunas cifras hablan de alrededor de 100.000 manifestantes en Sao Paulo, Río de Janeiro y Curitiva.
Esta primera respuesta debe profundizarse, y la izquierda revolucionaria debe impulsarla construyendo un Frente Único para levantar un programa de lucha cuyo eje debe ser preparar la huelga general. Este es el camino para derrotar a Temer, los recortes y la furia privatizadora. No sin grandes esfuerzos, los reagrupamientos contra los ataques de la derecha, con un contenido clasista y revolucionario tienen una perspectiva renovada. La tarea inmediata es no dar ninguna tregua, sino profundizar la ofensiva. ¡Fora Temer!