El Brasil que salió de las urnas el 7 de octubre es un país bajo un grave riesgo para su futuro y para la vida de millones de trabajadores, campesinos, jóvenes, mujeres, negros y negras, indígenas, población LGTB y todos los explotados y oprimidos.
El ascenso de Jair Bolsonaro y la elección de muchos de sus aliados como diputados para el Congreso Nacional y como gobernadores de varios estados1, representa un fortalecimiento de las fuerzas reaccionarias y del autoritarismo, del retroceso de los derechos democráticos y la extensión de la barbarie. Estos resultados han sido presentados ante la opinión pública como un mensaje de “rechazo al sistema político” y de firmeza en la lucha contra el caos y la criminalidad, algo que es una enorme e insostenible farsa.
Pero esta batalla electoral todavía no ha terminado y aún la podemos ganar. Los marxistas revolucionarios de LSR (Liberdade, Socialismo e Revolução) nos situamos en la primera línea de la lucha contra la extrema derecha, tanto en las urnas como en las calles, y contribuiremos a movilizar todas las fuerzas posibles para derrotar a Jair Bolsonaro el próximo 28 de octubre.
Esto implica un llamamiento al voto crítico a Fernando Haddad (del PT) y a la movilización masiva del movimiento obrero y del pueblo oprimido contra la amenaza de la extrema derecha.
Es evidente que esta lucha no terminará en la segunda vuelta de las elecciones, sino que marcará el próximo período político. Un posicionamiento firme y coherente es esencial para la otra tarea fundamental del momento: la reconstrucción de una izquierda socialista de masas en Brasil. ¡La LSR asume su puesto en estos frentes de batalla!
Lo que representa Bolsonaro
Bolsonaro es un defensor de la dictadura y de sus métodos represivos, incluyendo la tortura sistemática. Se ha posicionado radicalmente contra cualquier avance en los derechos de los sectores más oprimidos de la sociedad, como las mujeres, negros y negras y población LGTB. Sus posicionamientos estimulan de forma deliberada y consciente la violencia contra estos sectores, agravando aún más un panorama que ya es de barbarie.
Brasil está entre los países más violentos del mundo contra las mujeres y la comunidad LGBT. Hay un auténtico genocidio de la juventud negra en las periferias de las grandes ciudades y en las favelas. Los asesinatos de activistas, campesinos y militantes ligados a la defensa del medio ambiente, son una epidemia en Brasil. El bárbaro asesinato de Marielle Franco, concejal del PSOL en Río de Janeiro, y de Anderson Gomes, muestran como esta masacre se amplia. Con Bolsonaro, va a crecer aún más.
La política económica y social defendida por Bolsonaro perjudicará profundamente a la inmensa mayoría del pueblo brasileño. Junto con su posible futuro ministro de Hacienda, Paulo Guedes, y su vicepresidente, el General Mourão, todos en nombre del gran capital, defienden la supresión de importantes derechos laborales (como el 13º salario, la paga extra de navidad) y la precarización total de las relaciones laborales.
Todos ellos abogan por una política de ajuste fiscal radical, que implicará el recorte de inversiones sociales, afectando profundamente a la salud y la educación públicas. Esto incluye también la privatización de las empresas estatales y la entrega del patrimonio nacional, como los yacimientos petrolíferos submarinos, al capital extranjero. Se trata de una profundización de la ya terrible y odiada agenda de contrarreformas de Temer, esta vez aprobando la contrarreforma de la seguridad social e intentando hacer efectiva la congelación de gastos por 20 años prevista en la Enmienda Constitucional 95.
Bolsonaro representa la unión de un neoliberalismo radical con una práctica proto-fascista. Se trata del peor de los mundos posibles para la inmensa mayoría de la población.
Sin embargo, no fue ese programa de ataques brutales lo que fue conscientemente refrendado por la mayoría de los electores. La mayoría de los brasileños continúa estando contra la reforma laboral y la congelación de gastos, las privatizaciones y la contrarreforma de la seguridad social. Una encuesta reciente del Instituto Datafolha apunta que, para el 69% de los brasileños, la democracia es la mejor forma de gobierno. Los que piensan que la dictadura es mejor en ciertas circunstancias representan el 12% de la población.
Este programa autoritario, ultra liberal y anti-obrero tiene que ser denunciado con fuerza a todo momento, por todos los medios y de forma incansable. Es preciso profundizar la contradicción entre lo que espera una parte del electorado y lo que propone la extrema derecha.
Confusión en la conciencia y falta de alternativas
Una parte importante del voto de Bolsonaro viene de una élite económica y social que toda su vida aprendió a tener odio a los pobres, a los negros, a las mujeres y a la comunidad LGTB. Un odio que es fruto de una estructura social extremadamente desigual, heredera del esclavismo, de una cultura patriarcal y del proceso de desarrollo del capitalismo periférico y dependiente en Brasil. Esas capas sociales elitizadas están más abiertas a una retórica y unas prácticas proto fascistas, principalmente cuando nos encontramos en un contexto de crisis de las alternativas políticas tradicionales de la burguesía, como en el caso del PSDB, que ha cosechado un gran fracaso electoral.
Pero detrás de ese voto a la extrema derecha también existe una manifestación, terriblemente deformada, del cansancio e indignación de una parte de la población, carente de alternativas políticas consecuentes, y absolutamente desilusionada con el sistema político y el rumbo del país.
Brasil vivió en los últimos años una de las más graves convulsiones económicas y sociales de su historia. Esto se dio en medio de una profunda crisis política que desembocó en un golpe de Estado institucional, colocando en el poder a una camarilla corrupta, encabezada por Temer, directamente al servicio del gran capital.
El resultado fue más caos, miseria y violencia, y una profunda perdida de referencias políticas por parte de la mayoría de la población. Bolsonaro creció en este escenario.
El sistema político instaurado por la Constitución de 1988, tras el final de la dictadura, se ha agotado. Pero las alternativas aparentemente disponibles asumieron la forma de una respuesta por la derecha. El resto de las opciones acabaron siendo vistas como una continuación del orden y del sistema, incluido el PT.
La extrema derecha supo ligar ese espíritu de rechazo con toda una gama de prejuicios, odios y un ideario reaccionario salpicado por un anti-izquierdismo tosco, construido en base a la denuncia hipócrita de la corrupción y apelaciones al conservadurismo moral.
Aprender de los errores para que podamos derrotar a la extrema derecha
Nuestra tarea inmediata y urgente es impedir que Bolsonaro venza en las elecciones. Ningún obstáculo puede interponerse ante esta tarea y toda nuestra energía tiene que volcarse en este objetivo.
Pero es importante que entendamos que la lucha contra la extrema derecha no terminará el 28 de octubre. Continuará durante el próximo período y para que nuestra victoria sea definitiva es fundamental comprender los errores cometidos por el PT y la izquierda hasta este momento. Esto es una condición para superar esos límites, es una condición para la victoria definitiva.
Los gobiernos del PT no rompieron con lo fundamental de las políticas neoliberales de sus antecesores, pero pudieron aprovecharse de un escenario económico favorable, con el boom de las exportaciones y las condiciones favorables para el crédito, incorporando a amplios sectores al mercado de consumo, junto con la adopción de medidas sociales focalizadas y limitadas.
Hubo algún alivio y esperanza para millones durante un período, pero ninguna transformación estructural en las esferas económica, social o política fue promovida por los gobiernos del PT.
En este contexto hubo una adaptación profunda del PT al sistema político y a sus métodos turbios de hacer política. Las alianzas con partidos corruptos de derecha, como el PMDB de Temer, fueron parte de ese proceso. El fango salpicó a todos los participantes.
Con el agravamiento de la crisis internacional y de las contradicciones inherentes al capitalismo brasileño, la corta fase de bonanza económica y relativa estabilidad política llegó a su fin y ya no puede retornar. La ilusión de un pacto social en el que todas las clases saldrían ganando acabó de forma trágica. La clase capitalista brasileña rompió ese pacto y exigió un endurecimiento de las políticas neoliberales.
Dilma Rousseff intentó satisfacer las expectativas de la burguesía en su segundo mandato, con Joaquim Levy en el ministerio de Hacienda y la adopción de un duro programa de ajuste fiscal y todo tipo de contrarreformas sociales. Pero eso solo consiguió debilitar al gobierno del PT ante su base social y abrió camino para el golpe institucional de Temer que la derribó en 2016.
Reorganización de la izquierda
Las jornadas de lucha de junio de 2013 ya habían mandado una señal evidente del agotamiento del sistema político y económico. En aquel momento, el PT gobernaba el país y, junto con todos los demás partidos del orden, chocó con ese movimiento que nació de la defensa de los servicios públicos y de los derechos sociales.
Fue a partir de ese movimiento de masas cuando vimos nacer o crecer nuevos protagonistas de la lucha política y social, como el Movimiento de los Trabajadores Sin-Techo (MTST), que tuvo una explosión de crecimiento, el movimiento de estudiantes de secundaria que ocuparon los institutos y otros semejantes. Esa fuerza social también se manifestó en la huelga general del 28 de abril de 2017. El relativo crecimiento del PSOL también reflejó ese proceso.
Pero la dinámica de reorganización de la izquierda fue lenta y contradictoria. A pesar de esas expresiones de lucha y de las organizaciones que emergieron, el PT y el Lulismo mantuvieron su hegemonía en la izquierda y, gracias a eso, prevaleció la búsqueda permanente de la conciliación de clases y una solución dentro del orden capitalista, marca fundamental del Lulismo.
El precio de esto fueron las derrotas de las movilizaciones contra el golpe institucional, de la campaña “Fuera Temer”, de la lucha contra la reforma laboral y la propia prisión de Lula. El PT y las direcciones sindicales y populares vinculadas al Lulismo siempre actuaron con el freno de mano puesto.
La experiencia con el terrible gobierno de Temer, el desempleo masivo y el empeoramiento de las condiciones de vida, así como la persecución política que acabó con el encarcelamiento de Lula, ayudaron a la recuperación del prestigio del PT entre los sectores más pobres de la población. La fuerza y el peso del Lulismo limitaron severamente el proceso de reorganización de la izquierda, al menos desde el punto de vista electoral.
Un ejemplo de esto es la gran contradicción entre la enorme simpatía y apoyo conquistados por la candidatura de Boulos y Guajajara, de la alianza PSOL/PCB/MTST y otros movimientos sociales, y el porcentaje de votos efectivamente conquistados (617.122, el 0,58%). La presión por el voto útil acabó desviando gran parte del apoyo electoral potencial del PSOL hacia las candidaturas del PT e incluso de Ciro Gomes, un candidato burgués de centro-izquierda pero que para muchos aparecía, equivocadamente, como una opción alternativa al PT.
A pesar de esto, la reorganización de la izquierda sigue. El PSOL aumentó sus escaños federales de 6 a 10 diputados y vio crecer mucho sus escaños en las Asambleas Legislativas. El partido sobrepasó la cláusula de barrera recién creada, al contrario que el PCdoB y Rede, por ejemplo. Un importante punto a destacar es el éxito obtenido por las candidaturas de mujeres, negros y negras y LGBTs.
La enorme simpatía y el apoyo dados a Boulos y Guajajara son un activo fundamental para que este proceso continúe posteriormente, en base a la experiencia concreta de las luchas que vendrán.
Pero en este momento, mientras que la derecha vivió un proceso de radicalización y reorganización profundo, el campo de izquierda acabó hegemonizado por los mismos sectores tradicionales, con todo el desgaste resultante.
Derrotar a Bolsonaro es posible
Esto no hace imposible la derrota de Bolsonaro en la segunda vuelta. El carácter reaccionario de su candidatura es tan profundo que aún es posible derrotarlo. Debemos hacerlo evidente con todas las fuerzas posibles.
Votaremos a Haddad en esta segunda vuelta, con la convicción de que es una acción correcta en estas circunstancias. Pero nuestro voto a Haddad no contiene ilusiones. Sabemos que seremos y actuaremos como una oposición de izquierda a un gobierno del PT. La victoria definitiva solo llegará cuando podamos promover una renovación radical de la izquierda sobre bases clasistas, anticapitalistas y socialistas.
Es por ello que, para derrotar a Bolsonaro, es fundamental que, junto con el voto crítico a Haddad, impulsemos la organización y la movilización de masas. Tenemos que prepararnos para las luchas que inevitablemente vendrán, independientemente del resultado electoral.
Así crearemos las bases de una nueva alternativa de izquierda radical y antisistema. Esta es una tarea fundamental que pasará por la alianza del PSOL con el MTST, el PCB y otros sectores.
La LSR hace un llamamiento a los trabajadores y trabajadoras, mujeres, jóvenes y todos los sectores explotados y oprimidos. No es hora de desaliento o desesperanza, es la hora de actuar.
Vamos a tomar las calles, a organizar comités de lucha, territorios sin miedo (movimiento vecinal que lucha contra el deterioro de los barrios y la represión policial), grupos de acción. Vamos a reconquistar espacios perdidos. Vamos a ganar los corazones y las mentes contra la extrema derecha. Y, en este proceso, vamos a construir las bases para una nueva izquierda socialista de masas en Brasil.
¡Nuestras vidas importan!
¡Votar 13 para derrotar a Bolsonaro!
¡Organizar desde la base la lucha contra la derecha y en defensa de los derechos!
¡Construir una alternativa de izquierda anticapitalista y socialista!
Notas:
1Borsonaro obtuvo el 46% de los votos (49, 2 millones de sufragios) frente al 27,6% (31, 3 millones) de Fernando Haddad, candidato del PT. Los resultados de los candidatos respaldados por Borsonaro fueron sobresalientes, destacando en Río de Janeiro y Minas Gerais dónde sus aliados, Wilson Witzel y Romeo Zema, fueron los más votados para el cargo de Gobernador del Estado. En la Cámara de Diputados, el Partido Social Liberal de Borsonaro conquista 52 escaños y se convierte en la segunda fuerza del parlamento detrás del PT con 56.