¡Hay que derrotarlo con la movilización masiva de los trabajadores, para construir el auténtico socialismo sin burocracia corrupta!

Con el objetivo decidido de desalojar al Presidente Maduro y reestablecer en el poder a una de las derechas más reaccionarias del continente, la administración Trump ha desencadenado un golpe de Estado contra el pueblo de Venezuela. El fin no es defender la democracia ni las libertades, sino apropiarse de los fabulosos recursos petroleros del país —Venezuela cuenta con las reservas de crudo más importantes del planeta—, e iniciar una devastadora agenda de contrarreformas políticas, sociales y económicas.

Trump es consciente de que por el momento no cuenta con las condiciones para una invasión militar o un baño de sangre siguiendo el modelo de Pinochet en Chile o de la Junta Militar argentina. Por eso ha desplegado una estrategia que busca aunar el apoyo de la Unión Europea y de la socialdemocracia internacional, y utilizar una apariencia de disputa institucional utilizando a Juan Guaidó, su hombre de paja, como autoproclamado presidente de Venezuela.

Presión en todos los frentes

Tratando de aumentar la presión sobre el régimen de Maduro y aislarlo internacionalmente, Trump se ha movido con rapidez. En primer lugar, aprobando un paquete de duras sanciones a la petrolera estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA), que incluye la congelación de los fondos de la compañía en EEUU por valor de 7.000 millones de dólares y pérdidas en exportaciones por otros 11.000 millones para 2020 (EEUU es el primer comprador de petróleo venezolano). En segundo lugar, empujando a reconocer a Guaidó como “presidente legítimo”, decisión que ya han tomado más de 60 países.

El otro frente de sus movimientos es la propia Venezuela. A diferencia de las guarimbas violentas lanzadas por la oposición de derecha y las bandas fascistas en años anteriores y que fracasaron, la estrategia de Trump y de sus lacayos venezolanos es apoyarse en el colapso de la economía —que ellos también han propiciado mediante el sabotaje y el bloqueo económico—, para intentar ensanchar su base de masas hacia los barrios populares y zonas de tradición chavista. Paralelamente, y esto es muy significativo, han puesto todo el acento en asegurar una “amnistía” a los militares que se pasen de bando y colaboren con el golpe. En realidad, una garantía a la cúpula militar de que podrá seguir con sus negocios millonarios si obedece a los nuevos amos.

Contra China y Rusia

Con el apoyo de Macri, Bolsonaro, Duque (Colombia) y otros semejantes, la burguesía estadounidense ha visto el momento ideal para descargar el golpe y reestablecer su dominio indiscutido en el continente, tras los reveses sufridos con la revolución bolivariana y los movimientos de masas que alumbraron gobiernos reformistas en Bolivia, Ecuador o Argentina. Tomar el control de Venezuela, no obstante, implica también desalojar a adversarios poderosos como China y Rusia, algo que puede complicar sus planes.

En la última década, China ha prestado a Venezuela cerca de 62.000 millones de dólares, el 40% de la financiación que el régimen de Pekín ha concedido a toda América Latina. La mayor parte está formada por créditos pagaderos en petróleo, y cerca de una tercera parte deben ser devueltos todavía. Además, desde 2010 las compañías estatales chinas han invertido 2.500 millones de dólares anuales. Todo ello convierte a China en el principal acreedor del gobierno venezolano. Por su parte, el Gobierno de Putin y el gigante petrolero Rosneft han invertido en Venezuela cerca de 20.000 millones de dólares desde 2006 y, entre 2005 y 2013, Caracas firmó con Moscú 30 contratos de defensa por valor de más de 11.000 millones de dólares.

Maduro no sólo ha recibido el apoyo inmediato de Pekín y Moscú frente a Trump; es evidente que ambos gobiernos no renunciarán a cobrar las deudas y a mantener su influencia política sobre Venezuela y sobre un petróleo que tanto necesita China (primer importador mundial de crudo).

¿En defensa de la democracia?

La burguesía europea no tiene ninguna objeción al plan de Trump y sólo pide que le dejen recoger algunas migajas de la mesa. Gran Bretaña, Francia, Alemania y el Reino de España corrieron a la voz de su amo y dieron un ultimátum a Maduro para que convocase elecciones presidenciales en ocho días. El Parlamento Europeo, a propuesta del Grupo Popular (derecha) y del Socialista, ha aprobado el jueves 31 de enero una resolución reconociendo a “Juan Guaidó como el presidente interino legítimo de la República Bolivariana de Venezuela”.

La socialdemocracia del viejo continente ha jugado un papel especialmente deplorable. Pedro Sánchez ha llamado “tirano” a Maduro, porque no convoca elecciones. Pretende ocultar, como hacen May, Merkel y Macron, que Maduro fue reelegido en las elecciones presidenciales celebradas en mayo del año pasado (hace menos de ocho meses) y que Guaidó y su partido tuvieron la oportunidad de presentarse y decidieron no hacerlo ante las divisiones existentes en el bloque derechista y sus malos resultados en las municipales y regionales celebradas a finales de 2016.

La exigencia de elecciones en Venezuela resulta más llamativa si tenemos en cuenta que el gobierno de Pedro Sánchez mantiene encarcelados y pendientes de juicio a los presos políticos catalanes, a quienes la Fiscalía General y la Abogacía General del Estado designadas por el PSOE, abrazando los argumentos de los fiscales del PP, acusan de delito de rebelión por organizar una votación democrática para que el pueblo catalán decidiera si quería seguir bajo el régimen monárquico del 78 o constituirse en una república independiente.

Pedro Sánchez y la socialdemocracia europea son perfectamente conscientes de que el imperialismo norteamericano es responsable de imponer dictaduras sangrientas que segaron la vida de decenas de miles de personas en Chile, Argentina, Brasil, Colombia, Nicaragua, Uruguay, Paraguay, Guatemala, Honduras… Y saben también que los hombres en la sombra de la Operación Guaidó son Mike Pompeo, actual Secretario de Estado de Trump, ex director de la CIA, y uno de los cerebros de las intervenciones en Irak, Siria, Libia, y su mano derecha, Elliott Abrams, responsable directo de las atrocidades cometidas por la CIA en los años 80 en Nicaragua, El Salvador o Guatemala cuando EEUU provocó una guerra civil, organizando y financiando escuadrones paramilitares fascistas que causaron decenas de miles de muertos.

Estos son los compañeros de viaje que han elegido Pedro Sánchez y la socialdemocracia europea en su “lucha por la democracia en Venezuela”. ¿Qué les diferencia en este terreno de la derecha y extrema derecha europea, de Pablo Casado (PP), Albert Rivera (Cs) y los fascistas de Vox?

El gobierno de Maduro y los militares. La burocracia del PSUV no defiende el socialismo

Guaidó y la derecha venezolana pretenden aprovechar la desesperación e indignación que siente el pueblo venezolano ante el colapso económico y social. El PIB ha caído un 50% en los últimos cuatro años, y los precios de los productos básicos se han incrementado en un 1.000% desde el inicio de 2019. Pero si llega al poder, el programa económico y social de Guaidó no se diferenciará en nada del de Macri, Bolsonaro y Trump: todo para los ricos, nada para los pobres. Su hoja de ruta pondrá en marcha todo tipo de contrarreformas, privatizaciones, despidos masivos y beneficios para la oligarquía parasitaría que gobernó Venezuela por décadas.

Por supuesto que el sabotaje económico de la burguesía y el bloqueo imperialista han tenido mucho que ver en el actual hundimiento del país. Su responsabilidad criminal en el intento de acabar con todas las reformas sociales impulsadas por el gobierno de Chávez está fuera de duda. La lección es clara para los que aspiramos a una ruptura completa con el capitalismo y a construir una sociedad socialista: si la revolución se queda a medio camino y no se completa, si no se expropia la banca y los grandes monopolios, y las palancas económicas fundamentales no se ponen bajo el control democrático de la clase obrera, la contrarrevolución levantará la cabeza en las formas más variadas. Y una de ellas también ha sido la conformación de un aparato burocrático que ha acumulado privilegios insultantes y que lleva a cabo jugosos negocios con esa misma burguesía a la que supuestamente dice combatir.

Cuando el gobierno de Maduro aplicó el llamado Plan de Reactivación Económica, no pudo evitar que la hiperinflación adquiriera niveles exorbitantes. Los efectos de los incrementos salariales decretados por el régimen se evaporan antes de ser aplicados, y el tono triunfalista e incluso despectivo de los dirigentes y la burocracia del PSUV contra quienes protestan, el recurso a la represión contra muchos trabajadores que han protagonizado huelgas defensivas, y la evidencia de que la mayoría de estos burócratas que se visten con la franela roja viven en unas condiciones materiales similares a las de la burguesía, extiende aún más la rabia. Sobre esta base objetiva, la derecha ha recuperado la iniciativa para lanzar este nuevo asalto al poder.

Durante años, Maduro ha intentado mantenerse en el gobierno dando cada vez más concesiones, poder económico y peso en el gobierno a la cúpula militar, acentuando de esta manera el carácter bonapartista del régimen venezolano. Esto ha contribuido a incrementar la corrupción, pero no servirá para garantizar la lealtad de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB).

La reacción presenta los acontecimientos en Venezuela como el fracaso del socialismo para desmoralizar así a las masas venezolanas, de América Latina y todo el mundo. Pero la verdad es concreta. El programa aplicado por Maduro y los dirigentes del PSUV está a años luz del socialismo y de lo que esperaban millones de personas en 2013, cuando votaron para que se mantuvieran los planes sociales, las nacionalizaciones y las mejoras en las condiciones de vida llevadas a cabo por Hugo Chávez.

Desde entonces, Maduro y sus colaboradores, inspirados también por el gobierno chino y toda una legión de “compañeros de viaje” estalinistas, han intentado convencer a la burguesía venezolana e internacional de que podían gestionar la peor crisis de la historia del capitalismo venezolano con menos contestación social que la derecha. Durante los últimos meses han aprobado recortes sociales y salariales muy duros, y despidos de miles de trabajadores de empresas públicas intentando encubrirlos con una “mística revolucionaria” impotente y fraudulenta.

La burocracia del PSUV ha logrado erosionar en tiempo récord el apoyo masivo que llegó a tener Hugo Chávez. Ahora los mismos burgueses y empresarios que firmaron acuerdos con el gobierno de Maduro y se beneficiaron de sus ayudas, maniobran con el imperialismo para recuperar el control directo del poder. Este es el resultado del modelo de “socialismo” burocrático de una casta de funcionarios, militares y políticos desmoralizados y corrompidos, que se ha elevado de las condiciones de vida del pueblo. Sus acciones han socavado las conquistas de la revolución bolivariana y permitido avanzar a la reacción.

Organizar comités de acción en cada barrio y cada fábrica. Levantar un frente único de la izquierda para derrotar el golpe y acabar con el capitalismo y la burocracia

Guaidó se viste de cordero y habla de reconciliación, pero si este reaccionario de derechas y las fuerzas que le apoyan llegan al gobierno, el resultado será una pesadilla para millones de trabajadores y campesinos. La primera tarea de la clase trabajadora y el pueblo consciente y combativo de Venezuela es organizar la resistencia contra el golpe, empezando por denunciar los verdaderos objetivos de Guaidó, la derecha y el imperialismo. Hay que impulsar asambleas en cada empresa y lugar de trabajo, crear comités de acción en defensa de los derechos de los trabajadores y el pueblo, y levantar un programa de clase genuinamente socialista, que plantee la expropiación de los grandes monopolios privados y la banca para acabar con la hiperinflación y la corrupción, la abolición de los privilegios de la burocracia y que entregue el poder real a manos de la clase obrera y los oprimidos. Hay que organizar movilizaciones masivas y la autodefensa legítima del pueblo frente a la violencia de la derecha.

La experiencia de los últimos años muestra que no hay que tener la más mínima confianza en el gobierno Maduro, la burocracia o la oficialidad del Ejército si queremos impedir la victoria de la reacción. Han sido sus políticas, su burocratismo y su corrupción, los que han facilitado el camino a la derecha y al golpe. El único modo de evitar un resultado trágico para la clase obrera y el pueblo de Venezuela es levantando un frente único de la izquierda, completamente independiente de los que han provocado este desastre, que pugne abiertamente por la conquista del poder para establecer una administración de los trabajadores y el pueblo, basada en la democracia directa y socialista.

No hay tiempo que perder. La clase obrera, la juventud y todos los oprimidos del mundo, empezando por los de América Latina, tenemos el deber de vencer a la derecha golpista y sus mentores imperialistas. ¡Sólo el pueblo salva al pueblo!


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