El pasado 11 de agosto Alejandro Giammattei fue electo presidente de Guatemala, con 1 908 000 votos equivalentes al 23% del padrón electoral, y un abstencionismo de 4 670 000, prácticamente 2.5 veces más que los votos del ganador.

El presidente guatemalteco es un destacado miembro de la oligarquía derechista y al igual que el resto de la clase política guatemalteca incluyendo a la candidata derrotada, Sandra Torres, son parte de un vasto sistema de corrupción dedicados sangrar hasta la inanición a la población de ese país, donde el 60% vive en pobreza absoluta y el 23% en pobreza extrema, el 50% de los niños padece desnutrición y el 20% no sabe leer ni escribir.

El ganador logró la victoria agrupando a toda la derecha guatemalteca: a los militares que masacraron a la población indígena en la llamada "Guerra Civil" y al terminar oficialmente en 1996 transformaron las estructuras contrainsurgentes del ejército en grupos paramilitares para reprimir al conjunto de la población; a patrones y políticos que utilizan sin recato la corrupción para acumular riquezas y dónde también están, cómo no, los narcotraficantes, todos unidos en redes mafiosas; y para rematar tal alianza, no podría faltar la iglesia y diferentes cultos religiosos.

Amplios sectores del pueblo han resistido, pero no han logrado armar un frente común para enfrentarlos con posibilidades de éxito, prueba de ello es la pasada elección, a la cual se presentaron seis o siete partidos considerados de izquierda o progresistas obteniendo menos del 15% de la votación entre todos.

El imperialismo y su política migratoria

A esta situación se debe agregar a cientos de miles que han optado por salir, emigrando o intentando hacerlo desesperados por su paupérrima situación. Enfrentan junto a otros miles de centroamericanos, hondureños y salvadoreños no sólo la crisis de toda la región sino también la crisis del imperialismo norteamericano expresada con toda crudeza y salvajismo en la política antiinmigrante y ahora respaldada, lamentablemente, por el gobierno mexicano.

El presidente electo, Giammattei, tiene claro que el reto a enfrentar no es la corrupción y la pobreza, sino la acumulación vertiginosa del descontento social y la negativa imperialista de apoyarle, aun parcialmente, vía la inmigración, en las dificultades que atraviesa la región y que se profundizara en medida que avance la crisis económica.  

A la importante aportación de las remesas enviadas por quienes viven en los EU se debe agregar el que una parte importante de las tensiones sociales se resuelve con la migración, pero la pretensión de Trump de hacer de Guatemala un "tercer país seguro" implica el aumento de las presiones, llevando a la población a buscar salidas más radicales que la intervención de la ONU, cómo fue la creación de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, abogando desde ya por un frente común de los países de la región, incluyendo México, contra la política migratoria norteamericana.

No en balde, Edgar Gutiérrez, ex canciller, dice con claridad: "asistir en soledad a una negociación migratoria con Trump es un suicidio". El propio Giammattei ha empezado a maniobrar para que los acuerdos ya firmados al respecto sean reconocidos por el Congreso y sea éste quien decida al respecto, librándolo de responsabilidad y preparándose ante un estallido social.

Las elecciones no indican ninguna vía de solución a los profundos problemas de la población guatemalteca y la posición norteamericana respecto a la migración agravará la situación, estamos ante un contexto en el cual todos los países de la región están encaminándose a un estallido social de grandes proporciones.


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