Las protestas en Haití no han dado tregua al Gobierno desde el pasado 16 de septiembre. El país se encuentra paralizado, con escuelas y hospitales cerrados, incendios en gasolineras y comisarías y barricadas formadas en las barriadas más pobres de Puerto Príncipe, la capital y otras ciudades cercanas. Los dos últimos viernes, 27 de septiembre y 4 de octubre, se registraron las protestas más masivas del año, con millones de haitianos en las calles pidiendo la dimisión del presidente Moise. Estas han sido aún mayores que las que ya a principios de año paralizaban el país por el mismo motivo y que terminaron con la dimisión del primer ministro.

La rabia estalla cada vez con más fuerza

En los últimos años los haitianos se han movilizado masivamente para acabar con las condiciones de extrema miseria en las que vive la inmensa mayoría de la población, generando una situación de inestabilidad política que se extiende en el tiempo. En 2018 comenzaban las protestas detonadas por la escasez de combustible, que lograban la dimisión del primer ministro, Lafontant. A finales de año y durante los primeros meses de 2019 el movimiento estallaba de nuevo a raíz de hacerse pública la corrupción de altos cargos del Gobierno, incluido el presidente Moise. Estos habían malversado más de dos millones de dólares de los fondos del programa Petrocaribe. Este programa permitía comprar el petróleo a Venezuela por un precio inferior al de mercado. Los fondos generados al vender ese petróleo en el interior debían financiar programas sociales, sanidad, educación…, pero en su lugar miles de millones de dólares fueron a parar a los bolsillos de empresas energéticas y de construcción a través de proyectos fraudulentos.

Esta oleada de movilizaciones se saldó en marzo con una nueva victoria: la destitución del entonces primer ministro Jean Henry Céant. Sin embargo, las protestas no se detuvieron en los siguientes meses, aunque fueron menores. Tras la destitución del primer ministro, el clima de inestabilidad es tal que todos los primeros ministros que el presidente Moise ha propuesto han sido rechazados, y Haití se sigue encontrando meses después sin Gobierno.

En el último mes la rabia ha estallado a un nivel aún mayor y las protestas se han extendido y profundizado. Esta vez el desencadenante ha vuelto a ser la escasez de combustible, unida a la falta de alimentos que hace que la vida de los haitianos sea una lucha diaria y constante por la supervivencia. Esta situación ha provocado un brutal estallido en las calles, alimentado además por la negativa del odiado presidente Moise a dimitir.

Cientos de miles de haitianos recorrían Puerto Príncipe en las últimas jornadas de protesta convocadas. El 27 de septiembre marchaban a la casa del propio Moise, en la zona rica de Pétion-Vile, para exigir su inmediata dimisión y el 4 de octubre, se dirigieron a la sede de la ONU, denunciando su hipocresía y exigiendo que retire el apoyo al presidente.

La movilización es constante en las barriadas más pobres de la ciudad, como en el distrito de Carrefour-Feuilles, o en la comuna de Cité Soleil, uno de los barrios más pobres de todo el mundo, sin apenas sistema de alcantarillado y viviendas construidas con materiales de la basura. Estos distritos están llenos de barricadas y los servicios públicos permanecen cerrados desde hace casi un mes.

Una oleada de protestas imparable

Las movilizaciones han sido respondidas una vez más con una represión salvaje, llegando a disparar a los manifestantes. Según un informe publicado este jueves por la Red Nacional de Defensa de Derechos Humanos, ya hay al menos 17 muertos y 189 heridos, además de decenas de detenidos. Para los haitianos la violencia policial es la norma, incluso en las últimas protestas de junio el propio Gobierno reconoció cínicamente «excesos inevitables» en la represión policial.

Por su parte, el presidente Moise, sin hacer declaraciones sobre los asesinatos llevados a cabo por la policía, ha pedido una «tregua histórica», y llama a la oposición a un «Gobierno de unión que tenga la capacidad y la legitimidad para abordar los problemas urgentes». Aunque no ha propuesto medidas concretas, sí ha realizado algunos gestos para intentar apaciguar los ánimos. Al día siguiente de sus declaraciones cesó a dos altos cargos, uno de ellos del Ministerio del Interior, que estaban involucrados en la masacre de «La Saline»*. Sin embargo, sus llamamientos a la calma y sus gestos vacíos no han hecho más que avivar el fuego. Tras sus declaraciones las protestas se hicieron aún más masivas. Las declaraciones de un manifestante expresan la profunda indignación: "Él quiere una tregua, yo quiero comer. No dejaremos la calle, mientras él esté allí y romperemos todo si no se va”.

Unas condiciones de vida extremas: la única solución es la revolución

La situación de la mayor parte de la población haitiana es completamente desesperada. Las durísimas condiciones de vida que sufre la mayoría explican la lucha incansable del pueblo haitiano en los últimos años. Estamos hablando de una lucha por la supervivencia. Haití es uno de los países más pobres de todo el mundo y el más pobre de América. Los datos son arrolladores: una tasa del 70% de desempleo, un 74,6% de la población viviendo por debajo del umbral de la pobreza y un 54% en situación de pobreza extrema, es decir, con menos de 1,23 dólares al día. Además, más de la mitad de la población es analfabeta y en muchas zonas viven bajo condiciones completamente infrahumanas: se estima que solo un 64% de la población tiene acceso a agua potable, por no hablar de la falta de luz, alcantarillado, vivienda, etc. Muchas de estas barriadas han sido arrasadas por los desastres naturales que se han producido, agravando todavía más la situación y dejando sin hogar a cientos de miles de personas. Unas condiciones de vida al límite, deterioradas todavía más estos años por los estragos que la crisis ha producido en la economía haitiana, con la depreciación de su moneda (el gourde) respecto al dólar, altos niveles de inflación, deuda…

A todo esto, se une un clima de violencia en los barrios más golpeados económicamente. Violencia con asaltos de bandas en cuya financiación y organización participan altos cargos de la policía y el Estado, destacando en los últimos años dos grandes masacres: la de Carrefour-Feuilles y la de La Saline.

El papel del Estado en la violencia en los barrios, los grandes escándalos de corrupción del Gobierno y los numerosos fraudes electorales de los últimos años agravan la rabia y el descontento de los millones de personas que con gran decisión, han tomado las calles en Haití.

Millones asimilan cada vez más profundamente la lección de que las instituciones del Estado funcionan para perpetuar su miseria: reprimiendo, introduciendo la violencia en sus barrios, engordando los bolsillos de los grandes empresarios con el dinero destinado a los servicios públicos, etc.

La situación en Haití pone sobre la mesa de forma muy clara la brutal miseria que genera este sistema y la necesidad de organizarse para acabar con él y transformar la sociedad.  La lucha incansable de su pueblo es una inspiración para los oprimidos de América Latina y de todo el mundo.

*Entre el 13 y el 14 de noviembre de 2018, al menos 59 personas, mujeres, hombres y niños, fueron asesinados, quemados y torturados por integrantes de pandillas que intentaban acceder al control de la zona donde se instala uno de los mercados informales más grandes del país. Fednel Monchery, director general del Ministerio del Interior, Joseph Pierre Richard Duplan, delegado departamental del Oeste, y los oficiales de la policía Gregory Antoine y Jimmy Cherizier, fueron acusados de ser los cabecillas de la masacre. A día de hoy, nadie ha sido condenado por esos socesos.


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