Chile celebró elecciones parlamentarias y la primera vuelta de las presidenciales el pasado 21 de noviembre. Con un 52,67% de abstención, José Antonio Kast —un defensor de la dictadura pinochetista que no esconde su afinidad con Trump, Vox o Bolsonaro— se imponía con 1.961.387 votos, el 27,91 %. Su rival en segunda vuelta será Gabriel Boric, que recogió 1.814.777 votos (25,83%), de la coalición de izquierdas Apruebo Dignidad, integrada por el Frente Amplio (FA) y el Partido Comunista de Chile (PCCh).
Estos resultados han impactado a millones de jóvenes y trabajadores en Chile y en todo el mundo. A dos años de la insurrección que puso contra las cuerdas al conjunto del sistema, y un año después de que un 80% de votantes mandase al basurero de la historia la constitución de Pinochet, un pinochetista declarado acaricia la presidencia. ¿Por qué seis meses después de que Apruebo Dignidad y la Lista del Pueblo, otra fuerza de izquierdas, ganasen una mayoría clara en la Convención Constitucional se produce este retroceso? ¿Qué ha ocurrido?
¿Por qué crece la ultraderecha a un año de su mayor derrota?
Reflejando el profundo malestar social y una polarización sin precedentes, los partidos que durante 30 años han garantizado en el Gobierno la estabilidad del capitalismo chileno no alcanzan el 25%. El candidato de la derecha piñerista, Sebastián Sichel, obtuvo 898.325 votos, el 12,78%. Yasna Provoste, del Nuevo Pacto Social (la antigua Concertación), con 815.558 papeletas (11,6%), consiguió el peor resultado histórico de esta alianza entre Partido Socialista (PS) y Democracia Cristiana (DC). Ambos son superados por Franco Parisi, del Partido de la Gente, otro demagogo reaccionario que, atacando a la “casta política de derechas y de izquierdas”, consigue 899.230 votos (12,80%). En las elecciones parlamentarias, la derecha logra mayoría en ambas cámaras.
Los medios capitalistas se han llenado de análisis atribuyendo estos resultados al “miedo de la despolitizada y conservadora sociedad chilena”, al “desorden” revolucionario y las “propuestas radicales” de la izquierda. A la cabeza de esta campaña están —¡cómo no!— los dirigentes del PS. Un ejemplo bochornoso es la entrevista en El País del 25 de noviembre a Camilo Escalona, dirigente histórico y expresidente del partido.
Escalona “apoya” a Boric, instándole a no cuestionar el “régimen democrático” salido del pacto suscrito por PS y DC con la derecha pinochetista, que ha mantenido intacto el aparato estatal de la dictadura y el poder económico de la oligarquía. Según él, la clave para ganar a Kast es atraer el “voto de centro” y tranquilizar a la clase media enterrando cualquier idea que recuerde la insurrección de octubre de 2019, en especial “la muy desafortunada consigna ‘no eran 30 pesos, sino 30 años’, que finalmente ha alimentado a la derecha y a Kast”. Boric está aceptando estas ideas, incorporando a su equipo a varios asesores económicos próximos a la socialdemocracia y a las grandes empresas.
Pero este análisis, que siempre se repite cuando se produce un resultado de este tipo, oculta las causas reales que han permitido avanzar a la ultraderecha. Los resultados cosechados por Kast no se explican porque la candidatura de Boric haya insistido en denunciar los crímenes del capitalismo y la oligarquía, sino todo lo contrario. El candidato de la izquierda no ha dejado de moderar su programa, renunciando a muchas reivindicaciones que movilizaron a las masas en 2019, y apareciendo como un abanderado de la estabilidad institucional. La enorme abstención en los barrios obreros explica el desencanto con esta política de sectores importantes de los trabajadores y la juventud. Esta debilidad ha sido aprovechada por Kast, que no ha perdido la oportunidad para explotar demagógicamente el descontento social de las capas medias, incluso de sectores populares desmoralizados y aplastados por la crisis.
La fuerza de las masas y el freno del reformismo
El estallido de la juventud en 2019 contra la subida del transporte al grito de “no son 30 pesos, son 30 años” conectó con la indignación acumulada de millones de oprimidos y oprimidas tras décadas de recortes, precariedad, privatizaciones y desigualdad. El levantamiento popular enfrentó valientemente la represión brutal del Gobierno de Piñera encendiendo la mecha de una situación revolucionaria.
Por primera vez desde el fin de la dictadura se crearon las condiciones para unificar las reivindicaciones de empleo, salarios, pensiones, educación, sanidad y vivienda dignas; demandas feministas y LGTBI, reconocimiento de los derechos, lengua e identidad del pueblo mapuche... Las capas medias se vieron contagiadas. Sectores muy amplios, especialmente sus estratos inferiores, golpeados por la crisis, apoyaron las manifestaciones o se mantuvieron neutrales, simpatizando con sus reivindicaciones.
El movimiento desarrolló embriones de doble poder: asambleas, cabildos abiertos, las “primeras líneas” formadas por miles de jóvenes organizando la autodefensa contra la represión policial. Si el PCCh, el FA y la CUT (principal central sindical) hubiesen llamado a unificarlos y convocado huelga general indefinida, Piñera habría caído. En un contexto de ascenso revolucionario, eso habría abierto la puerta a tomar el poder e iniciar una profunda transformación social. Pero los dirigentes del PS y el FA fueron en dirección contraria, firmaron con Piñera el “Acuerdo por la paz social y una nueva constitución” y los dirigentes del PCCh lo aceptaron, frenando la movilización en la calle.
Pese al papel desmovilizador de estos dirigentes, las masas utilizaron el referéndum constitucional de octubre de 2020 y las elecciones a la Convención Constitucional de mayo de este año para golpear al régimen, enviando el mismo mensaje en las urnas que habían dejado claro ya en las calles: querían una transformación revolucionaria, y la querían ya.
En Chile la abstención ronda el 50% desde 2009, cuando el voto dejó de ser obligatorio. Pero en las 247 comunas (municipios) con rentas más bajas esa media supera el 60%, ascendiendo al 70% en los barrios con más pobreza y pobreza extrema. La movilización de millones de oprimidos y oprimidas —muchos de los cuales antes de la insurrección de 2019 ni votaban, desencantados por la asimilación del PS al sistema— dio la victoria aplastante al “apruebo” con un 80% de respaldo. En muchos barrios populares llegó al 85-90%, entre 20 y 30 puntos más que en zonas de clase media. Esa movilización masiva de trabajadores y sectores populares también decidió las elecciones constituyentes: en las comunas pobres donde habitualmente solo votaba el 40%, lo hizo un 51%.
Sin embargo, este 21 de noviembre la participación retrocedió globalmente del 51% de 2020 al 47,33%. Pero en zonas populares donde gana la izquierda, como Santiago y los municipios más humildes del Distrito Metropolitano y otras áreas urbanas, cayó nuevamente al 40%. Mientras, los municipios de clase media donde triunfó claramente Kast, superan el 50%, y en los tres más ricos de la capital, Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea, votó el 63,27%, 65,33% y 69,01% respectivamente.
Tras medio año de debates en la Convención Constitucional que no se han concretado en ninguna mejora para las masas, con la crisis económica disparando los índices de desempleo, informalidad, desigualdad y pobreza, la impaciencia y el escepticismo acerca de que los dirigentes de la izquierda quieran ir hasta el final y tengan un plan para ello se extiende con rapidez.
La renuncia a una política revolucionaria allana el camino a Kast
Las vacilaciones de Boric —fue el primer dirigente del Frente Amplio en firmar el acuerdo por la paz social con el PS y Piñera, apoyó leyes represivas como la ley antibarricadas para desdecirse luego, pero manteniendo distancias respecto a la movilización en la calle— y su aceptación del sistema, planteando algunas reformas sociales pero sin concretar de dónde sacará el dinero, renunciando a enfrentarse a los oligarcas y supeditando la inmensa mayoría de reivindicaciones del 18-O al proceso constituyente, no hacen más que acrecentar esas dudas.
“El descontento, el nerviosismo, la inestabilidad, el arrebato fácil de la pequeña burguesía son signos extremadamente importantes de una situación prerrevolucionaria. Así como el enfermo que hierve de fiebre se acuesta sobre el lado derecho o sobre el izquierdo, la pequeña burguesía febril puede volverse a la derecha o a la izquierda. (…) La decadencia de los partidos democráticos es un fenómeno universal que tiene sus razones en la decadencia del propio capitalismo (…) ¿Quién presentará primero, más ampliamente y con mayor fuerza, a las clases medias el programa más convincente, y —lo más importante— conquistará su confianza, mostrando con palabras y hechos que es capaz de eliminar todos los obstáculos en el camino de un porvenir mejor: el socialismo revolucionario o la reacción fascista? De esta cuestión depende la suerte de Francia por muchos años. No solo de Francia: de Europa. No solo de Europa: del mundo entero”. Estas palabras escritas en 1936 por León Trotsky en su obra Adónde va Francia resuenan hoy tremendamente actuales en Chile, Latinoamérica y a escala mundial.
La clase dominante ha desatado una brutal campaña del miedo, agitando el fantasma del caos económico, “como en Venezuela”, si ganaba la izquierda. Kast ha llevado esa campaña más allá, explotando cínicamente la falta de soluciones por parte del parlamento y el Gobierno de la derecha piñerista (de la que él mismo proviene) y atacando también a la Convención Constitucional dominada por la izquierda.
Como Bolsonaro, utiliza las imágenes de los campamentos de refugiados venezolanos en el norte del país para extender el veneno de la xenofobia. Emulando a Trump, ha prometido cavar una zanja en la frontera norte para “frenar la inmigración ilegal”. Junto al machismo y LGTBIfobia característicos de la ultraderecha, otro eje central de su campaña es la denuncia histérica de la delincuencia e inseguridad, criminalizando a inmigrantes y colectivos de resistencia mapuches. Ante la decisión de Piñera de militarizar cuatro regiones para reprimir las protestas mapuches, ha apelado a los sectores más reaccionarios exigiendo que esa militarización se prolongue y endurezca, tachando de “terroristas” a varias de sus organizaciones.
La victoria de Kast en La Araucanía y en otras de esas regiones de minoría mapuche (donde el PS ganaba no hace mucho con el 60%), es utilizada por los reformistas como la gran prueba de que “parte del electorado popular se ha trasladado a la ultraderecha” y, por tanto, es necesario un discurso “más firme en defensa del orden público”. Pero en realidad el apoyo a Kast en estos territorios es absolutamente minoritario si tenemos en cuenta la enorme abstención que se ha producido. La población mapuche se abstiene masivamente tras décadas de Gobiernos del PS (incluido el de la Nueva Mayoría, donde participaba el PCCh) sin que ninguno de ellos hayan tomado decisiones contundentes contra la oligarquía terrateniente, o las empresas forestales y multinacionales que saquean sus tierras, ni contra los jueces, policías y militares responsables de la represión que sufren.
Esta misma explicación vale para entender los resultados de Parisi que, combinando la denuncia demagógica de las altas tasas de desempleo, precariedad y bajas pensiones con ataques racistas a los inmigrantes, gana en la región minera de Antofagasta con el 33,89% y obtiene altos porcentajes en otros bastiones socialistas del norte minero.
Para derrotar las ideas reaccionarias de la ultraderecha, hay que levantar un programa combativo y revolucionario que recoja las reivindicaciones obreras y populares, y defienda los derechos del pueblo mapuche y de todos nuestros hermanos y hermanas inmigrantes.
Reimpulsar la organización y la movilización revolucionaria con un programa socialista
Como explicamos en anteriores artículos[1], la oligarquía ha utilizado el proceso constituyente para ganar tiempo, reorganizarse y pasar nuevamente a la ofensiva.
En el marco de una crisis profunda del capitalismo chileno y mundial, un sector muy importante y con gran poder de la clase dominante se prepara para una agudización del conflicto social apostando por Kast. Por supuesto, entre la burguesía chilena hay también divisiones. No faltan otros sectores del capital que ven el peligro de que una ofensiva prematura contra las masas provoque un nuevo estallido revolucionario y prefiere basarse, al menos mientras puedan, en el control del parlamento, el bloqueo de la Convención Constitucional y el “abrazo del oso” de los dirigentes del PS y la DC a Boric, que ya han anunciado su respaldo a este en la segunda vuelta. Su objetivo es ganar más tiempo para seguir dividiendo y desmoralizando a las masas y estar en mejores condiciones de aplastar el proceso revolucionario.
Los resultados de la segunda vuelta están abiertos. Millones de trabajadores y de jóvenes que han protagonizado el levantamiento popular saben que un Gobierno de Kast atacaría sus condiciones de vida y activaría la represión igual o más duramente que Piñera. Por eso no se puede descartar una fuerte movilización en la segunda vuelta contra el candidato de la ultraderecha. Pero debemos ser claros: cuanto más cercano a la política institucional de siempre aparezca Boric, más riesgos hay de desmovilización popular.
Si finalmente Kast se impone, su política neoliberal, racista, machista y represiva es una receta para un nuevo estallido de la lucha de clases. Si es Boric quien se alza con el triunfo, y muchas encuestas señalan esta posibilidad, pese a su programa limitado, estimularía la presión por abajo de las masas para resolver los problemas sociales pendientes. Un gobierno Boric se vería también atenazado desde el primer minuto por la burguesía y sus agentes políticos, el PS y la DC, intentando frenar cualquier medida contraria a sus intereses. Los capitalistas utilizarían su mayoría parlamentaria y el tercio de la Convención Constitucional que controlan, el aparato estatal (jueces, policía, ejército...) y la propiedad de los bancos, la tierra y las grandes empresas para frenar cualquier reforma progresista, por tímida que fuera.
La situación en Chile se dirige a un punto crítico. Las masas han mostrado su fuerza, pero sigue faltando una dirección obrera que defienda consecuentemente un programa de transformaciones revolucionarias y socialistas, que rompa con el capitalismo y lleva adelante un plan para tomar el poder. Esta circunstancia, y no la falta de conciencia y determinación de las masas, es lo que prolonga la lucha entre revolución y contrarrevolución, con todo tipo de desarrollos contradictorios.
Para levantar esa dirección, la izquierda combativa debe abandonar las concepciones etapistas que anteponen consignas como la Asamblea Constituyente a la lucha por el socialismo. Ningún tipo de Asamblea Constituyente —por muy “libre” y “soberana” que se denomine— puede desafiar el poder de los capitalistas mediante un juego parlamentario tutelado por la burguesía.
Las tareas de la izquierda revolucionaria están claras: llamar a votar críticamente por Boric en segunda vuelta contra la ultraderecha de Kast; reimpulsar la organización y movilización independiente de las masas, recuperando las asambleas, los cabildos, las “primeras líneas” que surgieron en 2019; y levantar un programa de reivindicaciones claras:
- Eliminación de las AFP, creando un sistema público de pensiones que garantice una jubilación digna
- Un plan de choque frente a la pandemia levantando un sistema de salud público, digno y gratuito.
- Educación pública primaria, secundaria y universidad digna y gratuita.
- La lucha contra la pobreza y la precariedad, por salarios y condiciones laborales dignas: nacionalización de la banca, los monopolios chilenos y multinacionales bajo el control democrático de los trabajadores.
- Libertad inmediata para todos los presos políticos que permanecen encarcelados. Juicio y castigo a todos los responsables de la represión policial contra los manifestantes.
- Depuración del aparato del Estado de todos los elementos fascistas y pinochetistas que jamás fueron tocados.
- Pleno reconocimiento de los derechos democrático-nacionales del pueblo mapuche y otros pueblos originarios, expropiación de todos latifundios y una reforma agraria que les devuelva sus tierras.
[1] Chile: vuelco a la izquierda en las elecciones a la Constituyente