La victoria arrolladora del ultraderechista Partido Republicano (PR) en las elecciones al Consejo Constitucional, órgano encargado de elaborar la nueva Constitución chilena, ha sido un duro golpe para millones de activistas y militantes de la izquierda en Chile y en el mundo. Tras un levantamiento revolucionario en octubre de 2019 que puso contra las cuerdas al régimen capitalista, que despertó una oleada de simpatía y solidaridad en América Latina y el resto de los continentes con el pueblo insurrecto y su resistencia a la sangrienta represión del Gobierno de Piñera, y que dio lugar a contundentes triunfos en las urnas de las organizaciones de la izquierda reformista… nos encontramos ahora ante una victoria histórica del pinochetismo y la reacción.
En estos momentos críticos es fundamental mirar a la realidad de frente para entender los factores que han conducido a esta catástrofe, empezando por los graves errores que desde la izquierda gubernamental, y también desde la izquierda que se reivindica anticapitalista, han permitido abrir el paso a la contrarrevolución y a la desmoralización de amplios sectores de la clase obrera y la juventud chilena.
¿Qué explicación podemos dar desde el marxismo?
Las masas, la clase obrera y la juventud chilena, demostraron de sobra su disposición de llegar hasta el final, de tomar el cielo por asalto, pero sus dirigentes, como ha ocurrido con Podemos o con Syriza, renunciaron a ello. Y esta renuncia a transformar la sociedad, a luchar consecuentemente por el socialismo, es lo que ha terminado por abrir las puertas a la contrarrevolución.
La victoria del PR de José Antonio Kast, un fascista vinculado a Vox, Trump y Bolsonaro que defiende el legado de Pinochet y todo el catálogo de ideas racistas, machistas y homófobas, prometiendo mano dura contra la protesta social, es una amenaza de primer orden contra los trabajadores. Dos años después de la victoria histórica de Boric, la contrarrevolución está en pleno auge dominando la escena.
Con el 35,41 % de votos válidos (3.470.855) y 23 de 50 escaños, Kast ha logrado una victoria contundente. A esto se suma que la derecha piñerista agrupada en la coalición Chile Seguro, obtiene el 21,06% de los votos (2.064.454 votos) y 11 escaños. Unos datos que si se suman a otras fuerzas ultraderechistas, como el Partido de la Gente, dan a la contrarrevolución un resultado histórico: 6.072.503 votos, el 61, 95 %, y una mayoría absoluta que les permitirá elaborar una Constitución aún más reaccionaria que la actual.
Los partidos que sostienen al Gobierno de Boric, Frente Amplio, Partido Comunista y Partido Socialista, agrupados en la coalición Unidad para Chile, cosechan el peor resultado desde el fin de la dictadura: 2.802.783 votos, apenas el 28,5%. En 14 meses de Gobierno ha perdido 1.817.888 votantes: ¡un 39,34 % del apoyo obtenido en 2021! Una rotunda condena a sus políticas, y que trasciende la tradicional campaña de ataques de los medios de comunicación capitalistas.
El malestar con el Gobierno también se ha expresado por la izquierda con un récord de votos nulos y en blanco: nada menos que 2.689.570, el 21,53%, concentrado en los barrios obreros y más humildes. Por contra, en las zonas de clase media-alta donde la derecha y ultraderecha superan el 75% de apoyo, los nulos y blancos suponen tan solo un 5%. Desgranado los datos se puede ver la dimensión de la desmovilización y la crítica a un Gobierno, el de Boric, que ha frustrado las enormes esperanzas depositadas en él.
En La Pintana, una de las comunas populares del Gran Santiago más golpeadas por la crisis y donde Boric tuvo más apoyo en las elecciones presidenciales (72,93%) ganan los votos nulos (29.482). En esta localidad, el PC, FA y PS pierden el 45% de sus votos (de 48.968 a 28.129), superando por solo 199 sufragios a Kast, que incrementa un 50% su apoyo. En la región minera de Antofagasta, bastión histórico del PC y el PS, 101.496 votan nulo o blanco y 76.431 a los partidos de izquierda, que pierden 51.573 votos, mientras la ultraderecha del PR gana con 105.847.
La revolución de 2019 y el papel reaccionario de la consigna de la Asamblea Constituyente
La insurrección chilena de octubre de 2019 fue una de las más masivas, poderosas y avanzadas políticamente de las últimas décadas. La burguesía inicialmente intentó aplastarla mediante una brutal represión. Piñera recurrió al ejército y los carabineros, causando decenas de muertos y centenares de heridos. Pero las masas derrotaron la represión mediante su acción directa en las calles, y desarrollaron embriones de poder obrero y popular: asambleas, cabildos abiertos, primeras líneas de autodefensa…
Como en todo proceso genuinamente revolucionario de la historia, el poder de las masas en acción y su capacidad para poner en jaque al régimen capitalista chileno, empujó a la burguesía y al imperialismo norteamericano a buscar otras vías para neutralizar el movimiento revolucionario y alejarlo lo más posible de una salida socialista. La consigna de la Asamblea Constituyente y el pacto con la izquierda reformista jugó ese papel.
En el momento álgido del proceso revolucionario la derecha piñerista y la ultraderecha estaban arrinconadas. Las capas medias giraron a la izquierda arrastradas por el movimiento de masas y su energía combativa. Temiendo perderlo todo, la clase dominante se apoyó en los dirigentes del PS, del FA y del PC, para impedir la caída de Piñera planteando un gran pacto político que propiciara la desmovilización de las calles y desviara el proceso revolucionario al terreno del parlamentarismo.
La firma del “Acuerdo para la paz social y el proceso constituyente” por Boric y el FA, y su aceptación en la práctica por los dirigentes del Partido Comunista, permitió a la burguesía lograr su objetivo: una tregua necesaria para que el movimiento no avanzará en la línea de una ruptura abierta con el capitalismo, y así poner en marcha toda la maquinaria parlamentaria con la que poder diluir a la vanguardia más combativa y anegar a la población de promesas electorales y discursos. Mientras, el poder seguía firmemente en manos de la oligarquía y del aparato del Estado pinochetista. El tiempo contribuiría a calmar los ánimos y generar la frustración y la desmoralización tan necesaria para que la reacción volviese a recuperar su posición.
Incluso las organizaciones de la izquierda que se declaraban anticapitalista cayeron en esta trampa, levantando la consigna impotente de la Asamblea Constituyente “libre y soberana”. En la práctica renunciaron a plantear seriamente la lucha por el poder con un programa socialista revolucionario, confirmándose con añadir a la Constituyente la etiqueta “libre y soberana”, algo que no cambiaba en nada su carácter burgués y que solo contribuyó a dar una cobertura de izquierdas al discurso de Boric y los dirigentes del PC.
A pesar de todo, las masas apoyaron a la izquierda en cada convocatoria electoral, dándoles mayoría absoluta en la Constituyente (Convención Constitucional) y eligiendo a Boric presidente de Chile. Sin embargo, tras dos años de debates estériles sobre la nueva constitución nada ha cambiado. Los ricos son más ricos, los pobres más pobres, la gran propiedad de los banqueros y los terratenientes sigue intacta, los monopolios nacionales e imperialistas conservan todo su poder e influencia, el aparato represivo sigue sin depurar y está envalentonado, la enseñanza, la sanidad y las pensiones siguen privatizadas, no hay vivienda pública, los salarios se hunden, el pueblo mapuche sigue aplastado y criminalizado, y las reivindicaciones sociales más avanzadas han sido traicionadas por Boric.
El presidente de Chile no ha hecho más que ceder a las presiones de la burguesía, haciendo suyo el discurso de Kast en aspectos como la inseguridad ciudadana o la criminalización de los inmigrantes y del pueblo mapuche. Boric y sus aliados en el Gobierno han apoyado incluso la ley presentada por la derecha reforzando las competencias e impunidad del cuerpo de carabineros, infestado de fascistas pinochetistas, para actuar supuestamente “contra la delincuencia y el terrorismo”. Y también ha endurecido la represión contra los inmigrantes, y militarizando la frontera y las regiones de Araucania y Bio Bio, donde se concentra la mayor parte de los territorios arrebatados a los mapuche, encarcelando a varios de sus dirigentes.
Esta política ha dado alas a la extrema derecha. Movilizando a la pequeña burguesía que se beneficia de la explotación de los inmigrantes y la especulación con las tierras mapuche, y estimulando los prejuicios racistas y xenófobos, Kast consigue sus mayores porcentajes de apoyo en las regiones fronterizas, la Araucania y el Bio Bio, donde llega al 43,33%.
Contra el fascismo y el capitalismo, ¡necesitamos una alternativa revolucionaria y socialista!
La burguesía chilena ha visto las orejas al lobo de la revolución y, como ya demostró en 1973 con Pinochet, está dispuesta a todo. Para Kast y los sectores decisivos de la clase dominante que le apoyan esta victoria es solo el principio. Su objetivo es conquistar el gobierno para lanzar una ofensiva que aplaste de manera definitiva las aspiraciones de cambio que movilizaron a millones en el levantamiento revolucionario de octubre de 2019.
Llamarle a dialogar y a ser tolerante, como hacen Boric y el PS, significa blanquear a este fascista. Eso y la continuidad de las políticas procapitalistas del Gobierno no hacen más que allanarle el camino. Pero el entreguismo de Boric y el PS no tendría un efecto desmoralizador tan grande sin la colaboración de los dirigentes del Partido Comunista. Daniel Jadue, líder del PCCh, escribe tweets críticos contra las medidas más derechistas del Gobierno, pero el PCCh sigue sosteniéndolo participando con dirigentes como Camila Vallejo de ministra y otros muchos en puestos clave. No se puede estar en misa y repicando.
Se ha perdido un tiempo precioso en Chile, y sobre todo se ha puesto en evidencia los errores de una estrategia política que pretende un capitalismo amable, de rostro humano, social y progresivo. Pero esto es imposible.
Es necesario sacar todas las conclusiones de lo que ha pasado. La consigna de la Asamblea Constituyente, incluso si es “libre y soberana”, a la que siguen aferrados los dirigentes de la izquierda, desde el PCCh hasta los diferentes grupos que se proclaman marxistas o trotskistas, es una mera repetición de la política etapista que siempre defendieron la socialdemocracia y los estalinistas: “la situación objetiva no está madura”, decían, “nada de revolución socialista”, “nada de tomar el poder”, “nada de tocar la propiedad capitalista”. Como entonces, hoy plantean: primero la Asamblea Constituyente “libre y soberana”, y después, en un futuro indeterminado, y si hay condiciones, el socialismo. Es un error trágico de consecuencias desastrosas.
La experiencia está demostrando de manera dramática el carácter absolutamente vacío de esta consigna y sus efectos paralizantes y reaccionarios. Lejos de actuar como ariete para que la conciencia revolucionaria y socialista avance, esta consigna reformista y etapista paraliza la acción independiente de las masas. Llamar a movilizarse por un poco de democracia avanzada o un poco de justicia social... mientras el poder económico y político sigue en manos de los capitalistas es una utopía reaccionaria
Las masas necesitan cambios reales y tangibles ya, que transformen radicalmente sus condiciones de vida. Cambios que a su vez impulsarían un salto en su conciencia. Y eso solo es posible tomando los ingentes recursos y riquezas que crea la sociedad, pero que están en manos de una minoría de bancos, multinacionales y grandes fortunas, y poniéndolos al servicio de la clase trabajadora y la juventud. Si Boric hubiera nacionalizado los fondos de pensiones garantizando jubilaciones dignas a partir de los 60 años; si hubiera introducido la completa gratuidad y titularidad pública de la educación y la sanidad, y recursos para que fueran de calidad; si hubiera nacionalizado la banca y las grandes empresas; o si hubiera garantizado empleos estables y salarios dignos, obviamente mediante la movilización más contundente en las calles, la reacción no estaría hoy donde está. El problema no son las masas y su conciencia, sino la cobardía y completa desmoralización de sus dirigentes.
Necesitamos una izquierda revolucionaria que levante el programa y métodos del genuino marxismo revolucionario. Solo así podremos frenar al fascismo y llevar adelante la revolución socialista. Esta es la gran lección de los acontecimientos chilenos.