De forma burda, la prensa burguesa española ha tratado de minimizar lo que ha sido un espectacular corrimiento del voto hacia la izquierda con titulares tipo “Lula no consigue ganar las elecciones en la primera vuelta por cuarta vez consecutiva”, pero los datos están para quien los quiera analizar: el candidato del PT ha conseguido 39, 4 millones de votos (un 46,4% de los votos válidos), el doble de José Serra, que ha conseguido 19, 6 millones (un 23,2%).
El vuelco hacia la izquierda en la sociedad brasileña que estas elecciones han reflejado queda aún más patente si consideramos que los candidatos que han quedado en tercer y cuarto puesto, Garotinho (17,9%) y Ciro Gómez (12%), hicieron una campaña con una verborrea, en muchos aspectos, a la izquierda de Lula y han sumado otros 25 millones de votos. En total, la oposición por la izquierda al gobierno de Fernando Enrique Cardoso ha sumado el 70% de los votos válidos.
Este resultado revela una profunda voluntad de cambio de la inmensa mayoría de la sociedad brasileña y el fin de una etapa política. Existe un profundo hartazgo a la política de privatizaciones y recortes sociales que sólo ha traído más miseria sin resolver ninguno de los problemas estructurales de la economía brasileña como la brutal sangría de la Deuda externa. Las elecciones han revelado una profunda crisis política por parte de la clase dominante, incapaz de ofrecer ninguna salida a una situación de parálisis económica y desastre social que vive el país. El descrédito de los partidos burgueses, que se apuntaron alegremente al saqueo de los recursos públicos cuando Cardoso accedió a la presidencia en 1994 pensando que la fiesta no tendría fin, ha quedado patente en estas elecciones. El propio Serra ha tratado de difuminar su vínculo con el actual gobierno, tratando de paliar lo que la final ha sido inevitable: cosechar un auténtico desastre electoral.
Las elecciones en Brasil hay que analizarlas dentro del contexto mundial y latinoamericano, donde las masas, en un país tras otro, de una manera u otra, más o menos concientemente, rechazan el modelo de sociedad capitalista. La victoria del PT expresa, en el terreno electoral, la misma determinación de las masas de cambiar las cosas que en Argentina y en Venezuela (por mencionar los más significativos) a pesar de que en estos países el proceso se manifiesta ya de una forma más virulenta. Pero en el fondo, es parte del mismo proceso, con diferentes ritmos.
El hecho de que exista en Brasil un partido como el PT (surgido al calor de la lucha de la clase obrera del cinturón industrial de Sao Paulo contra la dictadura a finales de los años 70), que a pesar de todos los esfuerzos de su dirección para convertirlo en un partido digerible para el sistema es visto por la inmensa mayoría de los trabajadores como una alternativa claramente de izquierdas, ha hecho que, en una primera fase, toda la insatisfacción social se canalizara por la vía electoral. Este proceso se ha repetido muchas veces en la historia. Cambiar por la vía electoral siempre parece más práctico, parece más fácil, que por la vía de la participación directa. La experiencia dirá que es necesario más cosas que el voto, pero en estos momentos las elecciones presidenciales han sido vistas como una oportunidad seria para cambiar las cosas y no como una sucesión rutinaria de partidos del poder.
La victoria de la izquierda no sólo es parte del proceso que se vive en toda América Latina sino que a su vez constituye un poderoso revulsivo para los trabajadores del continente. Internamente, un eventual gobierno del PT significará el preludio del resurgir de un movimiento de masas en Brasil. En ese mismo sentido se expresaba en una entrevista Joao Pedro Stédile, líder del MST, poco antes de las elecciones: “Una victoria de Lula tendría un peso simbólico que se traduciría en el resurgimiento del movimiento de masas. La campaña de Lula está diciendo al pueblo: vota Lula; es la hora de Lula. Muy bien, vamos a votar a Lula. Pero a partir de enero el pueblo brasileño dirá: ha llegado nuestra hora y se producirá un proceso de movilizaciones sociales en las que participarán los Sin Tierra y los trabajadores del sector público para apoyar los cambios que necesita Brasil” (El País, 5-10-02).
La campaña del PT
La campaña del PT a las elecciones ha supuesto un paso más en el giro hacia una política socialdemócrata clásica propiciado desde hace tiempo por su dirección. Eso tampoco es un proceso nuevo en partidos cuya dirección ha tenido un lenguaje muy izquierdista en el pasado pero que en la práctica jamás han asumido el marxismo. La proximidad al poder ejerce en la dirección de esos partidos casi la misma sensación de vacío en el estómago que a la propia burguesía, que entiende los peligrosos efectos políticos —desde su punto de vista— de una victoria aplastante de un partido de la clase obrera. El eje central de la campaña del PT ha sido minimizar en lo posible la idea de que una victoria de Lula fuera a significar una profunda transformación de la sociedad, con el doble objetivo de ser “aceptados” por sectores de la clase dominante y al mismo tiempo evitar que la clase trabajadora de la ciudad y del campo interpretase una victoria electoral como una vía libre para tomar con sus propias manos tareas como la reforma agraria, la renacionalización de las empresas privatizadas, etc. Con esa idea, la candidatura de Lula se presentó en coalición con un gran empresario del sector textil, como candidato a vice-presidente, que pertenece al llamado Partido Liberal, con escasísima base de apoyo social y electoral.
¿En qué ha ayudado esa alianza a la victoria del PT? En nada. Pero es mucho más difícil de explicar que es necesario hacer una política de consenso con determinados sectores de la burguesía si la victoria se hubiese producido sin ningún tipo de alianza con partidos burgueses. Hubiese quedado mucho más clara la debilidad de la burguesía brasileña y al mismo tiempo la enorme fuerza y peso social de la clase obrera brasileña . Pero, efectivamente, esa es la pura realidad que se desprende de estas elecciones. No es un síntoma de fortaleza sino de debilidad de la burguesía el que se vea en la necesidad de intentar gobernar a través de un partido de la clase obrera. Es un indicativo de su falta de apoyo social, de su incapacidad de seguir engañando a las masas con sus propios partidos y dirigentes.
La perspectiva de una victoria del PT en las presidenciales estaba presente desde hace ya algunos años. Uno de los anticipos de ese proceso fue la tremenda subida del PT en las elecciones municipales del 2000, en un contexto en que el desgaste de los partidos del gobierno era palpable y la sensación de que la vía del neoliberalismo había llevado al país a un callejón sin salida era generalizada. La crisis económica del último año ha extendido aún más esa sensación. En ese contexto, algunos sectores de la burguesía, incluso “pesos pesados” de la oligarquía como los expresidentes José Sarney e Itamar Franco por citar algunos, entendieron lo más inteligente era saltar del barco antes de que se hundiera y, después de sopesar diferentes opciones, “apoyar” a Lula. Evidentemente ese tipo de apoyo es una forma de presión mantener el PT en una línea moderada y controlar, indirectamente, a las masas, a través de un partido obrero. Su esquema es usar y tirar. Usar la autoridad del PT para hacer el trabajo sucio y cuando esté desprestigiado echar la culpa a la izquierda de todos los males habidos y por haber.
Pero todo eso revela la enorme crisis política de la clase dominante en Brasil, su escaso margen de maniobra, que en gran medida está determinado por el grado de concesiones que está dispuesta hacer la dirección del PT.
Con una expectativa tan clara de victoria del PT y un malestar social tan profundo, un pucherazo electoral —que hubiese sido perfectamente factible con el sistema de votación informatizado, que no deja ninguna constancia del voto físico y cuyo programa es un secreto en manos de la Inteligencia Brasileña, un organismo heredero directo de la dictadura— hubiese provocado, posiblemente, el efecto contrario del deseado. No han recurrido al fraude (al menos a un fraude masivo) pero es un as que tienen en la manga para el futuro.
La situación económica
La segunda vuelta se presenta aún más complicado para la derecha. Lo más probable es que todo el voto de la izquierda se concentre aún más en la candidatura de Lula. En margen de ampliación de voto de Serra, que ha anunciado que ahora sí se mostrará como el candidato del gobierno, es muy escaso y cosechará otro fracaso.
Lula asumiría la presidencia efectiva a partir del 1 de enero. Hasta entonces pueden pasar muchas cosas en Brasil, sobre todo en el terreno económico. No es descartable, aunque el FMI trate de evitarlo, que la crisis financiera latente se transforme en un auténtico crash. En el momento de escribir este artículo el dólar se cotiza un el nivel récord frente al Real, a 3,9. El “nerviosismo del mercado” del que tanto se habla no sólo se debe a la situación política sino a la parálisis económica del país y a la propia crisis económica internacional.
Cuando Argentina entró en quiebra los analistas económicos en Brasil e internacional se apresuraron en afirmar que “Brasil es diferente”, que “no hay peligro de contagio” y cosas semejantes. Ahora la realidad revela que eso es falso como ya anticipamos nosotros en su momento. La situación económica en Brasil no sólo se ha deteriorado por la caída de las exportaciones a Argentina, que son el 8% del total, sino por desequilibrios similares a los de Argentina y que llevan la economía a una situación límite. Es verdad que en Argentina existía la paridad fija con el dólar y en Brasil no. Pero también es verdad que para retener el capital externo las tasa de interés se sitúa en Brasil al 18%, una de las más altas del mundo y también es verdad que gran parte de la deuda externa e interna del país está indexada al dólar, por lo que a cada caída del Real hay un incremento proporcional de la deuda, que tanto en términos absolutos como relativos es mayor que la de Argentina antes de que se hundiera su economía. Por otro lado hay una caída brusca de los préstamos e inversiones directas del exterior, producto del deterioro general de la economía mundial. El sector industrial brasileño presenta cifras negativas de crecimiento en lo que va de año, parece que todo está dentro de una espiral descendente que aún no ha tocado fondo.
Hay una situación económica extremadamente volátil. En los últimos días de julio cundió el pánico en el llamado mundo de las finanzas. En un solo mes el real había perdido el 22% de su valor y se habían retirado capitales de los fondos de inversión por un valor de 5.300 millones euros, totalizando un total de 14.000 millones de euros en lo que iba de año. En agosto la deuda de las empresas privadas de Brasil frente los acreedores extranjeros ascendía a 1.700 millones de dólares y El País diagnosticaba que "las dificultades que estas empresas encuentran para negociar plazos y condiciones rondan lo imposible". El rumor de que en breve Brasil no podría hacer frente a los pagos de la deuda externa se extendía como la pólvora.
Para salir de paso y evitar un mal mayor el FMI finalmente se inclinó por conceder un nuevo préstamo a Brasil de 30.000 millones de dólares. Sin embargo sólo 6.000 millones serán efectivos este año; el resto, 24.000 millones, serán desembolsados el año que viene y están estrictamente condicionados al cumplimiento de unas metas fiscales durísimas, que están cuantificadas y se revisarán trimestralmente. El reciente préstamo del FMI a Brasil ha tenido un doble objetivo: tratar de evitar que Brasil se deslice por la misma pendiente que Argentina y condicionar la futura política económica y social del gobierno del PT. La única forma de alcanzar los indicadores económicos que el FMI exige a Brasil para hacer efectivo el resto del préstamo sería con un recorte del gasto público y social. Incluso Cardoso llegó a decir en una ceremonia oficial que el país “ya no tiene más de donde apretarse” (El País, 11-08-02). En el mismo artículo el periodista apostillaba: “Se hace difícil creer que el sucesor acepte voluntariamente un política fiscal más ajustada que la actual”.
El carácter del gobierno del PT
Este es el panorama al que se enfrentará el gobierno de Lula. Las presiones del imperialismo y de la burguesía, por un lado, y de los trabajadores y pobres en general por otro, será brutal y jugarán un papel decisivo en el carácter que finalmente tenga el gobierno del PT.
En líneas generales, la década de los 90 ha sido de retroceso del movimiento obrero, sobre todo si lo comparamos con la vorágine huelguística de la década de los 80. En los últimos años, el MST, la poderosa organización de los Sin Tierra, ha sido la organización que más ha mantenido encendida la llama de la lucha. En un contexto de desempleo creciente y precarización del trabajo, unido a la derechización de las direcciones del PT y de la CUT, el movimiento obrero organizado se ha mantenido en un perfil bajo. Incluso la huelga general de marzo de 2001, contra la modificación de los derechos laborales, tuvo una repercusión desigual debido a la mala organización por parte de la dirección de la CUT. Muchas veces ocurre que, cuando no se ve una salida en la lucha sindical, la clase trabajadora vuelca sus expectativas en el terreno político y electoral. Esto es lo que ha ocurrido en Brasil. Pero las elecciones marcan el inicio de una nueva etapa.
Inevitablemente habrá un periodo de ilusiones por parte de los trabajadores. “No se puede arreglar en dos días lo que lleva tanto tiempo estropeado”; “Hay que ser pacientes”; “Hay que tener cuidado para no romper las alianzas que nos ha permitido llegar al poder”, todo ese tipo de argumentos tendrán durante un tiempo un efecto en la población brasileña. Es difícil concretar el tiempo exacto que tendrá esta luna de miel entre el gobierno y las masas, incluso es posible que se combinen las ilusiones en el gobierno con el ascenso de luchas sociales para “ayudar” al gobierno en su enfrentamiento con los sectores más inmovilistas de la sociedad. En todo caso el gobierno del PT coincide con una etapa de profunda crisis del capitalismo internacional y nacional, un periodo en el que el margen para la aplicación de una política reformista y basada en el pacto social es inexistente.
¿Hacia donde irá el gobierno de Lula? Esto estará determinado, en gran medida, por la propia lucha de clases en Brasil, por la situación política en América Latina y por la crisis económica mundial.
Lo que está claro es que no podrá servir a dos amos a la vez. Su plan inicial es un gran pacto social “para llevar Brasil hacia adelante”. Pero el problema lo tendrá nada más empezar su mandato: ¿Cómo hacer frente a las obligaciones de la deuda externa? ¿Cómo hacer frente a la especulación financiera nacional e internacional? ¿Qué hará cuando su proyecto de revivir el MERCOSUR choque con los planes del imperialismo norteamericano a través del ALCA? ¿Qué hará cuando los inversores internacionales abandonen el país con un ‘si te he visto no me acuerdo’?
El esquema en el papel es acuerdos con todos: imperialismo, burguesía, terratenientes, trabajadores, campesinos, capas medias... pero este plan es imposible. Una posibilidad es que acabe defendiendo una política similar al anterior gobierno, pero el carácter del PT, su base social, no tiene nada que ver con los partidos de la burguesía. Existe un nexo muy claro entre la CUT, el MST y el PT. Una política de enfrentamiento con las masas precipitaría una grave crisis interna en el PT, con resultados difíciles de prever. ¿Cabría la posibilidad de que presionados por abajo y en un contexto de profunda crisis económica el gobierno del PT gire a la izquierda? No es nada descartable. Incluso es posible que ese giro adquiriera una envoltura nacionalista de izquierdas, confusa. Un gobierno enfrentado al imperialismo y a la oligarquía podría ser un instrumento importante en la lucha de los trabajadores por transformar la sociedad y desde luego sería un revulsivo para las masas. En todo caso, sería fundamental una orientación marxista para acabar con el poder de los capitalistas en Brasil. Hay que sacar las lecciones de la experiencia del gobierno de Allende en Chile. Sin un programa revolucionario, que plantee claramente el poder para la clase obrera, con el control directo y democrático de las fábricas, la Banca, la Tierra que permita la planificación socialista de la economía, la burguesía podría retomar el control con mano firme. Ese es el punto al que ha llegado la situación en Venezuela.
En cualquier caso, cualquiera que se la forma que adquiera el proceso, lo cierto es que Brasil, el mayor país de América Latina, con un poderoso movimiento obrero y campesino ha dado el primer paso, pero muy firme, para engrosar el huracán revolucionario que recorre América Latina en los últimos años, país tras país.