Las elecciones presidenciales colombianas han estado marcadas, primero, por las expectativas generadas alrededor del candidato del Partido Verde, Antanas Mockus, -al que todos los sondeos daban favorito para derrotar al uribista Juan Manuel Santos- y, finalmente, por el choque espectacular entre estas expectativas -el ambiente de cambio que se percibía en la calle- y los resultados anunciados oficialmente: un 46% para Santos y un 21% para Mockus, en la primera vuelta. Tras ese jarro de agua fría la segunda vuelta ha estado marcada por una abstención histórica (alrededor del 60%) y la victoria uribista con el 69% de los votos.
Las elecciones presidenciales colombianas han estado marcadas, primero, por las expectativas generadas alrededor del candidato del Partido Verde, Antanas Mockus, -al que todos los sondeos daban favorito para derrotar al uribista Juan Manuel Santos- y, finalmente, por el choque espectacular entre estas expectativas -el ambiente de cambio que se percibía en la calle- y los resultados anunciados oficialmente: un 46% para Santos y un 21% para Mockus, en la primera vuelta. Tras ese jarro de agua fría la segunda vuelta ha estado marcada por una abstención histórica (alrededor del 60%) y la victoria uribista con el 69% de los votos.

¿Vientos de fraude?

Tras los inesperados resultados de la primera vuelta, simpatizantes de Mockus denunciaban en televisión que en numerosos centros de votación el escrutinio inicial les daba la victoria pero esta tendencia se había invertido de modo repentino y misterioso al ser transmitidas las actas de votación. Hubo denuncias de desaparición de votos, algunos incluso afirman que la participación fue de más del 60% y no del 50% anunciado oficialmente.
Un elemento importante de fraude existe en todas las elecciones en Colombia: coacciones por parte de los paramilitares, compra de votos mediante las redes clientelares del uribismo, etc. La incógnita era si esta vez iba a ser masivo o no, si sería suficiente para frenar el deseo de cambio que se respiraba en el ambiente y, de ocurrir, si tendría respuesta en las calles o no. Varios factores eran determinantes para esto: en primer lugar, la actuación del propio Mockus y su capacidad para convertir la ilusión que había despertado entre sectores importantes de la juventud y de la clase media urbana e ilustrada, en una movilización masiva de la clase obrera y los sectores populares, particularmente de quienes habitualmente no votan (la abstención suele superar el 50%).
El programa procapitalista de Mockus, sus contradicciones e indecisiones y su negativa a identificarse con la izquierda, pese a la presión en ese sentido de la mayor parte de sus seguidores, no consiguió movilizar a los sectores más oprimidos de la sociedad e incluso, ante la renuncia a denunciar los elementos de fraude e irregularidades y movilizar a sus seguidores acabó desmovilizando -en la segunda vuelta- a una parte de la base social que impulsaba la llamada "ola verde". Esta incapacidad de Mockus y demás dirigentes del Partido Verde es resultado de su programa y carácter burgués. Pero, lo interesante de la ola verde es el proceso de fondo que refleja: la entrada en política de capas importantes, sobre todo de jóvenes y sectores de las capas medias -aunque no sólo: también de una capa de trabajadores- buscando una alternativa "de cambio".

La ‘ola verde', ¿anécdota o expresión distorsionada de la lucha de clases?
    
Para un sector de la burguesía el tándem Mockus-Fajardo representaba una posible alternativa al uribismo dentro del sistema, al mismo tiempo que permitía encauzar el malestar existente entre las masas tenía la virtud de impedir que el mismo pudiese concentrarse alrededor de la principal organización de izquierdas (el Polo Democrático Alternativo, PDA), algo que -pese al programa reformista de derechas de su candidato, Gustavo Petro, y su lamentable posición respecto a la revolución venezolana- encerraba un gran peligro potencial para ellos.
Sin embargo, el deseo de cambio entre sectores importantes de las masas -particularmente entre la juventud- es tan grande que, pese a Mockus y a Petro, intentaron expresarlo a través del Partido Verde y en menor medida del Polo (con un meritorio 9%, lo que sumado a los verdes significa que incluso los viciados datos oficiales muestran un 30% de apoyo a una opción de cambio).
Lo más significativo para el futuro es que el dique de inercia, miedo y desmoralización mediante el cual la oligarquía colombiana ha dominado durante los últimos años ha empezado a romperse. La clase obrera y campesina ha protagonizado importantes luchas. En 2008 hubo las mayores luchas obreras de los últimos 20 años. Las históricas victorias del Polo Democrático en las elecciones a la alcaldía de Bogotá en 2002 y 2006, o ahora la "ola verde", representan los primeros pasos (inevitablemente confusos y contradictorios en sus inicios) buscando un cambio. Un 50% de los seguidores de Mockus consideraba su segunda opción al PDA, y la inmensa mayoría defendía un acercamiento a la izquierda.
Lamentablemente, la actuación de buena parte de los dirigentes del Polo Democrático no es la de enfrentar la represión, miedo y calumnias que siembra la burguesía con un programa de izquierdas. Tampoco se han basado en las luchas obreras y populares de los últimos años para ponerse al frente y unificarlas. De hacerlo, el gobierno de Uribe habría podido ser derribado por la acción de las propias masas. La dirección del Polo y la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) no sólo no aplicaron las políticas que hubieran hecho esto posible sino que allí donde gobiernan están defraudando a sus votantes.
Así las cosas, el primer efecto de estos resultados electorales ha sido el de desmovilizar  a muchos de los jóvenes que se entusiasmaron con la "ola verde" y sembrar cierto desencanto temporal entre una capa de activistas. Por otra parte, existe otra capa de activistas, simpatizantes y votantes verdes -y también del Polo- que están sacando conclusiones más avanzadas y girando a la izquierda.

Una vez más: ¿cómo derrotar al uribismo?

La idea que existe entre una capa de activistas de izquierda en Colombia, según la cual es imposible una victoria electoral o incluso una lucha de masas triunfante a causa del carácter especialmente reaccionario de la burguesía, su poder, el régimen político existente, etc., puede llevar a sacar conclusiones bastante pesimistas. Hace depender la posibilidad de la victoria no de dónde realmente está la clave, la política que defienden los dirigentes de la clase obrera, su programa y actuación, sino de una abstracción: el carácter más o menos reaccionario de un determinado sistema político o clase social, su supuesta fuerza; algo que, como Trotsky siempre explicó, es relativo y depende fundamentalmente de la propia lucha entre las clases y qué dirección tiene cada una al frente.
El carácter reaccionario y sanguinario de la oligarquía colombiana y el imperialismo son evidentes pero tienen límites. El principal es la movilización de las propias masas, especialmente cuando éstas tienen al frente una dirección que las inspira, las hace conscientes de su propia fuerza y les presenta un plan de acción y programa capaces de hacerlas vencer.
Las divisiones en el seno de la burguesía colombiana son profundas, como evidenció toda la batalla en torno a la reelección de Uribe, el destape de los vínculos de éste y su entorno con el paramilitarismo, etc. En un contexto de crisis económica mundial que obligará al nuevo gobierno a atacar al movimiento obrero y popular aún más duramente y reducirá el margen para llegar a acuerdos y repartirse el botín entre ellos tanto estas contradicciones internas como la búsqueda de un cambio por parte de las masas continuarán y se agudizarán. La clave es si al frente del PDA y la CUT siguen las mismas ideas reformistas que han impedido hasta el momento generar un movimiento de masas triunfante en Colombia o si logramos construir una corriente marxista de masas y dotarnos de un programa capaz de entusiasmar a la clase obrera y la juventud y transformar la sociedad.

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