La posición en torno al diálogo también ha agudizado las divisiones que ya existían en el seno de la clase dominante colombiana desde hace años. Las diferencias entre el sector de la burguesía que apoya el diálogo (agrupado alrededor del actual presidente Santos) y quienes se oponen a cualquier acuerdo con los guerrilleros de las FARC o el ELN (liderados por el expresidente Uribe) no se deben a que exista un sector “progresista” o “democrático” en la burguesía colombiana y otro reaccionario. Su causa son las disputas por el control del aparato estatal y las diferencias en torno a cómo enfrentar la crisis económica y el ascenso del malestar y la movilización social que ha vivido el país durante los últimos años: la lucha estudiantil que obligó a retirar una contrarreforma educativa, luchas obreras importantes (corteros de caña, mineros, transportistas, etc.), movilizaciones indígenas, paros agrarios que han llegado a paralizar buena parte del país…

La movilización por la paz expresa un giro a la izquierda

Este ambiente se ha expresado en victorias electorales, desde 2002, de distintos candidatos pertenecientes a formaciones de izquierdas en las elecciones a la principal alcaldía del país, Bogotá DC, o en las grandes movilizaciones de masas que impidieron el año pasado la inhabilitación del actual alcalde bogotano, Gustavo Petro. La burguesía, a través del fiscal general de la República (del sector uribista), intentó inhabilitar a Petro tras rescindir este el contrato de recogida de basuras a una empresa privada vinculada a los paramilitares y municipalizar el servicio. La movilización popular obligó a Santos, que inicialmente se lavó las manos, a  intervenir para evitar una radicalización y extensión de la protesta.
En las elecciones presidenciales de 2014 se volvió a reflejar el potencial para la izquierda. En la primera vuelta la candidata del Polo Democrático Alternativo (PDA), Clara López, obtuvo el 15% de los votos (dos millones), quintuplicando los resultados del Polo en las presidenciales anteriores y recogiendo el descontento por la izquierda con Santos, que perdió tres millones de votos. La victoria de Santos en segunda vuelta frente al candidato uribista, se debió a la movilización del electorado de izquierdas. Tras ganar la primera vuelta un candidato apoyado por Uribe (manipulando el malestar de los sectores más atrasados y desesperados de la población con la crisis y el incremento de la inseguridad ciudadana) millones de trabajadores votaron por Santos para impedir un gobierno uribista que acabase con el proceso de paz.
Santos utiliza un discurso demagógico hablando de “paz”, “democracia”, “reformas”, “justicia social” y decisiones como nombrar vicepresidente y ministro de Trabajo a antiguos dirigentes de la izquierda y de los sindicatos para disfrazar sus políticas económicas y vincular a los dirigentes de la izquierda a sus planes con el objetivo de contener el descontento social. Pero la crisis de la economía capitalista mundial, expresada últimamente en la caída de los precios del petróleo (en un país productor como Colombia está teniendo importantes repercusiones) tiende a desvelar su auténtica cara.

Aunque la mona se vista de seda…

En la práctica sus medidas son de corte neoliberal. El Estado colombiano ha aprobado reformas laborales, privatizaciones, etc., e intenta disfrazar como progresistas medidas como dar dinero a fondo perdido a los empresarios para que contraten jóvenes sin experiencia laboral (el 60% de los parados), que no tendrán los mismos derechos que el resto de trabajadores, serán explotados como esclavos y utilizados para dificultar la organización y lucha del movimiento obrero.
Lo mismo ocurre con el proceso de paz. Santos y la burguesía que le apoya no harán nunca una reforma agraria que acabe con el latifundio, no distribuirán equitativamente la riqueza ni devolverán realmente sus tierras a los campesinos desplazados por los paramilitares (a quienes ellos mismos financiaron y apoyaron). Tampoco mejorarán decisivamente los derechos laborales o democráticos. Los sectores de la burguesía nacional e internacional que apuestan por el acuerdo esperan que la desmovilización guerrillera permita abrir territorios en los que hoy actúan las FARC o el ELN a la inversión de las multinacionales y competir en el mercado de los alimentos y combustibles transgénicos.
Mientras la burguesía siga al frente del gobierno y del Estado cualquier acuerdo vendrá con trampa y falsedades, como siempre ha sucedido en la historia latinoamericana y colombiana. Los dirigentes de la izquierda colombiana cometen un grave error si siguen subordinándose políticamente a Santos, presentándolo como progresista; o como un mal menor inevitable frente a Uribe. La clave de la situación es aprovechar el caudal a favor de la paz y la recuperación del movimiento de masas de los últimos años para construir un frente único que supere la división de la izquierda, dotándolo de un programa de clase que vincule la lucha por la paz a la movilización en la calle por resolver problemas como la injusta distribución de la tierra, el desempleo, los recortes, las privatizaciones, la desigualdad, etc., y todo ello a la transformación socialista de la sociedad.


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