El pasado 14 de septiembre tuvo lugar un sorprendente ataque con drones y misiles sobre la mayor planta de procesado de petróleo de Arabia Saudí, que provocó un parón de la mitad de su producción, el 6% del total mundial. Aún no está claro cuándo recuperará la normalidad la producción saudí, lo que ha elevado un 20% los precios del petróleo, añadiendo más tensión a la economía mundial.

El ataque fue reivindicado por las milicias hutíes de Yemen, contra las que Arabia Saudí lanzó una devastadora guerra en 2015 que ha arrasado el país y provocado decenas de miles de muertos y la mayor emergencia alimentaria y sanitaria en el planeta. Tanto Arabia Saudí como el imperialismo estadounidense y los gobiernos europeos se apresuraron a señalar a Irán como el autor del ataque.

Ruptura del equilibrio, en Oriente Medio y a escala mundial

Para entender este ataque, y los intereses que se están ventilando, hay que ponerlo en el contexto de la situación en Oriente Medio. El frágil equilibrio entre los diferentes poderes regionales se rompió con la invasión de Iraq por EEUU en 2003. La derrota de las diferentes revoluciones en lo que se conoció como la primavera árabe profundizó esa fractura. El estado actual de las relaciones internacionales ha hecho saltar todo por los aires definitivamente. La incapacidad de EEUU de controlar nada en ningún sitio —expresado de forma descarnada en Iraq y Afganistán— refleja su decadencia como potencia mundial y, a la vez, sus crecientes dificultades ante la emergencia de China, lo que está dando alas a las potencias regionales en la zona para reforzar su posición. Arabia Saudí e Irán son dos de los principales protagonistas en este gran juego.

Bajo el Gobierno de Obama, el imperialismo estadounidense intentó “salir de Oriente Medio”. Tras eliminar su dependencia del petróleo saudí —sobre la base del fracking se ha convertido en el mayor productor mundial de petróleo—, dio un giro a la política exterior para centrarse en el Pacífico, es decir, para hacer frente a China. Su debilidad en Iraq le obligó a llegar a un acuerdo con Irán para poder salir de allí de forma controlada. Nacía así el pacto nuclear, por el que se permitía a Irán acceder al mercado internacional de petróleo a cambio de parar su “carrera nuclear”, y de paso garantizar cierta estabilidad en Iraq.

Esta nueva situación permitió al régimen iraní reforzar sus posiciones en la región —en Líbano, Siria o Iraq— a costa de una pérdida de influencia de sus principales rivales y principales aliados de EEUU —Arabia Saudí e Israel—. Esto es lo que está detrás de la guerra lanzada por Arabia Saudí en Yemen tras la toma de la capital por las milicias hutíes, aliadas y respaldadas por Irán.

La victoria electoral de Trump fue aprovechada a fondo por Netanyahu y la oligarquía saudí para intentar revertir la situación. El presidente estadounidense les dio carta blanca en todos los terrenos y aplicó la máxima presión contra el régimen iraní, hasta el punto de romper el acuerdo nuclear en mayo de 2018. Desde entonces, no han dejado de crecer las sanciones estadounidenses contra Irán, que están agudizando la crisis económica, afectando duramente a las condiciones de vida de las masas.

A la vez se han sucedido una serie de escaramuzas (detención de varios petroleros, extraños ataques a otros, derribo de un dron estadounidense por Irán…) con las que se está buscando culpar a Irán. Es evidente que el reaccionario régimen iraní ha colaborado de una u otra forma en este último bombardeo sobre Arabia Saudí, dado su alcance y complejidad. Como señalaba el periodista David Hearst, al llevar a cabo el ataque “Irán le envía a Trump un mensaje claro: ‘¿Quieres el caos? ¿Quieres romper los tratados internacionales negociados con tu predecesor y castigarnos? Bien, podemos darte el caos, y pronto descubrirás lo vulnerables que son tus aliados” (www.middle­easteye.net, 17/9/2019).

Pero lo que observamos es uno de los mayores ejercicios de hipocresía del imperialismo: los responsables de las guerras de Iraq y Afganistán, de la desmembración de Libia, de la guerra de Yemen, de la situación dramática del pueblo palestino…, señalan a Irán como “el mayor peligro de la zona”.

El imperialismo estadounidense, atrapado

El imperialismo estadounidense quiere salir de Oriente Medio, pero ni puede irse ni está avanzando. Sus acciones se saldan con más fracasos que victorias. Sus aliados más cercanos están en crisis: Netanyahu acaba de perder las elecciones y Bin Salman, el hombre fuerte saudí, se revela cada día más como un auténtico fiasco. No sólo eso, después de prometer “llevar la batalla al corazón de Irán” lo que ha tenido es un ataque catastrófico en el corazón de su producción petrolera.

La confianza en el reino saudí ha quedado muy tocada y su vulnerabilidad ha sido puesta en evidencia: el mayor comprador de armas del mundo ha visto paralizada la mitad de su producción petrolera por unos cuantos misiles y unos drones civiles adaptados para llevar explosivos.

Trump está en una disyuntiva compleja. Por un lado, su respuesta al bombardeo de la planta saudí ha sido muy limitada: insistencia en una salida negociada y despliegue de solo unos cientos de soldados, fundamentalmente baterías antimisiles —que, dicho sea de paso, ofrecieron una imagen muy pobre de sus capacidades en el ataque a la planta saudí—. El imperialismo no quiere una guerra con Irán. Primero, porque Irán no es Iraq, se ha fortalecido claramente en estos últimos años en todas sus posiciones en la zona; segundo, porque una nueva guerra, tras Iraq y Afganistán y con el clima social que existe en EEUU, desataría un levantamiento mayor incluso que el que se produjo en los años 60 del siglo pasado. Por otro lado, no hacer nada socava su papel defensivo respecto a sus aliados, lo que beneficia a ese poder emergente al otro lado de la balanza.

China está tejiendo una extensa influencia en todo Oriente Medio. A principios de septiembre cerró con Irán un acuerdo de 400.000 millones de dólares centrado en los sectores energéticos y de infraestructuras. Al mismo tiempo tiene proyectos de puertos y parques industriales con los principales aliados de Washington —Egipto, Arabia Saudí, Omán y Emiratos Árabes, con una relación especial con este último— y la vista puesta en acuerdos con Iraq, Siria o Turquía. Esta es la razón por la que el imperialismo estadounidense no puede irse de Oriente Medio.

Podemos afirmar que no habrá una guerra de EEUU contra Irán, pero eso no agota la cuestión. El imperialismo está extendiendo la barbarie por todo Oriente Medio, las guerras “por poderes” se multiplican y se superponen. Frente a esto, el régimen de los ayatolás no es una alternativa para las masas, su aspiración es llegar a un entendimiento con el imperialismo, poder hacer negocios con tranquilidad. China y Rusia, con un papel más destacado en el último periodo, sólo están interesados en aumentar su parte del pastel ante la decadencia estadounidense. La única salida es el derrocamiento revolucionario de las diferentes oligarquías, siguiendo el ejemplo de la primavera árabe que tiene en las masas argelinas a sus nuevos protagonistas. Sólo el pueblo salva al pueblo.


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