La derrota de la aventura imperialista israelí en Líbano el pasado verano, encendió las luces de alarma entre los representantes, tanto del imperialismo estadounidense como europeo, que rápidamente enviaron allí a las tropas de la ONU para intentar "estabilizar" la situación, aunque su verdadera intención era desarmar y controlar a Hezbolá. Pero una cosa es desear y otra bien distinta es que los deseos finalmente se cumplan.
A finales de año Bush expresó claramente estas preocupaciones al decir que no le gustaba lo que estaba ocurriendo en este pequeño país: "Los extremistas de Hezbolá intentan desestabilizar el Líbano", culpando a Siria e Irán de ser los principales instigadores de esta desestabilización.
Y tienen razón para estar inquietos, el pasado 1 de diciembre Líbano vivió la mayor manifestación de la historia del país, más de dos millones de personas, prácticamente la mitad de la población, salió a las calles de Beirut para protestar contra la política derechista del gobierno Siniora y exigir su dimisión. Desde ese día miles de libaneses acampan en las dos principales plazas del centro de Beirut y no están dispuestos a irse hasta que el gobierno dimita. El país está prácticamente paralizado, las masas están en las calles mientras el gobierno está encerrado en el palacio presidencial e intentando todo tipo de maniobras intimidatorias para disolver las manifestaciones, desde declararlas ilegales, amenazando con la cárcel, hasta el despliegue de más de 20.000 soldados en los alrededores o convocando un cierre patronal el 11 de noviembre para amedrentar a los trabajadores.

Condiciones de vida insoportables

Estas movilizaciones van mucho más allá de Hezbolá. Es verdad que Hezbolá salió fortalecida tras la guerra al ser el principal artífice de la derrota del imperialismo israelí y la ayuda que ha prestado desde entonces a los afectados de la guerra en las tareas de reconstrucción, sanitarias, etc., llenando el vacío dejado por el gobierno, que mostró una absoluta indiferencia ante el sufrimiento de los que habían perdido todo con los bombardeos israelíes. Pero estas movilizaciones son realmente un reflejo de las tensiones de clase que existen en la sociedad libanesa. Por un lado están los trabajadores, campesinos, las mujeres, los sectores más pobres y explotados de la población, cansados de unas condiciones de vida de miseria, con una tasa de paro del 20% que obliga a huir del país a miles de jóvenes cada año en busca de un futuro digno en el extranjero, un país con un salario mínimo de 250 dólares al mes (aunque la mayoría gana menos) y donde un 28% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza. Y por el otro lado, una pequeña minoría de ricos que se ha beneficiado de la riqueza generada por los trabajadores, amasando grandes fortunas y que han convertido Líbano en el país con la mayor deuda externa del mundo respecto a su PIB, 41.000 millones de dólares (la mitad contraída en estos últimos cuatro años).
En la multitudinaria movilización, que se sitúa por encima de los enfrentamientos religiosos o étnicos, también se puede ver el enorme potencial que existe para la lucha revolucionaria. Estas semanas no sólo se ha podido ver a los chiítas en las calles, también están participando los cristianos, los drusos y los sunnitas. No sólo están Hezbolá, Amal (estos dos chiítas) o el Movimiento Frente Patriótico (dirigido por el cristiano Michel Aoun), sino que también participan el Partido Comunista Libanés, la Organización Popular Nasserista o el Partido Democrático de los Pueblos (comunista). En las manifestaciones y en el campamento se ven banderas de Hezbolá, pero también rojas con la hoz y el martillo junto con carteles gigantes de Gamal Abdel Nasser, el Ché Guevara y Hugo Chávez. Lo que realmente asusta a los imperialistas y a la clase dominante es el potencial revolucionario de las masas libanesas y el efecto que esto podría tener en el resto de los países de la región gobernados por regímenes despóticos y títeres del imperialismo.
A algunos medios de comunicación no les quedaba más remedio que reflejar lo que realmente está ocurriendo: "A diferencia de la Revolución del Cedro [nombre dado por el imperialismo a las movilizaciones que llevaron a la salida de las tropas sirias del país], ahora la gran mayoría de los seguidores de la oposición proceden de las zonas rurales pobres del sur y el este del Líbano, basándose en una distinción de clase. Para muchos es la primera vez que ven el centro de Beirut, con sus calles llenas de boutiques caras, restaurantes y cafeterías normalmente destinadas a los ricos" (The Christian Science Monitor, 3/1/07). Robert Fisk, periodista del periódico británico The Independent, describía la situación de la siguiente manera: "En realidad, ayer había indicios de revolución en el aire cuando los pobres, los jóvenes y la población de los suburbios de Beirut se congregaron en la Plaza de los Mártires" (The Independent, 11/12/06).

La clase obrera
entra en acción

Durante estos últimos años la clase obrera libanesa ha protagonizado luchas importantes contra las privatizaciones y el deterioro de las condiciones de vida y laborales de los trabajadores. Huelgas generales en 2003, 2004 y en 2006, el mismo día que se iniciaron los bombardeos israelíes había convocada una huelga general.
La economía libanesa, destrozada por años de guerra civil, se había conseguido recuperar pero a un coste terrible. A costa de aumentar la explotación de los trabajadores y empeorar sus condiciones de vida. La guerra ha agravado esta situación, con la infraestructura del país destrozada, más de 100.000 viviendas destruidas y un millón de desplazados, los enormes costes económicos de la guerra, como es habitual, quieren que los paguen los trabajadores.
El gobierno de Siniora acaba de anunciar un plan de choque teóricamente para aliviar la situación económica. El gobierno pone como excusa la conferencia internacional de donantes que se celebrará en París el próximo 25 de enero para poner en práctica estas medidas antisociales. Este plan incluye la privatización del sector eléctrico y la empresa de telefonía móvil, el despido de miles de trabajadores del sector público, el aumento del IVA entre un 10 y un 12%, subida de la gasolina y un programa de reducciones de impuestos a los empresarios (valorado en 900 millones de dólares). Esto ha hecho que durante los últimos días se hayan intensificado las movilizaciones y que la principal confederación sindical libanesa (CGTL), que representa a más de 400.000 trabajadores, convocase paros y manifestaciones el 9 de enero para exigir la retirada del plan. Si no se retira, ya ha anunciado la convocatoria de una nueva huelga general contra los planes económicos del gobierno.

Ausencia de una alternativa revolucionaria

Como vemos la situación en Líbano es favorable para la lucha de los trabajadores y los pobres, una oportunidad para cambiar radicalmente sus condiciones de vida. El gobierno está suspendido en el aire y en crisis, incapaz de utilizar al ejército ni recurrir, por ahora, a la guerra civil.
Desgraciadamente el único factor ausente es una verdadera dirección revolucionaria. Las organizaciones de izquierda no hacen esto y están permitiendo que ese vacío lo llene Hezbolá y su dirección pequeño burguesa reaccionaria. La dirección de Hezbolá no es una alternativa revolucionaria, de hecho su ideología es profundamente reaccionaria, no representa un desafío serio al sistema capitalista, su llamamiento a un gobierno de "unidad nacional" demuestra claramente sus objetivos: participar en el reparto del poder dentro del marco del capitalismo.
Los jóvenes y trabajadores libaneses están demostrando su voluntad de luchar, pero no pueden estar constantemente en estado de movilización sin un programa y una alternativa clara. Por esa razón, en la medida que esto no existe, el riesgo de nuevos enfrentamientos sectarios y una nueva guerra civil serán un peligro real para las masas libanesas. Lo que necesitan las masas libanesas es un programa revolucionario, con una dirección audaz capaz de dirigirlas hacia la transformación socialista de la sociedad.


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