En los preámbulos de la I Guerra Mundial, cuando los imperialistas empezaron su campaña para tratar de engañar a los obreros y llevarlos a un enfrentamiento, en las filas de la II Internacional se discutió como evitar que se cumplieran estos objetivos. En primer lugar se caracterizó esa guerra como una guerra imperialista y se elaboró un programa desde un punto de vista de clase e internacionalista con el objetivo de combatir las posturas revisionistas y oportunistas, que defendía un ala de la internacional. En el VII Congreso de la Internacional Socialista, celebrado en agosto de 1907, se aprobó una enmienda presentada por Lenin que decía lo siguiente: “En caso de que la guerra, pese a todo, llegue a desencadenarse, ellos (la clase obrera de los diversos países y sus representantes en los parlamentos) deben aspirar por todos los medios a utilizar la crisis económica y política provocada por la guerra para excitar a las masas populares y acelerar la caída de la dominación clasista capitalista”.
Guerra de clases
Estas resoluciones tuvieron un efecto fulminante entre los sectores más conscientes y avanzados del movimiento obrero. Los obreros ingleses y alemanes que llevaban mucho tiempo luchando, a través de sus periódicos, contra el chovinismo y el militarismo, dieron un paso adelante impresionante. Una delegación de obreros ingleses se desplazó a Berlín y organizaron un acto, llenando una sala con 5.000 obreros alemanes y seguido por otros miles desde fuera, en el que se lanzó el mensaje internacionalista de los diputados obreros ingleses y se acordó la decisión solidaria del proletariado de ambos países de hacer la guerra a la guerra. Legien, dirigente de los sindicatos obreros de Alemania, saludó a la delegación inglesa en nombre de toda la clase obrera de Alemania organizada política y sindicalmente y en su discurso dijo “Hace cincuenta años los obreros franceses e ingleses se manifestaron ya a favor de la paz. Entonces los socialistas, la vanguardia, no eran respaldados todavía por masas organizadas. Ahora los sindicatos obreros de Inglaterra y Alemania cuentan con 4.330.000 afiliados. En nombre de este ejercito intervienen hoy los delegados ingleses y la asamblea berlinesa, declarando que la resolución del problema de guerra o paz se halla en manos de la clase obrera”.
Este internacionalismo revolucionario que impregnaba los sectores decisivos del proletariado europeo se manifestó también en el congreso extraordinario de la Internacional Socialista celebrado en Basilea, en noviembre de 1912, ante la inminencia de la guerra. En dicho congreso se aprobó un manifiesto en que planteaba lo siguiente: “que la guerra engendrará una crisis económica y política; que los obreros consideran un crimen su participación en la guerra, que sería un crimen ponerse a disparar unos contra otros en aras del beneficio de los capitalistas, de la ambición de las dinastías o para cumplir los tratados diplomáticos secretos; que la guerra despierta en los obreros cólera e indignación; que esa crisis y ese estado de ánimo de los obreros debe ser aprovechado por los socialistas para agitar al pueblo y acelerar el hundimiento del capitalismo”. Este manifiesto era la guía para, basándose en el enorme potencial revolucionario de la clase obrera y en la crisis del capitalismo, desarmar los argumentos de la burguesía y convertir la guerra imperialista en guerra de clases y acabar con el capitalismo.
Sin embargo, en vez de adoptar este programa, vimos cómo la mayoría los dirigentes de la II Internacional —empezando por los socialdemócratas alemanes que apoyaron los créditos de guerra de su gobierno—, sustituyeron el internacionalismo proletario por el apoyo a sus respectivas burguesías y aceptaron y propiciaron que los obreros de los distintos países en guerra se convirtieran en carne de cañón al servicio de los intereses imperialistas. Sólo un grupo muy pequeño de dirigentes se mantuvieron firmes en la defensa del internacionalismo proletario y de una política de independencia de clase, entre ellos estaban Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
Lenin y Trotsky, defendiendo las posiciones del marxismo revolucionario en el Partido Bolchevique y con el apoyo de los obreros y campesinos rusos, llevaron adelante la revolución socialista y la creación del primer Estado obrero del mundo.
La consecuencia de la política de los dirigentes de la II Internacional —y del estalinismo— fue el ascenso del fascismo y el nazismo, la derrota de la revolución española y millones de muertos en la II Guerra Mundial, donde de nuevo, tanto los reformistas como los estalinistas, llevaron adelante una política de colaboración de clases y de abandono del internacionalismo proletario, que sólo fue defendido por Trotsky.
La guerra: continuación de la política por otros medios
Estas experiencias son hoy totalmente necesarias para extraer las conclusiones que eviten que de nuevo la burguesía consiga sus objetivos. Las impresionantes manifestaciones contra la guerra de Iraq, donde las consignas mas coreadas como “no más sangre por petróleo” ponen de manifiesto cómo el carácter imperialista de esta guerra es claro para millones de personas. Los dirigentes de las organizaciones obreras tienen la responsabilidad de organizar la respuesta que evite que la guerra tenga lugar. En el caso del Estado español, tanto los dirigentes del PSOE como de IU se han opuesto a esta guerra y han planteado que tanto si es con apoyo de la ONU como si no, están en contra de la misma. Esto es correcto pero es insuficiente. Tienen la obligación de explicar el papel que juega la ONU como un agente al servicio de las potencias imperialistas. Por otra parte está muy bien el criticar al gobierno del PP por su papel de lacayo del imperialismo americano, pero al mismo tiempo tienen que explicar como esa política de seguidismo viene determinada por los intereses de clase que defienden. La guerra es la continuación de la política por otros medios y de la misma manera que en política interior el gobierno del PP defiende los intereses de los grandes empresarios, las multinacionales, los banqueros y los grandes terratenientes, en política internacional y en la guerra hacen lo mismo. Es fundamental que los dirigentes de las organizaciones de masas obreras tanto sindicales como políticas, extraigan las conclusiones de las lecciones del pasado.
Las guerras son consecuencia de la sociedad dividida en clases. Nunca bajo el capitalismo puede haber paz. La lucha contra la guerra va unida a la lucha por eliminar las causas que la generan. Nuestro primer enemigo está en nuestra casa, es el gobierno del PP y los capitalistas que defiende, por lo tanto es necesario, igual que a principios del siglo pasado, que nos dotemos de una política de independencia de clase, el instrumento más eficaz para impedir que el gobierno cumpla sus objetivos. Es necesario que en fábricas, tajos, empresas, barrios, escuelas, universidades, se organicen comités contra la guerra y se exija que los dirigentes sindicales convoquen una huelga general. Los maquinistas de tren británicos están marcando el camino al oponerse a trasladar la munición para la guerra de Iraq, a lo que hay que unir el pronunciamiento de varios sindicatos de declararse en huelga si el gobierno de Tony Blair se implica en la guerra. También en Italia el sindicato del transporte se ha negado a trasladar material militar y el sindicato del metal ha anunciado huelga para el día que empiece la guerra.
Los marxistas de El Militante, igual que los marxistas revolucionarios a lo largo de la historia, seguimos defendiendo la necesidad del internacionalismo proletario. Sólo la clase obrera y los oprimidos quieren la paz, y no la paz de los cementerios que defienden Bush, Blair y Aznar, sino la paz de una vida próspera para todos los pueblos del planeta, que sólo será posible con el socialismo. La lucha contra la guerra es la lucha por la transformación socialista de la sociedad.