No es de extrañar el gran revuelo que se ha formado en torno a la oposición franco-alemana a la estrategia militar que USA desarrolla en el Golfo. Años de costosa propaganda acerca de la unidad inquebrantable de los aliados en su cruzada por la democracia malogrados en días. La Unión Europea, presentada como esa gran alianza de gobiernos hermanados por intereses comunes, muestra ahora pública y descarnadamente sus profundas divisiones.

Las contradicciones interimperialistas, ahora liberadas de la contención que durante décadas supuso la existencia de la URSS y prolongados períodos de crecimiento económico, se expresan ahora con virulencia creando este nuevo escenario en las relaciones internacionales que indudablemente influye en la lucha de clases. Es innegable que las divisiones en el bando aliado benefician la movilización contra la guerra imperialista, mostrando ante sectores muy amplios de la opinión pública que la “necesidad” de esta guerra es más que dudosa.

Sus intereses particulares

Pero este aspecto positivo, reflejo de la inestabilidad y contradicciones que la crisis del sistema provoca entre los propios capitalistas, puede convertirse en su contrario si no adoptamos un punto de vista de clase sobre las causas reales que llevan a los gobiernos alemán y francés a oponerse, hasta el momento, a los planes del Pentágono. Una cosa es utilizar en beneficio de la movilización contra la guerra las divergencias interimperialistas, y otra, muy distinta, presentar a Schröder o Chirac como “aliados” en la lucha contra el imperialismo. Podemos afirmar sin temor a exagerar que los motivos que sitúan a estos dos dirigentes europeos frente a la guerra son como mínimo tan turbios como los del propio Bush en su afán por dominar el petróleo iraquí.

Ambas potencias, Francia y Alemania, cuentan con un largo y sangriento historial que demuestra su falta de escrúpulos; diferenciándose de su homólogo estadounidense no en su crueldad y desprecio por la vida humana, sino en la potencia de su arsenal militar y poderío económico para imponer sus intereses por encima de los demás.

Francia y el saqueo del continente africano

Las quince intervenciones militares francesas en diferentes países africanos desde la declaración de independencia de las colonias o los 2.500 soldados galos que actualmente se encuentran en Costa de Marfil, demuestran que las reticencias del imperialismo francés a la intervención militar en Iraq están motivadas más por el temor a perder los contratos firmados con el régimen de Sadam si éste es derrocado, que por la “defensa de la paz”. La postura de la burguesía francesa tiene un claro fondo de desquite por todas las humillaciones sufridas en África a manos del imperialismo estadounidense, quién interpretó la caída de la URSS como la señal de salida para arrebatar la explotación de los riquísimos recursos de este continente a las multinacionales galas. El capitalismo francés, que considera propios los diamantes, el petróleo, el uranio o el oro de origen africano, no dudó en aceptar el reto y embarcó a millones de africanos en terribles enfrentamientos como el de Somalia y Sierra Leona en 1992, Ruanda en 1994 o Liberia en 1995. Cientos de miles los trabajadores y campesinos han muerto en enfrentamientos étnicos alimentados por estas dos potencias imperialistas.

Los hombres de negocios y agentes del gobierno responsables de estos crímenes, duermen tranquilos; saben que en el país de la igualdad, libertad y fraternidad, la refinada burguesía francesa garantiza su impunidad. Prueba de ello fue la amnistía aprobada por el Parlamento francés en 1968 que permite que especímenes como Paul Ausseresses, general y jefe de uno de los escuadrones de la muerte en la Batalla de Argel, no pueda ser juzgado a pesar de poner por escrito en su libro que torturó y ejecutó a decenas de argelinos, actuación a la que se refiere en público con orgullo y declara estar dispuesto a repetir.

La codicia del imperialismo alemán y la división criminal de Yugoslavia

La burguesía alemana también tiene las manos manchadas con sangre inocente. Poseedora de la más poderosa economía europea vio en la caída de los regímenes del Este una nueva oportunidad histórica de ampliar su área geográfica de influencia económica. Desmembrar países, azuzar enfrentamientos en líneas étnicas, armar a conocidos racistas fanatizados; todo fue lícito para conseguir aumentar los beneficios capitalistas. Croacia y Eslovenia fueron armadas —la prohibición que al respecto había impuesto la “comunidad internacional” no fue obstáculo para el Bundes Nachichten Dienst (equivalente alemán de la CIA)— y empujadas a una secesión rápidamente reconocida por Alemania y por la UE. Si bien todos eran conscientes de que las maniobras alemanas llevaban directamente a un conflicto armado, ningún líder europeo actuó firmemente para evitarlo.

Siguen siendo nuestros enemigos de clase

Detrás de estos enfrentamientos no hay más que una simple operación matemática de cuanto gano y cuanto pierdo. En Alemania y Francia ambas burguesías han visto pocas ganancias en los planes militares de Bush y sí muchas pérdidas: más inestabilidad en Oriente Medio, profundización de la crisis económica y aumento de la conflictividad social. Además Schröder y Chirac no envidian a Blair, tirando por la borda su futuro político con su impopular apoyo a EEUU. En cualquier caso todos ellos, capitalistas y señores diputados, a pesar de sus discrepancias en esta guerra, muestran en su política doméstica un denominador común: el recorte de los derechos y condiciones materiales de las familias trabajadoras. Ni siquiera está claro que Francia y Alemania mantengan su oposición a la guerra hasta el final. Teniendo en cuenta que, hagan lo que hagan, EEUU no va a detener sus planes de guerra, pueden acabar apoyando, más o nemos discretamente, la intervención norteamericana a cambio de una renegociación más favorable del reparto del botín. No merecen por tanto ningún apoyo del movimiento obrero, no son “nuestros aliados” en la lucha para parar esta guerra.


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