[El último discurso de
Rosa Luxemburgo fue traducido al inglés por Cedar y Edén Paul. Esta
versión fue publicada en 1943 en The New International (La nueva
Internacional).]
¡Camaradas! Hoy tenemos la tarea de discutir y aprobar un programa. Al
emprender esta tarea no nos motiva únicamente el hecho de que ayer
fundamos un partido nuevo, y que un partido nuevo debe formular un
programa. Grandes movimientos históricos fueron las causas
determinantes de las deliberaciones de hoy. Ha llegado el momento de
fundar todo el programa socialista del proletariado sobre nuevas bases.
Nos encontramos ante una situación similar a la de Marx y Engels cuando
escribieron su Manifiesto Comunista, hace setenta años. Como todos
saben, el Manifiesto Comunista trata del socialismo, de la realización
de los objetivos socialistas, como tarea inmediata de la revolución
proletaria. Esta fue la idea presentada por Marx y Engels en la
revolución de 1848; así, también, concibieron la base para la acción
proletaria en el campo internacional. Junto con todos los dirigentes
del movimiento obrero, tanto Marx como Engels creían que estaba
planteada la realización inmediata del socialismo. Bastaba provocar una
revolución política, tomar el poder político del Estado y el socialismo
pasaría inmediatamente del reino del pensamiento al reino de carne y
hueso.
Posteriormente, como sabéis, Marx y Engels revisaron totalmente esta perspectiva. En el prefacio conjunto a la reedición del Manifiesto Comunista del año 1872, encontramos el siguiente pasaje: "[...] no se concede importancia exclusiva a las medidas revolucionarias enumeradas al final del capítulo II. Este pasaje tendría que ser redactado hoy de distinta manera, en más de un aspecto. Dado el desarrollo colosal de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éste, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias prácticas, primero de la revolución de febrero y después, en mayor grado aun, de la Comuna de París, que eleva por primera vez al proletariado, durante dos meses, al Poder político, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que "la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines'."
¿Cuál es el pasaje que habría que redactar de manera distinta, por hallarse perimido? El que dice así:
"El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando
gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los
instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del
proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la
mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.
"Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una
violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones
burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que desde
el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles,
pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán
indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de
producción.
"Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países.
"Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:
"1 - Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado.
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"2 - Fuerte impuesto progresivo.
"3 - Abolición del derecho de herencia.
"4 - Confiscación de toda la propiedad de los emigrados y sediciosos.
"5 - Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.
"6 - Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
"7 - Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y
de los instrumentos de producción; roturación de los terrenos incultos
y mejoramiento de las tierras, según un plan general.
"8 - Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.
"9 - Combinación de agricultura y la industria; medidas encaminadas a
hacer desaparecer gradualmente la oposición entre la ciudad y el campo.
"10 - Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del
trabajo de éstos en las fábricas tal como se practica hoy; régimen de
educación combinado con la producción material, etcétera, etcétera".
Con pocas variantes estas son, como sabéis, las tareas que se nos
plantean hoy. Llevando adelante estas medidas tendremos que construir
el socialismo. Entre el día en que se formuló el programa citado y la
hora actual median setenta años de desarrollo capitalista y la
evolución del proceso histórico nos ha devuelto a la posición que Marx
y Engels desecharon por errónea en 1872. En ese momento existían muy
buenas razones para creer que la posición anterior era errónea. La
evolución posterior del capital, empero, ha convertido el error de 1872
en la realidad de hoy, de modo que nuestro objetivo inmediato es
cumplir la tarea que Marx y Engels pensaron que tendrían que cumplir en
1848. Pero entre ese momento del proceso, ese comienzo de 1848, y
nuestras posiciones y tareas inmediatas, media toda la evolución no
sólo del capitalismo, sino también del movimiento obrero socialista.
Han intervenido, sobre todo, los procesos ya mencionados de Alemania,
el país más importante del proletariado moderno.
Esta evolución de la clase obrera asumió formas peculiares. Cuando,
después de las desilusiones de 1848, Marx y Engels desecharon la idea
de que el proletariado podía realizar en forma inmediata el socialismo,
surgieron en todos los países partidos socialistas inspirados en
objetivos muy distintos. Se proclamó que el objetivo inmediato de
dichos partidos era el trabajo local, la mezquina lucha cotidiana en
los campos político e industrial. (Citado de Carlos Marx - Federico
Engels, El Manifiesto Comunista, Bs. As., Pluma, 1974, pp. 26 y 89-90).
Así, de a poco, se irían creando ejércitos proletarios, los que
estarían prontos a construir el socialismo apenas madurara el proceso
capitalista. El programa socialista quedó, por lo tanto, apoyado sobre
cimientos totalmente distintos, y en Alemania el cambio asumió una
forma típica y peculiar. Hasta el colapso del 4 de agosto de 1914, la
socialdemocracia alemana defendía el programa de Erfurt, en virtud del
cual las llamadas consignas mínimas pasaban a primer plano, mientras
que el socialismo pasaba a ser un lucero distante.
Sin embargo, mucho más importante que la letra de un programa es la
forma en que se lo interpreta en la práctica. En este sentido debe
otorgarse gran importancia a uno de los documentos históricos del
movimiento obrero alemán: el prefacio escrito por Federico Engels a la
edición de 1895 de Las luchas de clases en Francia, de Marx. No es sólo
en base a consideraciones históricas que vuelvo a plantear la cuestión.
Se trata de un problema de suma actualidad. Es nuestro deber perentorio
volver a colocar nuestro programa sobre las bases sentadas por Marx y
por Engels en 1848. En vista de los cambios ocurridos desde entonces en
el proceso histórico, nos corresponde emprender una cautelosa revisión
de las posiciones que llevaron a la socialdemocracia alemana al
desastre del 4 de agosto
Dicha revisión es la tarea que nos ocupa hoy oficialmente.
¿Cómo encaraba Engels el problema en su célebre prefacio a Las luchas
de clases en Francia, escrito en 1895, doce años después de la muerte
de Marx? En primer lugar, recordando el año 1848, demostró que la
creencia en la inminencia de la revolución socialista ya había quedado
perimida. Dijo:
"La historia nos ha dado un mentís, a nosotros y a cuantos pensaban de
un modo parecido. Ha puesto de manifiesto que, por aquel entonces, el
estado del desarrollo económico en el continente distaba mucho de estar
maduro para poder eliminar la producción capitalista; lo ha demostrado
por medio de la revolución económica que desde 1848 se ha adueñado de
todo el continente, dando, por primera vez, verdadera carta de
ciudadanía a la gran industria en Francia, Austria, Hungría, Polonia y
últimamente Rusia, y haciendo de Alemania un país industrial de primer
orden. Y todo sobre la base capitalista, lo cual quiere decir que esta
base tenía todavía, en 1848, gran capacidad de expansión."
Después de resumir los cambios que sobrevinieron en el período
intermedio, Engels analiza las tareas inmediatas del Partido
Socialdemócrata. "Como Marx predijo, la guerra de 1870 a 1871 y la
derrota de la Comuna desplazaron por el momento de Francia a Alemania
el centro de gravedad del movimiento obrero europeo. En Francia,
naturalmente, éste necesitaba años para reponerse de la sangría de
1871. En cambio en Alemania, donde la industria -impulsada como una
planta de invernadero por el maná de los cinco mil millones pagados por
Francia- se desarrollaba cada vez más rápidamente, la socialdemocracia
crecía todavía más a prisa y con más persistencia. Gracias a la
inteligencia con que los obreros alemanes supieron utilizar el sufragio
universal, implantado en 1866, el crecimiento asombroso del partido se
ofrece en forma indiscutible, a los ojos del mundo entero".
Luego viene la famosa enumeración que muestra el crecimiento de los
votos del partido en elección tras elección, hasta llegar a cifras
millonadas. Del análisis de este proceso Engels saca la siguiente
conclusión: "Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entró
en acción un método de lucha proletario totalmente nuevo, que se siguió
desarrollando con rapidez. Al comprobarse que las instituciones
estatales en las que se organiza la dominación de la burguesía ofrecen
nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra las mismas
instituciones, se tomó parte en las elecciones a las dietas
provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales
industriales, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya
provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Así se
dio el caso de que la burguesía y el gobierno llegasen a temer mucho
más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más
los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales".
Engels añade una crítica minuciosa a la ilusión de que bajo las
condiciones que crea el capitalismo moderno el proletariado puede
aportar algo a la revolución en la lucha callejera. Sin embargo, me
parece que, visto que hoy nos encontramos en medio de una revolución
caracterizada por la lucha callejera, y todo lo que ésta significa, es
hora de librarnos de las posiciones que han guiado la política oficial
de la socialdemocracia alemana hasta nuestros días, de las posiciones
responsables de lo que ocurrió el 4 de agosto de 1914. [¡Muy bien, muy
bien!] Con ello no quiero decir que, en virtud de estas palabras,
Engels debe compartir la responsabilidad por todo el curso de la
evolución socialista de Alemania. Simplemente llamo vuestra atención
hacia una de las citas clásicas que apuntala la posición prevaleciente
en la socialdemocracia alemana, posición que resultó fatal para el
movimiento. Como experto en ciencia militar, Engels demuestra en este
prefacio que es una ilusión pura creer que los obreros podían, dado el
estado de la técnica militar y la industria en ese momento, y en vista
de las características de las grandes ciudades, realizar con éxito la
revolución mediante el combate en las calles. Dos conclusiones
importantes surgirán de ese razonamiento. En primer lugar, se
contrapuso la lucha parlamentaria a la acción revolucionaria directa
del proletariado, y se señaló que aquella es la única forma práctica de
llevar adelante la lucha de clases. La consecuencia lógica de la
crítica fue el parlamentarismo, y nada más que el parlamentarismo.
En segundo lugar, a la máquina militar, a la organización más poderosa
del estado clasista, a todo el cuerpo de proletarios en uniforme, se lo
declaró, apriorísticamente, inaccesible a la influencia socialista.
Cuando en su prefacio Engels declara que, debido al actual desarrollo
de gigantescos ejércitos, es una locura pensar que los proletarios
puedan hacer frente a soldados armados de ametralladoras y equipados
según el último grito de la técnica, ésto se basa obviamente en la
premisa de que cualquiera que se haga soldado se vuelve, de golpe y
para siempre, partidario de la clase dominante.
Sería absolutamente incomprensible, a la luz de la experiencia
contemporánea, que un dirigente de la talla de Engels cometiera
semejante error, si no conociéramos las circunstancias históricas en
que se escribió este documento histórico. En reivindicación de nuestros
dos grandes maestros, y sobre todo de Engels, que murió doce años
después de Marx y fue siempre un fiel exegeta de las teorías y de la
reputación de su gran colaborador, debo recordaros que Engels escribió
este prefacio bajo una fuerte presión del bloque parlamentario. En esa
época en Alemania, en los primeros años de la década del noventa, luego
de la derogación de las leyes antisocialistas, surgió una fuerte
corriente hacia la izquierda, el movimiento de los que querían evitar
que el partido quedara totalmente absorbido por la lucha parlamentaria.
Bebel y sus secuaces querían argumentos convincentes, respaldados por
la gran autoridad de Engels; querían una declaración que les permitiera
mantener a los elementos revolucionarios bajo su férreo control.
Era típico de la situación del partido en esa época que los
parlamentarios socialistas tuvieran la última palabra, tanto en la
teoría como en la práctica. Aseguraron a Engels, que vivía en el
extranjero y naturalmente aceptó de buena fe, que era absolutamente
indispensable salvaguardar al movimiento obrero alemán de caer en el
anarquismo: y así lo obligaron a escribir en el tono que ellos querían.
De ahí en más la táctica expuesta por Engels en 1895 guió a los
socialdemócratas alemanes en todo lo que hicieron y dejaron de hacer
hasta el inevitable final acaecido el 4 de agosto de 1914. El prefacio
fue la proclamación formal de la táctica nada-más-que-parlamentarismo.
Engels murió ese mismo año y no tuvo, por lo tanto, oportunidad de
analizar las consecuencias prácticas de su teoría. Quienes conocen las
obras de Marx y Engels, quienes están familiarizados con el espíritu
verdaderamente revolucionario que anima todas sus enseñanzas y
escritos, tendrán la certeza de que Engels hubiera sido uno de los
primeros en protestar contra la corrupción del parlamentarismo y contra
el derroche de energías del movimiento obrero, característico de
Alemania en las décadas que precedieron a la guerra.
El cuatro de agosto no surgió de la nada, como un trueno en un cielo
azul; lo que sucedió ese día no fue un giro casual de los
acontecimientos, sino la consecuencia lógica de lo que los socialistas
alemanes venían haciendo día tras día, durante muchos años. [¡Muy bien,
muy bien!] Estoy convencida de que si Engels y Marx vivieran hoy
protestarían con todo vigor, y utilizarían todas las fuerzas a su
alcance para impedir que el partido se arroje al abismo. Pero después
de la muerte de Engels en 1895, la dirección del partido en materia de
teoría pasó a manos de Kautsky. Resultado de este cambio fue que en los
sucesivos congresos anuales del partido las protestas enérgicas del ala
izquierda contra la política del parlamentarismo puro, sus advertencias
perentorias acerca de la esterilidad e inutilidad de semejante
política, fueron tachadas de anarquismo, socialismo anarquizante o, al
menos, antimarxismo. Lo que oficialmente se llamaba marxismo se
convirtió en una capa para encubrir todo tipo de oportunismo, para
rehuir consecuentemente la lucha de clases revolucionaria, para todo
tipo de medidas a medias. Así, la socialdemocracia y el movimiento
obrero alemanes, así como también el movimiento sindical, fueron
condenados a languidecer en el marco de la sociedad capitalista. Ya
ningún socialista ni sindicalista alemán hacía el menor intento serio
de derrocar las instituciones capitalistas ni de descomponer la
maquinaria capitalista.
Pero ahora llegamos a un punto, camaradas, en que podemos decir que nos
hemos reencontrado con Marx, que marchamos nuevamente bajo su bandera.
Si declaramos hoy que la tarea inmediata del proletariado es convertir
el socialismo en una realidad viva y destruir el capitalismo hasta su
raíz, al hablar así nos colocamos en el mismo terreno que ocuparon Marx
y Engels en 1848; asumimos una posición cuyos principios ellos jamás
abandonaron. Por fin queda claro qué es el verdadero marxismo, y qué ha
sido el marxismo sustituto. [Aplausos]. Hablo de ese marxismo sustituto
que durante tanto tiempo ha sido el marxismo oficial de la
socialdemocracia. Ya veis a qué conduce esta clase de marxismo, el
marxismo de los secuaces de Ebert, David y demás. Estos son los
representantes oficiales de lo que durante años se ha proclamado como
marxismo inmaculado. Pero en realidad el marxismo no podía señalar esta
dirección, no podía haber llevado a los marxistas a dedicarse a
actividades contrarrevolucionarias codo a codo con tipos como
Scheidemann. El verdadero marxismo también vuelve sus armas contra
quienes pretenden falsificarlo. Cavando como un topo bajo los cimientos
de la sociedad burguesa, ha trabajado tan bien que hoy más de la mitad
del proletariado alemán marcha bajo nuestro estandarte, el pendón
enhiesto de la revolución. Inclusive en el bando contrario, inclusive
allí donde parece imperar la contrarrevolución, tenemos partidarios y
futuros camaradas de armas.
Permítaseme repetir, entonces, que la evolución del proceso histórico
nos ha conducido de vuelta a la ubicación de Marx y Engels de 1848,
cuando enarbolaron por primera vez la bandera del socialismo
internacional. Estamos donde estuvieron ellos, pero con la ventaja
adicional de setenta años de desarrollo capitalista a nuestras
espaldas. Hace setenta años, para quienes revisaron los errores e
ilusiones de 1848, parecía que al proletariado le aguardaba un camino
interminable por recorrer antes de tener la esperanza, siquiera, de
realizar el socialismo. Casi no es necesario que diga que a ningún
pensador serio se le ha ocurrido jamás ponerle fecha a la caída del
capitalismo; pero después de las derrotas de 1848 esa caída parecía
estar en un futuro distante. Esa creencia se desprende también de cada
frase del prefacio que Engels escribió en 1895. Estamos ahora en
condiciones de hacer el balance y podemos ver que el lapso ha sido
breve si lo comparamos con el curso de la lucha de clases a través de
la historia. El desarrollo capitalista en gran escala ha llegado tan
lejos en setenta años, que hoy nos podemos proponer seriamente liquidar
al capitalismo de una vez por todas. No sólo estamos en condiciones de
cumplir esta tarea, no sólo es un deber para con el proletariado, sino
que nuestra solución le ofrece a la humanidad la única vía para escapar
a la destrucción. [Fuertes aplausos.]
Después de la guerra, ¿qué ha quedado de la burguesía sino un
gigantesco montón de basura? Formalmente, desde luego, todos los medios
de producción y la mayor parte de los instrumentos de poder,
prácticamente todos los instrumentos decisivos de poder, están aún en
manos de las clases dominantes. No nos hacemos ilusiones. Pero lo que
nuestros gobernantes podrán obtener con el ejercicio de sus poderes,
más allá de sus esfuerzos frenéticos por reimplantar su sistema de
expoliación mediante la sangre y la masacre, no será más que el caos.
Las cosas han llegado a un punto tal que a la humanidad se le plantean
hoy dos alternativas: perecer en el caos o encontrar su salvación en el
socialismo. El resultado de la gran guerra es que a las clases
capitalistas les es imposible salir de sus dificultades mientras sigan
en el poder. Comprendemos ahora la verdad que encerraba la frase que
formularon por primera vez Marx y Engels como base científica del
socialismo, en la gran carta de nuestro movimiento, el Manifiesto
Comunista. El socialismo, dijeron, se volverá una necesidad histórica.
El socialismo es inevitable, no sólo porque los proletarios ya no están
dispuestos a vivir bajo las condiciones que les impone la clase
capitalista, sino también porque si el proletariado no cumple con sus deberes de clase,
si no construye el socialismo, nos hundiremos todos juntos. [Aplausos
prolongados]
Aquí tenéis las bases generales del programa que adoptamos hoy
oficialmente, cuyo proyecto habéis leído todos en el folleto ¿Was will
der Spartakusbund? [¿Qué quiere la Liga Espartaco?]. Nuestro programa
se opone deliberadamente al principio rector del programa de Erfurt; se
opone tajantemente a la separación de las consignas inmediatas,
llamadas mínimas, formuladas para la lucha política y económica, del
objetivo socialista formulado como programa máximo. En oposición
deliberada al programa de Erfurt liquidamos los resultados de un
proceso de setenta años, liquidamos, sobre todo, los resultados
primarios de la guerra, declarando que no conocemos los programas
máximos y mínimos; sólo conocemos una cosa, el socialismo; esto es lo
mínimo que vamos a conseguir. [¡Bien, bien!]
No propongo entrar en los detalles del programa. Llevaría demasiado
tiempo, y vosotros podréis formaros vuestras propias opiniones respecto
a los detalles. La tarea que me incumbe es simplemente exponer los
aspectos más generales que distinguen a nuestro programa de lo que ha
sido hasta hoy el programa oficial de la socialdemocracia alemana.
Considero, no obstante, de primordial importancia que nos pongamos de
acuerdo en nuestra apreciación de las circunstancias concretas del
momento, de las tácticas que debemos adoptar, de las medidas prácticas
a tomar, a la luz del desarrollo del proceso revolucionario hasta el
momento y también del probable curso futuro de los acontecimientos.
Hemos de juzgar la situación política desde la perspectiva que acabo de
caracterizar, desde la perspectiva de quienes apuntan a la realización
inmediata del socialismo, de quienes están decididos a subordinar todo
lo demás a ese fin.
Nuestro congreso, el congreso de lo que puedo llamar con orgullo el
único partido socialista revolucionario del proletariado alemán,
casualmente coincide con una crisis en el proceso de la revolución
alemana. Digo "casualmente coincide"; pero, en verdad, la coincidencia
no es casual. Después de los sucesos de los últimos días podemos
afirmar que el telón ha descendido sobre el primer acto de la
revolución alemana. Está comenzando el segundo acto, y tenemos el deber
común de hacer un autoexamen y una autocrítica. Nos moveremos más
sabiamente en el futuro, y ganaremos un ímpetu adicional para seguir
avanzando, si analizamos cuidadosamente todo lo que hicimos y dejamos
de hacer. Analicemos, pues, cuidadosamente, los acontecimientos del
primer acto de la revolución.
La movilización comenzó el 9 de noviembre. La característica de la
revolución del 9 de noviembre fue su insuficiencia y debilidad. Esto no
debe sorprendernos. La revolución vino después de cuatro arios de
guerra, cuatro años durante los cuales, bajo la tutela de la
socialdemocracia y los sindicatos, el proletariado alemán se comportó
con intolerable ignominia y repudió sus obligaciones socialistas hasta
un punto inigualado en el resto del mundo. Nosotros, los marxistas, que
nos guiamos por el principio de la evolución histórica, no podríamos
esperar que en la Alemania que contempló el horrendo espectáculo del 4
de agosto, y que durante cuatro años cosechó lo que se sembró ese día,
apareciera repentinamente, el 9 de noviembre de 1918, una revolución
gloriosa, inspirada en una conciencia de clase definida, dirigida hacia
un objetivo concebido con toda claridad. Lo que ocurrió el 9 de
noviembre fue, en menor medida, el triunfo de un nuevo principio;
apenas un poco más que la caída del sistema imperialista existente.
[¡Muy bien!]
Había llegado el momento de la caída del imperialismo, un coloso con
pies de barro, que se resquebrajaba por dentro. La secuela de esta
caída fue una movilización más o menos caótica, desprovista de un plan
razonado. La única fuente de unidad, el único principio persistente y
salvador fue la consigna "Por consejos de obreros y soldados". Esa era
la consigna de la revolución con la cual, a pesar de la insuficiencia y
debilidad de la primera fase, inmediatamente reclamó el derecho de
contarse entre las revoluciones obreras socialistas. A quienes
participaron en la revolución del 9 de noviembre, y sin embargo arrojan
calumnias sobre los bolcheviques rusos, no podemos dejar de
preguntarles: "¿Dónde aprendisteis el alfabeto de vuestra revolución?
¿Acaso no fueron tos rusos quienes os enseñaron a pedir consejos de
obreros y soldados?" [Aplausos]
Esos pigmeos que hoy, en su carácter de dirigentes de un gobierno que
falsamente llaman socialista, consideran que una de sus tareas
principales es unirse a los imperialistas ingleses en su ataque asesino
contra los bolcheviques, han sido delegados de los consejos de obreros
y soldados, reconociendo así que la Revolución Rusa creó las primeras
consignas de la revolución mundial. El estudio de la situación
imperante nos permite predecir con certeza que, cualquiera que sea el
país donde estalle la próxima revolución proletaria después de
Alemania, el primer paso será la formación de consejos de obreros y
soldados. [Murmullos de aprobación].
He aquí el vínculo que une internacionalmente a nuestro movimiento.
Este es el lema que distingue tajantemente a nuestra revolución de
todas las revoluciones anteriores, las revoluciones burguesas. El 9 de
noviembre, el primer grito de la revolución, instintivo como el llanto
de un recién nacido, fue por consejos de obreros y soldados. Ese fue
nuestro grito de guerra común, y sólo a través de los consejos podemos
aspirar a la realización del socialismo. Pero es característico de los
rasgos contradictorios de nuestra revolución, característico de las
contradicciones que acompañan a toda revolución, que en el momento de
lanzarse este poderoso, conmovedor e instintivo grito, la revolución
era tan insuficiente, tan débil, tan falta de iniciativa, tan falta de
claridad en cuanto a sus propios objetivos, que el 10 de noviembre
nuestros revolucionarios permitieron que escaparan de sus manos casi la
mitad de los instrumentos de poder que habían tomado el 9 de noviembre.
De esto aprendemos, por un lado, que nuestra revolución está sujeta a
la arbitraria ley del determinismo histórico, ley que garantiza que, a
pesar de las dificultades y complicaciones, a pesar de todos nuestros
errores, avanzaremos sin embargo paso a paso hacia nuestra meta. Por
otra parte, debemos reconocer, al comparar este espléndido grito de
guerra con la insuficiencia de los resultados obtenidos, que estos no
fueron más que los primeros pasos infantiles y vacilantes de la
revolución, que tiene muchas tareas difíciles que cumplir y un largo
camino por recorrer antes de poder realizar las primeras consignas.
Las semanas que transcurrieron entre el 9 de noviembre y el día de hoy
están plagadas de toda clase de ilusiones. La primera ilusión de los
obreros y soldados que hicieron la revolución fue creer en la
posibilidad de unidad bajo la bandera de lo que se hace llamar
socialismo. ¿Dónde se refleja mejor la debilidad de la revolución del 9
de noviembre que en el hecho de que desde el comienzo de dirección pasó
a manos de individuos que pocas horas antes de que ésta estallara
habían resuelto que su principal deber era lanzar advertencias en
contra de la revolución [¡muy bien!], tratar de imposibilitar su
realización; a manos de tipos de la calaña de Ebert, Scheideman y
Hasse?204 Una de las ideas directrices de la revolución del 9 de
noviembre era la de unificar a las distintas tendencias socialistas.
Dicha unión debía efectuarse por aclamación. Esta ilusión se cobró una
venganza sangrienta, y los acontecimientos de los últimos días
provocaron un amargo despertar; pero el autoengaño fue universal, y
afectó a los grupos de Ebert y Scheideman y a la burguesía tanto como a
nosotros.
Hubo otra ilusión, que también afectó a la burguesía, durante este acto
inicial de la revolución: creyeron que mediante la combinación
Ebert-Hasse, mediante el gobierno autotitulado socialista, realmente
podrían frenar a las masas proletarias y estrangular la revolución
socialista. Otra ilusión sufrieron también los miembros del gobierno de
Scheideman-Ebert al pensar que con la ayuda de los soldados que volvían
del frente podrían controlar a los obreros y reprimir toda
manifestación de la lucha de clases 204 Hugo Haase (1863-1922): sucesor de Bebel en la conducción del PSD.
Pacifista durante la guerra, pero se disciplinó al partido y votó a
favor del presupuesto de guerra, renunciando a su cargo partidario en
1915. Encabezó el Partido Socialista Independiente en 1916, y fue
ministro del gobierno de coalición formado después de la abdicación del
kaiser Guillermo, en noviembre de 1918.
Renunció a fines de diciembre en protesta por el curso contrarrevolucionario del gobierno. Fue asesinado en 1919.
socialista. Tales son las distintas y variadas ilusiones que explican
los recientes acontecimientos. Una tras otra, se han disipado. Se ha
demostrado claramente que la unión de Hasse con Ebert-Scheideman bajo
la bandera del "socialismo" no es sino la hoja de parra que le da visos
de decencia a la política contrarrevolucionaria. Nosotros mismos, como
siempre sucede durante las revoluciones, nos hemos curado de nuestras
ilusiones.
Existe un procedimiento revolucionario definitivo mediante el cual se
libera al pueblo de las ilusiones pero, desgraciadamente, la cura exige
sangrías. En la Alemania revolucionaria los acontecimientos siguieron
el curso que es característico de todas las revoluciones. El
derramamiento de sangre del 6 de diciembre en la calle Chaussee, la
masacre del 24 de diciembre, les mostraron la verdad al grueso de las
masas populares. A través de estos hechos aprendieron que lo que se
hace llamar gobierno socialista es el gobierno de la contrarrevolución.
Comprendieron que quienquiera que tolere semejante estado de cosas
conspira contra el proletariado y contra el socialismo. [Aplausos].
Ha desaparecido también la ilusión abrigada por los señores Ebert,
Scheideman y Cía. de que, con la ayuda de los soldados que vuelven del
frente podrán someter a los obreros para siempre. ¿Cuál ha sido el
resultado de las experiencias del 6 y el 24 de diciembre? Últimamente
es notable como ha cundido la desilusión en la soldadesca. Estos
hombres comienzan a mirar con ojos críticos a quienes los usaron de
carne de cañón contra el proletariado socialista. En esto vemos otra
vez la aplicación de la ley de que la revolución socialista sufre un
determinado proceso objetivo, una ley según la cual los batallones del
movimiento obrero aprenden, a través de la amarga experiencia, a
reconocer el verdadero camino de la revolución. Nuevas unidades de
soldados han sido traídas a Berlín, nuevos destacamentos de carne de
cañón, fuerzas adicionales para aplastar a los proletarios socialistas,
con el resultado de que, de un cuartel tras otro, vienen los pedidos de
folletos y volantes del grupo Espartaco.
Esto señala el fin del primer acto. Las esperanzas de Ebert y
Scheideman de dominar al proletariado con la ayuda de los elementos
reaccionarios de la soldadesca, ya han sido frustradas en gran medida.
Lo que les aguarda para el futuro muy próximo es la creciente difusión
de las tendencias revolucionarias en los cuarteles. Así aumentarán las
fuerzas del proletariado combatiente a la vez que disminuyen las de los
contrarrevolucionarios. Como consecuencia de estos cambios tendrá que
desaparecer la ilusión que anima a la burguesía, la clase dominante. Al
leer los periódicos de los últimos días, los de las jornadas
posteriores a los incidentes del 24 de diciembre, no se puede dejar de
percibir sentimientos de desilusión combinados con indignación, fruto
de que los secuaces de la burguesía, los que ocupan los puestos de
poder, han resultado ineficaces. [¡Muy bien!]
Se esperaba de Ebert y Scheideman que demostraran ser los hombres
fuertes, buenos domadores de leones. ¿Qué han logrado? Han reprimido
unos cuantos disturbios sin importancia, con el resultado de que la
hidra de la revolución ha levantado su cabeza con más decisión que
nunca. Por lo tanto la desilusión es mutua, o mejor dicho, universal.
Los obreros han perdido la ilusión que los llevó a creer que la unión
de Hasse con Ebert-Scheideman equivaldría a un gobierno socialista.
Ebert y Scheideman han perdido la ilusión que los indujo a imaginar que
con la ayuda de los proletarios en uniforme militar podrían controlar
permanentemente a los proletarios de ropa civil. La clase media ha
perdido la ilusión de que, por intermedio de Ebert, Scheideman y Hasse,
pueden engañar a toda la revolución socialista alemana respecto de los
objetivos que busca. Todas estas cosas poseen una fuerza negativa, y lo
que queda de ellas son los retazos y harapos de las ilusiones perdidas.
Pero es en verdad un gran aporte a la causa del proletariado que de la
primera fase de la revolución no queden sino retazos y harapos, porque
nada hay más dañino que una ilusión, a la vez que nada sirve tanto a la
causa revolucionaria como la verdad desnuda.
Es apropiado que recuerde las palabras de uno de nuestros escritores
clásicos, un hombre que no era un revolucionario proletario sino un
espíritu revolucionario proveniente de la clase media. Me refiero a
Lessing, y paso a citar un pasaje que siempre ha suscitado mi interés y
simpatía: "No sé si es un deber sacrificar la felicidad y la vida en
aras de la verdad [...] Pero si sé que tenemos el deber, si queremos
enseñar la verdad, de enseñarla completa o no enseñarla, enseñarla con
claridad y franqueza, sin equívocos ni reservas, inspirados por la
plena confianza en su poder [...] Cuanto más grosero el error, más
corto y directo es el camino que conduce a la verdad. Pero un error
altamente sofisticado nos alienará permanentemente de la verdad, tanto
más cuánto más nos cueste comprender que se trata de un error [...]
Quien piense en llevar a la humanidad la verdad enmascarada y
pintarrajeada, puede ser el alcahuete de la verdad, pero jamás ha sido
su amante." Camaradas, los señores Haase, Dittmann,205 etcétera, han
querido traernos la revolución, implantar el socialismo, cubierto con
una máscara, untado de carmín; han así demostrado ser los alcahuetes de
la contrarrevolución.
205 Wilhelm Dittman (1874-1954): socialdemócrata alemán, muy ligado a
Haase. En 1916 secretario de la Hermandad Obrera Socialdemócrata, luego
dirigente del PSI. Apoyó el ingreso del PSI a la Comintern (ver n.
150), pero se negó a aceptar los 21 puntos estipulados por dicha
organización para la afiliación.
Hoy estas máscaras han caído, y lo que en verdad se ofrecía se revela
en la política brutal y dura de los señores Ebert y Scheidemann. Hoy ni
el más necio puede equivocarse. Lo que ofrece es la contrarrevolución,
en toda su repugnante desnudez.
El primer acto ha terminado. ¿Cuáles son las posibilidades para el
futuro? No se trata, desde luego, de hacer profecías. Sólo podemos
tratar de deducir las consecuencias lógicas de lo ocurrido, para sacar
conclusiones en cuanto a las probabilidades futuras y así adaptar
nuestras tácticas a dichas probabilidades. ¿A dónde conduce,
aparentemente, ese camino? Podemos sacar algunos indicios de las
últimas declaraciones del gobierno de Ebert-Scheidemann, declaraciones
libres de ambigüedad. ¿Qué hará, posiblemente, este autotitulado
gobierno socialista ahora que, como acabo de demostrar, las ilusiones
se han disipado? Día a día el gobierno pierde más y más el apoyo de las
amplias masas proletarias. Fuera de la pequeña burguesía, apenas les
quedan algunos pequeños remanentes del movimiento obrero, y dudo mucho
que éstos últimos sigan prestando ayuda a Ebert-Scheidemann por mucho
tiempo.
El gobierno también pierde cada vez más el apoyo del ejército, puesto
que los soldados han tomado la senda del autoexamen y la autocrítica.
Las consecuencias de este proceso podrán parecer al comienzo algo
lentas, pero los llevarán irresistiblemente a la adquisición de una
mentalidad plenamente socialista. En cuanto a la burguesía, Eberr y
Scheidemann también han perdido la confianza de este sector, al no
mostrarse lo suficientemente fuertes. ¿Qué pueden hacer? No tardarán en
poner fin a la comedia de la política socialista. Cuando leáis el nuevo
programa de estos caballeros, veréis que marchan a todo vapor hacia la
segunda fase, la de la contrarrevolución abierta o, se puede decir
también, hacia la restauración de las condiciones preexistentes,
prerrevolucionarias.
¿Cuál es el programa del nuevo gobierno? Propone la elección de un
presidente que ocuparía una posición intermedia entre la del rey de
Inglaterra y la del presidente de Estados Unidos [¡Bravo!] Vendría a
ser una especie de Rey Ebert. En segundo lugar, proponen reimplantar el
consejo federal. Podéis leer hoy las exigencias independientes que
formulan los gobiernos del sur de Alemania, exigencias que subrayan el
carácter federal de reino alemán. La reimplantación del viejo consejo
federal, conjuntamente por supuesto, con su viejo apéndice, el
Reichstag, es cuestión de un par de semanas, a lo sumo. Camaradas,
Ebert y Scheidemann se dirigen así a la reimplantación usa y llana de
las condiciones existentes antes del 9 de noviembre. Pero han entrado
así en una aguda pendiente, y es posible que no tarden en encontrarse
en el fondo del abismo, con todos los huesos rotos. Porque para el 9 de
noviembre las condiciones que imperaban antes estaban ya perimidas, y
hoy Alemania se encuentra a muchas millas de distancias de la
posibilidad de restablecerlas.
Para conseguir el respaldo de la única clase cuyos intereses representa
realmente este gobierno, para conseguir el apoyo de la burguesía -apoyo
que les ha sido retirado en virtud de los recientes sucesos- Ebert y
Scheidemann se verán obligados a aplicar una política cada vez más
contrarrevolucionaria. Las exigencias de los estados alemanes del sur,
publicadas hoy en los diarios berlineses, expresan francamente su deseo
de lograr "mayor seguridad" para el reino alemán. Esto significa, en
términos sencillos, que desean que se declare el estado de sitio para
contener a los elementos "anarquistas, turbulentos y bolchevistas"; en
otras palabras, para contener a los socialistas. La presión de las
circunstancias obligarán a Ebert y Scheidemann a recurrir a la
dictadura, con o sin estado de sitio. Así, como resultado del proceso
anterior, por la simple lógica de los acontecimientos y en función de
las fuerzas que controlan a Ebert y Scheidemann, en el segundo acto de
la revolución tendremos una oposición de tendencias mucho más
pronunciada y una lucha de clases más acentuada. [¡Bravo!] Esta
intensificación del conflicto no se producirá solamente en virtud de
que las influencias políticas que acabo de mencionar provocarán, al
disiparse todas las ilusiones, un combate de cuerpo a cuerpo entre la
revolución y la contrarrevolución. Además, de las profundidades vienen
las llamas de un nuevo incendio, las llamas de la lucha económica.
Fue un rasgo típico de la revolución que se mantuviera estrictamente en
el campo político, durante el primer período, hasta el 24 de diciembre.
De ahí el carácter infantil, la insuficiencia, el desgano, la falta de
miras de la revolución. Esa fue la primera etapa de una transformación
revolucionaria cuyo objetivo principal está en el campo económico, cuyo
objetivo principal es provocar un cambio fundamental en el terreno
económico. Sus pasos fueron tan vacilantes como los de los de un niño
que busca a tientas su camino sin saber a dónde va; porque en esta
etapa, repito, la revolución se mantuvo en un terreno puramente
político. Pero en las últimas dos o tres semanas se han producido
algunas huelgas, en buena medida espontáneas. Ahora bien, yo considero
que la esencia misma de la revolución reside en que las huelgas se
extenderán más y más, hasta constituir, por fin, el foco de la
revolución. [Aplausos.] Así tendremos una revolución económica y, junto
con ello, una revolución socialista. La lucha por el socialismo debe
ser librada por las masas, sólo por las masas, frente a frente con el
capitalismo; se tiene que librar en todos los lugares de trabajo, cada
proletario contra su patrón. Sólo así podrá ser una revolución
socialista.
Los insensatos se habían trazado un cuadro muy distinto del curso de
los acontecimientos. Imaginaban que bastaría derribar al viejo
gobierno, poner un gobierno socialista a la cabeza de los asuntos de la
nación, y proclamar el socialismo por decreto. ¿Otra ilusión? El
socialismo no puede ser ni será creado por decreto; no lo puede crear
gobierno alguno, por socialista que sea. El socialismo lo deben crear
las masas, lo debe realizar cada proletario. Allí donde estén forjadas
las cadenas del capitalismo, deben ser rotas. Eso es lo único a lo que
se puede llamar socialismo, y es la única manera en que éste puede
implantarse.
¿Cuál es la forma eterna de la lucha por el socialismo? La huelga, y es
por ello que la fase económica del proceso ha pasado al frente en el
segundo acto de la revolución. Podemos estar orgullosos de ello, puesto
que nadie nos puede disputar ese honor. Nosotros, los del grupo
Espartaco, nosotros, el Partido Comunista Alemán, somos los únicos en
toda Alemania que estamos de parte de los obreros huelguistas
combatientes. [¡Muy bien!] habéis leído y sido testigos, una y otra
vez, de la posición de los socialistas independientes respecto a las
huelgas. No había diferencias entre la posición de Vorwaerts y la de
Freiheit. Ambos periódicos entonaban el mismo estribillo: Trabajad, el
socialismo significa trabajar mucho. ¡Esto decían aunque el capitalismo
todavía está en el poder! El socialismo no se construye de esa manera,
sino en la lucha sin cuartel contra el capitalismo. Sin embargo, vamos
que las pretensiones capitalistas encuentran defensores, no solo entre
los más destacados especuladores sino también en los socialistas
independientes y su órgano, el Freiheit; vemos que nuestro Partido
Comunista es el único que apoya a los obreros contra las exacciones del
capital. Esto basta para demostrar que hay todos los enemigos
implacables de la huelga, salvo quienes levantan con nosotros la
plataforma del comunismo revolucionario.
La conclusión a extraer es que durante el segundo acto de la revolución
las huelgas no sólo tenderán a prevalecer, sino que, además, las
huelgas pasarán a ser el rasgo central y el factor decisivo de la
revolución, y las cuestiones puramente políticas pasarán a segundo
plano. La consecuencia inevitable será que las luchas económicas se
intensificarán enormemente. Por ese camino la revolución adquirirá
ciertos aspectos que para la burguesía no son broma. Los integrantes de
la clase capitalista están bien dispuestos a aceptar las
mistificaciones en la esfera política, donde tales fantochadas son
posibles, donde criaturas de la calaña de Ebert y Scheidemann pueden
hacerse pasar por socialistas; pero los horroriza cualquier atentado
directo contra sus ganancias.
Por eso, los capitalistas le plantearán el gobierno de
Ebert-Scheidemann las siguientes alternativas. Poned fin a las huelgas
-dirán- poned fin a este movimiento huelguístico que amenaza
destruirnos; si no, no nos servís más. Yo creo, por cierto, que el
gobierno se ha hundido a sí mismo con sus medidas políticas. Ebert y
Scheidemann descubren con tristeza que la burguesía ya no los necesita
más. Los capitalistas lo pensarán dos veces antes de ponerle la capa de
armiño a ese arribista grosero que es Ebert. Si las cosas llegan a un
punto tal que se necesite un monarca, dirán: "No basta tener sangre en
las manos para ser rey; también hay que tener sangre azul en las
venas". [¡Muy bien!] Si se llega a esa situación, dirán: "Ya que
necesitamos un rey, no aceptaremos a un arribista que no posee modales
regios". [Risas.]
No se puede especificar los detalles. Pero no nos preocupan las
cuestiones de detalle, la cuestión de qué ocurrirá y cuándo,
exactamente. Bástenos conocer las líneas generales del proceso.
Bástenos saber que, al primer acto de la revolución, a la fase cuyo
rasgo principal ha sido la lucha política, seguirá una fase
caracterizada por la intensificación de la lucha económica, y que tarde
o temprano el gobierno de Ebert y Scheidemann se irá al reino de las
sombras.
No es fácil predecir que ocurrirá con la Asamblea Nacional durante el
segundo acto de la revolución. Quizás resulte una nueva escuela para
educar a la clase obrera. Pero parece igualmente probable que no llegue
a aparecer nunca. Permítaseme agregar, entre paréntesis, para ayudarnos
a comprender sobre qué bases defendíamos ayer nuestra posición, que
objetábamos únicamente el limitar nuestra táctica a una sola
alternativa. No reabriré toda la discusión, pero diré dos palabras para
que ninguno crea que digo blanco y negro al mismo tiempo. Nuestra
posición de hoy es precisamente la de ayer. No proponemos basar nuestra
táctica en relación a la Asamblea Nacional sobre algo que es una
posibilidad y no una certeza. Nos negamos a jugamos a la única carta de
que la Asamblea Nacional jamás llegará a existir. Queremos estar
preparados para todas las eventualidades, inclusive la de utilizar la
Asamblea Nacional para los fines revolucionarios, si es que llega a
crearse. Se cree o no, nos es indiferente, porque el éxito de la
revolución es seguro.
¿Qué quedará, entonces, del gobierno de Ebert-Schiedemann o de
cualquier otro gobierno supuestamente socialdemócrata cuando se haga la
revolución? Ya he dicho que las masas obreras están alejadas de ellos,
y que ya no se puede contar con los soldados para que sirvan de carne
de cañón de la contrarrevolución. ¿Qué podrán hacer los pobres pigmeos?
¿Cómo salvarán la situación? Les quedará una última oportunidad.
Quienes hayan leído los diarios de hoy habrán visto cuáles son sus
últimas reservas, sabrán a quienes dirigirá contra nosotros la
contrarrevolución alemana si se llega a la situación extrema. Habréis
leído que las tropas alemanas estacionadas en Riga ya marchan hombro a
hombro con los ingleses contra los bolcheviques rusos.
Camaradas, tengo en mis manos documentos que echan luz sobre los
sucesos de Riga. Todo proviene del cuartel general del octavo ejército,
que colabora con el dirigente socialdemócrata y sindical Herr August
Winning.206 Se nos dice siempre que los pobres Ebert y Scheidemann son
víctimas de los aliados. Pero en las últimas semanas, desde el comienzo
de nuestra revolución, Vorwaerts se ha dado la política de sugerir que
los aliados desean sinceramente aplastar la Revolución Rusa. Tenemos
documentos que demuestran cómo esto ha sido orquestado en detrimento
del proletariado ruso y de la revolución alemana. En un telegrama
fechado el 26 de diciembre, el Teniente Coronel Bürkner, jefe del
estado mayor del octavo ejército, informa sobre las negociaciones que
culminaron en este acuerdo en Riga. El telegrama dice:
"El 23 de diciembre hubo una conversación del plenipotenciario alemán
Winnig con el plenipotenciario británico Monsaquet, ex cónsul general
en Riga. La entrevista se realizó a bordo del H.M.S. Princess Margaret,
con la presencia, por invitación, del comandante de las tropas
alemanas. Yo representé al mando del ejército. El propósito de la misma
fue ayudar a cumplir las condiciones del armisticio. La conversación
versó sobre lo siguiente:
"De la parte inglesa: Los buques británicos en Riga supervisarán el
cumplimiento del armisticio. Sobre estas condiciones se basan las
siguientes exigencias:
" ‘1 - Los alemanes mantendrán una fuerza en esta región que baste para
contener a los bolcheviques y les impida extender la zona que ocupan
[...]
" '3 - El oficial británico recibirá un informe de la disposición de
las tropas que combaten a los bolcheviques, comprendidos los soldados
letones y alemanes, para que el jefe militar naval esté informado.
Asimismo se deben comunicar al mismo oficial todas las futuras
disposiciones de las tropas que luchan contra los bolcheviques.
" '4 - Se debe mantener una fuerza armada en los lugares que se nombran a continuación, para impedir que los bolcheviques se apoderen de ellos o desborden la línea que los une: Walk, Wolmar, Wenden, Friedrichstadt, Pensk, Mitau. 206 August Wining (1878-?): sindicalista alemán, socialdemócrata de la extrema derecha "imperialista". Creía representar los intereses de la clase obrera alemana mediante la conquista del mercado mundial por la industria alemana. Consejero del imperialismo alemán en la intervención contra los soviets".
5 - El ferrocarril que une Riga con Libau debe ser defendido del ataque bolchevique, y todas las provisiones y comunicaciones británicas que recorran esta línea recibirán trato preferencial".
Sigue una serie de exigencias adicionales.
Veamos ahora la respuesta de Herr Winnig, plenipotenciario alemán y dirigente sindical.
"Aunque no es usual que se exprese el deseo de obligar a un gobierno a
mantener la ocupación de un estado extranjero, en este caso desearíamos
hacerlo, puesto que se trata de proteger la sangre alemana - ¡Los
barones del Báltico! - Además, consideramos que es nuestro deber moral
ayudar al país al que hemos liberado de su estado de dependencia. Sin
embargo, es probable que nuestros deseos se vean frustrados, porque
nuestros soldados es esta región son en su mayoría hombres de cierta
edad y poco aptos para el servicio y, en virtud del armisticio, muy
ansiosos de volver a sus hogares y de poco espíritu de lucha; en
segundo lugar, los gobiernos del Báltico tienden a considerar a los
alemanes opresores. Pero trataremos de proveer tropas de voluntarios
con espíritu de combate, y en realidad esto ya se ha hecho en parte".
Aquí vemos la contrarrevolución en marcha. Habréis leído hace poco de
la formación de la División de Hierro, destinada a combatir a los
bolcheviques en las provincias del Báltico. En ese momento existían
dudas respecto de la actitud del gobierno Ebert-Scheidemann.
Comprenderéis ahora que quien tuvo la iniciativa en la creación de esta
fuerza fue el gobierno.
Una palabra más respecto de Winnig. No es casual que un dirigente sindical preste semejantes servicios políticos. Podemos decir sin vacilar que los dirigentes sindicales alemanes y los social-demócratas alemanes son los canallas más infames que el mundo haya conocido. [Gritos y aplausos.] ¿Sabéis dónde tendrían que estar los tipos como Winnig, Ebert y Scheidemann? Según el código penal alemán que, se nos dice, sigue en vigor, y sigue siendo la base del sistema legal, ¡deberían estar en la cárcel! [Gritos y aplauso.] Porque el código penal alemán castiga con la cárcel a quien ponga a soldados alemanes al servicio de una potencia extranjera. Hoy, a la cabeza del gobierno "socialista" alemán hay hombres que son no sólo "judas" del movimiento socialista y traidores a la revolución proletaria, sino también criminales, que no merecen codearse con la gente decente. [Fuertes aplausos.]
Retomando el hilo de mi discurso, es claro que estas maquinaciones, la formación de Divisiones de Hierro y, sobre todo, el acuerdo con los imperialistas británicos, debe considerarse las últimas reservas, que serán convocadas en caso de necesidad para aplastar al movimiento socialista alemán. Además, el problema cardinal, el de las perspectivas de paz, está ligado íntimamente a este asunto. ¿A qué pueden conducir las negociaciones, sino a un nuevo brote de guerra? Mientras esos canallas hacen su comedia en Alemania, queriendo hacernos creer que trabajan horas extras para tratar de negociar la paz, y declarando que los espartaquistas somos los perturbadores de la paz que intranquilizamos a los aliados y la retrasamos, ellos mismos lanzan nuevamente la guerra, una guerra en el este a la que pronto seguirá una guerra en suelo alemán.
Una vez más nos hallamos ante una situación que no puede traer como consecuencia más que una etapa de grandes conflictos. Nos incumbe a nosotros defender, no sólo el socialismo, no sólo la revolución, sino también la paz mundial. He aquí la justificación de la táctica que empleamos en todo momento los del grupo Espartaco durante los cuatro años de guerra. La paz es la revolución mundial del proletariado. Hay una sola manera de imponer y salvaguardar la paz: ¡la victoria del proletariado socialista! [Aplausos prolongados.]
¿Cuáles sen las consideraciones tácticas que debemos deducir de ello? ¿Cuál es la mejor manera de enfrentar la situación que probablemente se nos presentará en el futuro inmediato? Vuestra primera conclusión será indudablemente la esperanza de una próxima caída del gobierno Ebert-Scheidemann, y de que ocupe su lugar un gobierno que se declare socialista revolucionario proletario. Yo os pido que no dirijáis nuestra atención hacia la cumbre, sino a la base. No debemos recaer en la ilusión de la primera fase de la revolución, la del 9 de noviembre; no debemos pensar que cuando queramos realizar la revolución socialista bastará con derrocar al gobierno capitalista y poner otro en su lugar. Hay un solo camino hacia la victoria de la revolución proletaria.
Debemos comenzar socavando el gobierno Ebert-Scheidemann, destrozando sus cimientos mediante la movilización revolucionaria masiva del proletariado. Además, permitidme recordaros algunas de las insuficiencias de la revolución alemana, insuficiencias no superadas al cierre del primer acto de la revolución. Distamos de hallamos en una situación en la que la caída del gobierno garantice el triunfo del socialismo. He tratado de demostrar que la revolución del 9 de noviembre fue, ante todo, una revolución política; mientras que la revolución que cumplirá nuestros objetivos ha de ser, además y sobre todo, una revolución económica. Incluso, el movimiento revolucionario abarcó únicamente las ciudades, y hasta el día de hoy no ha llegado a las zonas rurales. El socialismo sería ilusorio si dejara intacto el sistema agrario imperante. Desde la amplia perspectiva de la economía socialista, la industria manufacturera no puede remodelarse a menos que se acelere el proceso mediante la transformación socialista de la agricultura. La idea directriz de la transformación económica que construirá el socialismo es la abolición de la diferencia y contraste entre la ciudad y el campo. Esta separación, este conflicto, esta contradicción es un fenómeno puramente capitalista, y debe desaparecer apenas asumimos el punto de vista socialista.
Si la reconstrucción socialista ha de emprenderse con toda la seriedad,
nuestra atención debe dirigirse tanto al campo como a los centros
industriales, y sin embargo ni siquiera hemos dado el primer paso con
respecto a aquél. Esto es esencial, no sólo porque no podemos construir
el socialismo sin socializar la agricultura; sino porque, aunque
pensemos que ya hemos considerado las últimas reservas de la
contrarrevolución, queda otra importante que todavía no hemos tenido en
cuenta. Me refiero al campesinado. Precisamente porque el socialismo no
los ha tocado aún, los campesinos constituyen una reserva adicional
para la burguesía contrarrevolucionaria. Lo primero que harán nuestros
enemigos cuando la llama de la antorcha socialista les empiece a quemar
los pies, será movilizar a los campesinos, defensores fanáticos de la
propiedad privada. Hay una sola manera de adelantarse a esta potencia
contrarrevolucionaria amenazante. Debemos llevar la lucha de clases al
campo; debemos movilizar al proletariado sin tierras y a los campesinos
pobres contra los campesinos ricos. [Fuertes aplausos.]
A partir de aquí podemos deducir qué tenemos que hacer para garantizar el triunfo de la revolución. Primero y principal, debemos extender en todas direcciones el sistema de consejos obreros. Lo que queda del 9 de noviembre son los comienzos débiles, y ni siquiera los tenemos todos. Durante la primera fase de la revolución perdimos fuerzas que habíamos adquirido al comienzo. Sabéis que la contrarrevolución se ha empeñado en la destrucción sistemática del sistema de consejos de obreros y soldados. El gobierno contrarrevolucionario de Hesse los ha abolido totalmente; en otras partes el poder ha sido arrancado de sus manos. Entonces, no basta con desarrollar el sistema de consejos de obreros y soldados, sino que debemos inducir a los trabajadores rurales y a los campesinos pobres a adoptar este sistema. Tenemos que tomar el poder, y el problema de la toma del poder se plantea de la siguiente manera: ¿Qué puede hacer, en cada lugar de Alemania, cada consejo de obreros y soldados? [¡Bravo!] Esa es la fuente de poder. Debemos minar el Estado burgués, debemos, en todas partes, poner fin a la separación de poderes públicos, a la división entre los poderes ejecutivo y legislativo. Esos poderes deben unificarse en manos de los consejos de obreros y soldados.
Camaradas, tenemos un campo extenso por cultivar. Debemos construir de abajo hacia arriba, hasta que los consejos de obreros y soldados sean tan fuertes que la caída del gobierno Ebert-Scheidemann será el último acto del drama. Para nosotros la conquista del poder no será fruto de un solo golpe. Será un acto progresivo porque iremos ocupando progresivamente las instituciones del Estado burgués, defendiendo con uñas y dientes lo que tomemos. Además, considero, junto con mis colaboradores más íntimos en el partido, que la lucha económica también estará en manos de los consejos obreros. La solución de los problemas económicos, y la expansión del área de aplicación de esta solución, deben estar en manos de los consejos obreros. Los consejos deben ejercer todo el poder estatal. Á ese fin debemos dirigir nuestras actividades en el futuro inmediato, y es obvio que si aplicamos esta línea la lucha no dejará de intensificarse inmediata y colosalmente. Paso a paso, en lucha cuerpo a cuerpo, en cada provincia, en cada ciudad, en cada aldea, en cada comuna, todos los poderes estatales deben pasar, pieza por pieza, de la burguesía a los consejos de obreros y soldados.
Pero antes de tomar estas medidas los militantes de nuestro partido y los proletarios en general deben educarse y disciplinarse. Aun en los lugares donde los consejos de obreros y soldados ya existen, no comprenden por qué existen. [¡Muy bien!] Debemos hacer comprender a las masas que el consejo de obreros y soldados debe ser el eje de la maquinaria estatal, que debe concentrar todo el poder en su seno y que debe utilizar dichos poderes para el único inmenso propósito de realizar la revolución socialista. Todavía los obreros organizados para formar consejos de obreros y soldados distan mucho de comprender esa perspectiva, y sólo minorías proletarias aisladas comprenden las tareas que les incumben. Pero no hay razón para quejarse de ello, puesto que es normal. Las masas deben aprender a ejercer el poder, ejerciendo el poder. No hay otro camino. Felizmente, quedaron atrás los días en que nos proponíamos "educar" al proletariado en el socialismo. Parecería que los marxistas de la escuela de Kautsky siguen viviendo en esas épocas pasadas. Educar en el socialismo a las masas proletarias significaba distribuir volantes y folletos, hacer conferencias. Pero ése no es hoy el método de educar a los proletarios. Hoy, los obreros aprenderán en la escuela de la acción. [¡Muy bien!]
Nuestro evangelio dice: en el principio era el hecho. La acción significa para nosotros que los consejos de obreros y soldados deben comprender su misión y aprender a convertirse en las únicas autoridades públicas en toda la extensión del reino. Sólo así prepararemos el terreno de modo que todo esté dispuesto cuando llegue la revolución que coronará nuestra obra. Deliberadamente, y con plena conciencia del significado de estas palabras, os dijimos ayer, os dije yo en particular: "¡No creáis que las cosas serán fáciles en el futuro!" Algunos camaradas imaginan erróneamente que yo sostengo que podemos boicotear la Asamblea Nacional y cruzarnos de brazos. Es imposible, en el tiempo que nos queda, discutir a fondo el problema, pero permitidme decir que yo jamás quise significar semejante cosa. Yo quise decir que la historia no va a facilitamos la revolución como facilitó las revoluciones burguesas. En esas revoluciones bastó con derrocar el poder oficial central y entregar la autoridad a unas cuantas personas. Pero nosotros debemos trabajar desde abajo. Allí se revela el carácter masivo de nuestra revolución, que busca transformar la estructura de la sociedad. Es una característica de la revolución proletaria moderna que no debamos conquistar el poder político desde arriba sino desde abajo.
El 9 de noviembre fue un intento, un intento débil, desganado, semiconsciente y caótico de derrocar la autoridad pública y poner fin al dominio de la propiedad privada. Lo que nos incumbe ahora es concentrar deliberadamente todas las fuerzas del proletariado para atacar las bases mismas de la sociedad capitalista. Allí, en la base, donde el patrón enfrenta a sus esclavos asalariados; allí, en la raíz, donde los órganos ejecutivos de la propiedad enfrentan a los objetos de su gobierno, a las masas; allí, paso a paso, debemos arrancar el poder de las clases dominantes, tomarlo en nuestras manos. Trabajando con esos métodos puede parecer que el proceso será bastante más pesado de lo que imaginábamos en el primer arrebato de entusiasmo. Creo que debemos comprender con toda claridad las dificultades y complicaciones que aparecen en el camino de la revolución. Espero que en vuestro caso, como en el mío, la descripción de las dificultades enormes que debemos enfrentar, de las inmensas tareas que debemos asumir, no disminuirá el entusiasmo ni paralizará las energías. Todo lo contrario, cuanto mayor la tarea, mayor el fervor con el que concentraréis vuestras energías. Tampoco debemos olvidar que la revolución puede obrar con extraordinaria velocidad. No trataré de predecir cuánto tiempo necesitaremos. ¿Quién de nosotros se preocupa por el tiempo, mientras alcance la vida para lograr el objetivo? Bástenos tener claridad acerca del trabajo que nos aguarda; he tratado de bosquejar lo mejor posible, en rasgos generales, el trabajo que tenemos por delante. [Aplausos tumultuosos.]
TEXTOS SOBRE LA REVOLUCIÓN ALEMANA, ROSA LUXEMBURGO Y KARL LIEBKNECHT
A 90 años del asesinato de Rosa Luxemburgo:El orden reina en Berlín (Rosa Luxemburgo)
Fuera las manos de Rosa Luxemburgo (León Trotsky)
Karl Liebknecht - Rosa Luxemburgo (León Trotsky)
Luxemburgo y la Cuarta Internacional (León Trotsky)
De noviembre a enero, la Revolución Alemana de 1918 (Juan Ignacio Ramos)
Huelga de masas, partido y sindicato (Rosa Luxemburgo)