El legado envenado de la ocupación imperialista de Iraq, la putrefacción del régimen de Al Maliki, anegado por la corrupción, y la opresión social y nacional que sufre la mayoría de la población sunní, atrapada en una espiral de desempleo crónico, carente de los más imprescindibles servicios sociales, sometida a la marginación y la exclusión por parte de un aparato estatal vendido al imperialismo estadounidense y a la burguesía iraní, son los factores que están detrás de este nuevo estallido.
Desde comienzos de 2014 la región de Anbar, al noroeste del país y de mayoría sunní está fuera del control del gobierno. Azuzado por EEUU e Irán, Al Maliki trató de aplastar un levantamiento popular, que fue apoyado por grupos armados, como el mencionado Estado Islámico de Iraq y Levante y otros destacamentos militares ligados al antiguo partido Baaz. El gobierno respondió con un bombardeo infructuoso de la población civil, consiguiendo que en apenas unas semanas cerca de 400.000 personas huyeran de sus domicilios y quedaran desplazadas y desamparadas. La actuación de Al Maliki alentó el odio y la lucha de la población contra el régimen de Bagdad.

Las causas del avance integrista

La guerra imperialista y la posterior ocupación militar occidental, ha hecho que la sociedad iraquí retroceda décadas y que las conquistas sociales hayan sido eliminadas. A los millones de muertos y desplazados, se suma el hundimiento de la economía y de las infraestructuras básicas. El sistema sanitario, por ejemplo, ha colapsado. En la actualidad, el 40% de los iraquíes carece de seguro médico, siendo uno de los países del mundo con menos médicos por habitante, compartiendo los primeros puestos con Afganistán y Marruecos. La mitad de los médicos que ejercían emigraron entre 2003 y 2007, en un país en el que se estima que la tercera parte de la población tiene secuelas psicológicas por el conflicto. Aunque oficialmente la población por debajo del umbral de pobreza es de un 23% la cifra real podría estar cerca del 70%. Al mismo tiempo, Iraq está entre los diez países más corruptos del mundo.
La situación de crisis permanente en el país, la incapacidad por parte del imperialismo de establecer un régimen burgués estable, el mantenimiento de todas las formas de opresión nacional, también se contagian al aparato del Estado, donde la corrupción e incapacidad del mando militar han sacudido profundamente la moral del ejército, en el que se han dado deserciones masivas en los últimos meses. El ejército refleja en todo régimen social de un modo muy agudo las contradicciones dominantes, y el iraquí expresa la descomposición del país levantado por EEUU a bombazos e incursiones bestiales de su maquinaria militar.
El imperialismo, preparando a la opinión pública internacional para la eventualidad de una posible intervención militar, destaca e insiste en que la actual rebelión en las zonas del norte y oeste del país está dirigida por el EIIL. Pero esto no es más que una maniobra propagandística para ocultar que existía un levantamiento popular de la población sunní contra el régimen despótico de Al Maliki, y en el que participan numerosos grupos. Esta es la base objetiva, social, política y étnica, que está permitiendo avanzar a las milicias integristas, y con las que muchos dirigentes tribales y locales sunníes establecen alianzas de conveniencia. Ante la ausencia de una dirección revolucionaria, con un programa de clase que pueda unir a los trabajadores y pobres sunníes con los obreros y explotados chiíes, que también sufren el saqueo del régimen, la lucha adquiere un carácter reaccionario y una motivación étnica que es completamente perniciosa. Algo semejante a lo que hemos visto desarrollarse en la guerra civil en Siria.
La lucha del pueblo contra sus opresores, como hemos presenciado en países como Libia, Egipto o Siria, puede desviarse por cauces completamente reaccionarios si no está dirigida por una tendencia revolucionaria consciente, de clase, que defienda un programa socialista para expropiar política y económicamente a la oligarquía local y el imperialismo, y levante la bandera de la unidad de los oprimidos frente a las divisiones sectarias, étnicas o religiosas. Las masas pagan un alto precio por esta carencia, e Iraq no iba a ser una excepción. Los diferentes grupos armados islámicos sunníes, tanto en Iraq como en Siria, no tenían presencia antes de la invasión de 2003. La intervención imperialista, amparada en la lucha contra el “terrorismo islámico” entre otras excusas, ha azuzado y fortalecido a estos grupos, muchos de ellos ligados a Al Qaeda.
¡Qué lejos quedan las promesas del imperialismo de traer democracia y prosperidad a Iraq tras la caída del régimen de Sadam Hussein!

El gran juego en Iraq. Las relaciones de EEUU con Irán

Pero el conflicto que desangra actualmente Iraq refleja también la pugna entre las diferentes potencias mundiales, y regionales, por hacerse con el control político, económico y militar de Oriente Medio. Es el mismo gran juego que vemos desarrollarse en Ucrania, en África o en Asia. Por una parte, las monarquías árabes del golfo tratan de contrarrestar el creciente poder de Irán en la zona y la creciente influencia chiíta en Iraq —papel que hasta su desaparición jugaba el régimen de Sadam Hussein—, y financian generosamente a estos grupos integristas armados. Pero estos grupos adquieren pronto una dinámica propia: formados por elementos de la pequeña burguesía y el lumpen, son fruto de la descomposición del capitalismo en la zona y tienen una agenda propia que entra en determinados momentos en contradicción con los deseos de sus amos.
Por otra parte, y como una ironía de la historia, uno de los resultados finales de la guerra de Iraq ha sido una alianza entre EEUU e Irán. Tras la caída de Sadam, el régimen iraní salió reforzado como potencia regional. El imperialismo norteamericano, apoyándose en la mayoría chiíta para gobernar Iraq, tuvo que llegar a un acuerdo con los iraníes para lograr un gobierno más o menos estable. En el contexto de la Primavera Árabe y el levantamiento de masas en toda la región contra los regímenes capitalistas árabes, la clase dominante iraní necesitaba estabilidad fuera de sus fronteras para hacer negocios, controlar nuevos mercados y sortear el descontento interno creciente —un aviso serio para el régimen iraní fueron las movilizaciones de 2009— y la amenaza de una nueva revolución. Esa necesidad de estabilizar la región ha permitido conciliar, aunque sea de un modo temporal, a la burguesía estadounidense e iraní. Una alianza que ha llevado pareja un deterioro de las relaciones de EEUU con Israel y las monarquías árabes, tradicionales aliados el imperialismo en la zona.

¿Es posible la división de Iraq?

En este plan de frágiles equilibrios y maniobras permanentes de los poderes imperialistas, las elecciones parlamentarias del pasado 30 de abril en Iraq dieron la victoria a la coalición chiíta del presidente Al Maliki con un 28% de los votos, obteniendo una débil mayoría parlamentaria de 92 escaños sobre un total de 328. Y ello en un contexto de recrudecimiento de las actividades terroristas —diariamente una media de 30 personas asesinadas— y con la amenaza latente, pero en apariencia controlada, de la insurgencia sunní.
Pero esta victoria se transformó en un nuevo quebradero de cabeza para los imperialistas tras la caída de Mosul, la segunda ciudad más importante del país, a manos de la insurgencia sunní el 10 de junio. Esta “sorpresa” fue seguida de la toma militar de amplias zonas del norte y del oeste, de mayoría sunní, y la incursión de las tropas del EIIL a doscientos kilómetros de Bagdad.
Los planes del imperialismo y de sus aliados iraníes se resquebrajan, y eso les obliga a realizar todo tipo de maniobras desesperadas. Por ahora van a intentar por todos los medios sostener al gobierno de Al Maliki, reconstituir el ejército para enfrentar a los grupos armados sunníes, impedir su avance y si es posible derrotarlos. Pero no está claro que lo consigan fácilmente. La posibilidad de que se desarrolle una cruel guerra civil, basada en líneas étnicas y nacionales, y la desintegración de Iraq en pequeños estados estará encima de la mesa. De hecho, la región kurda se ha declarado ya independiente como en Siria. A ellos podrían sumarse buena parte de la zona con mayoría sunní. Todo el veneno sectario que han azuzado durante años les está estallando en la cara a los imperialistas.
La descomposición del régimen capitalista iraquí introduce un nuevo elemento de inestabilidad en la zona. Si la zona sunní se acaba separando, los conatos de enfrentamiento entre EIIL y otros grupos sunitas se acentuarán, y sea cual fuere el resultado final será también un régimen muy inestable. De vencer el EIIL, u otro grupo ligado a Al Qaeda, su política reaccionaria no será soportada por mucho tiempo por la población que ya ha vivido bajo el yugo de los títeres de EEUU.
En el escenario de revolución y contrarrevolución en Oriente Medio, la entrada de las masas en acción ha trastocado la correlación de fuerzas entre las clases y las naciones. La revolución es el factor más importante de avance de la historia. Las clases dominantes de la zona tratan de volver al antiguo equilibrio y las masas de la clase obrera, de los pobres urbanos y del campesinado van buscando una salida a la miseria y la barbarie provocando choques y reagrupamientos en un país tras otro. La ausencia de partidos marxistas de masas y la capitulación de la izquierda en estos países ante los diferentes sectores de la burguesía deja a las masas huérfanas, o en manos de grupos ligados de uno u otro modo a un sector del imperialismo, alargando el camino de su liberación y provocando nuevos sufrimientos. Lejos de estabilidad, de democracia burguesa…, cambios bruscos y repentinos, nuevas guerras e insurrecciones donde menos esperan los imperialistas están a la orden del día en la región. Para la clase obrera sólo hay dos alternativas: socialismo o barbarie.


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