La consecuencia por la penalización del aborto libre ha alcanzado cifras verdaderamente espeluznantes, pues de acuerdo a la OMS, se practican anualmente 25 millones de abortos inseguros en todo el mundo, mismo que dañan gravemente la salud de las mujeres, traduciéndose ello en 47 mil muertes; para el caso de México el aborto inseguro representa la tercera causa de muerte materna.
En ese marco, nuevamente, resuena con fuerza la demanda de Aborto legal, libre, seguro y gratuito, transformándose en un llamando que ha amalgamado en todo el planeta a millones de estudiantes, obreras, empeladas, todas ellas proletarias y que han visto en esa demanda, una forma de luchar contra el flagelo del aborto inseguro, pero una manera de reapropiarse de forma digna e independiente de su persona, su voluntad y por supuesto, de su cuerpo.
Dicha demanda ha provocado una reacción histérica de la burguesía y sus instituciones, sobre todo el Clero, sus partidos políticos y sus organizaciones periféricas, quienes pretenden descreditar al derecho al aborto con toda clase de argumentos que van más allá de lo ridículo.
Pero la pregunta es ¿por qué la reacción de la burguesía es especialmente colérica ante la demanda del aborto? ¿Objetivamente los Slim, Azcárraga Jean, Germán Larrea pierden algo ante el hecho de que una joven proletaria pueda abortar libremente? ¿Se trata de una defensa honesta de lo que ellos llaman vida o existe algo más de fondo?
Para responder a esas preguntas, un primer factor a destacar es la hipocresía de la burguesía y sus huestes, quienes se oponen al aborto en defensa de la vida, en un país como México en el que cada hora muere una persona por desnutrición, especialmente niños menores de un año de edad y ancianos, según el INEGI.
Entonces, si lo anterior demuestra que la burguesía no defiende la vida ¿Qué es lo que en realidad defiende al oponerse al aborto? En mucho la respuesta a ello está en las palabras de ultraderechistas como Fox y el difunto Carlos Abascal, el primero calificando a las mujeres como “lavadoras de dos patas” (febrero de 2006) y el segundo, precisamente siendo secretario del trabajo del gobierno de Fox, señalando que las mujeres que trabajan deberían regresar a sus casas a dedicarse a la crianza de los hijos.
Por burdas que parezcan esas palabras, resultan bastante nítidas para visualizar el papel óptimo de la mujer de cara a los intereses de la burguesía: el confinamiento al trabajo doméstico. Para el capital el trabajo doméstico es el espacio por excelencia para la reproducción y restauración de la fuerza de trabajo, es decir a través de múltiples tareas que nunca terminan, una madre proletaria prepara a lo largo de años fuerza de trabajo joven y fresca destinada a sustituir a la vieja y agotada fuerza de trabajo; pero también, para el caso de un obrero en activo, el trabajo doméstico es el espacio en el que sus fuerzas son restauradas tras una jornada extenuante, para que al siguiente día, pueda estar en las condiciones mínimas para generar plusvalía en la fábrica, todo ello sin que le cueste un sólo centavo al capitalista.
Y para que esa realidad sea aceptada por una familia obrera no sólo dócilmente, sino incluso con convicción, el capitalismo sacraliza a la familia y a la figura materna, volviendo sus instituciones (el Estado, la iglesia, los partidos políticos, la escuela y demás organizaciones subsidiarias, incluidos los medios masivos de información) en las herramientas para cincelar la cabeza de la clase trabajadora en ese discurso, que por demás es alienante, pues en aras de la familia el trabajador y una mujer proletaria están dispuestos a tolerar toda clase de vejaciones del patrón.
Además el trabajo doméstico cosifica, es decir transforma a la mujer en un objeto carente de voluntad y control sobre su vida (de ahí la expresión de Fox de “lavadora de dos patas”), al enclaustrarla entre los cuatro muros de la casa, aislandola del mundo del trabajo, se le vuelve presa fácil para la asimilación de toda clase de prejuicios e ideas de aceptación del capitalismo, bagaje ideológico, éste último para ser empelado en la educación de los hijos, es decir de los futuros obreros.
Considerando lo anterior, por consecuencia, el aborto libre en sí mismo representa una profunda negación de la sacralización burguesa de la familia y la figura materna, poniendo ello en grave peligro a esa importante palanca de apoyo para la lógica capitalismo: el trabajo doméstico. Y es un peligro porque el aborto libre es algo más allá del libre ejercicio de ese derecho, sino también es el poner a la mujer proletaria como depositaria de su propia voluntad, sin tener que depender en adelante del permiso del Estado, de la iglesia o del marido para tomar decisiones sobre su cuerpo y su destino, he inevitablemente entrando ello en contradicción con al trabajo doméstico como una especie de destino manifiesto, confinamiento éste último del cual brotan toda una serie de relaciones sociales que además de pretender eternizar la opresión de la mujer, buscan obstaculizar a toda costa la emancipación misma de la clase trabajadora.
Por eso la burguesía repudia al aborto libre, el cual por su contenido e implicaciones sociales representa una seria fractura para el andamiaje de control político e ideológico del capital sobre la clase trabajadora, en este caso, a través de la sacrosanta familia y la sacrosanta maternidad.
Es por ello y por su contenido revolucionario, que los trabajadores no podemos quedarnos al margen de toda aquella lucha que signifique más derechos y más libertades para nuestras compañeras de clase. Debemos movilizarnos al lado de ellas por el derecho al aborto libre, por el incremento significativo de la infraestructura hospitalaria y también por la eliminación del trabajo doméstico transformándolo en responsabilidad social y obligación del Estado por medio de una red de comedores públicos y demás servicios que se requieren para la atención diaria de la familia.
La emancipación de la clase obrera no puede ser al margen de la emancipación de la mujer proletaria, arrebatándola de la tiranía del reaccionario trabajo doméstico y asegurado para ella el domino total sobre su voluntad y su cuerpo.