Esa noche, me sentí cansada y decidí tomar un taxi que no era de la base afuera del metro Constitución para llegar pronto a la casa, ya eran las 22:00 hrs, siempre tomaba con miedo un taxi o el camión, pero ese 20 de diciembre me armé de valor. Le indiqué al conductor por donde dirigirse hacia mi domicilio, casi afuera sacó un arma, me apuntó y me dijo que le diera todas mis cosas y eso hice, en ese momento salió otro hombre de la cajuela diciéndome que no intentara hacer nada, quise abrir la puerta, pero ya tenía seguro, en ese momento empezó el shock y sabía que la realidad que a diario leía sobre mujeres desaparecidas, violentadas y asesinadas estaba por alcanzarme. Realidad con la que hacía tiempo era empática, pero que no sabía qué tan cerca estaba de mí. Accedí a hacer todo lo que esos salvajes me pidieron para no generar un ambiente más agresivo, me iban tocando los senos y la entrepierna y no dije nada, sólo quería que ese momento terminara.
Recordé muchos de los post que compartía en Facebook sobre mujeres desaparecidas, me encontré con muy pocos de mujeres localizadas vivas y me preguntaba ¿cuál sería mi fin? Decidí no enfrentarlos porque físicamente me ganarían y no quería imaginar cómo se agravaría ese infierno, me convencí que mi lucha no sería contra esos dos tipos en esas circunstancias, que mi lucha sería a través de “Libres y Combativas” con quienes sí puedo ser fuerte para luchar contra ellos y contra todo este sistema que los fomenta en esta sociedad degenerada por la competencia y consumo en la dinámica capitalista, en el que todos somos una mercancía, pero que por ser mujeres, nos tratan como más baratas y más despreciables, ya que a diario tenemos que lidiar con la violencia de género en diferentes aspectos y la violencia machista que en promedio mata a 9 mujeres por día en México, sólo por el hecho de ser mujeres.
Entregué la bolsa completa, di la clave de la tarjeta y los teléfonos (uno mío y uno del trabajo), dijeron que sólo iban por mi dinero y que me dejarían ir, el conductor pasó a un cajero, regresó y siguió conduciendo, minutos después se bajó el tipo que había salido de la cajuela con parte de su ganancia. El conductor me llevó a un motel, le rogué que me dejara ir y que no usara más violencia de cualquier manera yo no podía hacer nada contra él si era más fuerte que yo, evité que me amarrara los pies, me amenazó con dormirme con algo que llevaba si seguía resistiéndome a algo que según él me iba a gustar, dijo que cuando terminara me dejaría ir. Finalmente me violó y salimos del lugar. En el trayecto me iba preguntando a mí misma si yo era culpable de lo sucedido por no haber esperado en la base de taxis, por andar sola, por no haber gritado (como me dijo el policía de investigación en la fiscalía y un amigo), por no haberlo golpeado, por no haber encontrado la manera de escapar. Pero nada de eso hice y es como estoy aquí como sobreviviente, con mucho más miedo del que sentía, pero con mucho más coraje y urgencia de luchar contra este sistema que violenta a una clase trabajadora cada vez más desprotegida tanto a mujeres como a hombres. Porque no es lo mismo una colonia popular de la alcaldía de Iztapalapa a las 22:00 hrs que en Polanco a la misma hora, por ejemplo.
Este es el relato de casi hora y media de terror, pero la pesadilla continúa con la burocracia de la justicia patriarcal, que por el modo de operar ha tipificado el delito como secuestro exprés, invisibilizando la violación y el robo por el cual inicié la denuncia, porque además “me conviene”, argumentan, los van a castigar más por el secuestro exprés que por la violación. Sabemos que estas penas no las podemos cambiar, por el momento, también sabemos que por el hecho de que detengan y condenen a esos delincuentes no será justicia y esta sociedad tampoco será mejor. Los feminicidios continuaron en Ecatepec después de la aplaudida captura del “monstruo de Ecatepec”, por ejemplo. La justicia sólo podrá hacerla el movimiento cada vez más organizado con la lucha en las calles, gritando más fuerte y claro que ¡Ni una más!, ni una asesinada más, ni una desaparecida más, ni una sobreviviente más, sino mujeres y hombres libres, avanzando en la construcción de una sociedad más justa y de respeto por la vida y la dignidad, por el hecho de ser humanos.
Este testimonio es una prueba más de la violencia que sufrimos a diario miles de mujeres, lucharemos hasta encontrar justicia en este caso particular, pero sabemos que la verdadera justicia para este y todos los demás solo puede venir de una transformación social de fondo, que rompa con las relaciones capitalistas actuales, que acabe con el machismo institucional, estructural y normalizado, llevada a cabo por un pueblo sensible, consciente y auto-organizado.