La epidemia de Coronavirus (2019-nCoV) que tuvo su origen en la ciudad China de Wuhan, amenaza con sumir en el caos a todo el país, con extenderse por todo el mundo y con tener un impacto de consecuencias imprevisibles en la delicada y frágil economía mundial. 

Según datos oficiales, en el momento de escribir estas líneas el virus ha infectado unas 80 mil personas y ha causado 2.595 muertes, la mayoría en China continental.

Por su parte la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró en su día la emergencia internacional, y ya habla de “potencial” pandemia mundial.

Se han declarado casos en 33 países. La epidemia ha llegado a numerosos países asiáticos, siendo el caso más grave el de Corea del Sur donde ha habido 8 muertos, seguido de Japón. En el país nipón hay registrados oficialmente unos 160 casos muy repartidos por todo el territorio, y un fallecido. Además, en el crucero Diamond Princess, que está amarrado en Yokohama, hay 709 personas infectadas, y cuatro pasajeros han muerto.También ha llegado a Europa, con Italia como país más afectado con 215 casos detectados y siete muertes. En el Estado español cerca de un millar de turistas se encuentran aislados en un hotel de Tenerife después de que este lunes diese positivo en las pruebas de coronavirus un turista italiano.

Rusia ha cerrado la frontera con China, mientras Turquía, Pakistán, Jordania y Armenia han hecho lo mismo con Irán donde hay 47 casos confirmados oficialmente y ya ha habido 15 muertes, aunque hay parlamentarios que hablan de 50 fallecidos. Pero el virus sigue extendiéndose.

Amenaza a la economía mundial

El coronavirus, en un contexto de ralentización económica global, ya está teniendo un fuerte impacto sobre la economía mundial, aunque la repercusión total todavía es imposible de cuantificar.

El pasado lunes 24 de febrero, las bolsas europeas sufrieron una importante caída. El Ibex 35 descendió un 4,07%, el Cac 40 parisino y el Dax alemán perdieron otro 4% cada uno, mientras que el MIB de Milán retrocedía un 5,43%. Por su parte Wall Street perdió más de 800 puntos y el índice Nikkei de Tokio un 3%. Incluso la bolsa mexicana cayó un 2,44%.

"Ahora [el coronavirus] llega a Italia y el mercado no podrá mirar hacia otro lado. Los beneficios empresariales y los PIB se verán inevitablemente afectados”, señalan desde el departamento de análisis de Bankinter.

En el caso concreto de Italia, cuyo PIB ya sufrió una contracción del 0,3% en el cuarto trimestre de 2019, el estallido de la epidemia coloca al país al borde de la recesión.

Por otro lado las medidas de contención que el Gobierno chino ha implementado tendrán, inevitablemente un fuerte impacto en la actividad económica del gigante asiático y por extensión en la de la economía mundial.

La provincia de Hubei, epicentro de la crisis, con su capital Wuhan,  donde viven más de 48 millones de personas,  se mantiene cerrada.  Esta zona del país es uno de los principales núcleos en la producción automovilística y de acero. En total aporta el 1,6% del PIB chino, el equivalente al PIB de Portugal.

El Gobierno ordenó la extensión de las vacaciones pagadas por el Año Nuevo. Empresas como McDonald's y Starbucks han cerrado decenas de miles de tiendas, los parques temáticos de Disney han suspendido sus pases, mientras que la actividad en las fábricas de Tesla, Nike, Coca-Cola, Apple y Deere&Co está paralizada. También las entradas por turismo han caído en picado, en parte porque aerolíneas como American, Delta, Lufthansa, British y United cancelando sus vuelos a este país.

Por otro lado, está por ver el grado de profundidad en el que estarán afectados los intercambios comerciales entre el resto del mundo y el gigante asiático, cuyo PIB depende un 20% de las exportaciones, y hasta qué punto EEUU, en el marco de la disputa comercial permanente que mantiene con China, pueda estar tentado de aprovechar las circunstancias para golpear a su poderoso competidor oriental.

En este sentido, en la cancelación del Mobile World Congress 2020, que se iba a celebrar en Barcelona ha estado muy presente la presión del gigante norteamericano, como demuestra que grandes empresas estadounidenses como Cisco, Intel, Facebook, AT&T, NTT, o Amazon fueron de las primeras en anunciar su no asistencia.

La profundización de la guerra comercial entre EEUU y China, en el contexto actual de incertidumbre económica general agravado por la expansión del virus, tendría consecuencias muy graves, en primer lugar tanto para EEUU como para China, cuya interdependencia en las áreas más importantes de ambas economías es muy amplia. A su vez para la economía global tendría un efecto devastador en un contexto en el que la ralentización económica mundial es cada vez más evidente y profunda.

La repercusión económica del SARS en 2003 fue importante. Un estudio llevado a cabo entonces por la Universidad de Corea concluyó que China perdió un punto de crecimiento de su PIB, y el mundo, un 1,3%. La posición de China como potencia económica mundial es hoy mayor que en 2003. Por ejemplo, si en aquel año su contribución a la economía mundial era de1,6 billones dólares, en 2019 fue de 14 billones. Desde entonces China ha pasado de representar el 4% del PIB mundial a más 16%, y es responsable de un tercio del crecimiento mundial.

David Lafferty, estratega jefe de la gestora francesa Natixis IM, explica que "el brote está afectando a China en un momento inoportuno" ya que su crecimiento está en fase de desaceleración y calcula que, "probablemente la emergencia sanitaria restará entre un 1% y un 2% al PIB anual".  Y aclara que, si la crisis se alarga, estas previsiones pueden quedarse cortas. Las mismas previsiones se están planteando en el caso de Tailandia, Malasia, Singapur, Corea del Sur y Japón, colocando a este último al borde de la recesión.

La miseria y la negligencia burocrática provocan una grave crisis sanitaria

Hay varios elementos que explican el surgimiento y el desarrollo de esta nueva epidemia en China.  El primer factor que alimenta el estallido de esta crisis sanitaria son las degradadas condiciones vida, de trabajo, habitacionales, de higiene, etc., de la mayoría de la población, combinado además con un sistema de salud privatizado en gran medida y con una sanidad pública totalmente insuficiente y muy deteriorada.

La realidad en la que viven cientos de miles de millones de personas en el país asiático contrasta enormemente con el desarrollo económico de la segunda potencia mundial. Según señala Geopolitical Futures, a pesar de que la renta per cápita china se sitúa en más de 10.000 dólares, la renta media no llega a los 3.000 dólares anuales por persona, bajando hasta los 1.500 dólares en las zonas rurales, donde vive el 53% de la población del país. Aquí, la mayoría trabaja en pequeñas granjas lejos de cualquier centro sanitario, agua corriente y alcantarillado. La misma fuente dibuja un escenario similar para la amplia mayoría de la población urbana: un 60% de mano de obra realiza 6 turnos de trabajo semanales de alrededor de 13 horas. Para miles de millones, el cansancio extremo, la explotación laboral salvaje y la pobreza son una dolorosa realidad.

Las condiciones ambientales en las ciudades no son muy diferentes. En zonas urbanas, la media de micropartículas suspendidas en el aire supera en 15 veces el máximo recomendado por la OMS, lo que provoca que fallezcan en el país al año 1,6 millones personas por enfermedades vinculadas a la polución, una quinta parte de las muertes de este tipo a nivel mundial.

Como decimos, la nefasta situación del sistema sanitario no hace más que añadir leña al fuego. La sanidad china está en su mayor parte privatizada, hasta el punto de que el 32% de los gastos médicos son pagados por los pacientes.  Los enfermos pobres, que con gran esfuerzo han podido reunir algunos ahorros, se ven obligados, en caso de enfermar, a sacrificarlos para poder ser tratados, cargando de por vida con deudas médicas.

Por otro lado, la infraestructura pública es notablemente escasa. Un dato bastante revelador es el de la ratio de pacientes/médico; esta es más del triple que la de los países desarrollados. Y no terminan ahí las dificultades, las barreras económicas se profundizan con las barreras burocráticas. Legalmente, no se puede optar al subsidio público si se está lejos del lugar de origen, así, para los campesinos y obreros pobres, salvar las trabas burocráticas para acceder a un diagnóstico y tratamiento, se convierte en prácticamente una misión imposible. De hecho, este factor es un claro indicio de que el número de infectados por el coronavirus puede ser mucho mayor del que se ha dado a conocer.

Además, hay que añadir el hacinamiento en el que viven las capas más humildes en las ciudades chinas. Esto es todavía peor en el caso de los inmigrantes provenientes de otros países asiáticos, siendo millones los que se apiñan por decenas en pequeñas viviendas. Cabe mencionar también las tremendas aglomeraciones que se producen en los servicios de transporte público.

En definitiva, la situación de los cientos de millones de trabajadoras, trabajadores y sus familias sobre los que se sustenta el rápido desarrollo industrial del capitalismo chino supone el contexto ideal para provocar un brote vírico y que este se convierta en epidemia. No cabe ninguna duda de que el modelo de urbanismo chino, unido a la pobreza sangrante, la explotación laboral, la contaminación y la falta de sanidad hacen extremadamente vulnerable a la mayoría de la población ante enfermedades infecciosas como el coronavirus.

Un régimen irresponsable y negligente

El otro elemento que explica la explosión de esta nueva epidemia es la negligencia burocrática endémica que corroe a todas las instituciones y organismos del régimen chino. Muchos analistas, incluso aquellos que trabajan para periódicos progubernamentales, ya coincidieron en señalar el peligro de que se repitiera la crisis del SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo) de 2003. Aquel virus, de la misma familia que el actual, provocó 765 muertes en todo el mundo y pérdidas económicas estimadas en unos 500 mil millones de dólares, un 0,6% del PIB mundial. Durante este brote, la administración china no pudo evitar que trascendiera a la opinión pública el hecho de que hubo una política consciente de ocultación de información, manipulación de datos, a lo que se unieron constantes negligencias. Esto supuso un duro golpe para la credibilidad del Gobierno y las instituciones del gigante asiático, quedando en evidencia que, de no haber sido por la incompetencia del régimen, el impacto de este brote habría sido mucho menor.

En el caso del coronavirus de 2020, que ya ha superado con creces la crisis del SARS, la ocultación de datos sobre el número de infectados y la lentitud a la hora de aislar y tratar a los primeros enfermos ha vuelto a repetirse. Un estudio publicado por la revista médica británica The Lancet el pasado jueves 30 de enero, sustentando sus conclusiones en proyecciones estadísticas basadas en el desarrollo de otras crisis similares, ya señalaba que el virus probablemente se propagó  semanas antes de lo informado por los funcionarios chinos; que unas 75.000 personas se podrían haber infectado en Wuhan desde el 25 de enero hasta el día 30 y que era posible que la epidemia estuviera creciendo de forma importante en varias ciudades de China, por lo que el tamaño real de la epidemia ya por esas fechas podría ser mucho mayor del que las autoridades estaban diciendo. El retraso a la hora de tomar medidas de contención ha sido determinante para para que el coronavirus se haya extendido a toda China, haya traspasado sus fronteras y se haya convertido en una amenaza mundial.

Como una muestra del grado de negligencia de los funcionarios del régimen, solo cuatro días antes del cierre de la ciudad, el 19 de enero, tuvo lugar en el centro de Wuhan el tradicional banquete de primavera, con más de 400 mil familias reunidas; las celebraciones continuaron con la expedición de 200 mil entradas a museos y atracciones de la ciudad. Tras ser interpelado por estas negligentes actuaciones, Zhou Xianwang, alcalde de Wuhan, justificó su actuación argumentando que autorizó estos actos ya que los científicos desconocían la forma exacta de contagio. Si bien esto es cierto, también lo es, en primer lugar, que el protocolo para prevenir la expansión de un virus desconocido recoge como cuestión básica el evitar aglomeraciones de este tipo; además en este caso concreto y ya por esas fechas, las recomendaciones del personal sanitario, en la misma línea que las de la OMS, señalaron de manera inequívoca que era necesario evitar cualquier tipo de reunión de multitudes.

El coronavirus echa más leña al fuego al creciente descontento social en China

La crisis sanitaria, su gestión y sus todavía inciertas consecuencias están suponiendo un fuerte desgaste para el régimen. Prueba de ello es que el propio presidente chino, Xi Jinping, ha tenido que reconocer públicamente que ha habido “deficiencias manifiestas  en la respuesta dada a la epidemia". 

En Hong Kong, tras un año marcado por las protestas, el coronavirus se ha convertido en un elemento más de enfrentamiento entre las masas hongkonesas, las autoridades de Pekín y los títeres que gobiernan la excolonia británica. Sindicatos médicos han denunciado que tanto el Gobierno como los hospitales no han proporcionado los suficientes recursos para contener la epidemia, razón por la que el lunes 30 de enero, 1000 médicos se declararon en huelga, reclamando, además el cierre de la frontera con la China continental. A la vez, los activistas reclaman la retirada de la ley que prohíbe usar máscaras protectoras, implementada como medida represiva contra las movilizaciones de los meses anteriores.

Así mismo, el descrédito del régimen dentro de sus propias fronteras está en ascenso. Una muestra de la magnitud del cuestionamiento son las críticas provenientes desde el propio entorno del PCCh; en el diario South China Morning Post, históricamente afín al régimen, se puede leer: “parece que el brote de SARS no cambió la mentalidad de los burócratas de mantener los negocios, y continúan poniendo sus carreras políticas por delante del bien público". Y el cuestionamiento general no ha hecho más que aumentar en medio de la epidemia, especialmente tras conocerse la muerte del médico Li Wenliang, que advirtió a través de un foro médico sobre esta nueva enfermedad, y fue obligado a retractarse por la policía política del régimen chino.

Como hemos explicado el desarrollo de esta nueva epidemia vírica tiene relación directa con las nefastas condiciones de vida a las que el capitalismo chino condena a la mayoría de la población. A la voracidad de las empresas, al envenenamiento del aire y el agua, a la demolición del sistema público de salud y su privatización, a las deplorables condiciones higiénicas de los barrios y las viviendas de la clase obrera y los campesinos pobres, a la inoperancia burocrática, etc. Esta es la cruda verdad del capitalismo chino, una verdad que tiene otra cara: capitalismo es sinónimo de lucha de clases, y con una clase obrera joven y cada vez más poderosa, las circunstancias para que estalle una rebelión social que haga tambalear el poder de la burguesía china y la burocracia podrida del régimen y del mal llamado Partido Comunista chino no dejan de fortalecerse.


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