El reciente artículo del prestigioso periodista Seymour Hersh, publicado en castellano por CTXT, explicando cómo el Gobierno de los Estados Unidos planificó y ejecutó el atentado que destruyó tres de los cuatro tubos de los gasoductos Nord Stream 1 y Nord Stream 2 no ha sido una sorpresa para nadie.
Las acusaciones lanzadas en un primer momento por el Gobierno norteamericao y algunos medios occidentales culpando a Rusia de la voladura de una de sus principales infraestructuras eran tan absurdas que no pudieron sostenerse. Oficialmente se reconoció que se trataba de un atentado de autor desconocido, aunque, dada la complejidad de la operación, su realización solo estaba al alcance de unas pocas naciones. ¿Y cuáles podrían estar interesados en volar este gasoducto? Las investigaciones oficiales no lo revelan, pero a la vista de la dilatada hostilidad de la burguesía estadounidense y su aparato estatal hacia el Nord Stream, sancionando y amenazando con represalias aún mayores a las empresas que participaron en su construcción, no hace falta ser un genio para descubrir al culpable.
Campaña de desprestigio contra el periodista Seymour Hersh
Si la responsabilidad de Estados Unidos en este atentado no constituye una sorpresa, tampoco lo ha sido la campaña de ataques desatada contra el autor del artículo. El Gobierno estadounidense calificó inmediatamente los hechos relatados por Hersh como una “absoluta falsedad y una completa ficción” y dio instrucciones a los principales medios de comunicación para silenciar el tema.
No hay nada nuevo en ello. Cuando en noviembre de 1969 Seymour Hersh describió la matanza de My Lay en marzo del año anterior de más de 500 civiles vietnamitas, muchos de ellos niños y mujeres, y explicó como varias niñas menores de 12 años habían sido violadas en grupo y salvajemente mutiladas por militares norteamericanos, el Gobierno norteamericano declaró que todo era falso y acusó a Hersh de “antiamericanismo”. Bajo la batuta de Henry Kissinger, la Casa Blanca organizó una campaña de calumnias contra Hersh, que se vino abajo cuando un ex fotógrafo del ejército confirmó la veracidad del relato de Hersh y entregó a la prensa fotografías de la masacre.
En esta ocasión, el Gobierno de los Estados Unidos es consciente de lo difícil que resulta hacer creíble una campaña de calumnias. El boicot contra el Nord Stream y las declaraciones amenazantes de Biden y otros gobernantes norteamericanos no dejan lugar a dudas sobre sus intenciones. Los extraordinarios beneficios que las grandes petroleras norteamericanas obtienen vendiendo gas a los países europeos a un precio cuatro veces superior al ruso confirman el interés norteamericano por deshacerse de esa infraestructura. Y, por si fuera poco, la subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, se congratuló públicamente por el atentado en el Senado declarando que “estoy, y creo que también lo está la Administración, muy satisfecha al saber que el Nord Stream 2 es ahora un trozo de metal en el fondo del mar”.
Por ello, el Gobierno norteamericano y sus aliados han preferido encargar la tarea de desprestigiar a Hersh a periodistas de segunda fila, incluyendo a algunos supuestamente “progresistas”, que repiten como loros los mismos argumentos.
Se reprocha a Hersh basarse en una fuente anónima y algunos errores nimios sobre las embarcaciones y aeronaves utilizadas en la operación. Es exactamente el mismo tipo de descalificaciones lanzadas cuando Hersh expuso ante el mundo la masacre de My Lay, solo que esta vez los lanzan periodistas supuestamente “de izquierdas”, como Antonio Maestre, que exige a Hersh desde las páginas de La Marea nada menos que “la aportación de documentación, pruebas materiales o de seguimiento de los operativos que participaron con fuentes abiertas disponibles”. Aplicando este criterios, la información sobre la matanza en Vietnam nunca hubiera sido publicada. Tampoco las informaciones de Hersh sobre las torturas del ejército norteamericano a ciudadanos iraquíes en la prisión de Abu Ghraib se hubieran hecho públicas, como tampoco lo hubieran sido muchas noticias que hoy consideramos un ejemplo de periodismo valiente y comprometido con la verdad.
Pero esa es la diferencia entre plumíferos que vitorean a la OTAN en la guerra de Ucrania, y los que no se tragan la papilla que prepara el Departamento de Estado en Washington.
Por otro lado, exigir que se desvelen las fuentes, cuando desde la Casa Blanca se ha actuado brutalmente y sin contemplaciones contra todos aquellos que han revelado sus secretos, y sobretodo, sus crímenes, como ha ocurrido con Julián Assange o Chelsea Maning, resulta una auténtica broma de mal gusto cuando no un ejercicio de servilismo despreciable.
¿Cuál es la importancia de las revelaciones de Hersh?
Más allá de los detalles sobre el desarrollo de la operación de sabotaje, dos cuestiones son extraordinariamente relevantes en el artículo de Hersh y arrojan más luz sobre la naturaleza y las repercusiones del enfrentamiento interimperialista que se manifiesta en la guerra de Ucrania.
La primera es que el atentado contra el Nord Stream se empezó a gestar mucho antes de la invasión rusa de Ucrania, e incluso antes de que Rusia empezase a concentrar tropas en las zonas fronterizas. En enero de 2021, nueve meses antes de que finalizase la construcción del Nord Stream 2 y en vísperas de la toma de posesión de Biden, el Senado norteamericano exigió al nuevo presidente medidas para paralizarlo.
A pesar de las presiones, el gobierno alemán decidió seguir con el Nord Stream, aunque mantuvo suspendida su entrada en funcionamiento. Esta situación no gustó al gobierno de Estados Unidos, consciente de que quedaba abierta la posibilidad de que Alemania aumentase aún más sus compras y dependencia de gas ruso barato, incrementando no sólo sus lazos con Rusia, sino sobre todo con China, en detrimento del imperialismo norteamericano. Washington no podía permitirse perder la batalla por Europa, y haría todo lo que fuera necesario para evitarlo.
Por ello, en diciembre de 2021 se inició una ronda de conversaciones secretas en las que se diseñó el atentado, cuya ejecución se inició en junio de 2022 con la colocación de cargas explosivas activables remotamente, aprovechando para ello las maniobras que la OTAN realiza anualmente en el mar Báltico. La falacia de que la guerra de Ucrania la inició unilateralmente Rusia, y que EEUU y la OTAN no habían realizado con anterioridad acción agresiva alguna se viene abajo completamente.
La segunda cuestión se refiere al conflicto de intereses latente en el bloque imperialista occidental. El primer perjudicado por la voladura del Nord Stream es Alemania, que está viendo como su industria se ahoga ante los elevados precios del gas. Hablando acerca de sus fuentes, Hersh ha explicado como una parte de la Administración norteamericana se oponía a acciones que perjudicasen la relación con sus socios europeos y “está horrorizada de que Biden haya decidido exponer a Europa al frío para forzar el apoyo a una guerra que no va a ganar”. Una acción contra uno de sus principales aliados, miembro de la OTAN, que profundizará la desconfianza entre sus socios, y que pone en evidencia la desesperación del gobierno estadounidense.
Es obvio que la fuente de Hersh forma parte del sector de la cúpula del aparato del Estado que tiene dudas sobre la efectividad de la estrategia de Biden. La guerra se prolonga indefinidamente con muy malas perspectivas para Occidente, las sanciones no han conseguido debilitar la economía rusa y, tras el levantamiento de las restricciones por la COVID, la economía china avanza con fuerza en todo el mundo. Silenciar a Hersh no cambiará la realidad.