Se cumple más de un año desde el estallido de la guerra imperialista en Ucrania, y la propaganda otanista desatada por los Gobiernos y medios de comunicación occidentales se ha estrellado de bruces con la cruda realidad. Lo que iba a ser un punto de inflexión para el imperialismo norteamericano y para la OTAN, de cara a reafirmar su liderazgo mundial, se ha convertido en una pesadilla con decenas de miles de muertos, destrucción de infraestructuras vitales y empobrecimiento para la mayoría de la población ucraniana. El conflicto bélico, deseado y empujado por Washington desde el principio, se ha vuelto como un boomerang contra Occidente, poniendo en evidencia su decadencia.
La situación se ha complicado y mucho para EEUU y la UE. Si las sanciones contra Rusia han fracasado rotundamente, la perspectiva probable de una grave crisis financiera, con su epicentro en la banca norteamericana y europea, podría suponer un jalón decisivo en el ascenso de China como la principal potencia imperialista y arbitro determinante en las relaciones internacionales. Lejos queda toda la propaganda catastrofista sobre la evolución de la economía china y los “millones de muertos” que iban a sufrir por el repunte del Covid. Para disgusto de Washington y Bruselas, incluso el FMI ha reconocido que China será el motor del crecimiento en los próximos cinco años, representando el 22,6% del incremento PIB mundial frente al 11,3% que aportará EEUU.
Ya nadie oculta lo evidente: atravesamos cambios turbulentos en la lucha interimperialista por la hegemonía mundial, de consecuencias decisivas en todos los ámbitos de la lucha de clases, y que sitúa al capitalismo ante convulsiones sin precedentes desde los años 30 del siglo pasado.
La unidad entre los aliados occidentales se agrieta
La guerra de Ucrania no puede comprenderse al margen de la batalla entre China y EEUU. La propaganda occidental sobre una supuesta neutralidad calculada de China ha quedado en evidencia. La visita de Xi Jinping a Moscú, y la presentación de su plan de paz para Ucrania, ha vuelto a demostrar su íntima compenetración con Putin. Una relación que no ha dejado de fortalecerse a lo largo del último año: su comercio bilateral registró un nuevo récord de 200.000 millones de dólares, y Rusia ha decidido adoptar el yuan como moneda en sus intercambios comerciales no solo con China, también con Asia, África y América Latina. Una relación que en el terreno militar está dando sólidos pasos adelante, con la celebración de maniobras militares conjuntas y la firma de nuevos acuerdos de colaboración y asistencia mutua.
La guerra de Ucrania tenía una justificación de primer orden para el imperialismo norteamericano: garantizar su influencia decisiva en Europa desde el punto de vista militar y económico, disciplinar a sus aliados, y romper los fuertes vínculos que en estos años se han tejido entre las economías europeas —destacando Alemania—, China y Rusia. Pero la estrategia se ha saldado en un fracaso estrepitoso: China ha continuado avanzando en su penetración económica del viejo continente, hasta el punto que los intercambios comerciales rozaron el billón de dólares anuales en 2023.
Pero no se trata solo de Europa. El régimen de Beijing está dando un salto de gigante convirtiéndose en el nuevo eje vertebrador de la política mundial. Así lo ha puesto en evidencia el reciente acuerdo patrocinado por China para restablecer las relaciones diplomáticas entre dos enemigos históricos: Arabia Saudí —hasta hace poco socio estratégico de los EEUU— e Irán, objeto de toda la ira de la diplomacia estadounidense. De esta manera se está reconfigurando el mapa de Oriente Medio bajo la batuta china, pero no es el único problema para el Departamento de Estado. La reciente visita a Beijing del presidente de Brasil, Lula Da Silva, que no solo se ha posicionado firmemente con China, sino que ha acusado directamente a EEUU de “incentivar” la guerra de Ucrania dando un espaldarazo a Putin, es otro golpe de envergadura.
Todo esto no es una anécdota, ni está al margen de las crecientes divisiones surgidas entre EEUU y parte de sus aliados europeos, principalmente Francia y Alemania. El presidente francés Macron, en su último viaje a China, señaló la necesidad de garantizar la “autonomía estratégica” de Europa para evitar quedar “atrapados en una crisis que no es nuestra”, señalando explícitamente la necesidad de alejarse de EEUU.
En otro plano, si la ruptura con Rusia ha supuesto un duro golpe para la economía alemana, en el caso de China sus consecuencias serían colosales[1]. “Con un comercio exterior de 297.900 millones de euros el año pasado, China ha sido el mayor socio comercial de Alemania durante siete años consecutivos… Un estudio del Instituto Kiel demostró que la desvinculación respecto a China sería muy costosa para toda Europa, pero especialmente para Alemania, dada la fuerza de sus lazos económicos. Los cálculos del instituto, basados en el PIB de 2019, mostraron que Alemania podría perder ingresos por más de 131.000 millones de euros, e incluso más si China toma represalias”[2].
Con el paso del tiempo la guerra de Ucrania no hace más que multiplicar las grietas entre los aliados, hasta el punto de que un país tan fiable como el Gobierno polaco, junto a Hungría y Eslovaquia, ha prohibido la importación de grano ucraniano en defensa de sus propios agricultores, golpeando una de las pocas fuentes de ingresos de que aún disponía el Gobierno de Zelensky y mermando en la práctica sus capacidades militares.
Lo mismo podemos decir de otros aliados clave como Corea del Sur, donde el líder de la oposición ha planteado la necesidad de una diplomacia pragmática de colaboración con China criticando los acuerdos militares entre EEUU y Japón como una amenaza para la región[3]. Corea del Sur es el segundo productor mundial de semiconductores, y el 50% de los mismos se los vende a China. De ahí su negativa a sumarse por ahora a las sanciones comerciales acordadas por la Administración Biden contra China, habiendo fijado una prórroga de un año hasta su posible aplicación.
El acenso del yuan
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von Der Leyen, una de las representantes más fieles y sumisas al imperialismo norteamericano, ha señalado sin ambigüedad que China pretende cambiar el orden internacional para convertirse “en la nación más poderosa del mundo”. No le falta razón.
Un buen ejemplo es el fortalecimiento creciente de su moneda, el yuan. Poco antes de la visita de Lula a China, donde cuestionó públicamente el uso del dólar como moneda global, ambos países anunciaron su intención de comerciar en sus respectivas monedas, abandonando el dólar. Un anuncio que se suma al que ya hizo Arabia Saudí, en el marco de un acuerdo de “asociación estratégica integral” con China, para que el comercio de petróleo se realice en yuanes, y que el gigante asiático pretende extender al resto de países del Consejo de Cooperación del Golfo (Kuwait, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Catar y Omán), habiéndose realizado ya la primera compra en yuanes de 65.000 toneladas de GNL a los EAU ¡a través de la multinacional francesa Total! En este último año, China ha firmado acuerdos comerciales en yuanes con Irán, Iraq, Turquía, Bielorrusia, Indonesia, India o Pakistán.
El ascenso del yuan como divisa de referencia internacional se ha disparado desde el año 2020 un 64%, pasando de ser la octava divisa en 2019 a la quinta en 2022, y computando por el 12% de las reservas de divisas de todos los bancos centrales, frente al 29% del euro y el 43% de dólar. Paradójicamente, tal y como ha señalado la secretaria del Tesoro norteamericana Janet Yellen, las sanciones contra Rusia han supuesto un punto de inflexión, generando una creciente desconfianza frente a EEUU y su moneda[4]. Este sombrío panorama se puede resumir en la siguiente cita de Bloomberg: “La participación del dólar en las reservas mundiales cayó el año pasado a una velocidad diez veces superior al promedio de las últimas dos décadas, dado que varios países buscaron alternativas después de que la invasión de Rusia a Ucrania desencadenara sanciones (…) El dólar ha perdido alrededor del 11% de su participación de mercado desde 2016 y el doble de dicho porcentaje desde 2008”[5].
China se ha transformado también desde hace años en el acreedor del mundo, y sus préstamos por valor de 843.000 millones de dólares superan a los del Banco Mundial, el FMI y el Club de París combinados[6]. Pero es ahora, en un contexto de crisis y endeudamiento, cuando está poniendo sobre la mesa su enorme poder financiero de cara a consolidar su dominio geopolítico frente a las instituciones financieras internacionales controladas aún por EEUU y las potencias europeas. Así lo señala Jay Newman, exadministrador de Elliott Investment Management, unos de los fondos de inversión más importantes del mundo: “Ahora existe un gran acreedor estatal con el poder de dictar condiciones y la paciencia para no hacer un trato si no les conviene. Ha cambiado completamente las reglas del juego”[7].
EEUU está perdiendo la guerra en Ucrania
La reciente filtración masiva de documentos del Pentágono ha venido a confirmar lo que ya era un secreto a voces: que estamos ante una guerra promovida, financiada y dirigida por EEUU, y que a pesar del desembolso de casi 200.000 millones de euros de Washington y sus aliados para armar al ejército ucraniano y sostener su economía, y a pesar de la intensa propaganda para justificar la intervención de la OTAN, el bloque occidental está perdiendo la guerra[8]. Así lo reconoce ya abiertamente uno de los principales voceros del imperialismo norteamericano y de la CIA, el Consejo de Relaciones Exteriores, en una artículo de su revista Foreign Affairs[9]:
“Sin embargo, a pesar de todo el bien que haría una mayor ayuda militar occidental, es poco probable que cambie la realidad fundamental de esta guerra que se dirige a un punto muerto… Incluso si Occidente aumenta su asistencia militar, Ucrania está lejos de llegar a vencer a las fuerzas rusas. Se está quedando sin soldados y municiones, y su economía continúa deteriorándose… sería imprudente seguir persiguiendo obstinadamente una victoria militar completa que podría resultar pírrica. Las fuerzas ucranianas ya han sufrido más de 100.000 bajas y han perdido a muchas de sus mejores tropas. La economía ucraniana se ha reducido en un 30 por ciento, la tasa de pobreza está aumentando y Rusia continúa bombardeando la infraestructura crítica del país. Alrededor de ocho millones de ucranianos han huido del país, con millones más desplazados internamente. Ucrania no debe arriesgarse a destruirse a sí misma en la búsqueda de objetivos que probablemente estén fuera de su alcance… Mantener la existencia de Ucrania como una democracia soberana y segura es una prioridad, pero lograr ese objetivo no requiere que el país recupere el control total de Crimea y el Donbás en el corto plazo…”.
Las recientes informaciones desveladas por el periodista Seymour Hersh han puesto en evidencia que tanto la cúpula militar como el Gobierno ucraniano, además de estar copados por nazis y ultraderechistas, son un pozo sin fondo de corrupción. La economía ucraniana se hundió más de un 30% en 2022, pero Zelenski y sus más allegados, según cálculos de la CIA, se están haciendo de oro gracias a los 400 millones de dólares de compra de diésel a Rusia ¡con el dinero facilitado por los norteamericanos!
“La cuestión de la corrupción se planteó directamente a Zelenski en una reunión en enero pasado en Kiev con el director de la CIA, William Burns. Su mensaje al presidente ucraniano, me dijo un oficial de inteligencia con conocimiento directo de la reunión, estaba sacado de una película de la mafia de los años 50. Los generales de alto rango y los funcionarios del Gobierno en Kiev estaban enojados por la codicia de Zelenski, según le dijo Burns al presidente ucraniano, porque ‘se estaba quedando con una gran parte del dinero sucio que correspondía a los generales’ (…) Burns también le presentó a Zelenski una lista de treinta y cinco generales y altos funcionarios cuya corrupción era conocida por la CIA y otros miembros del Gobierno estadounidense. Zelenski respondió a la presión estadounidense diez días después despidiendo públicamente a diez de los funcionarios más ostentosos de la lista…”[10].
Nos encontramos ante otra prueba palpable sobre la naturaleza del Gobierno ucraniano, de su carácter completamente reaccionario y corrupto, y su completa subordinación a Washington. Que desde la izquierda reformista, e incluso desde algunos sectores que se reivindican marxistas, se intente encubrir esta guerra imperialista con motivaciones progresistas, como la defensa de la democracia o la liberación nacional de Ucrania, resulta un auténtico esperpento.
Putin es el representante de un poder capitalista y bonapartista que no tiene nada que ver ni con el socialismo ni el comunismo. Al contrario, su chovinismo gran ruso es el programa externo de la oligarquía capitalista e imperialista rusa que se levanta sobre las cenizas de la URSS. Pero pensar que Putin es el único responsable de la guerra es de una ingenuidad asombrosa o de una mala fe total. No. Los responsables de haber enviado al matadero a decenas de miles de jóvenes ucranianos son Zelenski y su amos de Washington, que sabían perfectamente lo que estaban haciendo cuando lanzaron una guerra sin cuartel en 2014 contra la población del Donbás y Lugansk que ha causado miles de muertos, cuando sabotearon los acuerdos de Minsk, y cuando plantearon abiertamente la entrada de Ucrania en la OTAN y la expansión de la misma por toda la frontera rusa. Su provocación permanente no fue casualidad, no es inocente. Ellos se prepararon para la guerra y han tenido guerra. La voladura el Nord Stream, en lo que habría sido un descarado acto de guerra contra Rusia, y contra uno de sus supuestos aliados, Alemania, formaba parte de esta estrategia.
Ahora, tras un año de un conflicto atroz que ha sembrado de destrucción Ucrania y llenado los bolsillos de las grandes empresas de armamento occidentales, de las multinacionales de la energía y del petróleo, se llevan las manos a la cabeza. Pero el aspecto fundamental en el que incide Hersh en sus últimos artículos es cierto: EEUU no tiene ningún plan de salida al conflicto, tal y como ya le ocurrió en Iraq o en Afganistán.
Esta deriva descontrolada ha convertido a EEUU en un poder cada vez menos fiable, incluso para gran parte de sus propios aliados, convirtiéndolo en el principal factor de inestabilidad en la política mundial. De ahí las perspectivas cada vez más sombrías de cara a que pueda vencer en Ucrania, y las crecientes divisiones en el aparato del Estado y la clase dominante norteamericana sobre cómo poner fin al conflicto.
Por otro lado, Rusia, cuyos motivos en esta guerra también son imperialistas, ha conseguido consolidar sus conquistas territoriales en el este y el sur de Ucrania a pesar de sufrir importantes bajas y cometer numerosos errores militares. En estos meses ha levantado 800 kilómetros de fortificaciones que hacen muy difícil cualquier tipo de contraofensiva y avance del ejército ucraniano, cada vez más golpeado en su moral y con crecientes carencias de munición y suministros. El tiempo corre en contra de Ucrania y del imperialismo norteamericano, y cuanto más tarde se acepte una salida negociada peor será el desenlace para ambos.
Notas:
[1] Volkswagen tiene 40 fábricas en China y la BASF, la principal multinacional química alemana, tiene otras 30. De ahí que sus más altos directivos acompañaran a Scholz en su reciente visita a Xi Jinping.
[2] As U.S. Tries to Isolate China, German Companies Move Closer
[3] Military alliance with US, Japan 'will deepen regional' tensions: South Korean opposition leader
[4] Yellen says sanctions may risk hegemony of US dollar
[5] Dólar pierde estatus de moneda de reserva a ritmo precipitado
[6] Es un espacio de discusión y negociación entre acreedores oficiales y países deudores, teniendo como miembros permanente los siguientes 22 países: Australia, Austria, Bélgica, Brasil, Canadá, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Irlanda, Israel, Italia, Japón, Países Bajos, Noruega, Rusia, Corea del Sur, España, Suecia, Suiza, Reino Unido, Estados Unidos.
[7] How China changed the game for countries in default
[8] Así lo señalaba el 8 de marzo el Washington Post: “La guerra ha puesto de manifiesto la incapacidad de aumentar rápidamente la producción de muchas armas necesarias para Ucrania y para la autodefensa de Estados Unidos”. Una realidad que han confirmado los documentos secretos del ejército norteamericano que señalan las crecientes carencias del ejército ucraniano y las dificultades de EEUU y sus aliados para poder suplirlas. Así ha ocurrido con los 200 tanques que iban a proporcionar, que siguen sin llegar, o con los proyectiles de artillería: Ucrania necesita 250.000 al mes pero las 12 fábricas que tiene Europa tan solo producen 650.000 al año.