Entre 1897 y 1898, Rosa Luxemburgo escribió dos artículos que más tarde reunió bajo el título de Reforma o Revolución; se trataba de una respuesta al texto que Eduard Bernstein había publicado en Die Neue Zeit, la revista del Partido Socialdemócrata Alemán (SDP). Este teórico, una de las figuras más arraigadas dentro del partido, defendía la capacidad de adaptación del capitalismo como su principal virtud para resolver por sí mismo sus crisis y contradicciones internas. De esa forma, Reforma o revolución se presentó desde el primer momento como una contestación clara y contundente a su época, que desde entonces mostraba peligrosamente a las reformas como la respuesta aparentemente final ante las crisis del sistema económico.
Los escritos de Luxemburgo no han perdido vigencia; al contrario, encuentran en la época actual un terreno fértil donde comprobar sus planteamientos. Se trata de un libro que podemos aterrizar fácilmente en nuestro contexto, dentro del cual se escuchan cada vez más frecuentemente –y mejor maquillados– diversos argumentos que esbozan las reformas sociales como un fin en sí mismo, en lugar de representar avances hacia un cambio radical.
¿Cuál es el verdadero margen de acción de las reformas dentro de un sistema económico dado? Esta es la pregunta que Luxemburgo pone sobre la mesa. El capitalismo ha utilizado diversos modelos y formas de gobierno para adentrarse cada vez más hasta los aspectos más íntimos de nuestra vida; los capitalistas (es decir, aquellos grupos beneficiados de la desigualdad inherente a dicha estructura) se han valido de todas las artimañas posibles para hacernos creer que es el único sistema viable. Por eso, cuando se presentan situaciones de genuino descontento, se intenta canalizar esa fuerza potencialmente revolucionaria hacia mejoras transitorias que muchas veces se quedan en papel o tienen lagunas legales que, por supuesto, son aprovechadas por aquellos que las redactan.
Luxemburgo no demerita las conquistas de la clase trabajadora: es muy diferente pelear por la transformación de nuestras condiciones de trabajo que por el desempeoramiento de las condiciones de explotación. En el primer caso, las y los trabajadores como sujetos de lucha somos quienes impulsamos esta transformación a través de huelgas, paros, movilizaciones, etc., y se reivindican estos logros como parte de un gran panorama, que es el derrocamiento del sistema que propicia nuestra opresión y la conquista del poder político.
Sin embargo, en el segundo caso las concesiones se hacen a la medida de los intereses económicos, y al mismo tiempo se vende la idea de que se ha logrado un avance muy importante, de que ese cambio lento y maleable (corruptible) nos garantizará condiciones “menos peores”. Se añade, además, el elemento clave cuando se habla de reforma como concepto contrapuesto a la revolución: el llamado a la desmovilización. De esta manera, las reformas se convierten en fines por sí mismas.
Dentro del libro se encuentra una idea fundamental: la opresión al proletariado no proviene primariamente de la legislación, sino del sistema económico que sustenta dichas leyes. Es por eso que reformarlas no conlleva un cambio como tal, pues se sigue jugando en un tablero creado específicamente para que ciertas fichas puedan moverse con absoluta libertad:
“Quienes se pronuncian a favor del método de la reforma legislativa en lugar de la conquista del poder político y la revolución social en oposición a éstas, en realidad no optan por una vía más tranquila, calma y lenta hacia el mismo objetivo, sino por un objetivo diferente. En lugar de tomar partido por la instauración de una nueva sociedad, lo hacen por la modificación superficial de la vieja sociedad”.[1]
Esto es observable, por ejemplo, en la catástrofe climática que se vive a nivel global (que hoy día se expresa con oleadas insufribles de calor), y en la insuficiencia de acciones como los Acuerdos de París, que representan medidas paliativas ante la negativa real de romper con la dinámica voraz de producción. A nivel local, también se puede cuestionar el impacto de ciertas reformas en México, como la implementada en la Ley Minera en abril de este año.
El gran peligro de las reformas es su capacidad de convencernos de que el capitalismo puede tener rostro humano. Pero, ¿en qué humanidad caben los apretones de mano por haber “logrado” reducir una concesión minera de 100 a únicamente 80 años? No es humano condenar al suelo, a los mantos acuíferos no renovables, a las personas de las comunidades afectadas que viven entre la enfermedad y los salarios mínimos. Actualmente se estima que únicamente 8 de cada 100 empresas mineras se apegan a la normatividad ambiental, y a poco menos de dos meses de haber sido presentada la reforma, ya se ha concedido la primera suspensión parcial: la minera First Majestic Plata ha conseguido el amparo que también ya han solicitado algunas otras empresas.
Es verdad que la reforma a la Ley Minera presentada por AMLO contenía medidas mucho más contundentes, posteriormente “suavizadas” en el Congreso. Esto demuestra el poco margen de acción que se puede tener ante una estructura tan cerrada a determinados intereses como es el capitalismo.
No se trata de señalar a una sola figura, a un solo presidente, ni siquiera al proyecto de la 4T, y mucho menos a la base social que conforma las filas de Morena. Se trata de evidenciar la volatilidad de las reformas en tanto no exista una política que rompa con la clase dominante y no se ponga en jaque el tablero creado por el sistema, cuyos jugadores insisten en presentar la legislación como la única vía de mejoramiento. Y por qué no, también se trata de hacer un llamado de atención a la base del partido para dar pasos firmes, congruentes, para no dejar de dar la batalla contra la infiltración y los métodos jurásicos de quienes oportunistamente han visto Morena como un salvavidas donde mantenerse a flote; a tomar las riendas y desalojar del partido a la actual dirección traidora.
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Rosa Luxemburgo se atrevió a alzar la voz en su momento contra uno de los teóricos más consolidados del PSD alemán, ante quien sus propios dirigentes se negaban a levantar polémica. Los ecos de esta actitud desafiante y combativa, que la dirigente marxista mantuvo hasta su asesinato, llegan hasta nosotrxs como un recordatorio constante de los peligros del reformismo, de la vigilia permanente que se debe tener hacia la colaboración de clases; de la búsqueda de coherencia y claridad política necesaria para alcanzar el cambio definitivo de este sistema que cotidianamente atenta contra nuestras vidas.
Ante la reforma como trampa, que se alce la revolución como acto de creación política.
[1] Rosa Luxemburgo, Reforma o revolución, p. 81. Disponible en: https://www.marxists.org/espanol/luxem/01Reformaorevolucion_0.pdf