Para dar una cobertura ideológica a la estrategia de colaboración de clases con la burguesía, en septiembre de 1975 se celebraría la II Conferencia Nacional del Partido Comunista que aprobó por unanimidad su Manifiesto Programa. Por si hubiera alguna duda de las intenciones de la dirección, Santiago Carrillo lo aclaró en su informe político: "En la España de hoy el comunismo no amenaza a nadie. Nuestro Partido no pretende establecer un Gobierno comunista. Estamos convencidos de que un día, en el futuro, el pueblo español votará para que los comunistas encabecen la formación de un Gobierno. Pero pretender tal cosa hoy sería totalmente irreal."1

Esta obstinación por parte de los dirigentes del PCE en disipar cualquier esperanza revolucionaria entre la militancia no dejaba de ser un reflejo, aunque invertido, del enorme apoyo que existía en el movimiento para la transformación socialista de la sociedad. Los redactores del propio Manifiesto tuvieron que justificarse haciendo auténticas piruetas teóricas. Por una parte, se reconocía la situación de ascenso revolucionario en Europa: "Los regímenes fascistas de Portugal y Grecia han sido derribados. Esto ha abierto en Portugal un proceso de transformaciones revolucionarias. En Italia el Partido Comunista ha alcanzado una victoria sin precedentes en ningún país capitalista, que desborda el estricto marco electoral"2.
Pero cuando se descendía a la situación concreta en el Estado español, es decir, a las tareas políticas de los comunistas, empezaban las excepciones: "en el camino hacia la revolución socialista existe, objetivamente, una etapa intermedia que permite a la clase obrera ponerse al frente de las amplias masas populares y establecer una alianza con los amplios sectores sociales antimonopolistas (...) Esta etapa es la de la democracia política y social o democracia antimonopolista y antilatifundista".
La vieja teoría kautskista y menchevique de la revolución por etapas y la colaboración de clases, combatida por Lenin y los bolcheviques en 1917 y que a su vez fue rescatada por el estalinismo en los años treinta para traicionar la revolución, volvía a convertirse en la guía del PCE en un momento de crisis revolucionaria:  "En esta democracia no se trata de abolir la propiedad privada burguesa y de implantar el socialismo", señala el Manifiesto, "subsistirán como tales la inmensa mayoría de los actuales propietarios burgueses...". En definitiva, democracia burguesa sí, por supuesto, socialismo no, nunca, jamás.

Los ecos políticos de los años treinta

No era la primera vez que los dirigentes del PCE se encontraban ante una tesitura revolucionaria semejante y explicaban a las masas que era demasiado pronto, y la situación estaba demasiado inmadura, para afrontar la tarea de transformar la sociedad. Uno de los discursos más esperados de la Conferencia fue el de Dolores Ibárruri que señaló: "Y esta posibilidad del paso de la democracia burguesa hacia el socialismo, no significa que nos la planteemos hoy como una tarea inmediata, sino como una lógica evolución en nuestro país (...) Ya en nuestra guerra, cuando teníamos los fusiles en la mano, que tomamos para defendernos de la agresión fascista, nuestro Partido luchaba por la República Democrática y Parlamentaria"3.
Aún más contundente y evocador es Ignacio Gallego: "Esos que saltándose alegremente las etapas de la revolución, plantean como objetivo inmediato el socialismo nos recuerdan a aquellos otros que durante los años 1936-39 sostenían con pasión digna de mejor causa que lo primero era hacer la revolución dejando a un lado los problemas de la guerra"4.
Parece necesario concretar quiénes eran aquellos otros que querían hacer la revolución. Aquellos otros eran las masas obreras y jornaleras que llevaron a la práctica acciones propias de una revolución. Cientos de miles de trabajadores y campesinos sin tierra que protagonizaron huelgas masivas, liberaron presos políticos, ocuparon fábricas y tierras y las pusieron a producir bajo su control. Incautaron armas, derrotaron a los militares facciosos insurrectos y formaron milicias. Fue precisamente el imparable ascenso revolucionario lo que provocó el conflicto militar abierto entre las clases y la guerra civil. Igual que en el Octubre ruso, la burguesía usó la armas, no para defender la democracia capitalista, sino para aplastar a las masas revolucionarias. La enorme diferencia fue que la dirección bolchevique se apoyó en las conquistas revolucionarias para levantar el poderoso Ejército Rojo que detuvo el ataque combinado de la contrarrevolución rusa e internacional. La concepción etapista de la revolución fue el elemento político común del programa del PCE en los años treinta y setenta, y sus resultados fueron trágicos para la causa del socialismo.5

La temperatura política en aumento

A pesar de los planes trazados sobre el papel, la lucha de clases tiene su propia dinámica. El Primero de Mayo de 1976 transcurrió con manifestaciones y saltos en todas las ciudades que desafiaron la prohibición gubernamental y la brutal represión policial. Las huelgas se sucedían afectando a todos los sectores: metal, construcción, transporte, enseñanza, sanidad, pesca... Ese año, las huelgas supusieron la pérdida de 110.000 jornadas de trabajo.
En este contexto, y para contener el ascenso de la lucha y la radicalización política de los trabajadores, la burguesía puso al frente del gobierno a los sectores más proclives a la negociación con los dirigentes obreros, nombrando a Adolfo Suárez presidente del mismo en julio de 1976. Pero dentro del aparato del Estado franquista había elementos que no estaban dispuestos a aceptar las nuevas reglas de juego. Contaban para ello con las bandas y organizaciones fascistas, que actuaban con total impunidad y el apoyo de sectores importantes del ejército. Persuadidos de que un ataque brutal propiciaría el clima de terror necesario para que las masas volvieran a sus casas, decidieron pasar a la acción. El 23 de enero de 1977, en una manifestación pro amnistía, muere asesinado por un fascista el estudiante David Ruiz. Al día siguiente, en la manifestación en protesta por el asesinato de David, muere, esta vez a manos de la policía, la estudiante Mª Jesús Nájera. Por la noche, varios pistoleros fascistas asesinan brutalmente a cinco abogados laboralistas de CCOO en su despacho de la calle Atocha.
A pesar de su frialdad y crueldad, los asesinos fascistas consiguieron, justamente, el efecto contrario al que perseguían. Los trabajadores y la juventud, lejos de amedrentarse, estaban en total ebullición. En los barrios y las fábricas todos esperaban la convocatoria de una huelga general. Sin embargo, los dirigentes pidieron calma, aconsejando no caer en provocaciones, evitando dar un cauce de expresión a la sed de justicia de la clase trabajadora y la juventud. A pesar de ello, 300.000 trabajadores se ponen en huelga el día 26 de enero en la capital coincidiendo con el entierro de las víctimas, al que acuden cientos de miles de trabajadores. En Euskadi y Barcelona también hay manifestaciones masivas. Fue, sin duda, un momento decisivo. Si los dirigentes del PCE y el PSOE, de CCOO y UGT, hubieran defendido ante la clase obrera y la juventud acabar con la pantomima del régimen de Suárez y Juan Carlos I para situar en su lugar un genuino gobierno de los trabajadores basado en una política revolucionaria y socialista, habrían sido apoyados de forma entusiasta.
La actitud de los dirigentes obreros no reflejaba el ambiente real que se vivía en el seno del movimiento. La posibilidad de que la clase obrera perdiera definitivamente la paciencia era real. Por eso, entre los sectores decisivos del capital español e internacional triunfó la postura de hacer concesiones para evitar perderlo todo. Así en febrero de 1977 eran legalizados el PSOE y los sindicatos y, el 7 de abril, el PCE. Finalmente, en junio se celebrarían las primeras elecciones al parlamento desde febrero de 1936.

Eurocomunismo: una nueva versión del viejo reformismo

En medio de toda esta vertiginosa sucesión de acontecimientos, Santiago Carrillo dio un paso más en su renuncia al marxismo con la publicación de su libro ‘Eurocomunismo' y Estado. La presentación del libro se realizó en el "prestigioso" Club Siglo XXI y corrió a cargo de Fraga Iribarne, quien se deshizo en elogios del texto del entonces secretario general del PCE: "ha tenido una resonancia ilimitada porque con más decisión intelectual que ninguno de los otros revisionistas de los dogmas marxistas ha rebasado no sólo el estalinismo, sino también el leninismo". Tampoco se cortó en alabar al propio Carrillo: "...he entrevisto en él a un español, con las virtudes y los defectos de la raza, bastante bien plantados"6.
Lo cierto es que tras el rebuscado nombre de Eurocomunismo no hay otra cosa más que el viejo programa reformista de siempre. De todas las viejas ideas socialdemócratas que el libro de Carrillo trata de actualizar hay que destacar, por su mezquindad intelectual, una por encima de todas: el falso argumento de que leninismo y estalinismo, en el fondo, son la misma cosa. Tras sacar de contexto diversas citas de Lenin sobre la democracia, caracterizándolas de exageradas, unilaterales, excesivas, confusas y hasta absurdas, Carrillo concluye: "No considero aventurado pensar que algunas opiniones de éstas han conducido a los discípulos de Lenin -incluidos durante un tiempo nosotros mismos- a subestimar el valor de la democracia y a pasar por alto ejemplos visibles de su vulneración, y esto sin referirme ya a las aberraciones monstruosas del estalinismo"7.
 ¡Cuánta manipulación! El concepto de democracia obrera leninista es claro y diáfano, y está enunciado de forma detallada en un libro genial, El Estado y la revolución: elección directa y revocabilidad de todos los representantes de los trabajadores; ningún funcionario del Estado obrero percibirá un salario superior al de un trabajador cualificado; ningún ejército permanente sino el pueblo en armas y la  realización  de todas las tareas de la administración del Estado de forma rotativa por parte de toda la población. ¿Qué tiene esto que ver con los regímenes estalinistas del llamado socialismo real? ¿Por qué Carrillo ocultaba en 1977 el ideario leninista mientras durante décadas justificó todos los crímenes del estalinismo?

NOTAS

1. Informe Central de Santiago Carrillo a la II Conferencia Nacional del PCE, incluido en el libro España: democracia o fascismo, página 58, editorial Democracia y socialismo, México 1976.
2. Manifiesto Programa del PCE reproducido en el libro España: democracia o fascismo, página 115, editorial Democracia y socialismo, México 1976. Las conclusiones del Manifiesto Programa contrastaban con la idea de un cambio radical de sistema que ganaba extensión entre las masas día a día y sector a sector. Unas ansias de cambio de una profundidad y potencia capaces de penetrar incluso en las filas de la Iglesia y el Ejército, durante largo tiempo instrumentos claves de dominación para la dictadura. En agosto de 1974, un grupo de oficiales y suboficiales jóvenes, influenciados por la Revolución de los Claveles, fundó en la clandestinidad la Unión Militar Democrática. En muchos barrios se hizo familiar la figura del cura obrero, que se convirtió en un activista de muchas luchas hasta el punto de ceder su parroquia para reuniones clandestinas de trabajadores y de partidos de izquierdas.
3. Discurso de Dolores Ibárruri recogido en el libro España: democracia o fascismo, página 79, editorial Democracia y socialismo, México 1976.
4. Ignacio Gallego, Desarrollo del Partido Comunista, página 238, Colección Ebro, París 1976.
5. En el esquema político de los dirigentes del PCE era imposible encontrar condiciones favorables para la revolución socialista. Cuando en mayo de 1968 diez millones de obreros franceses ocuparon las fábricas y abrieron una auténtica crisis revolucionaria, Santiago Carrillo manifestó: "En Francia no existían todavía las condiciones objetivas y subjetivas para llevar la huelga nacional a sus últimas consecuencias, es decir, al establecimiento de un poder político antimonopolista que abriera la vía al socialismo" (Santiago Carrillo, La lucha por el socialismo, hoy, recogido en el libro Hacia un socialismo en libertad, página 51, editorial CENIT, Madrid 1977). Parece lícito preguntarse: ¿cuándo existirían para estos dirigentes condiciones objetivas para la transformación socialista de la sociedad?
6. El País, 28 de noviembre de 1977.
7. Santiago Carrillo, ‘Eurocomunismo' y Estado, página 115, editorial Grijalbo, Barcelona 1977.


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