Los trabajadores y jóvenes argelinos están protagonizando un movilización revolucionaria que se prolonga ya más de 43 semanas. El movimiento que estalló contra la presentación de la quinta candidatura electoral de Abdelaziz Buteflika el pasado febrero, ha resquebrajado los pilares maestros del régimen golpeando duramente a la clase dominante, que sigue sin poder recuperar el control de la situación.

Cada martes y viernes, millones de personas han hecho suya la consigna “todo el poder para el pueblo” llenando las calles de toda la geografía argelina. Expresando una determinación imparable para barrer el yugo de la corrupción,  la miseria y la pobreza generalizada, la última respuesta del movimiento hirak a quienes pretenden que no haya ningún cambio de fondo ha sido el boicot masivo a las elecciones presidenciales celebradas el pasado 12 de diciembre.

Una farsa para perpetuar al régimen

Tras la caída de Buteflika y la imposibilidad de celebrar los comicios previstos para el 18 de abril, la enorme presión del movimiento obligó al régimen a mover ficha para intentar salvarse. De esta forma se iniciaron todo tipo de maniobras parlamentarias para intentar sofocar la protesta social: desde la mayor operación anticorrupción de la historia de Argelia encabezada por el jefe del Estado Mayor del ejército Gaid Salah, a la convocatoria de elecciones para el 4 de julio para iniciar una transición ordenada que permitiera calmar los ánimos de la población. Esta cita electoral también tuvo que ser cancelada: “es imposible celebrarla a causa del rechazo popular que ha generado”, admitía el presidente interino Bensalah.

Finalmente, el 12 de diciembre fue la nueva fecha propuesta por el gobierno en funciones. La respuesta de los y las argelinas fue nuevamente inmediata: continuar las movilizaciones masivas para decir no a las elecciones farsa, no a la votación con ‘la banda’ - la cúpula reaccionaria de militares, capitalistas, terratenientes y altos funcionarios que usurpan el poder.

El pueblo de Argelia ha entendido estos comicios como un fraude de esta oligarquía comandada por la cúpula militar para perpetuarse, y como un intento desesperado de intentar aplicar alguna medida cosmética totalmente insuficiente. No por casualidad, de los cinco candidatos al palacio El Mouradia dos han sido primeros ministros, otros dos ex-ministros, y el último un dirigente del FLN, firme aliado del expresidente.

Ante la negativa del régimen de suspender por tercera vez unos comicios, por la fuerza que inspiraría al movimiento y por su propia necesidad de encauzar la situación hacia la vía constitucional, los trabajadores y la juventud organizaron un boicot masivo con movilizaciones multitudinarias el mismo día de las elecciones presidenciales. Este fue el veredicto de las masas: colegios electorales vacíos y calles llenas.

Aunque la presidencia de la Autoridad Nacional Independiente de Elecciones (ANIE) ha cifrado la participación en el 39,9%, hay un gran interrogante sobre este dato. Todo apunta a que las mismas prácticas fraudulentas que se han llevado a cabo durante décadas han impuesto la manipulación de esta cifra. Aun así, este dato supone la menor participación en unas elecciones presidenciales de toda la historia del país,  10 puntos menos respecto a los comicios de 2014 y 34 menos que en 2009. Todo ello ha contado con un silencio internacional ensordecedor, empezando por el gobierno en funciones del PSOE, que en menos de 24h ya ha felicitado al nuevo presidente.

Las escenas de la jornada electoral han sido insólitas. “En el centro educativo Pasteur, en Argel, ha habido una ausencia total de votantes. El presidente de la mesa 19 sólo tenía contabilizadas 20 papeletas a las 13h” recogía la prensa. A las 15h, la participación sólo había alcanzado un 20%. Pero la imagen que se vivía en las plazas de la capital era precisamente la contraria.

Una movilización de cerca de 80.000 personas denunciaban este teatro entre consignas, cierres de colegios electorales y un ambiente de fuerza espectacular. También en Orán y Constantina miles más ondeaban sus banderas y pancartas. Las declaraciones que se registraban a pie de calle son el reflejo de este estado de ánimo: “No, aquí no vota nadie. Somos demócratas y por eso sólo iremos a las urnas cuando de verdad haya una democracia” o “Los que organizan esta consulta son los mismos que llevan saqueando el país desde hace décadas. Quieren hacer creer al mundo que hay cambios, quizá puedan pensarlo, pero a los argelinos no nos engañan”.

Donde más lejos ha llegado el boicot ha sido en la región de la Cabilia. Esta zona al norte de Argelia es conocida por sus tradiciones opositoras y por las reivindicaciones que desde 1980 sus habitantes, los bereberes, reclaman respecto a su lengua y sus derechos nacionales. A pesar de la represión salvaje de la policía que se ha saldado con 17 heridos, en ciudades como Bejaia, Buira y Tizi Uzu la consulta fue simplemente anulada. En esta última, frente a los colegios cerrados y con urnas hechas a mano, se organizaron votaciones populares sobre los presos políticos para denunciar las detenciones y encarcelaciones arbitrarias de aquellos que han participado en las protestas pacíficamente. “Es una forma simbólica de rendir homenaje a los prisioneros que languidecen en las cárceles del poder”, señalaba un trabajador.

 “No reconocemos a Tebboune”

Al día siguiente, el viernes 13, como ya es tradición, en la plaza Grande Poste de Argel no cabía ni un alfiler. Decenas de miles volvieron a paralizar Argelia ante el anuncio del ganador de las elecciones ilegítimas: Abdelmayid Tebboune, quien encabezó el ministerio de Comunicaciones y Vivienda antes de ser nombrado primer ministro en 2017, identificado desde el principio como cercano a Gaid Salah y la cúpula del ejército.

El ANIE ha declarado que más de la mitad de los votos (58,15%) han sido para Tebboune, aunque parece evidente que el régimen ha intentado evitar por todos los medios posibles una segunda vuelta que podría haber supuesto un desgaste todavía mayor de quienes estaban a la cabeza de las elecciones.

El primer discurso pronunciado por el nuevo presidente es el mejor reflejo del miedo de la burguesía argelina ante la rebelión que sacude ininterrumpidamente el país desde hace diez meses. Hablando del “hirak bendito”, Tebboune ha ofrecido “tender una mano para un diálogo franco por el bien de Argelia” y ha sugerido que su principal prioridad es la aprobación de una nueva Constitución a través de un referéndum. Es decir, reformar algo para que todo siga igual.

No es ninguna novedad. Cuando el movimiento ha desbordado todos los obstáculos, cuando ni las concesiones ni la represión han logrado sus objetivos, los mismos que hace pocas semanas hablaban de un movimiento de “pseudo argelinos”, “traidores homosexuales” y “mercenarios al servicio de Francia”, ahora proclaman promesas fraudulentas para seguir insuflando oxígeno a su régimen moribundo.

El problema que tiene Tebboune y sus partidarios es que la experiencia de las masas es muy poderosa y ni estos diez meses, ni las luchas y huelgas obreras de los últimos años, ni el terror con el que el aparato del estado ha respondido -en sólo dos días de protestas 400 personas han sido detenidas-, han caído en saco roto. El instinto de la clase obrera y la juventud argelina se volvía a manifestar una vez más el pasado viernes: “Es el ‘rais’ [gobernante] de los militares, no el nuestro”, “Nada va a cambiar. Tebboune es un hombre del régimen, ahí lo puso Buteflika. Y tarde o temprano él también caerá. Vamos a continuar hasta el final”.

No habrá democracia sin socialismo. Un nuevo capítulo de la Primavera Árabe

Una nueva constitución con los mismos responsables políticos no resolverá el problema de la pobreza, el paro o un futuro de miseria para la juventud, ni logrará el juicio y castigo a los asesinos con traje militar que siguen controlando las decisiones políticas.

Conquistar una sociedad verdaderamente democrática, donde todas y cada una de las reivindicaciones del movimiento hirak se materialicen y se ponga un punto y final a la pesadilla que viven millones, pasa por impulsar el programa de la revolución socialista, expropiar a la burguesía y que los oprimidos y oprimidas tomen el poder político y económico para dar un cambio de 180 grados en sus propios destinos.

No es ninguna utopía. El movimiento en Argelia demuestra que la revolución no es algo del pasado. Las masas han  estado a altura para poder cumplir esta agenda y la correlación de fuerzas es claramente favorable a los trabajadores y jóvenes. Si esto todavía no ha pasado es porque no existe un partido revolucionario firme capaz de llevar la revolución hasta el final. Si así fuera, el capitalismo estaría condenado en el país.

La revolución argelina está vinculada al ascenso de la lucha de clases en África y Oriente Medio, empezando por Sudán, continuando con la rebelión en Líbano e Iraq y las recientes protestas en Irán. El capitalismo en la región se encamina hacia una crisis de graves consecuencias. Estos efectos ya han aparecido en el país magrebí: descenso del 12,5% de las exportaciones energéticas que suponen el 95 por ciento de los ingresos estatales en sólo un año, las reservas de moneda extranjera se han desplomado y el gasto público se reducirá un 9% el año que viene. La caída de la economía favorecerá a que la crisis revolucionaria desatada el pasado febrero siga profundizándose y esté lejos de cerrarse.

Los acontecimientos que hoy sacuden todos estos países tienen un claro hilo de continuidad con la Primavera Árabe. Vivimos un nuevo capítulo en la historia de la resistencia de las masas, pero a un nivel superior. Para garantizar que la revolución y la determinación de millones de trabajadores, jóvenes y pobres triunfa, es más necesario que nunca levantar una alternativa socialista e internacionalista.


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