La clase trabajadora en pie de guerra contra Macri

Tres años y medio después de la victoria del empresario Mauricio Macri en las elecciones presidenciales de Argentina, el aumento de los precios de los alimentos y el desempleo marcan el día a día de millones de familias. Las políticas salvajes contra los trabajadores, los pensionistas y la juventud implementadas por el Gobierno han sido respondidas con cinco huelgas generales y movilizaciones de masas. Éste es el escenario a tan sólo unos días de la celebración de una nueva huelga general el próximo 29 de mayo y a cuatro meses de celebrarse unas nuevas elecciones presidenciales, en las que Cristina Fernández de Kirchner (CFK) ha anunciado su regreso a la primera línea política.

En los primeros meses tras su llegada a la presidencia, Macri aplicó 40 decretos que representaron una declaración de guerra contra la clase trabajadora argentina: aumentos atroces del precio de la electricidad, el gas, el agua y el transporte (entre 200% y 1.300%), despido de miles de empleados públicos, una reforma para rebajar las pensiones y una reforma laboral con despido sin causa ni indemnización, entre otras medidas sangrantes. Además, en junio de 2018 Macri acordaba con el FMI un préstamo de 50.000 millones de dólares, el más grande jamás concedido por la entidad a un país, a cambio de un nuevo plan de ajuste.

Crisis económica y devastación social

La economía argentina entró en recesión en 2018, sufriendo una dura caída del 2,6% del PIB, con un descenso de la actividad industrial del 5% el año pasado y de un 14,7% solamente en diciembre. Por otro lado, en menos de un año la deuda externa ha pasado de un 40% a un 80% del PIB. La inflación es galopante, alcanzando el 15,6% en lo que va de año y un 55,8% a nivel interanual; aunque el Gobierno intenta controlarla mediante la fijación del cambio dólar-peso, los efectos de contención de los precios se desvanecen rápidamente en la medida que la economía real está en retroceso y el modelo económico argentino es enormemente dependiente del exterior padeciendo con fuerza los zarandeos de la crisis económica mundial.

Más de 190.000 trabajadores y trabajadoras perdieron su trabajo en 2018 y en el último cuatrimestre del año pasado se alcanzó una cifra total de desempleo de 1,7 millones (9,1%), que es la más alta desde el último trimestre de 2005. El salario real cayó un 12% y la inflación interanual para una familia pobre es del 61,5%, con un gran impacto en los precios de los alimentos (inflación del 18,7% en lo que va de año). La tasa de pobreza alcanzó el tercer trimestre del año pasado el 33,6%, que es la cifra más alta de la década y supone un aumento del 20% interanual, dándose el principal incremento en la zona industrial más importante de Argentina, el Conurbano (Ciudad de Buenos Aires y alrededores). En el país casi la mitad de niños y jóvenes son pobres (46%), el 10% es indigente, 3,2 millones no disponen de acceso al agua corriente y 9,5 millones de sistema de alcantarillado. Macri y los capitalistas argentinos están asfixiando a millones de familias trabajadoras.

Movilizaciones y huelgas de masas

La respuesta a esta situación devastadora para la mayoría no se hizo esperar. Maestros, trabajadores públicos, pensionistas, mujeres y centenares de colectivos salieron masivamente a las calles, generando una presión que ha desbordado a las direcciones sindicales de la CGT, la CTA y la CTA-A, que mantenían una actitud conciliadora para mantener de forma artificial la paz social impuesta por arriba; pero ésta ha sido rota por la movilización desde abajo, produciéndose cinco huelgas generales exitosas que han paralizado el país. Una enorme demostración de la disposición a la lucha del pueblo argentino.

La exigencia de la clase trabajadora de continuar la lucha en las calles es la que ha obligado a la dirección de la CGT a convocar una nueva huelga general para el 29 de mayo, la sexta contra Macri, consiguiendo además que rápidamente se hayan sumado las dos CTA y el Frente Sindical para el Modelo Nacional (FSMN, corriente de la CGT que agrupa a varios de sus sindicatos combativos).

El regreso de CFK y los límites del reformismo

CFK ha anunciado recientemente su precandidatura a la vicepresidencia argentina por la Alianza Cívica (plataforma electoral kirchnerista), con Alberto Fernández como número 1 y precandidato a presidente del Gobierno. El regreso de CFK a la primera línea ha generado ilusión entre una importante capa de trabajadores, que desearían incluso que fuese ella la que se postulase directamente para la presidencia. Esto responde al recuerdo que muchos de ellos guardan de su período como presidenta y el de su antecesor Néstor Kirchner, bajo los cuales, a pesar de no tocar los puntos fundamentales del sistema, pudieron aprovecharse del crecimiento económico para implementar ciertas reformas sociales y también otras medidas progresistas como los juicios a los responsables de los crímenes de la dictadura.

Alberto Fernández es un dirigente político que ha participado en distintos sectores del peronismo –apoyando primero, criticando después y apoyando recientemente de nuevo al kirchnerismo–, que ha ocupado altos cargos en distintos gobiernos y que tiene muy buenas relaciones con empresarios. Su elección como precandidato a presidente pretende lanzar un mensaje de calma a la burguesía argentina mientras que, por otro lado, el deseo de muchos trabajadores es que el regreso de CFK implique un cambio social profundo.

A pesar del apoyo social que generaron en el pasado los gobiernos kirchneristas, éstos mantuvieron las estructuras capitalistas intactas, con la consecuente proliferación de casos de corrupción y el afianzamiento de un modelo dependiente de las materias primas y del dominio de los monopolios imperialistas de los sectores estratégicos de la economía, con la precarización de miles de trabajadores correspondiente. Y es que no es posible acabar con la pobreza y la explotación bajo el sistema capitalista, aun haciéndole retoques. Fue la incapacidad de las políticas reformistas para solucionar los problemas de las masas y el nombramiento por parte del kirchnerismo de un candidato derechista, como Daniel Scioli, lo que allanó el terreno para que Macri venciera en las pasadas elecciones, y no un supuesto giro a la derecha de la sociedad argentina como apuntaban sesudos analistas y dirigentes de la izquierda reformista.

Las tareas de la izquierda revolucionaria

La irrupción de las masas en Argentina con sus potentes movilizaciones contra el Gobierno de Macri a pocos meses de la celebración de unas nuevas elecciones presidenciales expresa con claridad el nivel de conciencia de la clase trabajadora argentina, que comprende que la lucha en las calles es fundamental para conseguir sus reivindicaciones y que no deposita una ingenua esperanza en que únicamente las medidas implementadas desde las instituciones capitalistas puedan solucionar sus problemas. Ante esta situación se encontrará, en el caso de vencer, un nuevo gobierno kirschnerista. Luchas como la de Matamoros en México después de la victoria arrasadora de López Obrador en las pasadas elecciones demuestran que la clase trabajadora no se conforma con votar para frenar a la derecha, sino que exigirá que el Gobierno aupado por ella se posicione claramente al lado de los trabajadores y que está dispuesta a pelear con uñas y dientes por una transformación social real que mejore sustancialmente sus condiciones de vida.

La principal fuerza de la izquierda que se reclama marxista en Argentina es el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT), obtuvo más de 800.000 votos en 2015 y 3 diputados fruto del ambiente social combativo existente en la sociedad. La postura luchadora de los compañeros y compañeras del FIT les ha labrado un incremento de votos y de confianza entre una nueva capa de trabajadores, y refleja la existencia de un amplio espacio para seguir construyendo las fuerzas revolucionarias en Argentina.

No obstante, si el FIT quiere ser una alternativa real para el conjunto de los trabajadores y  aumentar significativamente su apoyo debe romper su sectarismo hacia el peronismo de izquierdas. Meter en el mismo saco a CFK y a Macri es un error que aísla al FIT de miles de trabajadores que ven con buenos ojos el retorno de CFK como herramienta para frenar a la derecha oligarca. Esta postura resta influencia a las legítimas críticas del FIT contra las políticas procapitalistas de los gobiernos kirchneristas y a la aceptación del pago de la deuda y de los acuerdos con el FMI que ya ha anunciado Alberto Fernández. Volver a pedir el voto en blanco en una hipotética segunda vuelta entre Alberto-CFK y Macri, como hicieron en 2015 con Scioli y Macri, sería de nuevo un grave error.

En el ámbito sindical, aunque el FIT critica correctamente a las direcciones sindicales peronistas y les exige seguir la lucha en las calles y no esperar a las elecciones presidenciales de octubre, debe hacer un llamamiento y orientarse a los afiliados y afiliadas de estos sindicatos para defender un sindicalismo combativo que se base en las asambleas de trabajadores y en la formación de comités de trabajadores para impulsar un proceso huelguístico amplio contra Macri y que ponga sobre la mesa necesidad de un plan socialista de nacionalizaciones –con especial énfasis en el sector alimentario– como la única manera de acabar con el drama social que viven millones de argentinos.

El colapso económico que vive Argentina hace inevitable recordar el episodio del Corralito y la posterior explosión social del Argentinazo en 2001. Todos los elementos para el estallido de una crisis revolucionaria están presentes. La gran tarea de los marxistas es la construcción de una dirección revolucionaria que esté a la altura de la combativa clase trabajadora argentina.


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