La candidatura peronista encabezada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, “El Frente de Todos'”, ha ganado las elecciones argentinas del pasado 27 de octubre con el 48,10% (12.473.709 votos), frente al 40,37% (10.470.607 votos) logrado por la candidatura de Mauricio Macri “Juntos por el Cambio”. Una victoria lo suficientemente holgada como para no necesitar una segunda vuelta, aunque menos amplia que la obtenida en las PASO —elecciones primarias celebradas el 11 de agosto donde la diferencia a favor del peronismo fue de 16,5 puntos y cerca de cuatro millones de papeletas—.

Además de la elección de presidente y vicepresidente, también se renovaron 130 diputados nacionales (de 270) y 24 senadores (de 72) y se eligieron diputados en tres provincias y en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Aunque en el Senado el peronismo obtiene la mayoría absoluta no es así en el Congreso, donde el macrismo es la primera fuerza con 120 escaños frente a los 109 del “Frente de Todos”. Esto contribuirá a introducir todavía más inestabilidad en la ya de por si convulsa situación política argentina.

Macri recupera terreno ante la pasividad de los dirigentes peronistas y su apuesta por el pacto social

El próximo 10 de diciembre Alberto Fernández será investido presidente de la República Argentina, pero esto no puede ocultar que la derrota del macrismo ha sido menos contundente de lo esperado. Varios factores explican este desarrollo.

En primer lugar, Macri ha liderado una campaña electoral muy agresiva apelando al voto del miedo, logrando movilizar no sólo a la oligarquía tradicional, también a la pequeña burguesía y a sectores atrasados de la población. Presentándose como el único muro de resistencia frente al kirchnerismo y a la lucha que la clase obrera y la juventud han protagonizado en estos años, Macri ha encabezado eficazmente la polarización de la sociedad por su banda derecha, arrancando cientos de miles de votos al resto de candidatos reaccionarios.

El otro aspecto que explica los resultados del macrismo es la política de Alberto Fernández y el oficialismo peronista. Desde que ganó las PASO no han hecho más que mandar mensajes de tranquilidad a los banqueros, al FMI y al Banco Mundial, insistiendo una y otra vez en que su intención es la de seguir pagando la deuda —aunque renegociando plazos y condiciones algo que todos los acreedores consideran inevitable—, y salvaguardar los intereses de los capitalistas nacionales y extranjeros.

Fernández ha dedicado gran parte de su tiempo y energías a la tarea de componer un nuevo pacto social entre la gran patronal y la burocracia de los sindicatos peronistas, con el nada disimulado objetivo de desactivar las movilizaciones de la clase obrera, favorecer más topes salariales y recortes sociales, y desviar el profundo descontento popular hacia las aguas del parlamentarismo.

Mientras han brillado por su ausencia las medias concretas que aplicaría para solucionar o por lo menos paliar el desastre social que asola a la mayoría de la población argentina, Fernández no se ha recatado en exigir más “sacrificios” para “volver a levantar a la Argentina”.

Los resultados del FIT-Unidad

En cualquier caso, la victoria de “El Frente de Todos" ha sido rotunda y la derrota macrista inapelable. Millones de trabajadores argentinos han utilizado la opción que les ofrecía el kirchnerismo para golpear a los que han arrasado cientos de miles de empleos, emprendido brutales contrarreformas sociales, y hundido a amplios sectores de la población en la pobreza. Por supuesto, el recuerdo de los anteriores gobiernos de los Kirchner en comparación a la pesadilla de Macri ha tenido un peso electoral muy fuerte entre las capas más explotadas y desfavorecidas.

El FIT-Unidad, coalición electoral integrada por el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS), el Partido Obrero (PO), Izquierda Socialista (IS), y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST), concurría a las elecciones después de haber conseguido en las PASO de agosto 723.000 votos, el 2,83%, colocándose como cuarta fuerza política, aunque a gran distancia de las tres primeras... Revalidar estos resultados era uno de los objetivos centrales.

Otro era aumentar la bancada de escaños. Uno de los tres parlamentarios del FIT-U, correspondiente a la Provincia de Buenos Aires, debía ser renovado, para lo que se presentó como primer candidato al dirigente del Partido Obrero, Néstor Pitrola. La dirigencia del FIT-U también aspiraba ganar un cuarto parlamentario, en concreto en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con Myriam Bregman, dirigente del PTS, como cabeza de lista.

Finalmente, el resultado no ha cumplido las expectativas y ha supuesto un claro retroceso electoral para el FIT-U. La candidatura presidencial ha conseguido 561.000 votos, el 2,16%, un 30,9% menos que en las presidenciales de 2015 (cuando el FIT logró 812.530 papeletas). El propio Néstor Pitrola señala que “en un cuadro de polarización que no tiene antecedentes desde 1983, FIT-Unidad sufrió una fuga de votos de su propia base electoral”. (Los aires de la victoria peronista. https://prensaobrera.com/politicas/66183-editorial-los-aires-de-la-victoria-peronista 29 de octubre de 2019). Todo indica que la mayoría de estos votos perdidos fueron a parar al “Frente de Todos”.

Respecto al Congreso nacional, el FIT-U no ha conseguido renovar el diputado por la Provincia de Buenos Aires, y tampoco se logró el acta esperada por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El sectarismo es una receta para los mayores desastres

El marxismo explica que el frente electoral es un elemento más (y por lo general ni siquiera el más importante) de los muchos a valorar cuando analizamos la situación de la lucha de clases, el nivel de radicalización al que la crisis capitalista ha llevado a la clase obrera y hasta qué punto el sistema está cuestionado por amplios sectores de las masas.

Indudablemente en el FIT convergen miles de militantes obreros y activistas juveniles que han estado en primera línea de la lucha de clases y están firmemente comprometidos con la causa del socialismo. Por eso el balance político de estas elecciones tendrá un peso importante de cara a preparar las batallas decisivas que están por llegar.

En el artículo que antes hemos citado, Néstor Pitrola escribe lo siguiente respecto al voto peronista: “El voto a Alberto Fernández tiene un carácter contradictorio: explica el descontento y el hartazgo con el Gobierno responsable de las privaciones a que vienen sometiendo a la población, pero por otro lado expresa la ilusión y el apoyo a una salida patronal que pregona una política de rescate y estímulo al capital y al empresariado, y de compromiso con el FMI y los acreedores. En otras palabras, la ilusión de que se podría sacar al país de la crisis sin afectar los intereses del capital, prescindiendo de una política anticapitalista”.

Esta fuera de duda que la clase obrera ha visto en “El Frente de Todos” el instrumento electoral para deshacerse de Macri. Pero concluir de esta votación que los trabajadores apoyan incondicionalmente la hoja de ruta de Alberto Fernández y su programa (“apoyo a una salida patronal que pregona una política de rescate y estímulo al capital y el empresariado” ¡ni más ni menos!), no sólo es un grave error que contradice la experiencia de estos años en los que la clase obrera y la juventud ha enfrentado la política del Gobierno de Macri duramente, también lo es porque considera que los oprimidos de Argentina, con su voto, han extendido un cheque en blanco a la dirigencia peronista y se quedarán cruzados de brazos cuando este ponga en marcha su agenda.

La clase obrera plantó cara a la política de Mauricio Macri desde el inicio de su mandato a finales de 2015. Además, y esto es muy importante, mientras los “jefes” parlamentarios peronistas abogaban por una oposición “responsable” trabajando por el entendimiento con el Gobierno, y los dirigentes sindicales de la CGT y la CTA mantenían una posición conciliadora con Macri dando prioridad a la concertación y la paz social, la clase obrera se enfrentó a esta estrategia y saltó gran parte de las barreras que la burocracia peronista, política y sindical, les ha puesto por delante. La presión ejercida por los trabajadores, que se manifestó en numerosos episodios de indisciplina sindical, obligó a convocar cinco huelgas generales.

Argentina ha vivido movilización tras movilización, desde las impresionantes manifestaciones que cercaron el Congreso contra la privatización de las pensiones y fueron duramente reprimidas, pasando por la de cientos de miles de estudiantes y docentes que abarrotaron Buenos Aires luchando por la enseñanza pública, el impresionante movimiento de mujeres desafiando el poder de la oligarquía y la Iglesia por el derecho al aborto libre y gratuito, o cinco huelgas generales…. ¿Acaso estos desarrollos no tienen ninguna importancia? ¿Cómo se concilia esta realidad con “apoyar una salida patronal”?

Sacar como conclusión que los más de 12 millones de votantes por la coalición peronista reflejan un bajo nivel de conciencia, o simplemente optaron “por una de las dos opciones de la burguesía”, es completamente ajeno al método marxista y no tiene nada que ver con los cuidadosos análisis que de fenómenos semejantes realizó León Trotsky.

Citamos a Trotsky por que las organizaciones que integran el FIT-U se declaran “trotskistas”, aunque muchos de sus dirigentes parecen haber olvidado las enseñanzas del fundador de la Cuarta Internacional. Trotsky jamás afirmó, ni tampoco se le ocurrió insinuar, que los millones de votos obreros que recibió el Frente Popular francés o español en 1936, o el KPD y la socialdemocracia alemana en los años treinta, lo eran para apoyar las políticas contrarrevolucionarias y procapitalistas de sus dirigentes reformistas. Trotsky, a diferencia de los sectarios, comprendía que bajo la envoltura de ese voto había una determinación clasista para luchar contra el fascismo y la reacción.

La tarea de los marxistas, ayer y hoy, no es descalificar y acusar a los trabajadores que apoyan en las urnas a los dirigentes socialdemócratas y estalinistas, del pelaje que sea, sino encontrar el camino para establecer la conexión con millones de luchadores mediante una crítica seria y rigurosa de la política de sus líderes, proponiendo al mismo tiempo un frente único de lucha por las demandas y reivindicaciones inmediatas que afectan a la vida de las masas. Sólo así será posible arrancar a la clase obrera de la influencia nefasta de organizaciones que se comportan como los doctores “democráticos” del capitalismo, pero con sus hechos preparan el terreno para que el capital nos aplaste.

Los obreros españoles, franceses, alemanes de aquel periodo, como los argentinos, los ecuatorianos o los chilenos en la actualidad, no son ciegos, ni están sordos.

En este periodo la conciencia de la clase obrera argentina ha dado un importante paso adelante. Al calor de las lecciones que la lucha contra Macri ha brindado al movimiento obrero, reivindicaciones como las de defender las empresas públicas frente a las privatizaciones, la necesidad de romper con el FMI, dejar de pagar la deuda y utilizar esos recursos para satisfacer las necesidades sociales, y muchas otras, han ido ganando audiencia en sectores cada vez más amplios de las masas.  

No, la clase obrera no ha votado por una “salida patronal” ni tiene la “ilusión de que se podría sacar al país de la crisis sin afectar los intereses del capital”. La clase obrera argentina, por lo menos millones de trabajadores conscientes que no son ingenuos ni charlatanes, saben perfectamente que se viene un periodo de grandes luchas de clase, de combates tremendos y que tendrán que confiar en sus propias fuerzas. Desde el punto de vista electoral han utilizado el instrumento que tenían a su alcance para barrer a la derecha. Pero no se han atado de pies y manos a Alberto Fernández, ni tampoco a la burocracia sindical. Quién piense eso tiene una imagen muy pobre de los trabajadores argentinos.

El tiempo de gracia del que va a gozar Alberto Fernández será más corto que el de los anteriores gobiernos kirchneristas. Pero no solo por las insostenibles condiciones materiales a las que la crisis capitalista está sometiendo a las masas argentinas, frente a las que la política defendida por Fernández no ofrece ninguna solución, también por la potente voluntad de lucha desplegada en el periodo anterior —que ha sido una gran escuela de aprendizaje—, y por el impacto que en el movimiento obrero argentino están teniendo las rebeliones y levantamientos que recorren el continente latinoamericano y el mundo entero.

¿Argentina no es Chile? La rebelión continental de la que no escapará Argentina

En otra parte del mismo artículo Néstor Pitrola escribe: “El contraste entre el Chile que cuestiona treinta años de Gobiernos de ambos polos de la democracia pinochetista —la Concertación y la derecha de Piñera— y su herencia de superexplotación y entrega, y la Argentina, donde vota el 81% del padrón a dos fuerzas sociales responsables de la deriva que ha llevado a una de las crisis capitalistas más explosivas de América Latina, es evidente”.

¡Es asombroso que alguien que se reclama trotskista sea capaz de escribir así! Según el dirigente del PO, Argentina no es Chile. Esta consideración parte de un hecho empírico incuestionable: en Chile hay una crisis revolucionaria y en Argentina no. Obvio ¿Pero que se quiere decir cuando se afirma que en Argentina el 81% vota a fuerzas capitalistas, mientras que en Chile se pone en cuestión a los dos polos de la democracia pinochetista? ¿Que la conciencia de la clase obrera chilena es mucho más alta, mucho más avanzada que la de la clase obrera argentina?

Esto no tiene nada que ver con la dialéctica materialista que es el método del marxismo. La misma clase obrera chilena que hoy está protagonizando un levantamiento ejemplar, votó en muchas ocasiones por la Concertación y el PS, y por el Partido Comunista de Chile (PCCh), cuyas políticas se diferencian muy poco de las llevadas a cabo por el kirchnerismo. En las elecciones presidenciales chilenas de 2017, el derechista Sebastián Piñera obtuvo el 54´58% de los votos, si bien es cierto que hubo un 50% de abstención. Una parte de la clase obrera chilena decepcionada no votó, y otra volvió a apoyar en las urnas a la coalición (la Concertación) que formaban, entre otros, el Partido Socialista y al Partido Comunista, organizaciones que llevan muchos años contribuyendo al profundo deterioro de las condiciones de vida de las masas, que blanquearon la dictadura y sostuvieron un pacto social prolongado con la patronal y el gran capital.

Y, sin embargo, son esas mismas masas de trabajadores y jóvenes los que han salido valientemente a las calles, han derrotado el toque de queda enfrentándose a la represión brutal de los milicos y los carabineros, han puesto contra las cuerdas al gobierno de Piñera y abierto una crisis revolucionaria como no se conocía desde los años de la Unidad Popular.

Para una organización marxista es de vital importancia estar preparada políticamente para cuando las masas irrumpan masiva y abruptamente en la escena. Obviamente prever el momento preciso en el que esto ocurrirá es muy complicado, pero si es imprescindible que los acontecimientos no pillen por sorpresa al partido.

Lamentablemente con el método de análisis aplicado por el compañero Pitrola, el estallido social que se está incubando en Argentina podría tomar por sorpresa al PO y al FIT-Unidad limitando su capacidad para intervenir y ofrecer una política justa. La propia experiencia chilena lo demuestra cuando, en lugar de proponer una alternativa socialista que rompa con el capitalismo y ponga la lucha por la democracia obrera como eje, la mayoría de las organizaciones que componen el FIT-U defienden como consigna una “asamblea constituyente, libre y soberana”, o lo que es lo mismo, una formula “más genuina y avanzada”, y más utópica, de democracia burguesa en el contexto del capitalismo decadente del siglo XXI.

El sectarismo y el oportunismo, como señalaba Trotsky, siempre van de la mano. Los factores fundamentales que han provocado la rebelión en Chile también están presentes en Argentina, algunos, como el deterioro de la situación económica, incluso a un nivel superior. Mañana, la misma clase obrera que ha votado a Alberto Fernández para deshacerse de Macri, entrará en escena haciendo temblar los cimientos del capitalismo argentino.  

El actual colapso económico hace inevitable recordar el corralito y el posterior Argentinazo. El margen de maniobra con el que contará el Gobierno de Alberto Fernández es limitado. La experiencia de estos años no ha pasado en balde: a pesar de los denodados esfuerzos del futuro presidente por alcanzar un pacto que garantice la paz social, más pronto que tarde la clase obrera y la juventud exigirán medidas reales y efectivas para acabar con el paro, la inflación, la precariedad laboral y la pobreza.

Las condiciones objetivas para una escalada revolucionaria están presentes en Argentina. Esa es la perspectiva para lo que debe prepararse la vanguardia obrera y sus organizaciones de lucha.


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