La llama de la revolución que recorre Latinoamérica ha hecho estallar por los aires la estabilidad política en Colombia. Toda la pólvora acumulada en el país está explotando desde el pasado 21 de noviembre, generando el mayor desgaste y cuestionamiento del régimen capitalista colombiano en los últimos 40 años, y llevando a la oligarquía al límite. La fuerza del levantamiento que ha desatado la huelga general ha superado todas las expectativas, y abre un nuevo periodo en la lucha de clases en Colombia.

21N: una huelga general histórica

La huelga general del jueves 21 de noviembre ha sido, sin ningún lugar a dudas, la movilización de la clase trabajadora más importante desde el paro general del 14 de septiembre de 1977. Convocada por todas las centrales obreras y campesinas en respuesta al “Paquetazo” del Gobierno presidido por Iván Duque, acérrimo militante del ala dura uribista, ha abierto una rebelión de masas sin precedentes. El conjunto de medidas aprobado, en la misma línea que las planteadas por Lenin Moreno, Piñera o Bolsonaro bajo dictado del FMI, pretendían rebajar el salario mínimo (actualmente es de unos 220€), destruir el ya precario sistema de pensiones y ofrecer rebajas fiscales a las rentas más altas.

El descontento acumulado y el rechazo popular al primer año de gobierno de Duque se manifestó con fuerza en las semanas previas al paro, generando un apoyo inmenso a la jornada. En primer lugar, por la durísima represión que sufrieron los estudiantes universitarios en Bogotá, especialmente en la Universidad Distrital, que salieron a la huelga tras la revelación de un escándalo de corrupción por parte del rectorado. En segundo lugar, por el bombardeo a un supuesto campamento guerrilleros disidentes de las FARC, que causó la muerte de 8 menores de edad, y forzó la salida, a solo dos semanas de la huelga, del Ministro de Defensa, que ya estaba cuestionado por la muerte de más de 100 líderes sociales, sindicales e indígenas en lo que va de año. Y en tercer lugar, y sin el cual no se puede entender el entusiasmo de las masas colombianas, por el levantamiento generalizado en el continente. La rebelión en Ecuador contra su “Paquetazo” particular, la huelga general indefinida impuesta por las masas en Chile y la respuesta revolucionaria en Bolivia contra el golpe de estado juegan un papel inspirador en las movilizaciones de los países vecinos, de la misma manera que sucedió en la Primavera Árabe a principios de década.

A pesar de que solo el 5% de la fuerza laboral del país está sindicada, el seguimiento de la huelga fue total y homogéneo en todo el país. Este hecho indica como la nueva generación de trabajadores se incorpora a la acción política de manera decidida y explosiva cuando ven la oportunidad de golpear con fuerza al adversario de clase. La ausencia de participación en los sindicatos burocratizados que han sido el sostén de la paz social durante años —una norma común en todo el mundo pero mayor todavía fuera de Europa— no significa que la clase obrera no saque conclusiones avanzadas ni esté dispuesta al combate. Al contrario. Como los acontecimientos latinoamericanos están demostrando, es un completo error medir la conciencia y la combatividad de los trabajadores y la juventud por el nivel de sindicación o la política de las direcciones reformistas.

Los medios de comunicación burgueses, el gobierno y la patronal han tenido que reconocer con asombro el apoyo a la huelga general. Según la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco), solo el comercio se vio afectado en un “50%”, lo que supuso unas pérdidas de alrededor de 60 millones de dólares en el sector. Si bien el campesinado colombiano tiene amplias tradiciones de movilizaciones generales, como demostraron en los paros agrarios del 2008 y 2013, las huelgas laborales han tenido en los últimos años un carácter localizado y sectorial. El carácter histórico de la huelga, que paralizó la actividad económica y productiva de la industria, desbordó todas las previsiones con manifestaciones sin precedentes en todas las ciudades y municipios colombianos.

Millones de personas en Bogotá, Cali, Cartagena y Bucaramanga llenaron las plazas y las calles. Y, sin duda, la sorpresa de la jornada fueron las imágenes de cientos de miles en Medellín, la segunda ciudad del país y feudo tradicional del uribismo, clamando a viva voz contra Duque y el establishment, al igual que en el resto de las ciudades históricamente conservadoras. Esto no hace más que recrudecer el golpe que se llevó la derecha en las elecciones municipales del pasado 27 de octubre, donde perdieron todas las grandes ciudades y departamentos; Bogotá, Medellín, Cali y Cartagena incluidos.

El gobierno recurre a la represión salvaje

La respuesta del gobierno a la movilización no se hizo esperar. El acuartelamiento previo de todo el ejército, el cierre de fronteras y la concesión de más poderes represivos a los alcaldes en los días previos al paro fueron el precedente de las escenas de represión feroz que capturaron los manifestantes con sus teléfonos móviles y viralizaron por las redes sociales. A su vez, de manera descarada, la prensa capitalista y los infiltrados policiales en las manifestaciones se coordinaron para generar escenas de caos y saqueos simultáneos en Cali y Bogotá, y así respaldar el toque de queda en la primera ciudad, y el violento desalojo de la Plaza de Bolívar en la segunda, hacia las primeras horas de la tarde.

Desafiando a las patrullas mixtas de policías y militares, por todo el territorio discurrieron “caceroladas” multitudinarias para rechazar la represión, que derivaron en asambleas en barrios y pueblos en las que la consigna de continuar la lucha fue dominante. De manera instintiva, millares de personas, especialmente en Bogotá y Cali, se han organizado en patrullas vecinales, con palos y machetes, para imponer el orden y rechazar la actuación de los infiltrados y las fuerzas represivas. Sin quererlo, el Gobierno de la derecha y el Estado colombiano —con una larga historia a sus espaldas de masacres populares y guerra sucia— han empujado a las masas a dar el primer paso para organizar piquetes populares.

 “El paro no para”

Como resultado de la fuerza del movimiento, el presidente Duque abrió la puerta al “diálogo social” con interlocutores a su elección, mientras el “Comité del Paro Nacional”, conformado por las direcciones de las centrales sindicales, campesinas, indígenas y estudiantiles, llamaba a dar por finalizado la huelga. Pero en la mañana del 22 de noviembre, espontáneamente, decenas de miles de trabajadores y jóvenes bloqueaban estaciones y autopistas de las principales ciudades, abriendo el camino a la extensión de la lucha hasta que el Gobierno de Duque caiga.  Tal ha sido fuerza con la que las masas han arrollado a su dirección, que a éstas, con Gustavo Petro a la cabeza, nos les ha quedado otra que rectificar parcialmente, y mantener las convocatorias de “caceroladas” y manifestaciones, siempre dentro de ciertos límites que ellos mismos han intentado marcar, siendo rebasados una y otra vez.

Contra todo pronóstico del gobierno, ni el toque de queda en Bogotá, ni la campaña del miedo y la represión (por ahora, hay 3 muertos, 273 heridos y cientos de detenidos) no ha hecho mella en el movimiento, que ha ampliado su base social. Los abusos policiales del ESMAD (cuerpo antidisturbios militarizado) e han empujado a los sectores más escépticos a tomar parte en la movilización. El látigo de la contrarrevolución ha estimulado la revolución, exactamente igual que en Ecuador, Chile y Bolivia.

Un país que sangra por la represión y la desigualdad

Es imposible entender la profundidad de los acontecimientos actuales sin comprender el contexto en el que se sitúan. A nadie se le escapa que Colombia ha sido el peón predilecto del imperialismo norteamericano en la zona durante las últimas décadas. La lucha guerrillera y el narcotráfico fueron la excusa utilizada por la burguesía para militarizar el país con ayuda del Departamento de Estado y la CIA, reforzar el poder del ejército y las bandas paramilitares uribistas, y pisotear los derechos democráticos más elementales.

La oligarquía nacional justificó la implantación de un estado del terror que, sin salirse de la fachada “democrática y constitucional”, ha supuesto más de cuatro décadas de masacres y represión para todos los militantes de la izquierda colombiana, haciendo del país una auténtica dictadura política que se agudizó con la llegada al poder en 2002 del ultraderechista Álvaro Uribe y su política de la “Seguridad Democrática”.

Para dar una idea de la magnitud del balance represivo hay que empezar por el escándalo más sonado de los últimos tiempos: los falsos positivos. El ejército y la policía asesinaron entre 4.500 y 5.000 jóvenes, en sólo tres años, para presentarlos como guerrilleros muertos en combate. Sin embargo, esta política viene de mucho más lejos: con el recuerdo aún vivo de la masacre de más de 3.500 militantes de la Unión Patriótica en la década de los 80 del siglo pasado, bajo cobertura de la burguesía terrateniente y del ejército se organizaron bandas paramilitares entrenados por la CIA y el MOSAD para constituir las Autodefensas Unidas de Colombia, que se convertirían en el brazo armado del uribismo. En sus 15 años de actividad oficial, las AUC ejecutaron entre 15.000 y 25.000 personas.

La represión fue, en el plano de la lucha contra la izquierda, la continuación de una política neoliberal contra los trabajadores. Basta con citar algunas cifras del Banco Mundial y del DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estadística) para hacerse una radiografía de la profunda desigualdad existente en Colombia: a pesar de tener un PIB superior al de Suecia, Bélgica o Nueva Zelanda, el 1% de la población del país concentra el 81% de la propiedad de la tierra; del 50% de la población vive en la pobreza, y casi la mitad de ésta se sitúa en una situación de pobreza extrema; 5.000 niños mueren al año a causa de la desnutrición; y los ingresos per cápita del 10% más rico supera en 24 veces al del 30% más pobre.

A todo esto, hay que añadir que el subdesarrollo social y estructural en el país es muy acusado. Unos 2 millones de personas no tienen acceso a agua potable en sus hogares, más de 1.700 municipios no cuentan con electricidad, y el 5% de la población es analfabeta.

Hay que continuar la batalla: ¡Hacia el paro indefinido para derrotar a Duque! ¡Por el poder obrero!

No es posible señalar una perspectiva sin analizar detalladamente la retrospectiva. El peso político que ha tenido la actividad guerrillera, y en especial las FARC, en la lucha de clases en Colombia no se puede menospreciar. Por un lado, las limitaciones del programa de las FARC (la lucha por la “soberanía nacional” y la “democracia política”) y unas acciones armadas desconectadas de la lucha obrera y campesina, y cada vez más cercanas a los métodos del terrorismo individual, dio mucha munición a la oligarquía para justificar la represión y la persecución a los líderes sociales.

El final oficial de la actividad armada de las FARC, tas los acuerdos de La Habana entre los líderes guerrilleros y el Gobierno, no produjo la resolución de ninguno de los problemas sociales, económicos y políticos que estaban sobre la mesa. La frustración entre muchos combatientes ha llevado a una reactivación de sectores disidentes que han vuelto de nuevo a las armas. Pero este camino ya ha demostrado que es un callejón sin salida. Precisamente la lucha de masas iniciada con la huelga general muestra realmente cuales son los métodos para derrotar a la oligarquía y transformar la sociedad en líneas socialistas.

El hecho de que estas jornadas hayan golpeado a la burguesía colombiana más duramente que 60 años de lucha guerrillera, no hace más que confirmar la política del genuino marxismo revolucionario. Como señaló Lenin: “pensamos que cien asesinatos de zares juntos no producirán jamás un efecto tan estimulante y educativo como la sola participación de decenas de miles de obreros en asambleas en las que se examinan sus intereses vitales, la influencia que ejerce esta participación en la lucha, que pone en pie realmente a nuevos sectores del proletariado, alzándoles a una vida más consciente, a una lucha revolucionaria más amplia” *.

Este levantamiento histórico pone en relieve también la profunda polarización política que vive la sociedad colombiana, cuya primera evidencia fueron los grandes resultados electorales de Gustavo Petro y Colombia Humana en las elecciones presidenciales de 2018** y en las municipales del pasado mes de octubre.

A pesar de la ausencia de una dirección revolucionaria clara y consecuente, las masas colombianas han avanzado tanto a nivel cuantitativo como cualitativo respecto a las últimas décadas, mostrando su enorme potencial y determinación para derrocar el capitalismo. En este momento crítico es necesario que la vanguardia en lucha levante un programa efectivo para lograr la caída de Duque y la reversión de todas las contrarreformas. Para eso hay que obligar, mediante la acción desde la base, a las direcciones de los sindicatos a organizar a la huelga indefinida y al establecimiento de Asambleas Populares que gestionen democráticamente la autodefensa y el desarrollo de la movilización en las ciudades y localidades de todo el territorio colombiano, y que se coordinen a nivel estatal para aplicar un programa que unifique a todos los sectores: expropiación de los grandes latifundios, nacionalización de la tierra y reparto entre los campesinos pobres; fin de todas las contrarreformas sociales: salario mínimo digno, sanidad y educación pública y de calidad, nacionalización total de ECOPETROL, de la banca y los grandes monopolios bajo control obrero; desmantelamiento inmediato de las bases militares norteamericanas, libertad de los presos políticos y disolución de las bandas paramilitares y el ESMAD. Juicio y castigo a los responsables de la represión y la guerra sucia.

El paso adelante que supuso la victoria parcial del Paro Agrario del 2013 abrió una época de polarización que hoy se supera. El Paro Nacional del 2019 supone un salto de gigante en la lucha de clases en el país, que se suma a la ola revolucionaria que atraviesa el continente. Las y los oprimidos colombianos han demostrado su decisión de tomar el cielo por asalto, por eso es necesario construir urgentemente una dirección —un partido marxista revolucionario— a su altura.

¡Hacia la huelga general indefinida!

¡Fuera Duque! ¡Por una Colombia socialista y la Federación de Repúblicas Socialistas de América Latina!

¡Únete a Izquierda Revolucionaria Internacional!

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* Lenin, V.I., Nuevos acontecimientos y viejos problemas, en Obras completas, t. VI, Madrid, Akal Editor, 1976, pág. 308.

** Izquierda Revolucionaria: A pesar de la victoria del uribismo • Resultados históricos de la izquierda en Colombia: https://www.izquierdarevolucionaria.net/index.php/internacional/otros-america-latina/11156-a-pesar-de-la-victoria-del-uribismo-resultados-historicos-de-la-izquierda-en-colombia


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