Lleguen a ustedes estas palabras escritas, ante la imposibilidad de decírselas en persona, debido a inexplicables e increíbles demoras en los trámites consulares de mi visado. Después de un engorroso, costoso e interminable proceso burocrático iniciado desde los primeros días de febrero, hoy todavía no tengo respuesta del cónsul español y por eso no sé cuándo pueda ir, ni siquiera si podré hacerlo.
Estas son reflexiones de un humilde estudiante cubano cuyo mayor orgullo y única distinción es pertenecer a un pueblo que desde hace 46 años hace Revolución.
Cuba resiste hoy con entereza los más duros embates del imperio norteamericano y sus acólitos: el bloqueo genocida, las agresiones de todo tipo y condenas espurias en desprestigiadas comisiones internacionales donde tienen voz las oligarquías y no los pueblos.
Cuando se desplomaba en la URSS y en la Europa del Este esa caricatura trágica de socialismo que se autodenominaba como “realmente existente”, eran muchos los que consideraban a la Revolución Cubana en estado de agonía, ya moribunda, y eran escasos los meses que le daban de vida. Algunos en Miami llegaron incluso a preparar maletas para el regreso. Y con las ganas se quedaron, pues hoy, a 15 años de aquellos derrumbes de muros y de dogmas, la Revolución no naufragó y no sólo sigue estando ahí, terca, resistiendo, desafiando los peores augurios, enfrentando los peligros que entraña persistir en la defensa de lo que se cree aunque los vientos cambien y soplen en contra, sino que ya está a la ofensiva, en pleno proceso de profundización de su proyecto socialista y de sus principales conquistas, de recuperación económica ascendente, de perfeccionamiento de su modelo de justicia social y de distribución de la riqueza, avanzando en la construcción de una sociedad superior, cada vez más justa.
Cuba no está sola, la acompañan todos los que en el mundo creen que es posible un modo diferente de vivir, en el que tenga más peso el valor humano que el valor de cambio, donde tengan más importancia las personas que las ganancias y las cosas, donde la economía esté puesta en función del hombre y no viceversa, donde seamos todos propietarios colectivos y beneficiarios de la riqueza y no sólo unos pocos, donde exista la verdadera democracia, la de los trabajadores, la de los explotados, la de las mayorías, donde se haya alcanzado la causa más noble que haya animado jamás a la humanidad: la emancipación del hombre de todas las cadenas que le oprimen. Ese mundo distinto, mejor, sólo puede tener un nombre: socialismo. Y Cuba es el ejemplo más claro, palpable, de la posibilidad real de ese mundo. La pequeña isla del Caribe, aún bloqueada, aún agredida, aún pobre y subdesarrollada, a pesar de sus insuficiencias, desaciertos y errores, a pesar incluso de que todavía es mucho el camino que le falta por recorrer en la edificación del socialismo, muestra todo lo que es capaz de hacer un pueblo cuando decide tomar en sus manos la construcción de su propio destino, aún a fuerza de sacrificios.
Esta Cuba, donde se le rinde culto a la dignidad plena del hombre, cuyos descomunales avances en materia social, educacional, de salud y deporte, no por repetidos y conocidos pierden la capacidad de asombrar, es hoy la esperanza de los pueblos de tener un futuro mejor. Ha dejado de ser solamente de los cubanos para pertenecer a todos los revolucionarios del mundo, para convertirse en patrimonio de la humanidad, pues ella señala la senda por la cual transitar para dejar atrás la barbarie capitalista. Por eso su defensa, su cuidado, la profundización de su proceso revolucionario, concierne no exclusivamente a los que vivimos en ella, también a todos los que en cualquier rincón del planeta comparten la utopía posible y movilizadora de un mañana sin miserias ni opresiones.
Cuba es una isla socialista rodeada de un océano capitalista, y mientras siga aislada en ese mar de relaciones capitalistas, estará en peligro. Por lo tanto ninguna victoria será total o definitiva mientras exista imperialismo, mientras exista capitalismo. Eso lo sabemos muy bien los cubanos. Por eso entendemos que la revolución no puede enclaustrarse en fronteras nacionales. Actualmente el mejor internacionalismo que puede brindar la revolución cubana es resistir, seguir existiendo como faro, como ejemplo, además de continuar prestando siempre su ayuda, su concurso, su experiencia a todos los revolucionarios del orbe. De la misma forma, la mejor solidaridad que se le puede brindar a la Revolución Cubana, además de estar vigilantes y prestos a defenderla ante cualquier ataque imperialista, además de difundir sus verdades y realidades, falseadas por la propaganda de los poderosos, es desatar procesos revolucionarios y socialistas en el resto del mundo. A la revolución cubana la amenaza no sólo el imperialismo sino las posibilidades reales de restauración capitalista que hoy coexisten en su seno. Para conjurarla y que sigan predominando en Cuba las relaciones sociales solidarias, el humanismo, la justicia, será indispensable la extensión de la revolución socialista mundial a otros países de América y de los demás continentes.
La lucha de clases en América Latina se encuentra en un punto álgido. Los pueblos latinoamericanos, con enormes y hermosas tradiciones de lucha, ya no soportan más, están exigiendo cambios, y lo hacen en las calles, en las fábricas, en las universidades, enfrentándose a los aparatos represivos del Estado burgués. Hoy el continente es un hervidero de explosiones, de convulsiones sociales, demostraciones populares de fuerza tan arrolladora que ya más de un gobierno ha caído ante su empuje.
En México las masas han restituido en su puesto de alcalde a López Obrador, en abierto desafío a las trampas legalistas de los sectores políticos dominantes. Bolivia con la expulsión de Sánchez de Lozada, las repetidas victorias populares sobre las transnacionales en Cochabamba, en El Alto, la lucha por recuperar sus recursos naturales. Los piqueteros argentinos, las fábricas tomadas: Zanon, Brukman. Los ecuatorianos y su récord de tres presidentes defenestrados en pocos años. Las recientes convulsiones estudiantiles en Chile y Nicaragua. Las exigencias de reforma agraria del MST en Brasil.... Y la lista sería casi interminable.
Pero las transformaciones que piden las mayorías de nuestra América sólo podrán ser realidad con el socialismo. Ninguna izquierda “democrática, moderna y responsable” que llegue al poder para administrar la crisis capitalista y conseguir que todo siga igual podrá dar respuesta a las exigencias de nuestros pueblos. Los trabajadores latinoamericanos, los campesinos, los estudiantes, los oprimidos, tienen que organizarse y conformar su proyecto político propio para la conquista del poder y la transformación revolucionaria de la sociedad.
Todos estos procesos que están teniendo lugar en el continente y las revoluciones cubana y bolivariana se influyen recíprocamente, retroalimentándose mutuamente. Una victoria en Cuba o Venezuela se convierte en acicate de lucha para el resto de los pueblos latinoamericanos, e igual sucede en sentido contrario. Por eso la defensa y profundización del referente paradigmático que significan las revoluciones cubana y venezolana es una tarea de primer orden para los revolucionarios del continente y de todo el mundo.
Una oleada revolucionaria triunfante en América Latina, resultante en la conformación de una federación latinoamericana de repúblicas socialistas tendría efectos positivos de incalculables proporciones en las clases trabajadoras del resto del Tercer Mundo, de Europa, de Estados Unidos. El germen de esa oleada está hoy en las patrias de Bolívar y de Martí, de ahí la importancia que tiene cuidar esos dos procesos revolucionarios y su creciente integración.
En días recientes se firmaron en La Habana varios convenios de cooperación e intercambio entre Cuba y Venezuela en el marco de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA). Ellos no son más que el inicio de una verdadera integración justa y solidaria, antimperialista, entre dos pueblos, y entusiasma no por lo que ya es sino por lo que puede llegar a ser, un amanecer solidario al que más temprano que tarde tendrán que incorporarse otros pueblos en revolución.
La revolución bolivariana se encuentra en la actualidad en un momento particularmente importante. Las declaraciones formales del presidente Chávez sobre su carácter socialista además de generar un debate vital entre los mismos venezolanos sobre el camino a emprender, el tipo de sociedad que se quiere construir, también ha despertado un tremendo interés por las ideas del socialismo, una sed enorme de conocimientos sobre el marxismo, sus postulados fundamentales, sobre las obras de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, el Che, lo que ha ofrecido un ambiente inmejorable para el activismo de los que defienden los principios del marxismo revolucionario. Estas declaraciones sobre el socialismo son acompañadas en la práctica por las intenciones de expropiar los grandes latifundios improductivos y repartir tierras a los campesinos pobres, de fomentar cooperativas y núcleos de desarrollo endógenos, comunitarios; por las advertencias de que fábricas cerradas y abandonadas por sus dueños, serán fábricas tomadas, nacionalizadas y puestas en manos de sus trabajadores. En este sentido las experiencias de Invepal e Inveval son bien aleccionadoras. Pero no basta con eso, no basta con los innumerables beneficios y mejoras sociales que brindan las misiones. El pueblo organizado tiene que conquistar todo el poder, incluido el económico. Las principales palancas y resortes económicos del país no pueden permanecer en manos de la oligarquía traidora, del imperialismo, en manos del enemigo. Deben pasar al pueblo.
En una revolución se avanza o se perece. El Che Guevara daba la clave: en una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera. Y si es verdadera tendrá que ser socialista, no hay opción. En palabras del Guerrillero Heroico: revolución socialista o caricatura de revolución. No hay medias tintas. Se sirve a poderosos o a oprimidos, a explotados o a explotadores, nunca a los dos a la vez. Las posiciones intermedias, las terceras vías, son siempre falsas, engañosas, en realidad defienden el actual estado de cosas, no se proponen cambiar el status quo, y sus reformas no resuelven nada. O se rompe con el capitalismo y se avanza al socialismo o no tendrán solución los problemas que aquejan a nuestros pueblos. Los paliativos serán todos estériles.
En las revoluciones cubana y venezolana palpita el espíritu de toda una época. De su suerte dependerá en mucho el destino de la humanidad en los años venideros. Ya hoy la prehistoria capitalista no sólo significa atraso, servidumbre, desigualdades abismales. Sus niveles de consumismo, de despilfarro, de explotación irracional de los recursos naturales, de agresión al medio ambiente, han llegado a un punto tal que han puesto en peligro la supervivencia misma de la especie humana. Entonces lo que está en juego con el avance o retroceso de estos dos procesos revolucionarios es algo tan serio como nuestra propia existencia. La derrota de alguno de los dos implicaría un descalabro, un reflujo enorme en las rebeldías, en los enfrentamientos a la dominación, en las luchas revolucionarias de todo el orbe, en la más mínima ilusión de cambiar al mundo.
He ahí la enorme importancia de esta campaña, de este acto, convocados por los compañeros de la Fundación Federico Engels y del Sindicato de Estudiantes, a los que agradezco infinitamente el noble empeño solidario, de contribuir a la defensa de los procesos bolivariano y cubano ante los ataques imperiales. Y lo agradezco y los felicito no ya como cubano o como latinoamericano sino como cualquier revolucionario del mundo, como cualquier combatiente de una causa justa.
Ojalá pronto pueda estar entre ustedes para compartir juntos estas jornadas de lucha y reflexiones. Aunque pensándolo bien, la distancia que nos separa es sólo física. Pueden estar seguros que mi corazón y mi pensamiento los acompañan en este momento.
Muchas gracias. Hasta la victoria siempre.
Saludos revolucionarios. Frank Josué.