La realidad es que, pese a quién pese, la victoria del Movimiento Quinta República (MVR) de Chávez con el 68% de los escaños en la Asamblea Nacional, y que con el resto de partidos que apoyan el proceso revolucionario se reparten el conjunto de los escaños, es una muestra más de la bancarrota de la contrarrevolución burguesa que, derrotada en sus intentos de terminar con Chávez —que han incluido golpe de Estado, paro patronal y referéndum revocatorio—, retirándose de unas elecciones en las que sus resultados iban a ser bochornosos, trata de ocultar (con el argumento de que un 75% de abstención no puede legitimar el resultado electoral) su falta de apoyo social serio.
La retirada de los principales partidos opositores de las elecciones legislativas del 4 de diciembre forma parte de la estrategia del imperialismo de deslegitimar la victoria arrolladora de los candidatos chavistas en dichas elecciones y minar la simpatía de la que goza la revolución bolivariana a nivel internacional, algo que el imperialismo no puede tolerar. Se trata de una nueva ofensiva desestabilizadora contra la revolución venezolana.
La excusa para no concurrir a las elecciones no puede ser más absurda. Varios partidos de oposición exigieron la retirada de las máquinas capta-huellas utilizadas desde el referéndum del 15 de agosto con el objetivo de evitar que una persona pueda votar dos veces, una vieja costumbre de algunos de esos partidos “democráticos” de oposición a quienes parecía gustar tanto la democracia que a menudo no podían resistirse a ofrecer a sus simpatizantes la posibilidad de votar no una sino varias veces. El argumento opositor era que en la memoria de estas máquinas podían rastrearse los datos del votante. El máximo responsable del Consejo Nacional Electoral (CNE) demostró que esta posibilidad, desde un punto e vista técnico, era remotísima. Pese a todo, el CNE decidió retirar las máquinas tal y como pedía la oposición para quitar a ésta cualquier excusa. Pero los dirigentes de Acción Democrática y del partido socialcristiano COPEI anunciaron que igualmente no concurrirían a la contienda electoral.
El boicot electoral
y la desesperación
de la contrarrevolución
La oposición, que había decidido inicialmente concurrir unida a las elecciones, anunció que su objetivo era lograr al menos 57 diputados y evitar así que los candidatos de los diferentes partidos que apoyan al presidente Chávez pudiesen lograr los dos tercios de la Asamblea Nacional que permitirían reformar la constitución venezolana y poder aprobar toda una serie de leyes para profundizar la revolución. Sin embargo, incluso los sondeos opositores menos pesimistas, pronosticaban una debacle electoral sin precedentes en la historia. Según varios de ellos, toda la oposición unida no alcanzaría ni 30 escaños, es decir menos del 20% de la nueva Asamblea. Esta es una de las causas de su decisión de boicotear las elecciones. Pero no la única.
Estas elecciones son un preámbulo de las presidenciales de 2006 en las que todas las encuestas pronostican una victoria aplastante de Hugo Chávez. Tanto la victoria bolivariana del 4 de diciembre como, especialmente, una victoria aplastante de Chávez en las próximas presidenciales no sólo darían un nuevo golpe al imperialismo estadounidense y a la contrarrevolución venezolana sino que reforzarían aún más el prestigio internacional creciente de Chávez y de la revolución bolivariana.
El imperialismo está cada vez más preocupado por la profundización de la revolución venezolana, por el discurso socialista de Chávez y por algunas de las medidas en ese sentido que ha tomado: expropiación de varias empresas, anuncio de profundizar esa vía a través de la cogestión revolucionaria y la creación de las llamadas Empresas de Producción Social (EPS), etc. Los estrategas de la contrarrevolución y del imperialismo entienden perfectamente que el proceso revolucionario venezolano, con pasos adelante y atrás, sigue evolucionando hacia la izquierda y el discurso y propuestas de Chávez en lugar de moderarse —como esperaba un sector de los estrategas del imperialismo tras la victoria de Chávez en el referéndum del 15 de agosto— siguen radicalizándose y estimulando la movilización y radicalización de las propias masas.
El imperialismo estadounidense teme la extensión de la revolución
Otro aspecto muy preocupante para el imperialismo es que Chávez ya no se destaca únicamente como un líder de las masas explotadas en Venezuela sino que se ha convertido en el principal referente de lucha contra el imperialismo y por la transformación revolucionaria de la sociedad para millones de jóvenes, trabajadores y campesinos en toda América Latina. Recientemente, un antiguo candidato a la presidencia de Venezuela por COPEI decía en un programa de TV: “Al principio Chávez y su revolución bolivariana pudieron ser considerados por EEUU como una curiosidad tropical pero ahora se ha convertido en un peligro y una amenaza a su poder que deben eliminar”.
El apoyo a Chávez en Venezuela sigue creciendo y ahora, además, han visto su éxito en Mar del Plata y su apoyo creciente en América Latina. La acogida entusiasta de miles de trabajadores y jóvenes en el Estado español, Francia e Italia, y la simpatía entre los propios trabajadores y explotados de EEUU que despiertan sus declaraciones y medidas —como la distribución a precios populares de gas a los sectores más humildes a través de la red de distribución que posee la petrolera estatal venezolana PDVSA en EEUU (CITGO)—, ha convencido a los imperialistas de que tienen que volver a pasar a la ofensiva e intentar una nueva campaña de desestabilización y calumnias contra la revolución venezolana que prepare el terreno para una futura intervención más o menos directa contra la misma. Esta es la principal razón de que la administración Bush haya auspiciado esta nueva ofensiva que incluye la retirada de los candidatos títeres que tenían para las elecciones del 4 de diciembre y, así, cuestionar la existencia de democracia en Venezuela y volver a repetir todas las cansinas mentiras y manipulaciones que en otros momentos ya se han difundido contra la revolución bolivariana.
Tras la histórica victoria de Chávez en el referéndum del 15 de agosto un sector importante del imperialismo decidió “reconocer” el resultado, sustituir la ofensiva abierta para intentar derrocarle por una táctica más a medio plazo, combinando la negociación, la presión diplomática y el uso del enorme poder económico que todavía tienen los capitalistas y las transnacionales en Venezuela para ir saboteando la solución a los problemas económicos de las masas obreras, campesinas y populares y desgastar, de este modo, el apoyo a la revolución. La razón de ese cambio de táctica era que comprendían que no tenían las condiciones en aquel momento para lanzar una ofensiva contrarrevolucionaria abierta que les permitiese tener una excusa para intervenir.
En estos momentos, la correlación de fuerzas sigue siendo enormemente favorable a la revolución. Los deseos de las masas de seguir avanzando y construir el socialismo son mayores que nunca. La clase obrera está en ascenso y está asumiendo un papel cada vez más importante en la lucha por el socialismo con el debate sobre la cogestión revolucionaria y el control obrero. A la vez se acerca la perspectiva de la reelección de Chávez.
Una Venezuela socialista: la mejor manera de defender la revolución
La inquietud crece en las filas del imperialismo y la clase dominante. Por eso, un sector ha apostado por romper la baraja, pasar a la ofensiva con una campaña más agresiva contra la revolución, en la perspectiva de crear, lo antes posible, las condiciones para una nueva desestabilización y probablemente intervención. Pero una cosa es lo que quieren hacer y otra lo que pueden hacer. El imperialismo no es todopoderoso y si algo demuestra la historia de la revolución bolivariana es que puede ser derrotado.
Voceros del alto gobierno, tras las elecciones, han dejado escapar la tentativa de llamar a la oposición al diálogo y a la negociación. Esto sería un nuevo error del sector reformista que piensa que dando más concesiones a la contrarrevolución va a poder calmar el ambiente y hacerlos partícipes del proceso. Es claro que la contrarrevolución no quiere pactar. La única concesión que les va a satisfacer será la destrucción completa de la revolución y de cualquier memoria histórica que pueda haber de ella.
Con una Asamblea Nacional totalmente pintada de rojo, no puede seguir habiendo excusas para no avanzar en la construcción del socialismo. Se ha hablado de reformar la constitución para incluir formas colectivas de propiedad, incluir la palabra socialista en el nombre del país, entre otros. Todas estas medidas pueden ser positivas, pero deben ir acompañadas de cambios mucho más profundos. No basta con incluir formas colectivas de propiedad, sino que debe decretarse la inmediata nacionalización de la banca, los latifundios y los grandes monopolios industriales y empresariales y colocarlos bajo el control democrático de los trabajadores, campesinos y sectores oprimidos en general en el marco de una planificación socialista de la economía. Esto además debería ir acompañado por un cambio radical en el Estado que podría empezar con un decreto que haga cumplir las cuatro condiciones que enumerada Lenin en su obra El Estado y la revolución: todos los funcionarios serán elegidos y podrán ser revocados en cualquier momento por quienes los eligieron; ningún funcionario ganará un salario mayor al de un obrero cualificado; ningún ejército ni policía permanentes, el pueblo en armas; todos los cargos deben ser rotativos, “si todos somos burócratas, nadie es un burócrata”, decía Lenin.
Si los discursos y propuestas revolucionarias se mantienen y profundizan pero los problemas de las masas no encuentran una rápida y drástica solución la oposición contrarrevolucionaria arreciará su discurso antisocialista e intentará presentar al socialismo, al “intervencionismo del gobierno”, a la revolución y a Chávez como los responsables de los problemas económicos que la incapacidad misma del sistema capitalista y su saboteo de la economía generan. Hoy más que nunca, la mejor defensa para la revolución es acelerar la construcción del socialismo mediante la expropiación de los capitalistas y la creación de un Estado obrero.