La Comuna de París de 1871 fue uno de los episodios más trascendentales e inspirantes de la historia de la clase obrera. En un tremendo movimiento revolucionario, los trabajadores de París reemplazaron el estado capitalista con sus propios órganos de gobierno y mantuvieron el poder político hasta su caída en la última semana de mayo. Los trabajadores parisienses se esforzaron, en circunstancias extremadamente difíciles, por terminar con la explotación y la opresión, y por reorganizar la sociedad sobre una base enteramente nueva. Las lecciones de esos acontecimientos son de fundamental importancia para los socialistas de nuestros días.

Veinte años antes del advenimiento de la Comuna, después de la derrota del levantamiento de los trabajadores en junio de 1848, el golpe militar del 2 de diciembre de 1851 llevó al poder al Emperador Napoleón III. Al principio, el nuevo régimen bonapartista parecía inconmovible. Los trabajadores habían sido derrotados, sus organizaciones ilegalizadas. A fines de la década de 1860, sin embargo, el agotamiento del crecimiento económico, y el renacimiento del movimiento laboral, habían debilitado seriamente el régimen. Se hizo claro que sólo una nueva guerra –con un éxito rápido- podría permitir que sobreviviera algún tiempo. En agosto de 1870, los ejércitos de Napoleón III se pusieron en marcha contra Bismarck. La guerra, argumentó, traería conquistas territoriales, debilitaría a los rivales de Francia, y terminaría con la crisis en las finanzas y la industria.

A menudo sucede que la guerra lleva a la revolución. No es por accidente. Una guerra arranca a los trabajadores de su rutina diaria. Las acciones del estado, de los generales, de los políticos, de la prensa, son escudriñadas por la masa de la población con infinitamente más atención que en condiciones normales de tiempos de paz. Es así particularmente en caso de derrota. El intento de invasión de Alemania por Napoleón III terminó rápidamente y sin gloria. El 2 de septiembre, cerca de Sedan en el borde oriental de Francia, el Emperador fue capturado por el ejército de Bismarck junto con 100 mil soldados. En París, manifestaciones de masas inundaron las calles de la capital, exigiendo el derrocamiento del Imperio y la declaración de una nueva república democrática.

La llamada oposición republicana estaba aterrorizada por este movimiento, pero fue obligada, a pesar de ello, a inaugurar la república el 4 de septiembre. Un nuevo "Gobierno de Defensa Nacional" fue instalado, cuya figura clave era el general Trochu. Jules Favre, también parte del gobierno y un representante típico del republicanismo capitalista, proclamó que "ni una pulgada de territorio, ni una sola piedra de nuestras fortalezas" serían cedidas a los prusianos. Las tropas alemanas rodearon rápidamente París y sitiaron la ciudad. El pueblo apoyó inicialmente al nuevo gobierno en nombre de la "unidad" contra el enemigo extranjero. Pero esa unidad se rompería pronto.

A pesar de sus declaraciones públicas, el Gobierno de Defensa Nacional no creía que fuera posible defender París. Fuera del ejército regular, una milicia popular de 200 mil, la Guardia Nacional, se declaró dispuesta a defender París, pero los obreros armados dentro de París constituían un peligro mucho mayor para los intereses de clase de los capitalistas franceses, que el ejército extranjero a sus puertas. El gobierno decidió que sería mejor capitular ante Bismarck lo más pronto posible. Sin embargo, a causa del fervor patriótico de los parisienses y de la Guardia Nacional, el gobierno no podía declarar abiertamente sus intenciones. Trochu tenía que ganar tiempo. Contaba con los efectos sociales y económicos del sitio para debilitar la resistencia de los trabajadores de París. Mientras tanto, el gobierno abría negociaciones secretas con Bismarck.

Con el paso de las semanas, la hostilidad hacia el gobierno fue creciendo. Cundían innumerables rumores sobre negociaciones con Bismarck. El 8 de octubre, la caída de Metz provocó una nueva manifestación de masas. El 31, varios contingentes de la Guardia Nacional, dirigidos por los blanquistas, atacaron y ocuparon temporalmente el edificio [del Hôtel de Ville]. En esa etapa, la masa de los trabajadores, no estaba aún preparada a actuar contra el gobierno. La insurrección fue por lo tanto aislada. Blanqui huyó a la clandestinidad y Flourens, el valeroso comandante de los batallones de Belleville, fue encarcelado.

En París, la inanición y la pobreza provocadas por el asedio estaban teniendo consecuencias desastrosas, y la necesidad de romper el sitio se sentía de manera tanto más aguda. La salida dirigida a tomar la aldea de Buzenval el 19 de enero terminó en otra derrota. Trochu renunció. Fue reemplazado por Vinouy, que, en su primera proclama, escribió que los parisienses "no debieran tener ilusiones" sobre la posibilidad de derrotar a los prusianos. Ahora estaba en claro que el gobierno tenía la intención de capitular. Los clubes políticos y los Comités de Vigilancia llamaron a los Guardias Nacionales a que se armaran y a que marcharan sobre el Ayuntamiento. Otros destacamentos fueron a las prisiones a liberar a Flourens. Bajo creciente presión de abajo, los demócratas de clase media de la Alianza Republicana exigieron un "gobierno popular" para organizar una resistencia efectiva contra los prusianos. Pero cuando los Guardias Nacionales llegaron al Ayuntamiento, Chaudry, representando al gobierno, se dirigió a gritos a los delegados de la Alianza. Eso bastó para que los republicanos decidieran dispersarse de inmediato. Guardias bretones favorables al gobierno abatieron a Guardias Nacionales y a manifestantes que trataban de oponerse a esa traición. Los Guardias Nacionales devolvieron el fuego, pero fueron obligados a retirarse.

El primer choque armado con el gobierno significó el colapso de la Alianza Republicana. Si embargo, el movimiento contra el gobierno disminuyó temporalmente. El 27 de enero, el Gobierno de Defensa Nacional pudo seguir con la capitulación que había planeado desde el comienzo del sitio.

La Francia rural estaba a favor de la paz, y los votos del campesinado en las elecciones a la Asamblea Nacional en febrero, dieron una gran mayoría a los candidatos monárquicos y conservadores. La Asamblea nombró a un reaccionario empedernido, Adolphe Thiers, como jefe del gobierno. Un choque entre París, y la mayoría "rural" de la Asamblea, se hizo inevitable. La contrarrevolución abierta había levantado su cabeza, y actuó como un aguijón para la revolución. Los soldados prusianos penetrarían pronto en la capital. La tregua en el movimiento dejó ahora el paso a una nueva ola más poderosa de protestas. Manifestaciones armadas de la Guardia Nacional tuvieron lugar, apoyadas masivamente por los trabajadores y los sectores más pobres de la población, denunciando a Thiers y a los monárquicos como traidores, llamando a la "lucha hasta la muerte" en defensa de la república. Los eventos del 31 de octubre y del 22 de enero no fueron más que tímidos anticipos del nuevo movimiento que venía. La clase obrera de París, en su totalidad, estaba ahora en franca rebeldía.

La Asamblea Nacional reaccionaria provocaba constantemente a los parisienses, refiriéndose a ellos como asesinos, criminales. Anuló la paga, de por sí muy baja, de los Guardias Nacionales, a menos que demostraran que eran "incapaces de trabajar". El sitio había llevado a muchos trabajadores al desempleo, y la prestación por su servicio en la Guardia Nacional era todo lo que los separaba de la inanición. Los atrasos en el pago de alquileres y todas las deudas fueron hechos pagaderos dentro de 48 horas. Esto amenazaba a los pequeños comerciantes con la ruina inmediata. París perdió su estatus como capital de Francia, la que fue transferida a Versalles. Estas medidas, y muchas otras, afectaron a los sectores más pobres de la sociedad de manera particularmente dura, pero llevaron también a una radicalización de los parisienses de clase media, cuya única verdadera esperanza de salvación residía ahora en el derrocamiento revolucionario de Thiers y de la Asamblea Nacional.

La rendición a los prusianos y la amenaza de la restauración monárquica, llevaron a una transformación en la Guardia Nacional. Un "Comité Central de la Federación de Guardias Nacionales" fue elegido, representando 215 batallones, equipados con 2000 cañones y 450 mil armas de fuego. Se adoptaron nuevos estatutos, estipulando "el derecho absoluto de los Guardias Nacionales de elegir sus dirigentes, y de revocarlos en cuanto perdieran la confianza de sus electores." Esencialmente, el Comité Central, y las estructuras correspondientes a nivel de batallón, fueron predecesores de los soviets de diputados de obreros y campesinos, que surgieron durante las revoluciones de 1905 y 1917 en Rusia.

La nueva dirigencia de la Guardia Nacional demostró rápidamente su autoridad. Cuando el ejército prusiano iba a entrar en País, decenas de miles de parisienses armados se reunieron con la intención de atacar al invasor. El Comité Central intervino para impedir una lucha desigual para la que no estaba aún preparado. El éxito del Comité Central estableció firmemente su autoridad como la dirección reconocida de la masa del pueblo. Clément Thomas, el comandante nombrado por el gobierno, no tuvo otra alternativa que renunciar. Las fuerzas prusianas ocuparon parte de la ciudad durante dos días, pero luego se retiraron.

Thiers había prometido a los rurales en la Asamblea que restauraría la monarquía. Su tarea inmediata fue terminar con la situación de "doble poder" en París. Los cañones bajo el control de la Guardia Nacional –y particularmente aquellos en las alturas de Montmartre dominando la ciudad- simbolizaban la amenaza contra la "ley y el orden" capitalista. A las 3 de la mañana, el 18 de marzo, 20 mil soldados regulares fueron enviados a apoderarse de esos cañones, bajo el comando del general Lecomte. Los cañones fueron capturados sin dificultades. Sin embargo, la expedición había comenzado sin pensar en la necesidad de tener arneses para arrastrarlos. A las 7, los arneses no habían llegado. Los soldados se vieron ahora rodeados por una creciente multitud de trabajadores, incluyendo mujeres y niños. A continuación llegaron a la escena los Guardias Nacionales. La multitud desarmada, los Guardias Nacionales y los hombres de Lecomte estaban apretujados unos contra otros en el denso gentío. . Algunos de los soldados fraternizaron abiertamente con los guardias. Lecomte ordenó a sus hombres que dispararan sobre la muchedumbre. Nadie disparó. Los soldados y los Guardias Nacionales lanzaban vítores y se abrazaban. Fuera de un breve intercambio de tiros en la Plaza Pigalle, el ejército se descalabró sin ofrecer resistencia alguna a los Guardias. Lecomte y Clement Thomas, el ex comandante de la Guardia Nacional que había disparado contra los obreros en 1848, fueron arrestados. Soldados enfurecidos los ejecutaron poco después.

Thiers no había previsto la defección de los soldados. Presa del pánico, huyó de París y ordenó al ejército y a los servicios civiles que evacuaran por completo la ciudad y los fuertes a su alrededor. Thiers quería salvar lo que pudiera del ejército alejándolo del "contagio" por el París revolucionario. Los restos de sus fuerzas, muchos de ellos abiertamente insubordinados, cantando canciones revolucionarias y gritando consignas, partieron a Versalles.

Sin el viejo aparato estatal, la Guardia Nacional se apoderó de todos los puntos estratégicos en la ciudad, sin encontrar resistencia de importancia. El Comité Central no había jugado ningún papel en los acontecimientos del día. ¡Y, a pesar de ello, en la noche del 18, descubrió que era, en efecto, el gobierno de un nuevo régimen revolucionario basado en el poder armado de la Guardia Nacional!

La primera tarea que enfrentó el Comité Central fue entregar el poder que tenía en sus manos. ¡No tenían un "mandato legal" para gobernar! Después de mucha discusión, se acordó quedarse en el Ayuntamiento "unos pocos días" durante los cuales se organizarían elecciones municipales. Con el grito de "¡Viva la Comuna!", los miembros del Comité Central se sintieron muy aliviados, porque no tendrían que ejercer el poder por mucho tiempo. El problema que tenían que encarar de inmediato era el de Thiers y del ejército en camino hacia Versalles. Eudes y Duval propusieron que la Guardia Nacional los persiguiera para aplastar lo que quedaba de las fuerzas en manos de Thiers. Sus llamados no fueron escuchados. El Comité Central estaba compuesto en su mayor parte por gente muy moderada, sin ninguna preparación en su temperamento e ideas para las tareas con las que los enfrentaba la historia.

El Comité Central comenzó largas negociaciones con los antiguos alcaldes y con varios "conciliadores" sobre la fecha de las elecciones. Esto absorbió su atención, hasta que la elección tuvo finalmente lugar el 26 de marzo. Thiers aprovechó bien ese valioso tiempo que se le ofrecía. Se condujo una campaña de mentiras y una despiadada propaganda contra París en las provincias, y, con la ayuda de Bismarck, se reforzó la cantidad, las armas y la moral de los soldados, preparándose para un ataque contra París.

La Comuna recién elegida reemplazó a la dirección de la Guardia Nacional como el gobierno oficial del París revolucionario. Estaba compuesta sobre todo de gente asociada de una u otra manera con el movimiento revolucionario. Se podría describir a la mayoría como "republicanos de izquierda," sumidos en una nostalgia idealizada por el régimen jacobino del tiempo de la Revolución Francesa. De sus 90 miembros, 25 eran obreros, 13 eran miembros del Comité Central de la Guardia Nacional, y unos 15 miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores. Entre ellos, los blanquistas –hombres enérgicos siempre dispuestos a medidas dramáticas y extremas, pero con ideas políticas de las más vagas – y los Internacionalistas sumaban un cuarto de la Comuna. Blanqui mismo estaba en una prisión provincial. Los pocos miembros de derecha que habían sido elegidos, renunciaron a sus puestos usando diversos pretextos. Otros fueron arrestados al descubrirse sus nombres en archivos de la policía, que los identificaban como ex espías del régimen imperial.

Bajo la Comuna, todos los privilegios de los funcionarios del estado fueron abolidos, los alquileres fueron congelados, los talleres abandonados fueron colocados bajo el control de los trabajadores, se tomaron medidas para limitar el trabajo nocturno, para asegurar la subsistencia de los pobres y de los enfermos. La Comuna declaró que su objetivo era "terminar con la competencia anárquica y ruinosa entre los trabajadores por la ganancia de los capitalistas", y la "difusión de los ideales socialistas". La Guardia Nacional se abrió a todos los hombres físicamente capaces, y organizada, como hemos visto, siguiendo líneas estrictamente democráticas. Los ejércitos permanentes "separados y apartados del pueblo" fueron declarados ilegales. La Iglesia fue separada del estado. La religión fue declarada "asunto privado". Se confiscaron casas y edificios públicos para la gente sin hogar. La educación pública fue abierta a todos, así como los teatros y los centros de cultura y educación. Los obreros extranjeros fueron considerados como hermanos y hermanas, como soldados de la "república universal del trabajo internacional". Se realizaban reuniones, día y noche, en las que miles de hombres y mujeres ordinarios discutían cómo diferentes aspectos de la vida social podían ser organizados en función de los intereses del "bien común".

El carácter social y político de la sociedad, que estaba tomando forma bajo los auspicios de la Guardia Nacional y de la Comuna, era inequívocamente socialista. La falta de todo precedente histórico, la ausencia de una dirigencia palpable, organizada, de un programa claro, combinadas con la dislocación social y económica de una ciudad sitiada, significaba necesariamente que los trabajadores buscaban laboriosamente, a tientas, cuando se trataba formular los requerimientos concretos para la organización de la sociedad en función de sus propios intereses. Se ha escrito mucho sobre la incoherencia, las medidas a medias, el tiempo y la energía perdidas y las prioridades erróneas del pueblo parisiense durante sus diez semanas de poder dentro de los muros de una ciudad sitiada. Todo esto, y más, es cierto. Los communards cometieron muchos errores. Marx y Engels fueron particularmente críticos de que no hubieran tomado el control del Banco de Francia, que continuó pagando millones de francos a Thiers, con los que se estaba armando contra París. Sin embargo, fundamentalmente, todas las iniciativas más importantes tomadas por los trabajadores iban hacia la emancipación total, social y económica, de la población asalariada, como clase. Sobre todo, a la Comuna le faltó el tiempo suficiente. El proceso en la dirección del socialismo fue cortado en seco por el retorno del ejército de Versalles y el baño de sangre que terminó con la Comuna.

La amenaza desde Versalles fue claramente subestimada por la Comuna, que no sólo no intentó atacarlos, sino que ni siquiera se preparó seriamente para su propia defensa. Desde el 27 de marzo en adelante, había habido ocasionales intercambios de fuego entre las posiciones avanzadas del ejército de Versalles y las fortificaciones en los alrededores de París. El 2 de abril, un destacamento communard que iba hacia Courbevoie, fue atacado y rechazado. Los prisioneros tomados por las fuerzas de Thiers fueron ejecutados sin juicio. Al día siguiente, bajo la presión de la Guardia Nacional, la Comuna, por fin, lanzó una ofensiva sobre tres flancos contra Versalles. Sin embargo, a pesar del entusiasmo de los batallones de communards, la falta de preparación política y militar seria (se pensaba claramente que, como el 18 de marzo, el ejército de Versalles se pasaría a la Comuna al ver a la Guardia Nacional) condenó esa tardía misión de combate a un fracaso funesto.

Esa derrota resultó en la pérdida no sólo de los muertos y heridos, que incluían a Flourens y Duval, ambos masacrados después de su captura por el ejército de Versalles, sino que también de los elementos más pusilánimes dentro de París. El optimismo fatalista de las primeras semanas dio paso a un sentido del peligro inminente de derrota, acentuando las divisiones y las rivalidades en todos los niveles del comando militar.

Finalmente, el ejército de Versalles entró en París el 21 de mayo de 1871. En el Ayuntamiento, después de no haber organizado ninguna estrategia militar seria, ahora, en el momento decisivo, la Comuna simplemente dejó de existir, abdicando toda responsabilidad a un "Comité de Seguridad Pública," completamente inefectivo. Se dejó a los Guardias Nacionales que combatieran "en sus localidades", una decisión que de por sí, junta con la ausencia de todo comando centralizado, impidió toda concentración seria de fuerzas de la Comuna que hubiera podido resistir el ataque de las tropas de Versalles. Los communards combatieron con inmensa valentía, pero fueron gradualmente empujados hacia el este de la ciudad, y derrotados finalmente el 18 de mayo. Las fuerzas de Thiers realizaron una terrible matanza de casi 30 mil hombres, mujeres y niños, y unos 20 mil fueron probablemente masacrados en las semanas siguientes. Los pelotones de ejecución estuvieron en acción, hasta bien avanzado el mes de junio, asesinando a todo el que fuera sospechado de haber cooperado de alguna manera con la Comuna.

Marx y Engels siguieron de cerca la Comuna, y sacaron muchas enseñanzas de ese primer intento de edificar un estado de trabajadores. Sus conclusiones están contenidas en los escritos publicados bajo el título de "La Guerra Civil en Francia", con una introducción particularmente remarcable de Engels. Antes del 18 de marzo, habían declarado que, considerando las circunstancias desfavorables, la toma del poder sería "una locura desesperada." Sin embargo, los acontecimientos del 18 de marzo dejaron a los obreros con un poder en sus manos, que les había sido impuesto. Los trabajadores de París se consideraban como luchadores, no sólo por sus objetivos inmediatos. Luchaban, como declaraban, por una "república social universal", libre de la explotación de la división en clases, del militarismo reaccionario y de los antagonismos nacionales. En la Francia moderna, como en todos los países industrializados del mundo, las condiciones materiales para la realización de esos grandes objetivos, son incomparablemente más favorables hoy en día, que en la situación de 1871. Debemos establecer ahora un fundamento sólido para la sociedad por la que combatieron y murieron los hombres y mujeres de la Comuna.

Traducción de The Paris Commune of 1871.


Vea también:

*
En memoria de la Comuna de V. I. Lenin.

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Las lecciones de la Comuna de León Trotsky.

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