Al cumplirse dos años del fallecimiento de Hugo Chávez, republicamos este artículo sobre su legado y la lucha por el Socialismo.

A las 16:25 horas del 5 de marzo fallecía Hugo Chávez. Inmediatamente, millones de personas en toda Venezuela se echaron a la calle para mostrar su dolor e identificación con el dirigente de la revolución bolivariana y su familia. Al día siguiente, el traslado del féretro desde el Hospital Militar hasta el lugar donde quedó instalado para que el pueblo pudiese darle su último adiós se convirtió en la más impresionante movilización de masas que se ha vivido nunca en Venezuela.

Esta gigantesca muestra de apoyo a Chávez y a la revolución, así como las posteriores manifestaciones en apoyo al candidato presidencial del PSUV, Nicolás Maduro, tienen un enorme significado. La muerte de Chávez lejos de suponer el fin de la revolución ha llevado a millones de personas a dar un paso al frente. Al gritar “yo soy Chávez” están manifestando su voluntad de convertirse en militantes aún más activos y garantes de la revolución. Esta reacción espontánea de las masas desenmascara, una vez más, el carácter cínico y mentiroso de la campaña que durante años han mantenido los imperialistas y sus agentes mediáticos cuando intentaban ocultar a los distintos pueblos del mundo el hecho indiscutible de que Chávez, elegido democráticamente en una elección tras otra, contaba con el apoyo masivo del pueblo venezolano. La manipulación mediática en torno a la figura de Chávez y a la revolución venezolana no es casual. En un contexto donde los gobiernos capitalistas de todo el planeta están golpeando a las masas, el ejemplo vivo de la revolución venezolana representa una amenaza para ellos y una fuente de lecciones e inspiración para todos los que luchamos por cambiar la sociedad.

Los orígenes de la revolución

Hugo Chávez concentró en su persona las aspiraciones, anhelos y esperanzas de millones de oprimidos: el pueblo revolucionario vio en él a uno de los suyos en el poder. Si se granjeó con orgullo el odio de los explotadores fue porque reunía en su persona los rasgos más elevados que poseen las masas revolucionarias: coraje, determinación, rechazo a toda conciliación o vasallaje con los opresores, desprecio por el propio destino individual ante la firme creencia en que mediante la lucha y la organización colectiva de los oprimidos es posible un mundo distinto, sin opresión de ningún tipo.

Chávez nace en el seno de una familia pobre de Barinas, estado agrícola llanero del sur del país. Muchas veces se refirió a sí mismo como “un campesino”. Chávez hace carrera como oficial del ejército venezolano, pero ya desde joven es consciente de que el sistema político de la IV República está podrido. Desde finales de los 70 mantiene contactos con sectores de la izquierda venezolana y con otros oficiales para conformar un movimiento revolucionario en el seno del ejército. Así, en 1982, crea junto a un pequeño grupo de oficiales el Movimiento Bolivariano Revolucionario 200 (MBR-200). En aquel entonces el descrédito de las ideas del marxismo (al ser identificadas con el estalinismo en descomposición) empuja a esta capa de jóvenes oficiales a buscar fundamentalmente el impulso moral e ideológico para cambiar el país en las ideas antiimperialistas y nacionalistas. Es a medida que sus objetivos democráticos chocan con el sabotaje de los capitalistas y del propio imperialismo cuando Chávez irá llegando a la conclusión de que para hacer realidad el ideal bolivariano y dar salida a los problemas de América Latina y Venezuela es preciso luchar por el socialismo.

El efecto de las políticas del FMI y los capitalistas. Del ‘Viernes Negro’ al ‘Caracazo’

Venezuela es uno de los países más ricos del mundo. Se estima que durante los años que duró el régimen de la IV República (desde la caída de la dictadura de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958 hasta la llegada de Chávez al poder en diciembre de 1998) se ingresaron en concepto de divisas por la venta del petróleo 500.000 millones de dólares, el equivalente a tres planes Marshall como los que contribuyeron a reconstruir Europa Occidental tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, fruto del carácter atrasado y parásito de la burguesía venezolana, ligada al imperialismo norteamericano, Venezuela era uno de los países con más pobreza y desigualdad del continente.

La quiebra bursátil del 18 de febrero de 1983, fecha conocida como “Viernes negro”, marcó el inicio del declive económico y social de Venezuela. La oligarquía venezolana se plegó totalmente a la presión del imperialismo norteamericano —que buscaba recomponer su tasa de ganancia y remontar la crisis de los años 70— para que Venezuela bajase el precio del petróleo, que cayó de 50 a 8 dólares el barril. Al igual que ahora vemos en Europa, la crisis fiscal del Estado venezolano —resultado del desplome de los precios petroleros— fue respondida aplicando una cura brutal del FMI. El recorte salvaje de derechos sociales envió a la marginación y la miseria a millones de trabajadores. En aquel entonces el 67,2% de la población venezolana vivía en la pobreza y el 34,1% de la misma se hallaba en pobreza absoluta.

Era inevitable un estallido revolucionario. La gota que colmó el vaso de la indignación popular llegó el 27 de febrero de 1989. Un mes después de la elección de Carlos Andrés Pérez, su gobierno, asesorado por el FMI, lleva adelante un ajuste brutal y la economía se desploma en un año más de un 8%. La explosión social, conocida como el Caracazo, se inicia en Guarenas, ciudad cercana a Caracas, pero se extiende rápidamente a la capital y al resto del país. Sin ninguna organización ni dirección revolucionaria que encauzase y orientase el estallido, éste acaba transformándose en una oleada de saqueos. La respuesta del gobierno será criminal: declara el Estado de sitio y saca el ejército a la calle para tomar militarmente los barrios y ahogar en sangre a su propio pueblo. Se estima que la represión dejó más de 3.000 muertos y miles de heridos.

De la represión de la burguesía al levantamiento de los militares revolucionarios

En aquel febrero de 1989 la burguesía venezolana utilizó la represión estatal con tremenda eficacia pero con un coste político enorme. A diferencia de otros países, la oficialidad venezolana se nutre en un porcentaje mayoritario de la clase trabajadora y los campesinos. Los hijos de las capas superiores de la pequeña burguesía, y ya no digamos la juventud burguesa, prefieren los placeres de viajar al extranjero o especular con el ingreso petrolero a la carrera militar, una situación similar a la del ejercito portugués antes de la Revolución de los Claveles en 1974. De esta capa de oficiales de origen popular provenía Chávez.

En distintas revoluciones hemos visto como el impacto de la acción contundente de las masas y su disposición a llegar hasta el final para liberarse de sus cadenas puede llegar a paralizar el aparato del Estado por todo un período y un sector del mismo, incluso, se pasa al campo de los revolucionarios. En el caso de la revolución venezolana, el Caracazo no hizo pasar inmediatamente a un sector de la oficialidad a las masas, pero conmovió profundamente su conciencia. La idea de que nunca más permitirían ser utilizados como asesinos de su propio pueblo, del que muchos de ellos provenían y al que veían sufrir y morir, se abrió paso en la mente de una parte creciente de la oficialidad y la tropa.

Pese al descomposición social, represión y descrédito de la burguesía, la clase obrera se encontraba atenazada por la burocracia corrupta de la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), que no era más que un brazo ejecutor de los partidos Acción Democrática (AD) y COPEI. La burguesía controlaba a través de ambos partidos, y sobre todo de AD, el movimiento sindical. Ello no impidió numerosos y duros conflictos obreros en los años 80 y 90 (Sidor, textil, huelga de VIASA, Cantv y otras) pero, sin una dirección con la fuerza, programa y unos métodos de lucha capaces de unificarlos, la burguesía y la mafia corrupta que dirigía la CTV pudieron mantener el control del movimiento sindical.

El malestar social busca expresión

El levantamiento militar del 4 de febrero de 1992, encabezado por Hugo Chávez, que la burguesía intenta presentar como un golpe similar a los golpes militares de derecha que han sufrido los trabajadores en otros países, fue en realidad una insurrección liderada por los oficiales antiimperialistas del MBR-200 cuyo objetivo era derrocar al gobierno responsable de la criminal represión del Caracazo y de la corrupción galopante y decadencia dramática que sufría el país. En ausencia de una dirección al frente de la clase obrera los oficiales del MBR-200 se convirtieron en portavoces de la indignación social.

El levantamiento fracasa —no sin duros combates, que cuestan la vida a cerca de cien hombres— fundamentalmente porque pilla por sorpresa a las masas. Chávez propone a sus hombres la rendición para evitar un baño de sangre mayor. Lejos de tener una actitud evasiva o temerosa, asume la responsabilidad por la acción y señala al país que “por ahora” los objetivos de la misma no han podido ser alcanzados. El que asumiera la responsabilidad por sus actos con todas las consecuencias que ello le pudiera acarrear —incluida la posibilidad real de su asesinato— en un país donde los políticos corruptos no se responsabilizaban nunca de nada le granjeó inmediatamente la simpatía y respeto de millones de venezolanos. La valentía, el coraje y el llamamiento implícito a continuar la lucha que concentraba ese “por ahora” empezaron a situarle como un punto de referencia en la mente de millones de oprimidos.

Preso en el cuartel de San Carlos y posteriormente en el penal de Yare, el apoyo a la figura de Chávez crecerá durante los años 90, reflejando la agudización de la lucha de clases y también el fracaso de diferentes partidos y dirigentes que se proclaman como alternativa pero son incapaces de aglutinar a las masas y dar una batalla valiente para tomar el poder. El ejemplo más claro fue lo ocurrido en las elecciones presidenciales de 1993 con Andrés Velásquez, un antiguo dirigente sindical de la Causa R, que se enfrentó a uno de los líderes históricos de la burguesía venezolana, el ex presidente demócrata-cristiano (COPEI) Rafael Caldera. Aunque todo indicó que ganó Velásquez se proclama como vencedor a Caldera. El ex dirigente sindical, posiblemente sobornado, acepta el fraude en vez de dar la batalla. Bajo el gobierno burgués de Caldera, las masas recibirán nuevos golpes: una inflación que llega al 100% interanual, la quiebra bancaria, las privatizaciones masivas y los recortes sociales constantes... Dirigentes del MAS (escisión socialdemócrata del PCV) como Teodoro Petkoff (antiguo guerrillero en los 60) incluso aceptan entrar en el gobierno para llevar adelante los ataques contra el pueblo. Mientras, intentando calmar la presión popular, Caldera concede el indulto a Chávez y otros insurrectos del 4-F.

Chávez, que había pedido la abstención en las elecciones, se enfrenta a la política antisocial de Caldera, quien llega a amenazarle con meterle de nuevo en presión. Lejos de amedrentarle, el comandante responde organizando mítines y actos de presentación de sus alternativas en todo el país. En contacto con las masas va perfilando su programa, que pasa por la refundación de la República sobre nuevas bases dándole el poder al pueblo mediante una Asamblea Nacional Constituyente. Nace el Movimiento Quinta República (MVR) con el que se presentaría a las elecciones presidenciales de diciembre del 1998.

Las masas, hartas de promesas incumplidas, corruptos y traidores, dan a Chávez la oportunidad de ver hasta dónde es capaz de llegar. La campaña de la burguesía, lanzando todo tipo de calumnias, no hace más que reforzar su vínculo con las masas. Ante el imparable ascenso del comandante un sector de la burguesía sitúa a su lado a toda una serie de personajes burgueses, como Luis Miquilena y otros, con el fin de intentar controlarlo y convencerle de que renuncie a los aspectos más avanzados de su programa.

La elección de Hugo Chávez y la revolución permanente

La victoria de Chávez en diciembre de 1998 —con el apoyo del PCV y otros grupos de izquierda reunidos en la coalición Polo Patriótico—, obteniendo 3.673.000 votos frente a 2.613.000 del candidato burgués, abre un nuevo ciclo en la historia venezolana. Se aprueba una nueva constitución en 1999 con el apoyo del 80% de la población. A partir de este momento la burguesía aboga por abortar todo intento de reforma, primero mediante la presión sobre el presidente y su entorno y después combinando el sabotaje económico con varios intentos de derrocar al gobierno legítimo del país.

La experiencia de la revolución venezolana es una confirmación brillante de las tesis de la revolución permanente elaboradas por León Trotsky. Esta teoría explica que la burguesía en los países capitalistas atrasados no puede jugar ningún papel progresista en hacer avanzar la nación y liberarla del yugo del imperialismo, del latifundismo y del atraso secular. De hecho, se opone a cualquier medida en ese sentido. Por ello solo a través de la toma del poder por parte de la clase obrera, ligando las tareas de la revolución democrática a la expropiación de los capitalistas y a la extensión de la revolución a los países capitalistas avanzados es como estas tareas se pueden llevar a cabo.

La aprobación de la ley Habilitante en 2001 que daba potestad a Chávez para decretar nuevas leyes —entre otras la ley de Tierras, una nueva ley de Hidrocarburos y la ley de Pesca— fue contestada por la burguesía con la organización del golpe del 11 de abril de 2002. Esas medidas, aunque no significaban una ruptura con el capitalismo, determinaron a la clase dominante venezolana y al imperialismo norteamericano a terminar con Chávez, conscientes de que no lo podían domesticar. La actitud de Chávez contrasta vivamente con la de Lucio Gutiérrez, otro militar latinoamericano que, aupado por las masas, pudo jugar un papel similar en Ecuador pero eligió plegarse a la burguesía. El coraje, la fortaleza de carácter y la determinación de los dirigentes juegan un papel importante en la historia y en momentos críticos pueden ser decisivos para que un proceso revolucionario avance en una determinada dirección o no.

La burguesía venezolana, a través de los medios de comunicación, los partidos de oposición, la confederación de empresarios (Fedecámaras), la burocracia sindical mafiosa de la CTV y la iglesia católica movilizó a la clase media como ariete contra el gobierno de Chávez. Organizaron el asesinato de varios de sus propios manifestantes el 11 de abril de 2002 y dispararon contra la concentración de apoyo a Chávez para justificar un golpe con el argumento de que el gobierno había perdido el control. Nombraron ilegalmente presidente al líder de los empresarios Pedro Carmona Estanga, que lo primero que hizo fue suspender las garantías constitucionales, derogar la Constitución, disolver el parlamento, cerrar los medios de comunicación que no controlaba y organizar la persecución de los partidarios de Chávez. Su actual candidato a la presidencia venezolana, Capriles Radonsky, encabezó un contingente de conocidos fascistas que asedió durante varios días a la Embajada de Cuba. Otro de sus líderes, Leopoldo López, encabezó las bandas fascistas que sacaron de su casa y agredieron al ministro del Interior Rodríguez Chacín. Todo esto deja bastante claro el verdadero carácter y objetivos de la oposición venezolana.

Tras el shock inicial, cuando no se sabía dónde estaba Chávez, el pueblo se movilizó en masa desde los barrios populares y rodeó a los golpistas en el Palacio de Miraflores. Los principales destacamentos militares se sumaron uno tras otro a la insurrección, exigiendo el regreso del presidente elegido por el pueblo, rompiendo la cadena de mando y negándose a reprimir. Los reaccionarios tuvieron que huir como ratas y, a última hora del 13 de abril, un Chávez victorioso regresa a Miraflores para regocijo de las masas trabajadoras. El 13 de abril de 2002 marca un hito en la historia de la revolución latinoamericana y mundial.

El paro patronal y el control obrero

Pero la derrota del golpe no supone el fin de las conspiraciones de la derecha. Los capitalistas acuden a las reuniones de diálogo convocadas del gobierno con un único objetivo: ganar tiempo para dar otro zarpazo a la revolución. Para ello utilizan la baza más importante que les queda: el control de PDVSA, la petrolera estatal que aporta la mayor parte de los recursos del país. Utilizando la podrida estructura sindical de la CTV, el 12 de diciembre convocan paro general indefinido y cortan el suministro petrolero con la intención de mantenerlo hasta que Chávez abandonara la presidencia. Este, una vez más, se mantiene firme y rechaza el chantaje. Serán varias semanas de lucha a vida o muerte para la revolución. La situación es angustiosa para la población, que resiste al sabotaje y al desabastecimiento de productos básicos. Finalmente el paro es derrotado. La clave para esta nueva victoria revolucionaria fue la acción de los trabajadores y el pueblo, que se movilizaron para poner en funcionamiento la industria petrolera, estableciendo durante días el control obrero de la producción. Esto permitió derrotar el sabotaje de los técnicos, 20.000 de los cuales serán despedidos. Para la victoria fue decisivo el llamamiento permanente de Chávez al pueblo a resistir.

De la derrota del paro patronal a la lucha por el socialismo y el control obrero

Este llamamiento a la movilización y organización de las masas para combatir a la contrarrevolución será uno de los rasgos distintivos de Hugo Chávez durante todo su gobierno. Nuevamente lo veremos tras la convocatoria del referéndum revocatorio el 15 de agosto de 2004. El derecho a poder revocar a los mandatarios elegidos democráticamente a la mitad de su mandato es algo que reconoce la constitución bolivariana promulgada por Chávez. A mediados de 2004 éste decide aceptar el reto del referéndum aunque hay serias dudas de que las firmas que necesitaba la oposición para solicitar su convocatoria hubiesen sido obtenidas realmente y de forma limpia. La victoria aplastante en el referéndum supondrá un nuevo mazazo a la base social pequeñoburguesa de la reacción. Tras la victoria Chávez no llama a moderar la marcha sino a “hacer la revolución dentro de la revolución”. Tras dos años de lucha feroz, la contrarrevolución queda paralizada por varios años y la movilización de las masas se anima aún más.

En octubre de 2005 se realizan elecciones a la Asamblea Nacional. La oposición, ante la evidencia de que la derrota va a ser aplastante, decide no presentarse. El gobierno, la Asamblea Nacional y el 90% de alcaldías y gobernaciones están en manos de la revolución. La oposición ha sido desalojada de todos los puntos de apoyo que tenía en el seno del aparato del Estado: la oportunidad para llevar la revolución hasta el final es clara. La correlación de fuerzas es más favorable que nunca.

Fruto de los años de sabotaje económico y destrucción de empresas por parte de la burguesía para debilitar la base de apoyo de la revolución surge en el seno del movimiento la consigna “fábrica cerrada, fábrica tomada”, que extiende y populariza Chávez. Como señalamos, existe un vínculo muy fuerte entre Chávez y las masas, y ambos se retroalimentan. Entre 2003 y 2005 varias empresas cerradas por los empresarios habían sido ocupadas por sus trabajadores.

En ese momento sectores reformistas del movimiento bolivariano plantean la formación de cooperativas, que los trabajadores se conviertan en accionistas y otras ideas por el estilo. Estos sectores dicen que “esta revolución no es socialista” y es imposible proceder a la nacionalización o expropiación porque “no hay soporte legal” para ello. Pero la idea de la nacionalización se abre paso en la mente de los trabajadores y del propio Chávez. En enero de 2005, tras más de un año de ocupación, Chávez nacionaliza la papelera Venepal (hoy Invepal) en Morón (Carabobo) planteando, además, que la empresa debe estar dirigida por los trabajadores y que el máximo órgano de decisión debe ser la asamblea de trabajadores. Luego la burocracia hará todo lo posible para impedir que el mandato presidencial y la voluntad de los trabajadores se hagan realidad.

El anuncio de la expropiación de Venepal genera entusiasmo entre los trabajadores y en mayo de ese mismo año le sigue la Constructora Nacional de Válvulas (a partir de entonces INVEVAL), propiedad del empresario golpista y expresidente de PDVSA, Andrés Sosa Pietri. Con estas dos acciones se abre una cadena de nacionalizaciones que, si bien quedará a medias sin extenderse al conjunto de la economía (algo imprescindible para poder planificar y coordinar la producción), genera expectativas entre los trabajadores. Durante los años 2005 y 2006 un debate central de la revolución será si la clase obrera debe ponerse al frente de la misma y cómo hacerlo, si las nacionalizaciones deben extenderse o no y qué papel corresponde a la clase obrera en la gestión de las empresas nacionalizadas.

Es en este contexto, Chávez, inspirado por las victorias, el auge de la lucha de las masas y en particular de la clase obrera, y enfrentado a la crisis general del capitalismo (que se manifiesta de mil modos: guerras en Iraq y Afganistán, recortes, ataques, privatizaciones por parte de la gran mayoría de gobiernos) plantea por primera vez durante su asistencia al Foro Social de Sao Paulo en Brasil, que la única salida para la humanidad es el socialismo y llama a construirlo en todo el mundo. Será el primer dirigente de masas de la izquierda, y por supuesto el primer presidente de una nación, que reivindica el socialismo tras la caída del estalinismo. Sólo por eso ya merecería un lugar de honor en el corazón de los oprimidos, pero además Chávez insiste en su llamamiento a construir el socialismo mediante la acción de las masas y en particular del movimiento obrero.

El movimiento sindical

A lo largo de 2005, Chávez llama en varias ocasiones a los dirigentes del movimiento obrero a tomar las empresas cerradas para luchar contra el sabotaje económico, incluso emplaza a la ministra de Industria Ligera y a los dirigentes de la Unión Nacional de Trabajadores (UNETE, central sindical revolucionaria nacida al calor de la lucha contra el paro patronal en 2003) a hacer un censo de fábricas cerradas o infrautilizadas.

Lamentablemente los dirigentes de la UNETE lejos de llevar a la práctica ese llamamiento (dando un impulso al control obrero y señalando cuál debe ser el camino de la revolución por la vía de los hechos) se enzarzan en una lucha espuria por el control burocrático de la central sindical que lleva a la escisión de ésta en 2006 y a la paralización del movimiento obrero organizado en un momento decisivo para la revolución.

La paralización durante más de dos años de la UNETE facilita a los sectores burocráticos y reformistas la tarea de impedir que la clase obrera unifique a todos los explotados y pueda ponerse al frente de la revolución, aunque no puede evitar que ésta siga avanzando. Durante esos años habrá una cadena de nacionalizaciones que culminará, tras una dura lucha de sus trabajadores, con la más emblemática: la de Sidor, segunda acería más importante de América Latina, privatizada por la IV República y entregada al grupo oligarca argentino Techint. Sidor mostró cómo la lucha reivindicativa se puede transformar en una lucha por la nacionalización. Los trabajadores tuvieron enfrente no sólo a la multinacional sino al gobernador del PSUV del estado y a la burocracia reformista, que ya empezaba a extender de manera más decidida y abierta sus tentáculos. La burocracia llegó a reprimir a los trabajadores e intentó presentar su justa lucha como “radical”, “perjudicial para la imagen de la revolución” e incluso “contraria a los intereses nacionales” ya que, según ellos, podía perjudicar las relaciones con Argentina. Fue la lucha de los trabajadores y la intervención del comandante Chávez, en cuanto tuvo conocimiento de la situación real, lo que cambió la situación. Chávez decretó la nacionalización y aprobó el mejor contrato colectivo en mucho tiempo. Unos meses más tarde, tras escuchar las conclusiones de un debate realizado por los trabajadores, también se declaró a favor de que las empresas nacionalizadas estuvieran bajo el control de los trabajadores. Pero, una vez más, el intento de los trabajadores de hacer realidad esa consigna chocó con el sabotaje de sectores de la burocracia estatal. Esta lucha continúa hoy.

La formación del PSUV y la lucha por un programa y una dirección revolucionarios

Tras las nacionalizaciones y la victoria aplastante en las elecciones de diciembre de 2006, las primeras en las que la campaña bolivariana se basa totalmente en la propuesta de acabar con el capitalismo y avanzar al socialismo, Chávez saca conclusiones muy avanzadas. Consciente de que es necesario organizar a las masas y que sobre la base del MVR no se podía avanzar plantea la creación del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Es bastante significativa la siguiente cita del Aló Presidente del 22 de abril de 2007. En ella recomienda a todos los revolucionarios leer El Programa de Transición, escrito por León Trotsky, el dirigente de la revolución rusa junto a Lenin. La idea de Trotsky que llama más la atención de Chávez es la de que si una revolución no aprovecha las condiciones favorables éstas pueden desaparecer.

Dice Chávez: “León Trotsky en ese escrito… dice… que, según su criterio en aquel momento (los años 30 del siglo XX), en Europa y en otros países desarrollados del norte las condiciones para una revolución proletaria no sólo estaban maduras sino que ya se estaban empezando a descomponer, porque lo que madura se puede descomponer, se pasa… A mí me llamó la atención poderosamente esa expresión (…) porque nunca yo la había leído, o sea lo que eso significa, las condiciones pueden estar, si no las vemos, si no las captamos, si no sabemos aprovechar el momento se empiezan a descomponer, como cualquier producto natural de la tierra... Y entonces apunta León Trotsky a algo importantísimo, y él dice que se empezaban a descomponer no por culpa de los trabajadores sino de la dirigencia que no veía, que no sabía, que era cobarde, que se subordinó a los mandatos del capitalismo, de las democracias burguesas, los sindicatos. Bueno, se acoplaron al sistema (…) Yo creo que ese pensamiento o esa reflexión de Trotsky es útil para el momento que estamos viviendo, aquí las condiciones están dadas, en Venezuela y en América Latina (…) Por eso insisto yo tanto en un partido, en la necesidad de un partido, porque no hemos tenido dirigencia revolucionaria a la altura del momento que estamos viviendo (…) orientada en función de una estrategia, unida, como decía Vladímir Ilich Lenin, una maquinaria que sea capaz de articular millones de voluntades en una sola voluntad, eso es imprescindible para llevar adelante una revolución, si no se pierde como los ríos cuando se desbordan…”.

El PSUV es acogido con entusiasmo por las masas. Se afilian más de seis millones de personas. Las bases, además, entienden claramente que el llamiento de Chávez a construir el partido va asociado al llamamiento que las bases se apoderen del mismo. Efectivamente, la principal amenaza para el naciente partido será el intento de la burocracia ligada al aparato estatal de frenar ese intento de las bases de participar y convertir el partido en una herramienta para la lucha contra el capitalismo y la construcción de una sociedad socialista. Esta lucha sigue en pleno desarrollo hoy. Uno de los principales peligros que enfrenta la revolución venezolana es la existencia de una burocracia enquistada en la estructura del Estado, que sigue siendo en esencia burgués, y que tras tantos años va tomando cada vez más fuerza y ligándose con la burguesía a través de múltiples negocios e intereses comunes. Esta burocracia, aún manteniendo una verborrea izquierdista, es profundamente conservadora y considera la acción independiente y fiscalizadora de la clase obrera como una amenaza. Proclama la revolución, pero lucha con uñas y dientes por mantenerla dentro del marco capitalista y por desviarla en líneas socialdemócratas. En la medida que los bancos y las principales empresas siguen en manos capitalistas muchos de los problemas que sufrimos los trabajadores y el pueblo siguen sin estar resueltos, poniendo en peligro las bases de apoyo de la revolución y la revolución misma.

¿Cómo derrotar los peligros que amenazan a la revolución y garantizar que aplicamos el legado de Hugo Chávez hasta el final?

Durante los últimos años estos sectores han aumentado su influencia y presión sobre el propio Gobierno para que la revolución no avanzase más rápido, intentando minar la confianza de las propias bases en sus fuerzas y del propio presidente Chávez en la capacidad de la clase obrera y el pueblo para ponerse al frente de la revolución.

Como señalaron Marx y Engels, no se puede tomar el viejo aparato del Estado burgués y utilizarlo para llevar a cabo una revolución social. Es necesario desmantelarlo y sustituirlo por un Estado basado en la elegibilidad y revocabilidad de todos los cargos, que ninguno de ellos cobre más que el salario de un obrero cualificado y que todas aquellas tareas que sean posibles se realicen de forma rotatoria.

El propio Chávez llamó en varias ocasiones a las bases a luchar contra la burocracia y desarrollar el poder obrero y popular pero no llegó hasta las últimas conclusiones. Poco antes de la operación que, lamentablemente, no pudo superar, insistió una vez más en ello: “la comunas no se ven por ningún lado, ni el espíritu de la comuna que es mucho más importante (…) ¿Será que yo seguiré clamando en el desierto por cosas como estas?” (20 de octubre de 2012). Está claro a qué se refiere Chávez con el espíritu de la comuna: el poder obrero y popular, los consejos de trabajadores y comunas socialistas no en el papel, no como elemento auxiliar, sino ejerciendo realmente el poder. Esa es una tarea central que tenemos en este momento. La otra es acabar de una vez por todas con el capitalismo.

Según datos de CEPAL entre 2002 y 2010 la pobreza disminuyó en Venezuela 20,8 puntos porcentuales, al pasar del 48,6% al 27,8%, mientras que la pobreza extrema pasó del 22,2% al 10,7%, lo que se traduce en un descenso de 11,5 puntos. Venezuela tiene el índice Gini, que mide la desigualdad en una sociedad, más bajo de toda América Latina. Los avances sociales de la revolución son incuestionables. Aun así lacras como la pobreza, la desigualdad, lacorrupción, el desempleo, o la informalidad, tercerización y empleo precario se mantienen. Las masas pobres venezolanas volvieron a dar su apoyo masivo a Chávez en las últimas elecciones presidenciales del 7 de octubre de 2012 porque entienden que el único modo de resolver todos estos problemas es impidiendo cualquier paso atrás de la revolución y completando la obra llevada adelante por Hugo Chávez, llevando la revolución a la que él entregó su vida hasta el final. Por la misma razón volverán a dar su apoyo a Nicolás Maduro en las elecciones presidenciales del 14 de abril. Sin embargo, como hemos dicho, mientras el capitalismo y sus lacras existan la revolución estará en peligro. Sólo expropiando a la burguesía y construyendo un Estado y una economía socialistas, y no dentro de varias generaciones sino ya, será posible consolidar la revolución y garantizar que no hay una vuelta atrás.

La economía venezolana sigue dependiendo del mercado mundial y especialmente de los precios del petróleo. Cuando estos sufrieron los embates de la crisis y cayeron en apenas unos meses de 120 a 39 dólares el barril en 2008, abocaron a la economía venezolana a la recesión. Si esto se repitiese, algo perfectamente posible en la actual situación de agravamiento de la crisis en Europa, con la posibilidad de que Estados Unidos pueda entrar otra vez en recesión y con una progresiva desaceleración de la economía China, los efectos para Venezuela y la revolución serían dramáticos. El único modo de evitar un golpe a las conquistas de la revolución es estatizando la banca y las empresas fundamentales bajo control obrero y popular y estableciendo un monopolio estatal del comercio exterior por parte de un Estado obrero y revolucionario y no bajo el control de la burocracia.

Estas medidas socialistas deberían ir acompañadas del llamamiento a la acción revolucionaria de las masas en el resto del mundo, empezando por los países hermanos de Latinoamérica, para acabar con el capitalismo y construir una Federación Socialista de Repúblicas Latinoamericanas. Sólo así será posible defender la revolución de las amenazas a las que se enfrenta y garantizar la verdadera unidad latinoamericana sobre principios de justicia y solidaridad que propugnaron tanto Bolívar como el propio Chávez.

Un efecto de la creciente influencia de las ideas reformistas fomentadas por la burocracia ha sido la búsqueda en los últimos tiempos de una solución a las contradicciones y peligros que enfrenta la revolución, no sobre la base de la extensión de ésta a otros países y la expropiación de los capitalistas en la propia Venezuela, sino mediante acuerdos comerciales con gobiernos capitalistas enfrentados al imperialismo norteamericano. Esto es muy peligroso. Los únicos en quienes podemos confiar es en los trabajadores y explotados del resto del mundo, no en los gobiernos. Esos supuestos aliados, a la hora de la verdad no se la jugarán para defender una revolución de la clase obrera y el pueblo, pues ellos mismos explotan a sus trabajadores en sus países. Las empresas rusas, chinas, bielorrusas, iraníes o de las burguesías latinoamericanas, no vienen a Venezuela a ayudar a construir el socialismo sino a explotar tanto a los trabajadores venezolanos como a los de sus países. A menudo ni siquiera cumplen con las obligaciones y exigencias del propio gobierno bolivariano y actúan como un fuerza que presiona para que la revolución se desvíe de sus objetivos socialistas. Esta tendencia a basar la política exterior no en extender la revolución a otros países sino en alianzas y acuerdos con este tipo de figuras o gobiernos se expresó en determinados momentos en decisiones erróneas como el apoyo de Chávez a Gadafi, también en el cambio de actitud hacia el reaccionario gobierno de Santos en Colombia o de Lobo en Honduras, así como la ausencia de una política clara de apoyo a la revolución en el mundo árabe.

En defensa del legado de Hugo Chávez

La tarea histórica de Hugo Chávez ha sido vital y enormemente progresista. Ha llevado al movimiento revolucionario venezolano a una gran altura, ha dado expresión al anhelo de las masas de cambiar sus vidas y contribuido de manera decisiva a que se sientan fuertes y con el derecho y la capacidad de dirigir el país. Defendió el socialismo cuando ningún dirigente de masas en el mundo lo hacía y allanó el camino a la clase trabajadora para acometer su tarea revolucionaria: ser la clase que dirija y organice —agrupando y cohesionando a todos los explotados— el nuevo Estado revolucionario sobre la base de una economía nacionalizada y planificada organizándola continentalmente para satisfacer las necesidades de millones y no de una minoría. Esta es la tarea que tenemos por delante.

Hugo Chávez fue un gigante. Los millones que han rendido homenaje a Chávez estos días en Venezuela muestran que su legado es ya imperecedero y que sobre sus hombros nuevos retos y metas se abren para la revolución latinoamericana. No es de extrañar por ello que pese a que su enemigo ha desaparecido los reaccionarios estén llenos de rencor al ver cómo la fuente de la fortaleza de Chávez, el maravilloso movimiento de masas puesto en pie dispuesto a combatir sigue más vivo que nunca y ha asimilado su ejemplo y enseñanzas. Como se grita en toda Venezuela, “yo soy Chávez”. “Todos somos Chávez”. ¡Sí Chávez, como Bolívar, como el Che, vive en la lucha por acabar con la barbarie, la opresión y la injusticia y en su llamamiento a construir el socialismo! Para dolor del imperialismo, de la burguesía y de todos los opresores vive en el corazón y la mente de millones de explotados que estamos dispuestos a honrar su memoria y seguir su ejemplo haciendo realidad una sociedad socialista.


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