¡Abajo el Gobierno ultraderechista de Netanyahu y el Estado sionista capitalista!
El 5 de Julio el Gobierno sionista de ultraderecha de Benjamín Netanyahu daba por finalizada la operación militar a gran escala “Casa y jardín”, lanzada dos días antes contra el campo de refugiados de Yenín, situado en los territorios palestinos ocupados por Israel de Cisjordania. Tras 48 horas de criminales incursiones terrestres y bombardeos contra la población civil indefensa, incluyendo ataques a hospitales e infraestructuras como agua, luz, etc., el saldo de muerte y destrucción dejado por las tropas israelíes asciende a 12 muertos (cuatro de ellos menores de edad), varios centenares de heridos y detenidos, 4.000 de los 18.000 habitantes del campo de refugiados obligados a huir de sus casas y centenares de estas totalmente arrasadas. Periodistas presentes y asociaciones de derechos humanos solo encontraban una comparación posible con el paisaje devastado de Yenín: los efectos de un terremoto a gran escala.
Esta operación militar, que ha movilizado más de 1.000 soldados, con participación directa tanto de tropas terrestres como de la aviación por primera vez desde la segunda Intifada (2000-2005), es la más amplia y brutal lanzada por Israel en Cisjordania en los últimos 20 años. Este ataque marca un punto de inflexión en la nueva ofensiva contra los palestinos desatada tras la formación en diciembre de 2022 del Gobierno de coalición del partido Likud de Netanyahu con diversos grupos de la ultraderecha sionista más xenófoba, incluidos elementos abiertamente fascistas. Varios de estos elementos, como el ministro de Seguridad Ben-Gvir, o el de Finanzas, Bezalel Smotrich, han justificado la masacre de 29 musulmanes en 1994 en Hebrón por el fundamentalista Baruch Goldstein o el ataque en febrero de este año por una turba de colonos fascistas armados contra la aldea palestina de Huwara. Smotrich llegó a defender públicamente que esta aldea fuese “aniquilada”.
Complicidad del imperialismo estadounidense y los Gobiernos europeos
Desde enero de este año han sido asesinados ya 156 palestinos. Algunos en choques entre las tropas de ocupación israelíes y milicianos, pero la mayoría abrumadora de víctimas son civiles indefensos, incluidos 27 menores. Jóvenes abatidos por las incursiones cada vez más frecuentes de comandos del ejército sionista y grupos paramilitares fascistas que colaboran con ellos, violando una y otra vez con total impunidad las resoluciones de la ONU y otros organismos internacionales, en bombardeos o por la acción de francotiradores contra manifestaciones de protesta. Y una vez más todo esto sucede con la complicidad de las potencias imperialistas occidentales, empezando por EEUU, principal valedor de la ocupación de los territorios palestinos por Israel y cuyo Gobierno fue informado por Netanyahu horas antes de desatar su baño de sangre en Yenín. Pero también son cómplices los Gobiernos de los países de la OTAN y la UE, incluido el de Pedro Sánchez, que no tienen ningún problema en mirar a otro lado mientras la masacre contra el pueblo palestino continúa.
Los mismos que justifican y abrazan al fascista Zelenski y participan de la política de armar hasta los dientes a los nazis ucranianos para continuar la guerra, escudándose en la criminal invasión y bombardeos de Putin y sus “violaciones del derecho internacional”, hacen gala del más cínico y rastrero doble rasero cuando se trata de la ocupación y mortíferas incursiones del Estado sionista israelí en Cisjordania o los bombardeos sistemáticos, bloqueos y ataques contra la población de Gaza.
En el tablero del gran juego imperialista, Ucrania es un peón decisivo en la estrategia de Washington de intentar hacer frente a su desplazamiento como potencia hegemónica por China e intentar golpear a esta y Rusia. En cambio la lucha de pueblos como el palestino contra la ocupación y opresión es un problema para todos los defensores del capitalismo y el imperialismo. En primer lugar, obviamente para la propia oligarquía sionista y sus aliados tradicionales: el imperialismo estadounidense y sus aliados de la UE y la OTAN. Pero también para los regímenes árabes de la región. Todos ellos han visto el potencial revolucionario de las dos Intifadas (levantamientos revolucionarios de la población palestina que, especialmente en el caso de la primera, entre 1987 y 1993, despertaron un apoyo masivo en el mundo árabe e internacionalmente, contagiando también a amplios sectores de la sociedad israelí). O, más recientemente, en el levantamiento contra la ocupación israelí y los bombardeos en Gaza de mayo de 2021 que se extendió desde Jerusalén y los territorios ocupados a todas las ciudades israelíes con población árabe y movilizó a centenares de miles en todo el mundo.
Chivo expiatorio
Esta nueva ofensiva sangrienta del Estado sionista contra el pueblo palestino responde al intento del Gobierno ultraderechista israelí de transmitir una imagen de fuerza tanto dentro del país como internacionalmente, pero no hace más que reflejar la profunda crisis, contradicciones y divisiones que sacuden la economía y sociedad israelíes.
Una de las primeras consecuencias de la formación del Gobierno de coalición entre la derecha y ultraderecha sionistas -el más racista y violento de la historia del país- fue la aprobación de una reforma judicial y otras medidas reaccionarias que, además de garantizar la impunidad de un corrupto y criminal como Netanyahu, buscaban dar un golpe de Estado parlamentario, consagrando el control del poder por los sectores más reaccionarios y racistas de la clase dominante. El resultado fue desatar una explosión social y las mayores movilizaciones de masas contra el Gobierno desde la creación del Estado de Israel, hace 75 años.
Las once jornadas de lucha, bautizadas por las masas como “días de resistencia a la dictadura” pusieron contra las cuerdas a Netanyahu y su Gobierno. Sectores de la propia burguesía hablaban de escenarios de guerra civil. Si se hubiese convocado una huelga general, llamando a formar comités de acción desde la base para impedir que el movimiento pudiese ser controlado y descarrilado por sectores de la burguesía sionista enfrentados a Netanyahu, habría sido posible derrocar a este. Una victoria producto de la acción directa de las masas habría unido a todas las oprimidas y oprimidos, israelíes y árabes, en la lucha, poniendo otras muchas cuestiones y reivindicaciones sobre la mesa, abriendo la puerta a la posibilidad de transformar la sociedad y acabar con el régimen sionista.
Pero el freno de los dirigentes sindicales del Histraduth y del laborismo israelí (completamente integrado dentro del régimen sionista), la inoperancia de la izquierda pacifista y reformista del Meretz y la ausencia de una izquierda revolucionaria con un programa marxista e internacionalista capaz de luchar por la dirección del movimiento de masas permitió al régimen superar la crisis y el mantenimiento del Gobierno ultraderechista. Consciente de la amplia contestación social y rechazo que evidenciaban las protestas, el régimen sionista ha optado una vez más por convertir al pueblo palestino en chivo expiatorio, intentando desviar la atención y apelando a la “unidad nacional” contra la amenaza externa y “la lucha contra el terrorismo” para aislar y criminalizar la protesta y agrupar a los sectores más reaccionarios y atrasados de la sociedad en su apoyo.
En un escenario internacional marcado por la pugna entre el bloque imperialista formado por China y Rusia y el liderado por un EEUU que muestra cada vez de manera más clara su debilidad y decadencia, y su necesidad de puntos de apoyo, Netanyahu y el sector de la clase dominante que ha cerrado filas tras él ven una oportunidad para actuar con mayor independencia que en otros momentos y avanzar tanto en su agenda reaccionaria frente al pueblo palestino y la disidencia interna como en su estrategia imperialista frente a sus competidores regionales: los regímenes de Irán, Turquía, Arabia Saudí, Qatar,...Para ello combina la amenaza militar y ataques como el de Yenín con diferentes acuerdos y compromisos entre bandidos imperialistas por el reparto de la región, mientras los pueblos sufren las consecuencias.
Una vez más, el criminal ataque contra Yenín, la nueva ofensiva sionista en Cisjordania y los bombardeos de los últimos días en Gaza, después de que activistas palestinos respondiesen a esos ataques con un atentado en Tel Aviv, demuestran que la única forma de acabar con la brutal opresión del Estado sionista es levantar un movimiento palestino de resistencia y autodefensa basado en la organización y lucha de masas y armado con un programa internacionalista y de unidad de la clase obrera. Un programa en estas líneas permitiría ganar a los sectores de la clase obrera, la juventud y el resto de oprimidas y oprimidos de Israel, árabes y judíos, para luchar por la transformación socialista de la sociedad y acabar con el Estado sionista y capitalista, garantizando el derecho del pueblo palestino a formar su Estado propio independiente. También seria una inspiración para la lucha de la población del resto de países de Oriente Medio para acabar con la opresión de sus Gobiernos y oligarquías y luchar por el socialismo.