A punto de cumplirse el tercer aniversario del inicio de la guerra el imperialismo norteamericano se encuentra en un callejón sin salida, ni siquiera ha sido capaz de estabilizar un régimen títere con una cierta base de apoyo entre la población iraquí, que le permitiera retirar su presencia militar de Iraq y de esta manera rebajar las tensiones cada vez más grandes provocadas en el interior de los EEUU. Tras apoyarse en sectores de las élites kurdas y chiíes, el imperialismo norteamericano, que también los ha utilizado para reprimir a la resistencia iraquí —con un amplio apoyo social y de composición mayoritariamente sunní—, ahora quiere reducir la influencia creciente de los sectores chiíes pro-iraníes en las nuevas instituciones y en todo el aparato del Estado iraquí. Temen que el resultado de su ocupación sea el fortalecimiento de los sectores vinculados con el régimen iraní.
Más complicaciones
para el imperialismo
Ante la constatación de que no pueden terminar con la resistencia de las masas iraquíes, el imperialismo ha tratado de combinar su estrategia de represión y tierra quemada, con la de atraer a sectores de los sunníes a la arena política, e incluso, negociar con sectores de la resistencia iraquí. El objetivo: dividirlos, debilitarlos y tratar de llegar a un acuerdo que permitiera el abandono de las acciones armadas. Esto daría un respiro a las fuerzas de ocupación, y permitiría al imperialismo USA presentar avances ante la opinión pública internacional. En este sentido, han dado la batalla para conseguir que los sunníes tuvieran una representación política. A ello se han prestado algunos de los principales grupos sunníes, como el Partido Islámico Iraquí.
Tras las elecciones del 15 de diciembre (ganadas, no sin manifestaciones de protesta, por la coalición chií Alianza Unida Iraquí) EEUU insiste en la formación de un Gobierno de Unidad Nacional. Sin embargo, tras dos meses de infructuosas negociaciones para llegar a un acuerdo y tras los últimos acontecimientos, los obstáculos se incrementan. Los grupos chiíes, cada vez tienen más roces con las fuerzas de ocupación. Al-Hakim, del Consejo Supremo de la Revolución Islámica en Iraq (CSRII) llegó a culpabilizar del atentado contra la mezquita de Samarra al embajador EEUU en Bagdad por estar presionándolos para que cedieran ministerios importantes a los sunníes. Semanas antes, el Consejo Provincial de Basora cortó sus relaciones con las tropas británicas tras conocerse los vídeos de torturas cometidas por soldados británicos. El gobernador de Kerbala expulsó de los edificios públicos a las tropas estadounidenses y rompió todo contacto con ellas (El País, 21 de febrero).
Días antes del atentado contra la mezquita, el embajador de EEUU amenazaba con retirar el apoyo a un gobierno que no fuera de unidad nacional: “EEUU está invirtiendo millones de dólares en las fuerzas militares y policiales, y no vamos a entregar dinero del contribuyente si están en manos de las milicias”. Las palabras del general George W. Casey, máximo mando militar de las fuerzas estadounidenses en Iraq, no necesitan mayor comentario: “la gente está alistándose en las fuerzas de seguridad, pero sus lealtades están más con el dirigente de la milicia que con el jefe de la policía”.
La hipocresía del imperialismo no tiene límite. Ahora que ve el peligro de que Irán tenga cada vez más influencia en la situación, empieza a desvelar la existencia de escuadrones de la muerte controlados por el Ministerio del Interior y de cárceles secretas llenas de presos sunníes.
A pesar de los enfrentamientos sectarios hubo manifestaciones de sunníes en Samarra condenando el atentado, manifestaciones conjuntas de sunníes y chiíes señalando que, vengan de donde vengan, este tipo de acciones son sólo una provocación para dividirlos. Miles de personas salieron a la calle en Ciudad Sadr (barrio popular de Bagdad) y unas 3.000 en la ciudad chiíta de Kut, gritando contra EEUU. Las dificultades para el imperialismo son importantes y a pesar de todas las provocaciones sectarias el sentimiento de unidad entre las masas iraquíes sigue siendo importante.
Resistencia
y malestar social
La resistencia por parte de las masas iraquíes a la ocupación ha sido el punto clave que ha desbaratado los planes del imperialismo. El calvario para el ejército EEUU no es pequeño. El Pentágono ha reconocido que en 2005 el número de ataques significativos por parte de la resistencia se han incrementado en un 30% respecto a 2004. Hay unos 50.000 soldados que se han visto obligados a prolongar su servicio.
En enero de este año, las exportaciones de petróleo iraquí estaban en los niveles más bajos desde mediados de 2003. Durante 2005 la producción de petróleo cayó un 8%, cuando el 90% de los ingresos del gobierno dependen de la venta del petróleo. La causa principal son los ataques de la insurgencia. Se calcula que en 2005 ha dejado de ingresar 5.230 millones de euros debido a los sabotajes. El ministro de Finanzas calculaba que el 40-50% de los beneficios producidos por el contrabando de petróleo van a para a la resistencia y reconocía desesperado que “los rebeldes se encuentran infiltrados en todos los ámbitos” (El País, 20/02/06).
La situación social es potencialmente explosiva. Ha habido protestas contra la subida de los precios, provocadas por la eliminación del subsidio a los carburantes. El precio del petróleo se incrementó un 500% y rápidamente se trasladó al resto de productos. La inflación en enero pasó del 5,8% al 22% y el precio medio de los alimentos aumentó un 24%. Todo esto lo tiene que soportar una población en la cual hay ocho millones viviendo con menos de un dólar al día y donde el paro es del 50%. Este descontento por las míseras condiciones de vida también se expresan a través de manifestaciones y huelgas: el 21 de febrero, los trabajadores del petróleo de la Oil Transportation Company (Basora) realizaron una huelga de 24 horas para exigir el pago de los salarios atrasados y la mejora en sus condiciones de vida “los trabajadores tienen unos derechos que están siendo violados”, decían en una declaración.
El imperialismo ya ha salido derrotado de esta guerra y es posible que se vea obligado a retirarse sin haber conseguido ningún tipo de estabilización en la zona, ni de régimen aliado y sumiso. Pero para las masas iraquíes esto no es suficiente. La realidad muestra que en Iraq aún son fuertes los lazos que unen a la población iraquí. Hay elementos que permiten la lucha unificada de los trabajadores iraquíes —árabes y kurdos, chiíes, sunníes o cristianos—, pero para ello es necesario que la resistencia iraquí se dote de un programa de lucha por la liberación social de los trabajadores y las masas pobres iraquíes. Un programa revolucionario, basado en la independencia de clase. Esta será la única manera de conseguir la liberación nacional y cerrar el paso a aquellos sectores reaccionarios (vinculados a las distintas confesiones religiosas) que pretenden capitalizar el movimiento contra la ocupación en su propio beneficio.