palestina_banderasLa reciente iniciativa de Mahmud Abás, presidente de la Autoridad Palestina (AP), de pedir el ingreso de Palestina como Estado miembro de la ONU, ha creado un enorme revuelo en el mundillo diplomático internacional. Los principales gobiernos imperialistas han presionado de mil formas, y amenazado, para que Abás no llevara a efecto su petición. La iniciativa palestina va a remarcar una vez más la hipocresía imperialista, que pretende presentarse como amiga de la revolución árabe y como equidistante entre Palestina e Israel. Estados Unidos no tendrá más remedio que vetar el ingreso de Palestina cuando se plantee a votación en el Comité de Admisiones de la ONU (allí están representadas las cinco potencias con derecho a veto).


Obama, desde junio de 2008 (mes de su famoso discurso en El Cairo, prometiendo un giro en su política exterior en la zona, y calificando de insostenible la situación de la ocupación de Palestina), ha negado reiteradamente con los hechos lo que afirmaban sus palabras; pero este veto a reconocer Palestina como Estado demuestra de forma diáfana los irrompibles lazos que —mal que le pese a un sector del propio imperialismo— unen a las clases dominantes de Estados Unidos e Israel.
En cuanto a la Unión Europea, qué decir. El discurso de cada gobierno es divergente, mientras hacen ímprobos esfuerzos por mantener una posición común. Si al final la hay, parece ser que se impondrá la misma que tiene EEUU, que es la de Alemania y Gran Bretaña (y eso a pesar de que la mayoría de los gobiernos europeos, de forma demagógica, optan por el reconocimiento).
Pero ¿cómo es posible que el mismo dirigente, Mahmud Abás, que ha colaborado tanto con Estados Unidos –sus fuerzas de seguridad han sido entrenadas por la propia CIA-, que  ha mantenido un perfil bajo en la denuncia de la brutal ofensiva militar contra Gaza del invierno de 2008, y que se ha mostrado tan predispuesto al pacto desfavorable (para el pueblo palestino) con el sionismo, haya sido capaz de retar a Obama y al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de esta forma?
Varios factores pueden estar detrás de la sorpresiva decisión de Abás. En primer lugar, la revolución árabe, que marca en gran medida los vertiginosos acontecimientos que se suceden en el Mediterráneo, y cuya ola expansiva abraza toda la Tierra. El gran movimiento revolucionario iniciado en Túnez preocupa a todos los sectores dominantes de la zona, sean claramente proimperialistas o de apariencia antiimperialista. De tal forma, que si la AP, en Cisjordania, y Hamás, en Gaza, han coincidido en algo, es en la represión de los brotes de contagio de la revolución, surgidos en forma de manifestación en ambos territorios. La fortaleza de las masas al derrotar a dictaduras aparentemente fuertes como las de Ben Alí y Mubarak, ha dejado aún más en evidencia la impotencia, tanto de Al Fatah (partido de Abás), como de Hamás, para resolver o siquiera paliar alguno de los problemas sociales y nacionales del pueblo palestino. Durante estos lustros de negociaciones frustrantes, donde la contraparte palestina hacía dejación voluntaria de su única herramienta para presionar (ya que la movilización masiva de la población fue contenida y eliminada), el sionismo dio paso tras paso para el dominio de la zona: la paulatina colonización de Cisjordania, la construcción del muro de la vergüenza, la supeditación total de la economía palestina, el bloqueo criminal de Gaza… La sumisión de Fatah al imperialismo USA, intentando convencerle de ser más equilibrado, no ha servido de nada. Mahmud Abás, con el intento de ingreso en la ONU, pretende revertir el pronunciado aislamiento en el que se sitúa ante la población palestina, y crear ilusiones en los procedimientos legales internacionales, acompañando éstos, quizás, de ciertas movilizaciones, siempre que no se le vayan de la mano.

 

Debilidad del imperialismo

El momento elegido para este golpe sobre la mesa no puede ser más oportuno. El sionismo tiene sus propios problemas, y en estos momentos pasa por una situación de debilidad evidente. La irrupción del fenómeno de los indignados en Israel no se puede entender sin valorar la extrema descomposición de la ideología sionista en la sociedad israelí, y el distanciamiento entre los israelíes y sus instituciones (el 27% votaría por los indignados si se transformaran en partido*).
Otro factor que está presente en los movimientos políticos de Abás es la época de decadencia senil que vive el imperialismo USA, lastrado por su derrota en Iraq, Afganistán y Pakistán. La iniciativa palestina, la actitud de Turquía de jugar un papel de potencia en todo Oriente Medio y el Magreb, de forma independiente a Estados Unidos, la propia actitud desafiante del sionismo frente a Obama, o la imposición a éste, por parte de Sarkozy, de la intervención militar en Libia, son reflejos del mismo proceso. El veto a Palestina aislará aún más a USA en la zona, como explica Turki ben Faisal, exjefe de los servicios secretos saudíes (El País, 24/09/11). De una forma clara, por primera vez desde el colapso del estalinismo, los dirigentes de Fatah ven la posibilidad de equilibrarse entre Estados Unidos y potencias regionales en auge: Turquía, Arabia, quizás China… Aunque, claro, esa apuesta no está exenta de riesgos.
Sin embargo, la iniciativa de Abás tiene escaso recorrido. El imperialismo puede maniobrar indefinidamente para evitar que se vote el ingreso. Aun teniendo éxito, la admisión de Palestina como Estado cambiaría poco la situación sobre el terreno. Ochenta y nueve resoluciones de la ONU sobre el conflicto palestino han sido aprobadas sin mayor efecto. Comenzando por la número 242, que, pocos meses después de la ocupación de Gaza y Cisjordania, en 1967, exigía la retirada israelí “inmediata”. La historia de la ONU es la historia de un organismo burocrático que nunca se ha enfrentado al imperialismo y que, si alguna vez ha tenido éxito, ha sido en crear vanas ilusiones de una legalidad y justicia internacionales.

El terrorismo sionista

La reacción del sionismo a esta ofensiva diplomática palestina ha sido la política de hechos consumados y el histerismo. Han aprobado un plan de construcción de 1.100 nuevas viviendas para judíos en Jerusalén; para más inri, en el barrio de Gila, el arrabal elegido por la AP como futura capital palestina (en sustitución de Jerusalén Este).  En vísperas de la presentación de la solicitud palestina, Netanyahu aumentó en 1.500 soldados los ocupantes de Cisjordania. El mismo día de la presentación, el viernes 23 de setiembre, la policía militar israelí, colonos judíos, y paramilitares fascistas, atacaron algunas de las manifestaciones pacíficas celebradas en las principales ciudades cisjordanas (por ejemplo, las de Hebrón y Bilin), así como la del paso de Kalandia. También han permitido las incursiones terroristas de colonos en Natzaret y otras ciudades del llamado Corazón de Galilea (zona israelí de mayoría palestina y asentamientos judíos). Y parte de la derecha sionista (un sector del principal partido, el Likud, comenzando por su presidente, más el partido de los ultraortodoxos sefardíes, el Shas), planteará a votación en el parlamento israelí la anexión directa de los territorios palestinos. Aunque esta medida no tiene ninguna posibilidad de ser aprobada, refleja bien la radicalización cada vez más a la derecha del sionismo. Su enemigo no es tanto las maniobras diplomáticas de Abás, ni mucho menos los cohetes que de vez en cuando caen desde Gaza, o incluso la reciente bomba en un autobús militar israelí (respondido con el bombardeo de Gaza, el asesinato de civiles y la muerte, también, de varios militares egipcios). Las acciones de terror indiscriminado, por parte de pequeños grupos palestinos, sirven al sionismo para rehacer, aunque sea momentáneamente, la precaria unidad nacional israelí frente al enemigo común. No, realmente la amenaza más inmediata del sionismo son las masas israelíes, que están despertando a la lucha. Los sionistas no tienen margen para concesiones importantes, por eso necesitan exprimir al máximo —una vez más— la coartada nacionalista, creando un clima de guerra en la sociedad para desviar la atención. Sin embargo, esta estrategia está ya muy desgastada, después de medio siglo, y podría volverse en su contrario.
Existen las bases para un programa revolucionario

El movimiento de los indignados refleja la base objetiva que existe para un programa revolucionario, antisionista, entre los trabajadores y jóvenes judíos. El gobierno intentó capear las extraordinarias movilizaciones creando una comisión para realizar recomendaciones. Su informe ha caído como un jarro de agua fría. Reconoce la necesidad de una escuela infantil pública desde los 3 años (y no como ahora desde los 5 años), medida ya aprobada pero no aplicada; la construcción de 200.000 viviendas para alquiler; subvenciones para alimentos básicos; y así, medidas que supondrían invertir 6.000 millones de euros en cinco años. Pero a la vez, el informe de la comisión Trajtenberg admite que ese dinero sólo podría detraerse de los presupuestos militares, lo cual, dice, no es fácil (por no decir que es imposible) teniendo en cuenta “todas las amenazas que nos rodean”. El 28 de octubre volverán las manifestaciones masivas.
La ocupación de los territorios palestinos, fuente de beneficios para el conglomerado capitalista-militar-político, sólo supone perjuicios para los trabajadores y jóvenes (aunque, claro, no al mismo nivel que para los palestinos). El agujero sin fondo del gasto militar mantiene enormemente retrasado el bienestar social, la sobreexplotación de palestinos en las fábricas israelíes, sin derechos, tira a la baja las condiciones laborales también para el judío, y encima los jóvenes deben realizar un largo servicio militar en tierra hostil, mientras el sector más sionista, base de la reacción (los ultraortodoxos), está exento de servir al ejército, e impone cada vez más su agenda integrista a una sociedad abrumadoramente laica.
El 69% de los israelíes considera que Israel debería aceptar el ingreso de Palestina en la ONU. De ellos, el 34% piensa que la reacción de Israel debe ser negociar la creación de un Estado palestino. Y el 35%, o sea, uno de cada tres israelíes, opina que se debería aceptar, unilateralmente, un Estado palestino en las fronteras de 1967. Los que defienden la anexión de los territorios ocupados o su invasión sólo son el 11%. Estos datos reflejan un potencial enorme para acabar con la ocupación, con la opresión nacional, acabando con la misma clase dominante que explota las rivalidades entre unos y otros para su dominio.
El 26% de los palestinos defiende el retorno a la lucha armada. Pero el 37% de ellos (54% en Cisjordania) prefiere las movilizaciones de masas y la resistencia no violenta como método para echar a Israel.
Es imprescindible un programa revolucionario, internacionalista, antisionista, que una a los jóvenes y trabajadores por encima de su origen nacional, que se base en la movilización masiva para expropiar a los capitalistas israelíes, y que, apoyándose en la extraordinaria palanca de la revolución árabe (empezando por las masas egipcias), haga bandera de una Federación Socialista de los países de la zona.

* Todos los porcentajes de este artículo están basados en la última encuesta de The Harry S. Truman Institute for the Advancement of Peace, realizada conjuntamente con la Universidad Hebrea de Jerusalén y con un organismo cisjordano, en septiembre pasado. http://truman.huji.ac.il/poll-view.asp?id=408


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