Desde hace más de siete semanas Israel vive las movilizaciones más importantes de su historia. Decenas de miles de personas han salido a las calles para exigir “justicia social”, para protestar contra la desigualdad, la pobreza y el aumento del coste de la vida. Las protestas comenzaron el 14 de julio con una acampada en la capital contra el aumento del coste de la vivienda. En las semanas siguientes el movimiento se extendió rápidamente, y decenas de miles de personas han participado en manifestaciones, asambleas, concentraciones, incluso se ocupó la Bolsa israelí.
El 7 de agosto más de 300.000 personas participaron en manifestaciones por todo el país, pero esa cifra fue sobrepasada el 3 de septiembre, con más de 450.000; sólo en Tel Aviv participaron 300.000, en Jerusalén 50.000, en Haifa 40.000. Israel tiene 7,7 millones de habitantes, eso significa que participó el 5,5% de la población. Fueron las manifestaciones más grandes en los más de sesenta años de historia del Estado israelí. La participación fue multitudinaria a pesar de que el gobierno prohibió las manifestaciones en todo el sur del país alegando problemas de seguridad en la frontera con Palestina, además el día previo a la movilización la compañía estatal de ferrocarriles suspendió las líneas que iban a las principales ciudades con la excusa de “obras de mantenimiento”, además de cortes de carreteras y medidas similares.
El gobierno ha intentado frenar el movimiento con algunas “reformas” cosméticas, como la promesa de construir 50.000 viviendas y la creación de un “comité de diálogo”. Además, ha tenido que hacer alguna concesión inmediata como la rebaja del precio del combustible, pero nada ha detenido hasta ahora un movimiento de masas que de denunciar fundamentalmente sólo el problema de la vivienda, en pocas semanas, ha pasado a un cuestionamiento del propio sistema.
La revolución árabe traspasa la frontera de Israel
La clase dominante israelí ha recurrido históricamente a la política del miedo y a la guerra para desviar la atención de las masas de los problemas sociales hacia el chovinismo. Pero en esta ocasión no ha tenido éxito. A finales de agosto hubo un atentado en Eilat, la respuesta del gobierno israelí fue un ataque militar en el que murieron ocho personas y provocó decenas de heridos, entre ellos hubo algunos policías egipcios, desencadenando una crisis diplomática entre ambos países. Pero como explicaba el periódico Hareetz (4/9/11): “Esta movilización es un ‘acontecimiento histórico’… la correlación de fuerzas ha cambiado… el discurso político ha cambiado… el malestar social de Israel significa que el pueblo está por encima”. El periodista también explicaba como “La protesta en Haifa se ha centrado en la cuestión de la discriminación contra los árabes… Hoy están cambiando las reglas del juego… Lo que aquí está sucediendo es auténtica coexistencia, árabes y judíos marchando hombro con hombro defendiendo justicia social y paz”.
Esta movilización tiene un tremendo significado político para Israel y toda la región. No es un acontecimiento aislado sino que forma parte del proceso que desde principios de año está viviendo el mundo árabe, tiene su mismo origen, el desempleo, el incremento de la pobreza, el empeoramiento de las condiciones laborales y una tremenda desigualdad social. Ha sacudido los cimientos del Estado israelí. La clase obrera y la juventud israelíes están respondiendo a la misma crisis del capitalismo que ha provocado la revuelta en el mundo árabe, y a través de su experiencia aprenderá quién es su verdadero enemigo, no los jóvenes y trabajadores árabes, sino la clase dominante israelí que ha utilizado durante décadas el veneno del chovinismo para dividir a la clase obrera en líneas religiosas y étnicas.