El pasado dos de julio se cumplieron 10 años del fraude electoral con el que los empresarios, la derecha y el imperialismo impusieron al espurio Felipe Calderón. Esta imposición descarada provocó un movimiento social poderoso que pudo llevar a la izquierda al poder…pero esta grandiosa oportunidad fue abortada. Los dirigentes del movimiento no se decidieron a desatar una lucha revolucionaria para hacer valer el sentir popular. Las lecciones que esos acontecimientos nos dejan son bastas, y es obligado entenderlas para no repetir viejos errores.

Un ambiente de rebelión

Las elecciones en México estuvieron enmarcadas por el ascenso de gobiernos de izquierda en los países más importantes de América Latina: Argentina, Brasil, Bolivia, Venezuela… La derrota de los candidatos de la derecha y el imperialismo llenaban de expectativa a la clase trabajadora para que México se sumara a esa oleada.

A escala nacional las elecciones fueron precedidas por luchas victoriosas que políticamente se correspondían con el ambiente del sur del continente. En agosto del 2004 fue derrotado el intento de la derecha por bloquear la candidatura de Obrador gracias a la movilización de un millón de trabajadores en la capital. Posteriormente, en febrero del 2006, producto de la negligencia patronal ante un accidente minero en San Juan Sabinas, Coahuila, estalló un movimiento huelguístico nacional dirigido por el sindicato minero que se extendió hasta después de las elecciones.

Para el mes de mayo, en Oaxaca surgió un movimiento que llevaría a la conformación de un auténtico embrión de poder del pueblo, la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO). Luego de la brutal represión del entonces gobernador Ulises Ruiz contra el plantón que habían instalado los maestros de la sección XXII en la capital del estado. La lucha magisterial se convirtió en otro bastión de la rebelión social contra el gobierno que no pudo ser desorganizado sino hasta diciembre del 2006.

La lucha contra el fraude

El ambiente ante las elecciones era electrizante. La burguesía no tenía más remedio que jugar la carta del fraude. Este se operaba con descaro meses, semanas y días antes de la elección, pero ni Obrador ni el resto de dirigentes hicieron nada para combatirlo. Confiaban en que el simple temor de la burguesía a la explosión social lo paralizaría. La noche del dos julio, cuando el instituto electoral declaró el “triunfo” de Calderón, el ambiente era de un profundo desazón. Hombres y mujeres indignados, caras de enojo que no aceptaban lo ocurrido.

Obrador y los dirigentes del PRD convocaron a una asamblea en el Zócalo de la capital para discutir las medidas a tomar. El contragolpe fue brutal. Un millón de personas provenientes de todo el país, llenas de determinación para cambiar la historia del país, clamaban por una táctica revolucionaria. ¡Huelga general!, ¡huelga general!; ¡si no hay solución, habrá revolución!…eran las consignas que atronaban en el ambiente. Ese día se convocó a la segunda asamblea. Para la segunda manifestación el número de asistentes ¡creció al doble! A esas renovadas fuerzas se les pidió una tercera cita. Cuando ésta llegó, ¡la fuerza humana se había vuelto a multiplicar!, ¡más de tres millones de trabajadores, estudiantes, campesinos, desempleados, ancianos, amas de casa… demostrando su voluntad de luchar!

Después de que los dirigentes hicieron desfilar y vieron crecer en tres ocasiones al poderoso ejército, llamaron a realizar un plantón en la capital. Las masas volvieron a estar ahí, dispuestas a todo, durante dos meses más.

Sólo hacía falta el llamado decidido de Obrador para unificar las luchas de los mineros, de los sindicatos y de la APPO para impulsar una huelga general que pusiera en acción el poder de la clase trabajadora. Obrador, en cambio, paso de mandar “al diablo las instituciones” a sólo exigir el “voto por voto, casilla por casilla”. Su táctica era contener el movimiento mediante el plantón, para que no rebasara cierto límite. Así lo reconoció tiempo después.

La responsabilidad de no haber unificado la lucha, radicalizándola y extendiéndola a nivel nacional no solo fue de Obrador, también los dirigentes sindicales y de la APPO se resistieron a hacerlo. Ningún dirigente de masas tuvo la determinación de encabezar una lucha revolucionaria.

Los más “izquierdistas” se excusan en el hecho de que Obrador “no era un revolucionario” y por ello no tenían la obligación de llevarlo a la presidencia. ¡Patético argumento! Si la APPO o los dirigentes sindicales hubieran realizado una agitación por la huelga general y contra el fraude entre los millones que seguían a Obrador, conectando con su verdadero sentir, lo que hubiera estado sobre la mesa no hubiera sido la llegada a la presidencia de un individuo aislado, sino la posibilidad de formar un gobierno de izquierda, emanado y enraizado con la lucha de masas. Para ello era obligado ¡unificar las luchas!, creando un ambiente insurreccional entre toda la izquierda. Haberse negado a realizar una agitación revolucionaria en el movimiento no tiene justificación.

El costo de renunciar a llevar la lucha hasta sus últimas consecuencias fue la imposición de Calderón, cerca de 150 mil asesinatos por la supuesta guerra contra el narcotráfico, la contrarreforma a la Ley del ISSSTE en 2007, el despido de más de 44 mil electricistas en 2009 y la contrarreforma laboral de finales de 2012, entre otros retrocesos sociales. Faltó una dirección revolucionaria con determinación para hacerse con el poder, es la lección central de la lucha de aquel año, en el que hubieron todas las condiciones a nivel nacional e internacional para que la izquierda llegara al poder. Forjarla, es la tarea.


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