A pesar del enorme descontento social y las contundentes manifestaciones de los últimos tres años contra la derecha, sus partidos, su política y sus instituciones, la táctica electoral de Morena no está logrando atraer las expectativas del grueso de la clase trabajadora y la juventud. Por ello, su perspectiva es de un avance marginal en las elecciones del próximo 7 de junio.
Las próximas elecciones estarán marcadas por un alto nivel de abstencionismo como ocurrió en el 2013, donde en promedio el 50% de los electores rechazó asistir a las urnas. Una vez más, la mayoría de la clase trabajadora y la juventud no se ve atraída ante este proceso electoral. Aunque Morena se presenta por primera vez como partido, no está generando el efecto político que la dirección del partido esperaba originalmente. El descontento social no se está expresando en un apoyo electoral contundente, más bien es marginal, hacia Morena.
Al interior de Morena se reconoce a plenitud que no hay posibilidades de triunfo para los cargos más importantes que son siete gubernaturas en disputa, las cuales quedarán en manos del PRI, PAN y PRD. Donde claramente se fijan expectativas es en alcanzar algún número de diputados y algunas jefaturas delegacionales en el DF, específicamente la de Iztapalapa y Cuauhtémoc. En síntesis, la dirección de Morena reconoce que su perspectiva no es emerger como un auténtico fenómeno social que sea capaz de derrotar los ataques de la derecha, como lo prometieron.
La dirección, tratando de adelantarse a los pobres resultados que se avizoran, promueve equivocadamente la idea de que la meta fundamental es mantener el registro, alcanzando apenas el 3% de la votación. La base de Morena debemos rechazar el autoengaño, debemos rechazar la idea de que un avance marginal, el más elemental de todos, se nos presente como ¡el triunfo que tanto esperábamos!
Morena, un potencial frustrado
La enorme polarización social de nuestro país, expresada en sismas políticos tan profundos como la lucha por Ayotzinapa, las Autodefensas, la huelga del IPN o la huelga de jornaleros en San Quintín, demuestran que la clase trabajadora a pesar de todas sus dificultades lucha por derrotar al régimen de la derecha. Este es el mejor escenario para el desarrollo de un partido político de izquierda que se proponga unificar y desarrollar las luchas contra el régimen de los potentados. No es el ambiente social, el desinterés político, o la conciencia insuficiente los factores que explican el poco impacto de Morena sino la decisión política de su dirección de no vincularse con los movimientos sociales.
Debemos evaluar en toda su crudeza cuan nociva a resultado la política supuestamente de “centro” que ha adoptado Morena. Resulta inaudito que el movimiento social encabezado por Andrés Manuel, que gozó de una enorme confianza y apoyo de masas en las elecciones de 2006 y 2012, se haya automarginado de las luchas sociales más importantes en todo lo que va del gobierno de Peña Nieto. Es increíble el extremo al que se ha llevado la idea de que la única alternativa para transformar el país es la vía electoral, cuando en estos años hemos sido testigos de cómo la vía electoral cuando se coloca al margen de la movilización, resulta totalmente impotente, quedando en manos del Estado los resultados finales de la misma. La realidad ya se encargó de demostrar cuan equivocado es este planteamiento, una vez que luchas como la del IPN, las enfermeras o los jornaleros de Baja California, han conseguido avances importantes precisamente por el hecho de que han desafiado a las instituciones del Estado burgués, apoyándose en la movilización.
Andrés Manuel de hecho se ha impuesto una tarea que rebasa sus capacidades, al intentar recrear un margen de confianza en las instituciones electorales que está muy mermado o que de plano ya no existe entre millones de trabajadores y en especial entre la juventud. Obrador trata de combatir el profundo sentimiento de crítica hacia las elecciones y la desconfianza en el estado de derecho de la burguesía, cuando estos nos son factores negativos para la lucha social, sino positivos en la medida en que permiten organizar una lucha más decidida contra la derecha.
Es preciso que la militancia de Morena reconozcamos en toda su crudeza el grave error que ha significado supeditar todas las acciones del partido a los cálculos electorales, dejando de lado la necesidad de situar al partido como un elemento de organización y agitación en cada lucha. Morena no juega un papel de vanguardia sino de retaguardia, al mantener inmaculada su confianza en las instituciones electorales y del Estado en general. Esta política no conecta con la realidad ni con la conciencia de millones de trabajadores que son víctimas de la podredumbre del Estado capitalista.
Régimen interno insano
Quién mejor pudo capitalizar y ajustarse a la política de únicamente mirar a las elecciones han sido todo tipo de “políticos profesionales”, desplazados de partidos y organizaciones con una lógica corporativa, que como piratas se han encaramado en Morena. Los militantes de base de Morena, ajenos a la lógica electorera, se han quedado totalmente imposibilitados para detener las maniobras de los arribistas de abolengo. Este proceso burocrático no ha sido combatido por Obrador. Y no se trata de que Obrador sea “igual” que los políticos de la derecha, aún cuando se diferencia de ellos por un sinfín de razones, la política y el régimen que ha avalado dentro de Morena ha dejado todo el camino abierto para que el partido esté al servicio de todo tipo de intereses burocráticos que efectivamente no ven ni les interesa nada más que no sea el avance electoral, la carrera por los puestos.
Hasta antes del crimen de Ayotzinapa, AMLO abría puertas y ventanas a elementos con abiertas tendencias derechistas como Ebrad y Mancera, y otros “prominentes” perredistas, para que se unieran a Morena. Al mismo tiempo que una orientación exclusivamente electorera fue tan atractiva para los arribistas, esa misma política terminó por ser repulsiva para el trabajador promedio que de inmediato se veía ajeno a la política de pasividad con la lucha social. La base más honesta y proletaria de Morena ha venido perdiendo peso político en la vida interna del partido.
La perspectiva marginal de Morena para las próximas elecciones es producto de su política externa de desvinculación de la lucha, reforzada por su régimen interno insano, donde con muchas dificultades militan trabajadores honestos permanentemente acosados por burócratas de la peor especie (indiferenciables en lo fundamental de la burocracia del PRD o de cualquier otro partido).
El “triunfo electoral” no es garantía de avance
Los avances electorales de Morena estarán marcados por el perfil inmovilizador y ajeno a la lucha de clases de los últimos años. Ello representa un problema serio, ya que realizar transformaciones importantes en el nivel de vida de las masas, aun contando con espacios de gobierno o representación parlamentaria, requiere de la participación, organización y movilización de las masas. De tal manera que los avances electorales por sí mismos no producirán un cambio en el nivel de vida de las masas, por tanto, tampoco son inevitablemente un elemento de refuerzo para el apoyo que podría suscitar Morena en 2018, como se promueve desde ahora.
Si no se implementa una política combativa dentro de los futuros espacios de gobierno ocupados por Morena, el escepticismo que ya existe entre un número amplio de trabajadores hacia el partido se profundizará. De hecho, ahora mismo existe ya formalmente un grupo de legisladores que renunciaron a sus partidos y conforman el grupo parlamentario de Morena en la Cámara de Diputados, el hecho de que pasen olímpicamente desapercibidos es ya un anticipo de lo que puede ocurrir si los espacios de representación no se utilizan para maximizar la organización y la lucha en las calles.
El fenómeno de las deserciones también es producto de desvincular la lucha electoral de la movilización y de promover a elementos “con posibilidades” por sobre los militantes de base más comprometidos. El ejemplo más reciente y uno de los más deplorables es el de Ana Gabriela Guevara, miembro de Morena en Sonora, la cual se sumó a la campaña del PRI en el estado (!). Andrés Manuel tiene en su haber una larga lista de detractores, que después de jurarle lealtad, al llegar al cargo se han incorporado por completo a la derecha. Estos fenómenos ganan terreno en tanto se incentivan los avances electorales desvinculados de la lucha social. El acercamiento de Monreal con el miserable ex dirigente del PRI capitalino, es otro ejemplo de este fenómeno de situar a las elecciones como el fin último de la política de Morena.
Unirse a la lucha social
La perspectiva de que Morena pueda colocarse como un elemento de peso en la lucha de clases e incluso en el terreno electoral, está condicionada a que haya cambios profundos en su dirección y en su base. Para abonar a esta perspectiva, los militantes auténticamente combativos de Morena, tienen la responsabilidad y la obligación de jugar un papel activo y dirigente en las luchas sociales. En la medida en que la militancia de Morena se identifique, se forje y se revitalice con la lucha, podrán llevar aire fresco al partido, retomando con nuevos bríos la tarea de reencausar a Morena como un factor de la transformación revolucionaria para el país. La base de Morena debe integrarse, promover, organizar y dirigir todo tipo de luchas en defensa de los intereses de la clase trabajadora.
De otra manera, miles de activistas combativos, aquellos que no están dispuestos a asimilarse a la lógica oportunista, terminarán ahogados por el asfixiante régimen burocrático, cundirá el hartazgo, la desmoralización y en última instancia la inactividad política. El camino para reencausar a Morena depende ante todo de la decisión y de la habilidad de su sector más consiente para romper con la política de inmovilidad, de aislamiento respecto de la lucha social.