La burguesía utiliza la droga y el alcohol contra la participación consciente de los jóvenes en la lucha por sus derechos. Esto no es una frase grandilocuente o exagerada, en la realidad miles de jóvenes ven como su vida se convierte en una pesadilla al caer en la droga y otros muchos son condenados a un ocio vacío y embrutecedor.
La droga, una lacra social
Los marxistas estamos contra la droga no por motivos morales, sino políticos. Alguno dirá que exageramos, que vemos este aspecto de manera demagógica, que caemos en actitudes panfletarias. Sin embargo, la historia nos brinda bastantes ejemplos de lo que argumentamos. La CIA durante los años 60 y 70 inundó de heroína los guetos negros de las grandes ciudades americanas para desmovilizar a la juventud y destruir el movimiento de los Panteras Negras. En muchas zonas del Estado español la policía consintió y potenció la penetración de la droga durante los años 70 como forma de desviar a la juventud de la lucha contra el franquismo y el capitalismo. Un fenómeno similar ha ocurrido entre sectores de la juventud sudafricana tras el fin del Apartheid.
Al ver como su lucha se había quedado a medias y sus condiciones de vida seguían siendo infernales, fenómenos como la droga han aparecido con fuerza. Para los marxistas la droga no es una cuestión individual: es un problema social que se acrecienta en las colonias populares y de la clase obrera, que afecta a la lucha contra el capitalismo y que, como todo en esta sociedad, no afecta por igual a una clase social que a otra.
El consumo de drogas hunde sus raíces en las insoportables condiciones de existencia que padecemos millones de personas bajo el capitalismo. El desempleo entre la juventud, la explotación salvaje en el trabajo, el negro futuro que se abre ante nosotros, el fracaso escolar, la presión de la economía de consumo, el derrumbe familiar entre otros, son los elementos que crean el ambiente para la extensión de la droga entre los jóvenes como una forma de evasión de esa realidad. Por eso esta lacra aumenta en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas productivas sometidas a procesos de desindustrialización. El problema de la droga es para las familias trabajadoras, no para los hijos de la burguesía o la pequeña burguesía acomodada que si se “enganchan” van a tener a su disposición todo tipo de medios para salir de esa pesadilla.
Contra esta explicación del fenómeno se alzan miles de artículos y comentarios que reducen la cuestión a que la juventud, a diferencia de las generaciones pasadas, ha perdido los valores y que incluso es más “frágil”, que somos una generación ociosa y viciosa. Si bien ha aumentado el consumo de drogas vinculado al ocio embrutecedor y descompuesto que el capitalismo nos ofrece, esto se debe concretamente a la proliferación y extensión del narcotráfico y todas sus lacras satelitales en todas nuestras zonas. En complicidad con el Estado, estos ven en la droga como una mercancía más que necesita extender su oferta y su demanda, así que no han tenido ningún rubor en inundar nuestros espacios de ella, aunque esto tenga costos brutales para nuestras vidas y comunidades.
Algunos sectores utilizan los datos de aumento en el consumo para escandalizarse sobre nuestra supuesta pérdida de “valores”. Este tipo de campañas que se repiten regularmente son utilizadas por los sectores más reaccionarios para exigir mano dura y una vuelta a los valores más reaccionarios del pasado. Pero estos “piadosos moralistas” son los mismos que defienden el outsourcing y la precariedad laboral, la especulación inmobiliaria o los recortes a educación, salud y cultura. Estos defensores de la “cultura del esfuerzo” nunca dicen que en esta sociedad la juventud, no sólo es explotada en su lugar de trabajo, sino también en sus horas libres. A los jóvenes no nos queda más remedio, en este sistema, que aceptar las reglas que los empresarios imponen en nuestro ocio. Este también se rige por la búsqueda del máximo beneficio y, como no, por el control ideológico: es un ocio destructivo orientado a imposibilitar el desarrollo de jóvenes con una actitud crítica ante los problemas de la sociedad.
El Estado burgués y los capitalistas, cómplices de esta lacra
Continuamente los medios de comunicación, los políticos y la clases dominantes quieren convencernos de que la policía, el ejército y el Estado son los héroes de la lucha contra el narcotráfico y sus efectos. ¡Nada más alejado de la realidad! La verdad es que el tráfico de drogas es un impresionante negocio que mueve (según estimaciones conservadoras de 2014 de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito) unos 320,000 millones de dólares anuales. La cocaína con 85,000 millones y los opiáceos con 68,000 millones, son las dos sustancias que más dinero generan. Es absolutamente imposible que un negocio de este volumen se haga a espaldas de los distintos gobiernos capitalistas, así como de la banca.
En primer lugar, hay que denunciar que ha sido la política imperialista de despojo (como el Tratado de Libre Comercio TLC ahora T-MEC) la que ha despojado a miles de campesinos de sus tierras y territorios, así como llevado a la ruina el campo y ha empujado a miles de campesinos e indígenas a la producción de droga. Décadas de saqueo por las transnacionales y abandono del campo por las políticas de la derecha han llevado a una crisis histórica en el campo y a que miles de familias campesinas vean más rentable el cultivo de droga o sean obligadas a ello por el narcotráfico. Marruecos obtiene por la venta de hachís una cantidad de divisas similar a la de todas sus exportaciones agrícolas legales.
Indudablemente los negocios legales e ilegales están plenamente interconectados. Las mafias invierten en empresas legales y, a la vez, desde éstas se canalizan recursos financieros hacia la economía criminal, tomando el control de bancos y empresas dedicadas al blanqueo de dinero.
La gran banca internacional está implicada hasta las cejas en este negocio que deja suculentos beneficios. En un informe redactado por James Petras, citando fuentes oficiales, se da la cifra completa de dinero negro (dinero blanqueado de origen corrupto y delictivo) inyectado a las cajas fuertes de los bancos estadounidenses durante la década de los 90 que ascendería a unos 5.5 billones de dólares. Los bancos estadounidenses han desarrollado una amplia gama de métodos de transferencias de fondos ilegales hacia los EEUU y, toda la legislación americana contra el blanqueo de dinero, ha sido incumplida sin grandes problemas. La complicidad entre el Estado y la Banca a la hora de desarrollar este tipo de negocios ilícitos es obvia. Por ejemplo, Citibank, que es el mayor banco de los EEUU, cuenta con más de 100,000 millones de dólares de depósitos de particulares en cuentas secretas, es decir, en cuentas destinadas a clientes inmensamente ricos a los que se les garantiza la más absoluta confidencialidad.
No es algo nuevo la vinculación del aparato del Estado con las redes del narcotráfico. Un ejemplo contundente es el caso Ayotzinapa y Tlatlaya donde el ejército, las policías y los políticos están inmiscuidos hasta la médula con el crimen organizado. Estos han sido titulares de prensa habituales en las dos últimas décadas. La aprobación de la Ley que legaliza el uso lúdico de la marihuana con la excusa de la lucha contra el narcotráfico, frenar la criminalización de los consumidores y pacificar el país es una falacia muy grande. A esto hay que añadir la actuación vergonzosa de la justicia burguesa, liberando a Ovidio Guzmán, hijo de “El Chapo”, y la exoneración de Cienfuegos. Mientras esto ocurre, la justicia acrecenta penas desorbitadas contra los toxicómanos desesperados, a los que su estancia en la cárcel no hace sino condenarlos un desastre aún mayor. Esta situación que refleja el carácter clasista de la justicia burguesa es totalmente indignante y que contrasta con la opinión reflejada en diversas encuestas dónde se señala que la mayoría de la población cree que el drogadicto con delitos no debe ir a prisión sino ser tratado en centros adecuados y dignos. Así mismo, un 85% considera que deberían elevarse las penas contra los traficantes. Como vemos, el Estado no resuelve nada, se ensaña con las víctimas mientras tapa y protege a sus responsables.
¿Legalización es la solución?
Mientras asistimos a la escandalosa falta de medios públicos para la atención a las adicciones, sectores que tratan de pasar por progresistas intentan lavarse la cara en esta cuestión. Son los casos de las narco-salas en algunos países de Europa y Estados Unidos para que los heroinómanos tengan un sitio donde inyectarse. Consideramos de un cinismo inaceptable presentar estas narco-salas como un paso adelante o algo progresista. Simplemente los adictos van a poder inyectarse en condiciones medianamente dignas, bajo atención médica, pero no por ello van a dejar de seguir muriéndose, lo harán más lentamente, van a seguir comprando la droga a los mismos narcos y a vivir en condiciones degradadas de marginalidad. Mientras se llena la boca de progresismo, la situación de los centros de desintoxicación es precaria. Lo que necesita un adicto no es un sitio para inyectarse, sino planes serios y concretos en salud pública para tratarse adecuadamente. Hoy, muchos no tienen más remedio que recurrir a centros de rehabilitación totalmente precarizados, que en la mayoría de los casos están manejados por sectas religiosas que, a cambio de sacarte de la droga, te introducen en la alienación del fundamentalismo religioso.
Desde diversos sectores se plantea como alternativa la legalización de las drogas. Se suele argumentar que descendería la delincuencia, que la droga sería más pura y, por tanto, menos dañina. Por último, desde sectores que se denominan progresistas se apela al ejercicio de usar la libertad individual con argumentos del tipo “soy libre y con mi cuerpo hago lo que quiero”. Ninguna argumentación va a la raíz del asunto, ni lo considera como un problema social, sino individual. Ninguna se pregunta por las causas que empujan a desconectarse de la realidad.
El argumento de la libertad individual es absurdo. Todos sabemos que el entorno en que vivimos nos condiciona enormemente. ¿Acaso el desempleo, la explotación, la falta de acceso a la educación pública o la marginación no empujan al mundo de las drogas? ¿Acaso decimos que un trabajador o un joven que se ve obligado por sus circunstancias a trabajar en el primer empleo que se le ofrezca es verdaderamente “libre” para decir no a un contrato precario o a hacer horas extraordinarias que le “propone” el patrón cuando está en juego la renovación de su contrato?
Es realmente utópico decir que la legalización bajara los índices de violencia. Los mismos burgueses que llaman a la reducción de los gastos sociales y a privatizar la salud pública, nos van ahora a decir que invertirían en salvar y sanar a las víctimas del narcotráfico. La droga es una mercancía y los narcos lo saben muy bien. Con la legalización, estos personajes se convertirían en “honrados empresarios” pero eso no evitaría ni las muertes de miles de jóvenes víctimas de las drogas ni la existencia de un negocio ilegal de drogas. La legalización no acabaría con el problema, pero sí permitiría aumentar la cuenta de resultados de las nuevas multinacionales de la droga y, obviamente, facilitaría y ampliaría el consumo de estas sustancias, convirtiéndolas en socialmente aceptadas como lo es ya el alcohol. De esta manera, se favorecería aún más el control embrutecedor y degradante del ocio por los capitalistas.
Por otro lado, explicar el aumento en el consumo de drogas por las políticas prohibicionistas es sencillamente falso. Basta con saber que el alcohol es legal y está socialmente tolerado y eso no evita que cada año haya más alcohólicos, convirtiéndose en realmente la droga más destructiva. El inicio en la edad de consumo cada vez desciende a edades más tempranas y está sumamente vinculada a sucesos de violencia machista en los hogares y espacios públicos.
Ni la represión, ni la legalización resolverán el problema. La solución vendrá de la mano de la movilización de las y los trabajadores, la juventud y el campesinado pobre contra el narcotráfico y defendiendo nuestras reivindicaciones de un puesto de trabajo digno y bien remunerado al finalizar nuestros estudios; acceso a la educación pública, a una vivienda digna y mejoras sociales en nuestras colonias: así como mayor presupuesto y accesibilidad gratuita a la cultura, el arte y deporte.
Luchamos por:
- No al T-MEC. Rescate del campo ¡ya!
- No a los megaproyectos de muerte.
- Expropiación de todos los bienes y fortuna de los narcos e inversión de los mismos en programas de rehabilitación, bajo control de organizaciones sindicales, de vecinos y familiares de los afectados.
- Nacionalización de los bancos implicados en el blanqueo de dinero del narcotráfico. No al secreto bancario.
- Expropiación de todas las farmacéuticas para producir medicamentos gratuitos, necesarios, suficientes y amables con el ser humano para cubrir todas las necesidades causadas por las enfermedades originadas por este sistema.
- Por una red sanitaria pública y gratuita que cubra toda la demanda de asistencia a las adicciones.
- Por un programa de atención especial fuera de la cárcel a las personas adictas con delitos.
- Creación de comités de autodefensa para luchar contra el narcotráfico en todos los pueblos, barrios y colonias, integrados por vecinos y organizaciones políticas y sindicales. No podemos confiar en las Fuerzas Armadas para terminar con el tráfico de drogas.
- Planes de prevención serios en las escuelas, que expliquen las causas y efectos, los beneficiados y los perjudicados con las drogas y vayan más allá de las campañas oficiales simplistas y morales que, en algunos casos, se limitan a recomendar un uso responsable de la droga o simplemente a ordenarte que no lo hagas.
- Por un ocio creativo: Cines, bibliotecas, casas de juventud, centros culturales públicos y gratuitos en cada colonia, con horario de apertura nocturno, donde los jóvenes podamos desarrollar actividades que fomentan nuestra creatividad, sin trabas burocráticas.
- Locales y espacios gratuitos para los jóvenes y sus organizaciones.
- El deporte al servicio de los jóvenes. Polideportivos en cada colonia con canchas de diversas disciplinas y piscinas públicas y gratuitas, con personal profesional de apoyo, suficiente y capacitado.
- Educación pública, científica y digna para todas y todos. ¡Ni un niño, ni niña, ni adolescente fuera de la enseñanza!